LA POESIA DE JUANA PINS
Juana Pinés Maeso, nace en Manzanares (Ciudad Real) el año 1953. Hija y nieta de escritores, comenzó a escribir narrativa a los 14 años; pero sería a partir de los 18, viviendo en Madrid, cuando se inicia en la poesía. Es entones, 1971, cuando aparece el primero de sus poemarios: «A Golpes de Silencio».
De regreso a Castilla-La Mancha, 1997, pasa a formar parte del Grupo Literario Guadiana y publica «Ese Tiempo de Pájaros Dormidos», premio Mario López , y un año más tarde «Huele a Mayo Recién Amanecido», premio Ciudad de Baena. También en ese año escribe «Perfil de la Inocencia», premiado y publicado en el 2004. Además de los ya reseñados, tiene publicados decena y media de libros, verso y prosa, pero principalmente de aquéllos.
En el último año del siglo XX toma la dirección del Grupo Literario Guadiana y de la revista MANXA, que se edita en Ciudad Real, en cuya renovación se centra. El siguiente, el 2000 publicaría otro libro «…Y en el Corazón, Palomas», a partir de cuya fecha se suceden varios más, que son fundamentales en su obra como lo es la obtención de una serie de galardones que entre libros y poemas, verso y prosa, que superan largamente el centenar, haciendo de su voz y su palabra escrita dos conceptos personales donde quedan bien marcados su mérito y valía cultural a la par que configuran su cualidad y revelan su carácter de humana y social inspiración. Mujer de larga palabra y bien ritmado y sensitivo verso, bástenos como muestra para este espacio, uno solo de sus poemas. Pertenece al primero de sus libros, “Ese tiempo de pájaros dormidos”, premio “Poeta Mario López”, que lo fuera en Bujalance (Córdoba), el 1997.
PRIMEROS ENCUENTROS
En esa casa nuestra
siempre flotaba el poso de algún versos
suspendido en el aire,
como una lluvia cósmica
de impalpables partículas.
De ese modo, mis primeros encuentros
con la palabra dicha
por los labios del alma
fueron en esas horas primigenias,
en esos torpes días de crisálida.
En ese alborear,
mis ojos eran dueños absolutos
de todos los latidos de la tierra,
la aldaba de mi sangre
era un golpetear desmesurado.
Empecé a escribir cuentos.
Cuentos en carne viva, casi siempre.
Trozos de corazón
sin un leve ropaje
con que abrigar su aleteo desnudo.
Mi padre vigilaba
desde las atalayas de sus años,
desde su corazón lleno de pájaros,
desde sus horizontes inmortales
mis ansias prematuras,
mis primeros zureos…
(y sé que era feliz en ese instante).
Cuántas tardes, sentados frente a frente,
susurrantes las voces,
leíamos los cuentos,
y cuántas tardes, náufragos los dos
en ese mar de las evocaciones,
sentíamos en los ojos
el temblor de una lágrima.
Que la ternura, ardiendo en soledad,
desarma casi siempre.
Y hay veces en que un sueño adolescente
puede poner en vilo
los torrentes del alma.