Fernando Ariza. Ciudad Dormida. Ediciones del Serbal: Barcelona, 2014.
Nos encontramos con la primera novela de Fernando Ariza, titulada Ciudad dormida, que acaba de publicar el sello barcelonés Ediciones del Serbal dentro de su colección El Biblionauta. Se trata de un libro a medio camino entre la novela negra y la fantasía, la neopicaresca y la ciencia ficción. Podemos considerarlo como un homenaje y a la vez una vuelta de tuerca a los géneros clásicos para obtener un resultado original e impactante. Esta novela, que puede incluirse dentro de nuevos géneros como «negro fantástico» o «urbano fantástico», toma referentes muy poco comunes en la literatura española actual como son los cómics para adultos y el cine negro. Las referencias a los grandes clásicos, las referencias metaliterarias y los constantes guiños al lector, provocan una novela con numerosos niveles de lectura que pueden interesar al público más variado.
Hay dos elementos que nos han llamado la atención de la escritura de Ariza, en primera lugar es su capacidad de enhebrar múltiples historias bajo un único hilo conductor. A pesar de la múltiple perspectiva con que comienza el libro, las peripecias de los cinco personajes principales van alternándose para completar un retablo donde es la ciudad su principal protagonista. Relacionado con esto, localizamos el segundo logro de esta novela y es la capacidad para crear seres humanos consistentes y a la vez arquetípicos. Tenemos así al anciano, al mendigo, al niño, a la madre o al juglar que tienen su propia personalidad pero podrían haber salido perfectamente de los arcanos mayores de las cartas del tarot.
El resultado es una historia donde el suspense es constante, donde la intriga mantiene al lector en vilo mientras observa las aventuras de unos personajes originales y extraños pero a la vez muy cercanos al lector. Ciudad Dormida es un libro francamente recomendable por la calidad de su escritura y por la originalidad de su argumento. Pensamos que en los últimos años la literatura escrita en España carece de la fuerza imaginativa que derrocha entre los autores hispanoamericanos y este libro de Ariza puede servir de ejemplo del modo en el que se puede cambiar esa inercia.
El autor, Fernando Ariza, estudió filología en la Universidad Complutense y se doctoró en literatura española en la misma universidad. En la actualidad trabaja como profesor universitario de literatura. Por su labor investigadora tiene cuatro libros publicados y numerosos artículos sobre narrativa española contemporánea. Se inició en el mundo de la ficción con dos biografías noveladas de Bécquer y Valle-Inclán. También ha sido crítico literario en varios medios. Sin embargo, Ciudad Dormida es su primera novela de ficción pura y esperamos que continúe por este camino que con tanto éxito a comenzado.
Laura Pastor
revista La Alcazaba 60
LA PRINCESA POLIXENA Y LA DEVOCIÓN HISTÓRICA AL SANTO NIÑO, por María Lara Martínez, Profesora de Historia Moderna y Antropología de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA
LA PRINCESA POLIXENA Y LA DEVOCIÓN HISTÓRICA AL SANTO NIÑO
María Lara Martínez
Cuando viajamos por Europa y, aún más, por otros continentes distintos a nuestro epicentro, estamos habituados a ver en los templos la extendida devoción al Santo Niño, venerado bajo la advocación de Praga, de Cebú, de Atocha, etc., con el globo terráqueo en la mano izquierda y la bendición solemne en la diestra. Sin embargo, con esta mentalidad de la importación que impregna buena parte de la cultura española tendemos a imaginar que a nuestra calle llegó esta advocación de allende los mares y, a menudo, surge la sorpresa, al descubrir que el sentido de la flecha es el contrario y que la tradición partió a Centroeuropa desde nuestra misma vereda.
Tras la conquista de Granada en 1492, un elevado número de mudéjares se quedaron cultivando las tierras del señorío de Alarcón, reconquistado en tiempos de Alfonso VIII, la noche de San Andrés de 1184. En el último tercio del siglo XVI, de la guerra de las Alpujarras llegarían a Valverde de Júcar (Cuenca) 88 moriscos y, en tal coyuntura, fue adquiriendo arraigo la declamación de los Dichos, 254 estrofas que cada 8 de enero reúnen en torno al Santo Niño a las Compañías de Moros y Cristianos en una fiesta etnográfica de enorme altura. Los cristianos viejos verían en la conversión del musulmán el triunfo de su fe en el Hijo de María, los conversos se adherirían como devotos al Santo Niño que les traía el recuerdo de sus zambras agarenas y, en este contexto, es en el que nos encontramos con el Niño Jesús de Praga.
Se cree que la imagen pasaba de padres a hijos varones en la familia de los Condes de Treviño y Duques de Nájera (Manrique de Lara) que eran embajadores perpetuos de la monarquía hispana en Praga, aunque también se apunta que la emperatriz Isabel de Portugal podía llevarla en su equipaje cuando contrajo matrimonio con Carlos V y luego decidiría regalarla a su camarera María Maximiliana Manrique de Lara. Ésta había contraído matrimonio católico en España con el noble checo Wratislao Perstyn, barón libre de Perstyn, adicto servidor del emperador.
De este matrimonio nació Polixena de Perstyn y Manrique de Lara, que se casó primero con Guillermo Ursino de Rosemberg, barón de Krumlau y soberano burgrave de Bohemia, y en segundas nupcias con el príncipe Zdenek de Lobkovic, gran canciller del reino de Bohemia. Como regalo de la primera boda, María donó a su hija el Niño Jesús modelado en cera que tanto le ayudaría en su futuro político-religioso. Polixena poseía un talento poco común y una belleza fascinadora. Su segundo esposo, con el que se desposó en 1603, vivió embelesado por la grandeza española, mas fue ella la que ganó con sus dotes de estadista, junto al conde de Oñate la batalla de Montaña Blanca para la causa de Madrid. La princesa fomentó la vuelta al catolicismo de Moravia y su esposo influyó para que el emperador Matías fuera sucedido por el archiduque Fernando en 1617, convirtiéndose ambos en el instrumento del emperador para acabar con el luteranismo en sus estados.
