CASA LUCIO Y LAS TABERNAS DE LA VILLA Y LA CORTE, por Almudena Mestre

Entrada Casa Lucio

Un paseo bajo la lluvia, fina y misteriosa que la noche alberga, en un sueño profundo, de deseo y esperanza, donde quedan los recuerdos de aquel señor vestido de negro, con sombrero de copa y bastón plateado que recorre las calles de la Villa y Corte en dirección a la Cava Baja, buscando refugio y almas humanas, recorriendo cada paso con frustración y desengaño, miedo y sospecha de ver a alguien que vio morir por la mañana en aquellas callejuelas. Quedan sus recuerdos iluminados por el sol que todo el día cayó fuerte en el ático de su casa, y él, cabizbajo y triste miró desde arriba, vio y guardó los recuerdos de alguien que murió desgarrado y ensangrentado a plena luz del día en una de las calles más céntricas del Viejo Madrid.

Comedor Casa Lucio

Solitario, vaga y sueña, sueña y vaga recordando su historia, el ayer, el pasado oculto en los libros, anhelando un futuro mejor para su gente y su ambiente, y a cada paso que da por la calle, le viene a la memoria un recuerdo más de tristeza, un deseo de visualizar como si fuera real, cada silueta que en su vida vio y contempló, de cada persona que significó para él algo verdaderamente importante. La noche y su luna le incita a recordar aún más, las gentes que conoció en los años de joven, en sus mejores años, en su juventud y adolescencia; las gotas de agua que caen, leves y azules bajo el cielo sereno, estrellado y oscuro, dejan en su cara un fluir de sentimientos y recuerdos, empezando por el recuerdo de los días de infancia que pasó en la estación del pueblo, junto a sus amigos y sus tres hermanos, tirando piedras a las vías y contando historias y fantasías de niños mientras veían pasar el tiempo.

Madrid, Casa Lucio

                   Avanza despacito y cabizbajo por la Carrera de San Francisco, pasa por delante del Restaurante Juana La Loca y se dirige hacia Casa Lucio en La Cava Baja, céntrica calle del Madrid antiguo en donde pretende parar a descansar y a llenar su estómago; su aliento y su fatiga pueden con él pero sin embargo, recuerda que es necesario comer algo suculento de vez en cuando, para sobrevivir. En una mesa apartada y solitaria con dos manteles, uno rojo y encima uno blanco, de madera rojiza y llena de sobriedad en toda ella, simple tal cual, decide sentarse. Deja su sombrero de copa y su bastón encima de una silla, anticuados ambos a los tiempos de ahora y solicita una carta. Le traen una tapita y un vino tinto de la casa, un obsequio nada más llegar y sentarse; agradecen que haya parado como hace de cuando en cuando, en Casa Lucio  y les explican un poco la carta de platos que tienen ese día. Elige un plato típico del restaurante, los Huevos Estrellados y pide media ración a ser posible, de Chipirones en su tinta con arroz blanco. Son sus preferidos aunque sabe también por un sobrino suyo fino y elegante que, también son “plato típico” de Jai Alai, un vasco situado cerca del Paseo de la Castellana. Las columnas del comedor, de piedra robustas y revestidas con pintura color ocre rojizo, los vinos de crianza y de los mejores que componen su exquisita bodega decoran los laterales, el ambiente es cálido; un lugar relajante, exquisito y delicioso para los viajeros que, hace años cuando se fundó, pisaban sus comedores y salones.

                     Un cuadro de Mingote con una dedicatoria a sus amigos de Casa Lucio luce en una pared en la cual se muestran fotografías y recuerdos de distintos personajes que han pasado por estos lugares desde hace años. Andrés los mira lentamente, uno a uno y en cada mirada, le viene un recuerdo más de sus ochenta años de vida que lleva en este mundo. Y todavía puede comer los deliciosos chipirones en su tinta acompañados por un blandito arroz blanco y rehogado con ajos tiernos, plato típico de este lugar emblemático de la Villa y Corte donde muchos señores igual que él gozan de su viudedad y de, por qué no decirlo también, de su soledad.

                     Quizás los huevos estrellados sean del mismo modo que los chipirones, un plato característico de este mesón abulense que desde hace muchos años, Andrés para de vez en cuando; descansa, se relaja y recuerda una vez más muchos anhelos y deseos que siempre ha tenido y jamás olvida.

        Hace años cuando su juventud y su mujer vivían con él en el barrio del Rastro de cuando en cuando comían el plato del día en este restaurante. Venían charlando y dándose un paseo con tranquilidad y aplomo. Han sido muchos años los que han pasado desde entonces, desde cuando juntos las largas tardes del invierno paseaban a pesar del frío y se dirigían hacia las tabernas del Viejo Madrid y en alguna de ellas se sentaban a tomar un chato y unas tapitas o una tortilla de patatas recién hecha. Aquellos años eran maravillosos y Andrés siempre que alguien le escucha, ya sea en Lhardy, en Casa Lucio o en Casa Botín le narra sus historias de cuando era joven y disfrutaba de sus “años mozos”.        Hoy por hoy, son sus únicos recuerdos que le acompañan donde vaya y le dan, según el momento, alegría o tristeza.

                     Se deshacían en su boca los suaves y deliciosos chipirones mientras un camarero se dispuso a traerle a la mesa un vino de Rueda, de los mejores, obsequio para el anciano más fiel del local desde hace varias décadas. Admirado, se puso en pie y le dio las gracias pero, le pidió al jefe de cocina, un gran amigo suyo que viniera a compartirlo con él y disfrutar de esa botella que aguardaba impacientemente a ser bebida y saboreada con su delicioso olor y sabor en su mesa. Él accedió encantado, dejó sin pensárselo ni un minuto su trabajo y se sentó con Andrés; bebieron dos copitas y brindaron por aquel momento de encuentro entre compañeros sonriendo sin cesar y esperando el próximo brindis.

                      El encanto de la cocina madrileña quedó reflejado en aquella  conversación que los dos tuvieron sin darse cuenta a lo largo de una hora más o menos. La magia de cada plato, de cada historia y de cada recuerdo quedó plasmada en esas palabras vivas y reales que se transmitieron ambos en aquel comedor de ese viejo lugar donde, hasta los huevos hablan y el vino acompaña, en donde las leyendas de antaño recuerdan músicas milenarias y hechos pasados, tremendamente históricos, revividos y rememorados por estos dos hombres.

                        Vino y tertulia acompañan a la buena mesa en España, en cualquier lugar de nuestro legendario y grandioso país, donde la historia y más exactamente en la capital, en Madrid, sobresale en esa cocina de los Austrias, en la del Siglo de Oro, en la de los primeros Borbones, en la de las fondas y cafés del momento. Realmente es un gran esplendor el que se vive en Madrid; cualquier lugar donde se coma que según nuestro personaje, Andrés, siempre espléndidamente,  en la Villa y Corte, es un lugar de encuentro y magia donde hombres famosos como Lucio Blázquez, fundador de Casa Lucio, logró en épocas pasadas, ser un pionero en la cocina española a través de su trabajo, alegría y esfuerzo y dieron la fama obligada a los lugares del céntrico Madrid