La familia Perstyn guardaba una estrecha amistad con los pintores de cámara de la época, como Juan Pantoja de la Cruz, Alonso Sánchez Coello y la hija de este último, Isabel, también artista. Los salones de Polixena eran el centro de la vida cultural de Bohemia. Cuando en 1642 falleció, los romances la lloraron por las magnas obras de caridad efectuadas en Praga. Se apunta incluso que Shakespeare se inspiró en ella para la Dark Lady, la Dama Oscura que aparece recurrentemente en sus sonetos. Pudo conocerla en alguna de sus estancias como espía de Isabel I Tudor, la Reina Virgen, en Praga. El apelativo era dado a Polixena, al igual que a sus damas de compañía, debido a que la sangre española le proporcionaba una tez más morena.
A pesar de que Vratislav y María tuvieron 21 hijos, la familia acabó extinguiéndose en 1648, al morir Frebonia Eusebia de Perstyn, fundadora de una de las primeras escuelas de los escolapios en Bohemia, concretamente en la localidad de Litomysl.
Los religiosos de la orden carmelita habían sido particularmente favorecidos por la asistencia de Polixena y, cuando en 1628 estalló la guerra en Praga y el monasterio fue reducido al extremo de la pobreza, Polixena se había presentado a la puerta del cenobio con su estatua:
“Aquí les traigo el objeto de mi mayor aprecio en este mundo. Honrad y respetad al Niño Jesús y nunca os faltará lo necesario”.
La iglesia de Santa María de la Victoria había sido mandada construir por Fernando II en memoria de los sucesos de Montaña Blanca de 1620, en plena Guerra de los Treinta Años. La hermosa estatua fue colocada en el oratorio del convento con la túnica y el manto arreglados por la princesa. Muy pronto sus palabras resultaron proféticas. Mientras los religiosos mantuvieron la devoción al Divino Infante, gozaron de la prosperidad, pero en 1631 el ejército de Sajonia entró en Praga y los frailes se trasladaron a Munich sin llevarse la imagen, que terminó arrojada a los escombros por los invasores.
En el año 1635 regresaron los carmelitas a su convento, pero las condiciones de vida eran muy malas. Fue entonces cuando el Padre Cirilo quiso restaurar la devoción. Él había recibido anteriormente gran ayuda espiritual del Santo Niño. Con mucha diligencia comenzó a buscar la estatua milagrosa y, finalmente, la encontró entre los escombros, detrás del altar. Extasiado de alegría, el Padre Cirilo volvió a colocar al Santo Niño en el oratorio. Pronto se levantó el sitio impuesto por los enemigos y todos gozaron felizmente de la paz, pero un día, mientras que el Padre Cirilo rezaba devotamente ante la imagen, oyó una voz que le decía:
“Ten piedad de mí y yo tendré piedad de vosotros. Devolvedme mis manos y yo os daré la paz. Cuánto mas me honren, tanto mas os bendeciré”
.
Asombrado de oír estas palabras, examinó la estatua minuciosamente. Retirando el manto que cubría al Divino Niño, descubrió que ambas manos estaban quebradas. El Superior se negó a restaurarlas alegando la extrema pobreza en que aún vivía el convento. En estas circunstancias, el Padre Cirilo fue llamado a auxiliar un moribundo llamado Benito Maskoning y recibió de él 100 florines. Los llevó al superior con la esperanza de que se usaran para reparar la estatua, pero éste juzgó que sería mejor comprar otra. El mismo día que se colocó la nueva imagen, un candelabro de la pared se desprendió y la redujo a pedazos. Por esas fechas, el Superior cayó enfermo y no pudo terminar su mandato.
Se procedió a elegir un nuevo abad, el Padre Cirilo le suplicó que ordenara reparar la estatua pero no consiguió nada. Un día mientras oraba a la Virgen lo llamaron a la iglesia, donde una señora le entregó una cuantiosa limosna antes de desaparecer. Lleno de gozo, el Padre Cirilo entregó el dinero al superior pero éste lo utilizó para otro fin.
Vinieron nuevas calamidades y la pobreza se cebó con el convento. Ante estas penurias todos acudieron al Niño. Consciente de su error, el superior se humilló y prometió celebrar 10 misas ante la estatua y propagar su culto. La situación mejoró notablemente, pero no se arreglaba la imagen. Un día el Padre Cirilo escuchó que el Niño le expresaba:
“Colócame a la entrada de la sacristía, y encontrarás quien se compadezca de mí”.
Se presentó un desconocido, el cual, notando que el hermoso Infante no tenía manos, se ofreció espontáneamente a repararlas. Poco después este personaje ganó un juicio en el que recuperó una fortuna y los devotos recibieron innumerables beneficios. Los carmelitas decidieron edificarle una capilla pública, teniendo en cuenta que el emplazamiento donde debían levantarla había sido ya indicado por la Virgen al Padre Cirilo, pero no había dinero y los conflictos con los calvinistas desaconsejaban la edificación de nuevas iglesias católicas.
Finalmente, en 1642, la princesa Lobkovitz financió un santuario que se inauguró dos años después, el día de la fiesta del Santo Nombre de Jesús. Acudían fieles de todas partes y de toda condición. En 1655, el Conde Martinitz, Gran Marqués de Bohemia, regaló una preciosa corona de oro esmaltada con perlas y diamantes y el reverendo José de Corte se la colocó al Niño Jesús en una solemne ceremonia de coronación. Al Divino Niño lo llamaban el “Pequeño Grande” y su reputación milagrosa se difundió por todas las naciones, especialmente entre la familia carmelita
No es arriesgado decir que desde Valverde de Júcar el Santo Niño llegó al mundo. En todas las cosas de la vida existe un principio y, en este caso, el origen está en tierras conquenses. El linaje Lara entroncó con el de Ruiz de Alarcón a finales del XVI y, en vez de regreso, hubo expansión, porque la devoción cruzó fronteras y todavía hoy, cuando el suelo tiembla por las descargas de pólvora, el Infante sonríe con su bicornio de cristiano o su turbante de moro en esta especial Epifanía, un cumpleaños que inunda de puñados generosos las hoces del Júcar desde el alba hasta la media luna.
revista la Alcazaba 60
ORIGEN CARNAVAL DE CÁDIZ
El origen del Carnaval se puede remontar a las bacanales: fiestas en honor del dios Baco, las saturnales: en honor del dios Saturno y las lupercales: en honor del dios Pan, celebraciones en la antigua Grecia y en la Roma clásica.Julio Caro Baroja, uno de los más clásicos estudiosos del Carnaval, lo define como «un hijo del cristianismo». Todos sabemos que el Carnaval se celebra previamente a la Cuaresma, es el fin de semana anterior al Miércoles de Ceniza. Y es una consecuencia de la concepción simple del tiempo que adoptael cristianismo. Una concepción ajustada a los ciclos vitales y de las cosechas.
Teatro Falla: cumbre del carnaval de Cádiz
El Carnaval Gaditano toma peculiaridades del italiano, debido a la influencia fundamentalmente genovesa que nuestra ciudad conoció, pues desde el siglo XV, tras el desplazamiento hacia el Mediterráneo de los turcos, los comerciantes italianos se trasladan a Occidente, encontrando en Cádiz un lugar de asentamiento perfectamente comunicado con los objetivos comerciales que los genoveses buscaban: el norte y el centro de África.
Los antifaces, las caretas, las jeringas de agua, los caramelos arrojadizos (confeti – papelillos), son otros tantos elementos que asimilamos del Carnaval italiano. Al igual que los bailes de Carnaval, como eje central de las fiestas, siendo el acto social más importante de las celebraciones, sobre todo en el siglo XVIII.
El disfraz invierte el orden de las cosas, comiendo, bebiendo, ironizando y satirizando a la sociedad y a la autoridad. En definitiva, da rienda suelta a la fantasía y a la libertad.El Ayuntamiento no reconocía el Carnaval como una fiesta propia hasta que en el año 1861 el alcalde Don Juan Valverde propone que sea el Cabildo el encargado de la organización del Carnaval, para lo que se solicita que en el presupuesto de 1862 se previeran los gastos del Carnaval. Podemos decir que es cuando se comienza a tener un Carnaval «reglamentado».
El controlar y reglamentar tuvo consecuencias beneficiosas: Programación de actos, de bailes, de fuegos de artificios, música, comparsas, etc.La Comparsa: Con un origen posiblemente espontáneo -un grupo de amigos se reunía para cantar- la Comparsa se va perfeccionando en tanto que de forma paulatina se va uniformando, preparando un repertorio y ensayándolo. Estas Agrupaciones de conjuntos músico vocales que cantan repertorios propios y de marcado carácter gaditano se irán convirtiendo paulatinamente en uno de los ejes del Carnaval de Cádiz, sin olvidar los bailes de máscaras y -sobre todo- la calle como elementodinamizador de la participación popular.
Las Agrupaciones carnavalescas se desarrollan integrando en sus coplas todos los elementos que hoy perduran: chascarrillo, crítica política, satírica social, etc.En 1884 el alcalde Eduardo J. Genovés ordena una mayor vigilancia en las calles e impone que todas las Comparsas y Estudiantinas que quieran recorrer la población deberían de proveerse de la correspondiente licencia municipal. Incluso se establecerá la censura previa: cada agrupación debía presentar una instancia dirigida al alcalde indicando nombre, apellidos y direcciones de los componentes, haciéndose responsable el director de la agrupación y un representante. Junto a la instancia se presentaban dos copias de los repertorios que se pensaban cantar por las calles y que en ningún caso deberían atentar contra la moral pública. Revisadas las letras, el Ayuntamiento guardaba una copia y devolvía la otra con su sello, dando el visto bueno al repertorio. La copia sellada debía llevarla el director de la Agrupación y exhibirla ante cualquier autoridad que la requiriese. Pese a tan reglamentada burocracia, raro era el año que alguna agrupación no terminaba en la prevención del Piojito.La formación de una Comparsa se realizaba de forma espontánea entre un grupo de amigos o de compañeros de trabajo. Antonio Rodríguez «El Tío de la Tiza» sacó los mejores grupos de su época con sus compañeros de la Sociedad Cooperativa de Alumbrado.
En el año 1937, por decreto, el Jefe del Estado, General Franco, abolió el Carnaval, desapareciendo en casi todas las poblaciones españolas. Sin embargo, en Cádiz permaneció latente en el sentir del pueblo. Y en las tiendas de vinos y en los colmados gaditanos de la posguerra no faltaban en el mes de febrero grupos de nostálgicos que se reunían para rememorar y cantar viejas coplas carnavalescas.En 1948, el gobernador civil Rodríguez de Valcárcel autorizó a que cantara el Coro «La Piñata Gaditana» y a partir de ahí los Coros y Chirigotas salen a la calle con la autorización del Gobernador, fuertemente censurados por la Delegación de Educación Popular y el control callejero del Alcalde. Se insiste en que no puede aparecer por ninguna parte la palabra «Carnaval».
Así surgen en el año 1950 las Fiestas Típicas Gaditanas, un Carnaval domesticado, descafeinado, pero que en honor a la verdad permitió que la tradición carnavalesca permaneciera en las nuevas generaciones gaditanas. Y por fin en el año 1977 se produce la recuperación del Carnaval con su nombre tradicional y a sus fechas de siempre, en el mes de febrero.Lo más genuino y representativo del Carnaval de Cádiz son sus Agrupaciones, que han resistido a todos los avatares de los tiempos y que en la actualidad -en sus distintas modalidades de Coros, Comparsas, Chirigotas y Cuartetos- en Junior (antiguamente se dividían en Infantiles y Juveniles) y Adultos, tienen la opción de acudir al Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas (COAC), si así lo desean.
El Carnaval de Cádiz, -entonces Fiestas Típicas Gaditanas- fue denominado FIESTA DE INTERÉS TURÍSTICO el 18 de mayo de 1.965. Con fecha de 29 de febrero de 1.980, la Comisión Municipal Permanente conoció públicamente en el Boletín Oficial del Estado de fecha 16 de febrero, resolución de la Secretaría de Estado de Turismo a las Fiestas del Carnaval de Cádiz, entre las de categoría de «Interés Turístico Internacional
Por último para que vosotros, lectores, podáis ver y contemplar una chririgota, seguir este enlace:
Prométeme (Pasodoble de Los hombres de Goma, 2007 – Kike Remolino)
Promete que no vas a llorar
mamá que te voy a dar un disgustillo.
Te llamo desde aquí del hospital
Tranquila, que estoy fuera de peligro.
Sabes bien que cuando salgo
en el coche vamos cuatro,
nos turnamos y el que lo lleve
en esa noche no bebe.
Pero mamá el mundo esta loco
todos no son como nosotros.
Esta noche omá le tocaba a Juan
y no le dio tiempo ni de reaccionar
no lo vio venir al borracho aquél
con su puto coche entrar en nuestro carril.
Le han quitao el carnet, lo vi sonreír
mientras le ponían solo un collarín
en cambio Juan está muy grave
Mamá tengo mucho miedo
Llama tú a su madre
Porque yo no puedo, porque yo no puedo
EL «HUAPANGO» DE MONCAYO, por Isidoro A. Gómez Montenegro, escritor y poeta
El “Huapango” de Moncayo
Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.
La música es la voluptuosidad
de la imaginación.
Delacroix
José Pablo Moncayo murió en la ciudad de México el 16 de Junio de 1958, fue sepultado en el Panteón Español.
Pianista, percusionista, maestro de música, compositor y director de orquestamexicano. Su capacidad para interpretar partituras a primera vista en piano lo llevo a ser admitido en el curso de composición en el Conservatorio Nacional.
El Huapango de Moncayo, su mayor aporte a la música mexicana, su trayectoria como director fue importante, duró menos de diez años (1944 – 1954). Fue Director de orquesta, su prominente carrera fue obstaculizada por el ambiente cultural complicado, las situaciones políticas adversas y su muerte prematura. Su obra no ha tenido la investigación académica debida. De acuerdo con Torres Chibrás, la carrera de Moncayo como director no ha sido estudiada a fondo, ni por investigadores nacionales, ni extranjeros.[]
José Antonio Alcaraz, musicólogo, reconocido crítico mexicano asegura: “El nacionalismo mexicano comprende un período cuyos límites cronológicos pueden, para efectos de estudio, ser trazados con precisión de 1928: el año de la fundación de la Orquesta Sinfónica de México, terminando tres décadas después, en 1958, con la muerte de José Pablo Moncayo García. Su muerte concuerda con el declive del movimiento nacionalista mexicano; resultado de la caída de los ideales de la Revolución mexicana.
Yolanda Moreno Rivas concluye: “La muerte de Moncayo en 1958 marcó el fin de la escuela de composición nacionalista. De la misma manera en que su obra sin seguidores sobrepasó y abolió el inocente uso del tema mexicanista, su muerte terminó con la preponderancia de un estilo de composición, cuya huella marcó la creación musical en México por más de tres décadas; a principio de los 60’s fue posible hablar del abandono definitivo del gran Fresco mexicano, del olvido del tono épico y de la búsqueda de nuevos factores estructurales en la composición”. La obra más famosa de Moncayo es su colorida pieza para orquesta, Huapango, su producción también incluye piezas menos conocidas, pero de alta calidad. Dentro de ellas se pueden considerar Amatzinac, para flauta y cuarteto de cuerdas (1935); su Sinfonía (1944); Sinfonietta (1945); Homenaje a Cervantes para dos oboes y orquesta de cuerdas (1947); su ópera La Mulata de Córdoba (1948) obra representativa en la cual las voces están manejadas con gran seguridad y corrección; Tierra de Temporal (1949); Muros Verdes para piano (1951); Bosques (1954) y el ballet Tierra (1958).
José Pablo Moncayo García, nació el 29 de junio de 1912, en Guadalajara, Jalisco. El Huapango de Moncayo está formado por sones veracruzanos: Siqui sirí, Balajú y Gavilancito, no es un solo tema sino un popurrí, que su autor llamó Huapango en homenaje geográfico del lugar en donde recogió el material.
Fue hijo de Francisco Moncayo Casillas y Juana García López. Sus primeros estudios musicales los realizó bajo la tutela del maestro Hernández Moncada. Posteriormente ingresó al Conservatorio Nacional de Música donde estudio composición con los maestros Candelario Huizar y Carlos Chávez. Para sostener sus estudios y ayudar al gasto familiar trabajó como pianista en cafés y estaciones de radio hasta que en 1931 se le presentó la oportunidad de trabajar como pianista y percusionista en la Orquesta Sinfónica de México que dirigía Carlos Chávez.
Contrajo matrimonio con Clara Elena Rodríguez del Campo con la cual procreó dos hijas: Claudia y Clara Elena. Continua con su sendero musical, Moncayo, en 1935 el conjunto de cámara llamado Grupo de los Cuatros, al lado de Daniel Ayala, Salvador Contreras y Blas Galindo, los Cuatro tenían la intención de dar a conocer sus obras en conciertos que organizaban periódicamente. La primera presentación del grupo se llevó a cabo el 25 de noviembre de 1935 en el Teatro Orientación de la Secretaria de Educación Pública. En 1942 fue becado por el Instituto Berkshire para estudiar con Aoron Copland. Durante su estancia en el Instituto escribió su obra «Llano Grande». Dos años más tarde con la «Sinfonía No.1», ganó el concurso convocado por la Orquesta Sinfónica de México. En 1949 obtuvo el «Premio Chopin» con la Sinfonía «Tierra de Temporal», obras con un marcado arraigo a la naturaleza. Se dedicó a la docencia impartiendo cátedras de armonía, composición, dirección de coros y dirección de orquesta en el Conservatorio Nacional.
En 1944 se inició como director de orquestas, un año más tarde obtuvo la subdirección de la Orquesta Sinfónica de México de la cual fue director de 1946 a 1947. De 1949 a 1954 dirigió la Orquesta Sinfónica del Conservatorio, y de 1955 hasta su deceso. Familiarizado con las tendencias musicales de vanguardia, desarrolló un estilo musical que, partiendo de un lenguaje caracterizado por el acento en la mexicanidad, evoluciona hacía un estilo libre, personal y subjetivo. Destaca su facilidad para componer y desenvolver su capacidad creativa en géneros musicales tan dispares como Ballets, Música de Cámara, Ópera y piezas Sinfónicas.
Revista 59
ACERCAMIENTO AL CUENTO LITERARIO O NARRATIVA BREVE EN ESPAÑA, por Nicolás del Hierro, escritor y poeta
Acercamiento al cuento literario o narrativa breve en España
Nicolás del Hierro
Hace aproximadamente cincuenta y cinco años, concretamente en el 1959, uno de los más destacados escritores de narrativa breve que diera nuestro tiempo, y principalmente nuestra tierra manchega, Francisco García Pavón, publicaba un artículo donde afirmaba que “pocas veces a lo largo de nuestra historia literaria ha existido un género tan primoroso y pluralmente cultivado, a la vez que tan brutalmente despreciado como el cuento español de esta hora”.
García Pavón aseveraba tal alegato mientras se ejercía el quehacer de la mejor generación o grupo que haya cultivado nunca su trabajo dentro de la narrativa breve en España. Podíamos hablar de que estaban en plena efervescencia los Aldecoa, el propio García Pavón, los Sueiro, los Prieto, Perailes, Medardo Fraile, los Ferrer Vidal, Martínez Mena o Rodrigo Rubio, por citar algunos. Y si entonces, con estos y otros que omitimos, en aquella hora de centelleo, era el cuento “brutalmente despreciado”, ¿qué podemos pensar en momentos actuales cuando sigue recibiendo hostilidades casi idénticas?
Hemos leído en algún tratado que el origen del cuento surge aun antes que el de la propia novela. Si ello es así, y teóricamente estoy en tal razonamiento, quizá fuera por la necesidad expresiva que el humano tenía de hacerse entender, incluso de difundir el ya culto o social entretenimiento. De ahí la brevedad y el esparcimiento que alcanzaría en su modo oral. Pero, incluso cuando tales estudiosos y otros similares investigadores de la narrativa breve hayan afirmado que desciende de la novela, lo que sin duda resulta cierto es que está mucho más cerca de la expresión y la síntesis poética que de ningún otro género literario. Si analizamos su vocabulario, el ejercicio gramatical, la captación del tema y la formación sintáctica que promueven los esquemas, poco o nada desmentirían nuestro punto de vista. Cierto que la palabra surge cada cual por un sendero diferente, pero el conjunto ambiental de uno y otra no distan demasiado.
Partiendo de que el estilo –si lo hay personificado- se origina en cada escritor, es natural que aquí, como cualquier ejemplo que busquemos en un colectivo, podamos encontrar diversos modos de abordarlo a lo largo de su historia.
Ateniéndonos principalmente a nuestro idioma castellano, podríamos citar como niveles superiores y de origen, al Infante don Juan Manuel (Escalona, 1282-1347). Aunque soldado y dominador de las armas de guerra, su cuna, educación y afinidad, le posibilitaron ser docto en letras clásicas, principalmente en las obras de escritores orientales y sarracenos. Su ejemplo principal es el “Libro de Patronio o El conde Lucanor” (1328-1334), conocido también como “El libro de los exemplos”. Son unos cincuenta cuentos o apólogos que ofrece Patronio al conde Lucanor para responder a sus preguntas como preceptor del mismo. Parten de una inspiración árabe, desde la popularidad de aquel tiempo, y son el más firme ejemplo de nuestra primera narrativa breve, adelantándose incluso fuera de nuestras fronteras (13 años) al “Decamerón” de Boccaccio, y fue en Castilla lo que las “Mil y una noches” en el mundo oriental.
Quizá tendríamos que diferenciar entre uno y otros la diversidad de intenciones y planteamientos temáticos, incluso cómo los dos primeros volúmenes parten de la concepción personal, aun cuando se apoyen en situaciones y ambientes colectivos, en tanto que las “Mil y una noches” lo integra una compilación de orientalismo popular que emerge de tradiciones persas, indias y, sobre todo, árabes.
El siglo XIX, ya dando entrada al XX en algunos de sus casos, le daría también a España una dignísima representación de escritores en la narrativa breve; tanto que, aun siendo todos ellos grandes novelistas, harían del cuento numerosos ejemplos que ya son imperecederos. Bastaría citar, entre otros nombres y títulos, a Leopoldo Alas “Clarín” (1833-1891), con “Adiós, Cordera”; Pedro Antonio de Alarcón (1852-1921), en su narración “El clavo”; a Juan Valera (1824-1815), acercándose a Voltaire con sus cuentos filosóficos, tales como “Parsonde” o “La buena fama”, y a doña Emilia Pardo Bazán, con su libro “Cuentos de Marineda”.
Tanto en la relación de principio, aquella que desde mediados el siglo XX llegaría en algunos ejemplos a la actualidad, como ésta de final, larga resultaría la nómina y cuantiosos los títulos a poder reseñar; pero estamos considerando solo un acercamiento al cuento literario español para un posible estudio posterior más amplio o lanzando una idea que alguien, con más tiempo y posibilidades, pudiera aprovechar en investigación y estudio. Tres son mis espacios inscritos, tres lapsos concretos, pero varios más palpitan y encontrarse pueden. Nóminas de jóvenes hay ahora mismo ejerciendo, que a otros mimetizados García Pavón pudieran hacer escribir la referencia de abandono en que se encuentra el cuento o relato breve en España. Como en otras manifestaciones de la literatura y del arte, no estaría de más investigar un poco el porqué de sus desamparos.
revista 59
ANA VILLAFRANCA O ANA FRANCA Y MIGUEL DE CERVANTES, PADRES DE ISABEL DE SAAVEDRA, por Antonio Castillo-Ojugas. Académico Correspondiente Real Academia Nacional de Medicina.
ANA VILLAFRANCA O ANA FRANCA Y MIGUEL DE CERVANTES, PADRES DE ISABEL DE SAAVEDRA
Prof. Dr. Antonio Castillo-Ojugas, Presidente de Honor de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas.
Dejemos correr la venturosa vida de Miguel de Cervantes y la retomamos en octubre de 1580 cuando llega a Denia redimido de Argel por el Trinitario Fray Juan Gil. El día 27 ya está en Madrid y se aposenta en casa de su hermana Leonor en la calle de la Magdalena. Su otra hermana, Magdalena vivía en calle Leganitos son su madre doña Leonor Cortina pero trabajaban juntas en la pudiéramos llamar “sastreria” donde hacían las camisas mas primorosas de toda la Corte con los encajes, bandas y puñetas mas elegantes para los caballeros principales del Reino.
Miguel es escritor y quiere hacerse valer. En ese Barrio Madrileño hay dos puntos de encuentro para los literatos Uno son las Gradas de San Felipe, a la entrada de la Calle Mayor y otro, el más popular , el “Mentidero de Representantes” o “Lonja de mercaderes” en calle León , junto a la del Prado, donde se reunían escritores, artistas, cantantes, bailarinas, gente de teatro, siempre con la esperanza de encontrar un papel o representación teatral. En las proximidades había tabernas en las que el vino, el buen humor y el deseo de felicidad lograban veladas inolvidables muchas veces ilustradas por las atractivas mujeres de la “mancebía” de calle de Francos. Allí bullía una preciosa chiquilla de poco más de quince años, graciosa, dicharachera y atractiva que quería ser artista. Se llamaba Ana Franca o si quieren , Ana Villafranca de Rojas.
Cervantes hizo amistad enseguida con la joven que ya tenía diez y siete años y acaba de casarse con un hombre de mas cuarenta años, asturiano, Alonso Rodríguez, conocido y vecino de la familia. Pero ¿quiénes eran los Villafranca o Franca, que vivían en Madrid?. Pues bien, en 1560 se casan en la Parroquia de San Ginés, Juan Villafranca y Luisa de Rojas, es en 1561 cuando Felipe II traslada la Corte española de Toledo a Madrid y en 1563 tienen su primera hija, Ana, nacida en la calle de Tabernillas, que desemboca en la Plaza de la Cebada y luego viven en calle Toledo. Tiene más hijos y quedan Luisa (1571), Juan (1575) que se hace Monje Mercedario e Isabel, de escasa vida (1580-1582)
Pero, ¿en qué trabajaba, qué oficio tenía Juan de Villafranca? Pues era “suplicacionero”, palabra que está en el Diccionario de la Real Academia, como artesanal o vendedor de suplicaciones o barquillos. Eran las suplicaciones, obleas ligeramente unidas como formando un librito y sujetas por una más gruesa, como una barca. Las obleas más tostadas y enrolladas eran los barquillos. Era un oficio de poco provecho y mas tarde, en 1586 los prohibieron comerciarlos en las calles. Por eso la calle Toledo era un buen punto, ya que era el camino de entrada a Madrid de Andalucía y los pueblos de alrededor. Además, vecina era la Mancebía de la Arganzuela, con festejos y algarabía popular
Cuando Ana tuvo doce años la pusieron a servir en casa de unos familiares, Martín de Múgica, Alguacil de Casa y Corte y Damiana de Alfaro. Al morir la señora en 1580, despiden a Ana dejándola por su buen comportamiento, cien ducados. Con ese dinero, la casan con Alonso Rodríguez, trabajador en varias materias como ser tratante de ganados en el vecino Rastro, arriero y transportista de vinos dela región que llevaba a amigos con tabernas y por todo ello, pasaba mucho tiempo fuera de casa hasta que en 1582 pone una taberna en la calle Tudescos donde se reúnen amistades de Ana, literatos y artistas en un ambiente muy distraído y jocoso
Miguel de Cervantes busca amistades y protección para lo cual se va a Portugal en marzo de 1581 pues su amigo de la Escuela de López de Hoyos era Mateo Vázquez, secretario de Felipe II que el año anterior se hizo Rey de Portugal. Era hijo de Infanta, la Emperatriz doña Isabel y tío del Rey don Sebastián, muerto en Alcazalquivir. Fácil logro pues llevaba detrás al Duque de Alba y diez mil soldados, y por delante, la flota que mandaba el Marqués de Santa Cruz. Mucho mas grave fue el viaje. Declarándose una gran epidemia en Badajoz, enfermando el Rey y falleciendo su cuarta esposa y Sobrina doña Ana de Austria
Mateo Vázquez encargó a Cervantes una absurda expedición. Iría a Orán, luego recorrería el norte de Africa para valorar la potencia del Rey de Marruecos y visitar las plazas de soberanía portuguesa, por ejemplo, Ceuta. Cervantes hizo un detallado informe y regresó a España en mayo de 1582 viviendo en Madrid, detrás de la Iglesia de San Nicolás, junto a la Plaza de Antón Martín. Va enseguida a la taberna de Ana en la calle de Tudescos. El establecimiento está siempre muy animado y don Miguel acude con frecuencia y llena de versos y frases amables a la tabernera, amistad que se ve afianzando y cada vez mas íntima debido además a la ausencia del marido por sus frecuentes viajes.
Como la mayoría de las tabernas de la época, tenía un despacho de bebidas donde servían vinos a la parroquia y a los clientes que por allí estaban de pie, mas al fondo una pequeña sala con varias mesas, un sótano donde almacenaban el material y a veces, al fondo, un pequeño cuarto. Era allí donde Ana y Miguel celebraban sus encuentros amorosos. El escritor Luengo en su obra “Catalina de Esquivias” refiere que Cervantes se reunió con su librero Blas de Robles en la taberna , ya en tratos para editar La Galatea y que entre trago y trago le pagó miltrescientos treinta y seis reales y así entre copa y copa llegó a estar en estado catastrófico. La tabernera,
su querida amiga Ana, no le permitió salir a la calle y llevándole a un cuarto trastero, le cubrió con mantas y poco a poco, con mil abrazos y zalemas, alcanzaron la gloria terrenal que después, con frecuencia repetirían de modo que ella quedó embarazada y el 9 de abril de 1584 fue bautizada una niña d nombre Isabel en la Parroquia de Santiuste (San Justo y Pastor, hoy Iglesia de san Miguel, en calle Sacramento) por haber nacido en la calle Toledo, hija de Ana Villafranca y Alonso Rodríguez. Poco después, ya con la taberna de Tudescos, fueron a vivir en la Red der San Luis y su parroquia fue la de San Martín. El matrimonio tuvo otra hija, Ana, en 1586, bautizada en la vecina iglesia de San Luis (quemada en 1931 por los amigos del órden y la cultura, cuya portada se conserva en la parte posterior de la iglesia del Carmen).
Temeroso estaba Cervantes ante las posibles violencias reacciones del tabernero si se enteraba de la sonada infidelidad de su esposa y en agosto de 1584 aprovechó la invitación de doña Luisa Montoya, viuda de don Esteban de Garibay, su gran amigo, marcha a Esquivias, pueblo toledano, no lejos de Illescas con el fin de ayudarle a preparar un voluminoso libro de versos que a su muerte quedó sin concluir. Cervantes tenía 37 años y doña Luisa le presentó a las personas mas conocidas del pueblo y pronto Miguel se enamoró, o mejor, al revés, la joven dd 19 años, Cataliza Salazar y Palacios correspondió a las buenas maneras, a los versos amatorios y en menos de tres meses, el cura del pueblo, tío de Catalina, les casó el 12 de diciembre de 1584, fijando allí su residencia.
¿Conocía la familia Salazar la paternidad de Cervantes? ¿Sabían algo de sus andanzas en Madrid? Nada sabemos en concreto. Tal vez parte del dinero que obtuvo por sus trabajos en Andalucía fuera enviado a Ana Franca para su hija Isabel.No lo aclara, pero lo sugiere, el Dr. Emilio Maganto que recientemente ha publicado un libro de 370 páginas sobre Isabel de Saavedra, lo más importante que se ha escrito sobre ella.
Después de dos años en Esquivias, encargan a Miguel ser Comisario de Abastos en 1586 y luego, recaudador de Impuestos en 1594. Dura labor. Enfrentamientos son los Ayuntamientos, Cabildos y Clero. Prisones y cárcel. Dineros que van a la Corona, a los intermediarios y pocos a él. Separación de la familia. No se sabe si doña Catalina estuvo con él si el manco fue a Esquivias en ese tiempo. Todo hasta fin de siglo en que en 1600 ya está con su mujer en Madrid.
Isabel de Sasavedra
Pero antes han ocurrido algunas cosas. En 1588 muere Alonso Rodriguez, enterrado en San Martín (Era la Caja de Ahorros de Madrid , bueno, no sé lo que es ahora). Siguió Ana Villafranca con la taberna hasta que murió diez años después y el 9 de agosto de 1599 el Alcalde de Casa y Corte y bajo procuradoría, entrega la niña Ana a su abuela Luisa de Rojas y a la quinceañera Isabel a Magdalena Cervantes. Es ahora cuando don Miguel recuerda a la muchacha, la reconoce como hija suya y le da el apellido de Saavedra..
Esta tutoría o adopción comprometía a Magdalena a dar durante dos años, coser, organizar y administrar una casa y abonarle, en concepto de salario, veinte ducados anuales. Naturalmente, la enseñó costura y confección de camisas como Magdalena hacía con su hermana Andrea y una hija de ésta, Costanza.
En 1601 ocurre un hecho clamoroso en la Historia de España. El Duque de Lerma, valido del Rey Felipe III, hace que la Corte deje Madrid y pase a Valladolid. Allí pasó la burocracia, la aristocracia y la realeza, pasando a ser una ciudad superpoblada mientras que Madrid quedó sin gente principal y sin actividades oficiales. Las “Cervantas” como así las llamaban, marcharon en 1602 a la reciente capital, instalándose en una casa, hoy restaurada, cerca del Hospital de Afuera, famoso por sus tratamientos de la sífilis con vapores de mercurio y plantas americanas. Vivían en el primer piso, izquierda, en el bajo una taberna y en el segundo izquierda, María Montoya, la que llevó a Cervantes a Esquivias. Este y su mujer, Catalina pasaron temporadas en Valladolid, pero en junio de 1605 solo acudió Miguel pues fue el año en que se imprimió El Quijote (por cierto, siete ediciones en ese año, dos en Madrid, tres en Lisboa y dos en Valencia).
Además de “Las Cervantas” fueron a Valladolid otras “mujeres que viven en sus casas admitiendo visitas de caballeros y otras personas, de día y de noche” y una multitud de busconas y de oficios viles. Además de trabajar en la confección de camisas, Andrea, Magdalena, Costanza e Isabel recibían frecuentes visitas de distinguidos caballeros y por ello, ocurrió un terrible hecho. Uno de los amigos que frecuentaba la casa fue apuñalado y llevado al piso vecino, murió el 21 de junio de 1605. Era don Gaspar de Ezpeleta, figurón de la Corte, amigo del Marqués de Falces, Jefe de la Guardia de Felipe III y persona conocida de la Justicia. Se le encontraron dos anillos que pertenecían a la mujer del Procurador de Valladolid. Dijeron que fueron robados. No es cierto, la dama se los entregó en forma amistosa y por ser vos quien sois se dijo que fueron sustraídos. Cervantes estuvo una noche en la cárcel e Isabel fue interrogada muy duramente durante todo un día.
Enseguida regresaron a Madrid e Isabel no volvió con Magdalena. Quedó viviendo en el barrio de San Luis. Isabel hizo lo que su madre. Ana Franca se enamoró de Miguel de Cervantes y tuvieron a la niña. Isabel conoció en Valladolid a un señor mayor e importante, don Juan de Urbina, Secretario de los Duques de Saboya, y a poco, quedó embarazada. Urbina la entregó una casa en la Red de San Luis, frente a la calle Jardines donde él vivía y la hizo casar con don Dieo Sanz del Aguila en agosto de1606, en la Iglesia de San Luis siendo padrino su padre don Miguel de Cervantes.
Nació la niña, llamada Isabel Sanz del Aguila Saavedra,
pero su supuesto padre falleció en febrero de 1608 quedando Isabel viuda y de nuevo Urbina le proporciona marido, don Luis Molina con una apreciable dote de diez mil ducados, que nunca pagarán y se casan el 6 de septiembre del mismo año 1608. Molina es un intrigante y comprometido personaje ya que dos añosa después, en 1610 muere la niña Isabel y Juan de Urbina reclama la devolución la casa de la calle Montera en la Red de san Luis. Pleitos y disgustos que continuarán con los herederos
Tampoco eran buenas las relaciones con Cervantes. No sabemos si Isabel estuvo en la casa de Calle Leon esquina a Francos donde murió don Miguel. Allí estaba su mujer Catalina Salazar y su sobrina Constanza que habitaba en calle Amor de Dios. Fueron sin embargo muchas mas atenciones de Molina a la familia de su mujer. Su tía doña Luisa Villafranca era viuda de un cirujano que marchó a Guatemala. Recibió una herencia de ocho mil quinientos reales que Molina invirtió en el banco de Fucar, al cinco por ciento y también consiguió dinero de un pretendiente de Constanza que marchó a Lima.
En 1631 el matrimonio sufrió una rara enfermedad que les obligó a estar en su casa muchos días, atendidos por el Dr. Tamayo e Isabel también acudió a una curandera, Maria Bautista que fue después interrogada por la Inquisición. La gravedad del caso hace que en diciembre de aquel año haga testamento Luis de Molina que fallece en enero del 32. Su mujer vivirá veinte años mas.
Isabel de Saavedra (que muchas veces anteponía Cervantes) vivía tranquilamente vendiendo y comprando joyas, siendo hábil prestamista y adquiriendo casas. Maganto cree que los distintos domicilios en que su nombre aparece, eran propiedad suya y cita la casa de Red de San Luis, otra en Juan de Alarcón, una junto a la Iglesia de San Basilio, la cuarta en Calle Barrionuevo, otra en calle la Espada y finalmente muere el 23 de enero de 1652 en la calle de la Sartén (Hoy Navas de Tolosa),
Fallece a los 68 años. Es enterrada en la iglesia de San Martín. Deja dinero para que digan doscientas misas. Allí están los cuerpos de su madre Ana Villafranca, de su supuesto padre Alonso Rodríguez y de doña Leonor Cortinas, la madre de Cervantes.
revista 59
LA CARRERA DEL NAVÍO GLORIOSO, por Luis Manuel Moll Juan
En 1747 reina Fernando VI, el segundo Borbón. España ya no es el imperio invencible de antaño, pero es todavía una gran potencia. Después de que el almirante inglés Vernon, sufriera la más desonrrosa derrota a las manos del almirante español Blas de Lezo en el asedio a Cartagena de Indias, o después de la poco conocida historia del almirante Juan José Navarro, que resistió los embates de los hijos de la Pérfida Albión en el cabo Sicié, conocida también como “la batalla de Tolón”, un navío español fabricado en la Habana y cuyo nombre es el de Glorioso, iba a protagonizar una travesía épica en los anales de la historia naval de España e incomparable en ninguna otra batalla naval.
Tres palos, dos puentes y 70 cañones, excelente diseño para las travesías atlánticas sin ser veloz. Su comandante, un cordobés veterano en campañas navales, caballero de la Orden de Malta, Don Pedro Mesía de la Cerda, a quien le fue comendada la misión de llevar unos cuatro millones de pesos duros en plata americana, a España, superando los bloqueos de la superpotencia británica.
Era el verano de 1747 y lo que aparentaba una navegación tranquila, al llegar cerca de la isla de Flores, en las Azores, lugar donde don Álvaro de Bazán había derrotado a una escuadra inglesa en 1590. Pero ahora la situación es distinta; ahora los españoles están en inferioridad. Y es precisamente aquí donde comienzan los problemas. Don Pedro avistó un convoy inglés escoltado por un navío de línea, el Warwick, artilleado con 60 cañones, la fragata Lark, de 44 cañones y un paquebote de 20 piezas de artillería, todos ellos bajo el mando del comodoro Crooksanks . El capitán español tiene órdenes muy estrictas: hay que llevar el tesoro a España a toda costa. Así que, raudo, ordena desplegar velas y salir zumbando. Pero los ingleses le han visto y salen en su búsqueda: el paquebote queda con el convoy y el navío Warwick y la fragata Lark salen tras esa presa, muy jugosa y aparentemente fácil.
La fragata, confiada, largó todo su aparejo para dar caza al Glorioso e intentar batir sus palos para así dar tiempo a que el Warwick se acercase y rematar la faena. La noche había caído sobre la trampa de lobos marinos, la luna llena era su único testigo. El español, navegaba a todo trapo y con viento de Barlovento sabedor de su inferioridad, la Lark, más rápida llegó por poa y comenzó el fuego. Para sorpresa de los ingleses, a popa del Glorioso habián instalado una batería de cuatro piezas de veinte libras que destrozaron en unas pocas andanadas y gracias a la peripecia de los artilleros españoles, a la fragata inglesa. Sobre las dos de la madrugada el navío de línea Warwick entablo combate con el Glorioso, el inglés perdió su palo mayor y parte del trinquete dejándolo desarbolado totalmente. El navío inglés se retiró con el rabo entre las piernas. Que no siempre los ingleses, aunque lo vendan con orquesta, parieron leones.
El Glorioso retomó su rumbo mientras sus hombres reparaban los daños del combate. Ya quedaba poco para llegar a España: a lo lejos, en el horizonte, se divisaba la costa gallega de Finisterre. Pero ese mismo día, 14 de agosto, aparece un nuevo enemigo, aún más poderoso: tres barcos ingleses, un navío, el Oxford, de sesenta cañones , la fragata Sorehan de catorce y una corbeta de catorce piezas. Esta vez la táctica inglesa fue distinta: el navío atacó frontalmente a nuestro Glorioso. Al cabo de tres horas de cañoneo, el barco inglés se retiraba hecho una ruina., la se lanzaron entonces a por el Glorioso, pero los cañones de don Pedro y su pericia marinera y la mayor potencia de los españoles hizo retroceder al ‘Oxford’. La fragata y la corbeta tomaron entonces el relevo pero el capitán español, vencido el mayor escollo, decidió avanzar hacia la costa para no poner por más tiempo en riesgo su preciada carga. Los dos barcos aún en liza trataron de desviarlo pero el Glorioso aguantó las salvas enemigas sin apartar su proa del puerto de Corcubión, en donde atracó entre vítores el 16 de agosto con su botín sano y salvo, con el bauprés hecho añicos, la popa totalmente acribillada, cinco muertos y más de cuarenta heridos, pero tras de sí había dejado un rastro de cinco buques enemigos vencidos y con el rabo entre las piernas.
Como apenas pudo arreglar muy por encima los daños de su barco, De la Cerda puso rumbo a Ferrol con idea de reparar en condiciones el navío en sus astilleros. Sin embargo, los vientos eran contrarios y tras varios días luchando contra el viento y el mar embravecidos, el capitán optó por dar la vuelta y dirigirse a Cádiz. La decisión del capitán De la Cerda puede parecer equivocada teniendo en cuenta la cercanía del puerto ferrolano, pero hay que recordar que en pleno siglo XVIII, los vientos y las tormentas diezmaban tanto o más las flotas que el ataque de una escuadra enemiga, a lo que había que sumar la inconveniencia de navegar contracorriente en un barco destartalado. El capitán tomó la precaución de navegar lo más alejado posible de la costa pero aún así, la travesía era tan peligrosa como cruzar un campo de minas. El 17 de octubre, frente a las costas del sur de Portugal se encuentran con un grupo de 4 fragatas corsarias enemigas de 24 cañones cada una, apodadas “La Familia Real” por llevar nombres de los miembros de la familia real británica y bajo el mando del almirante Byng. La armada británica tenía grandes cuentas que ajustar con el Glorioso. Sorprendido por aquella aparición el capitán don Pedro Mesía ordenó a la tripulación de ya su destartalado barco, una maniobra de fuga y las cuatro fragatas, que aprovechándose de su rapidez y maniobrabilidad, además de su potencia artillera, se lanzaron a su caza.
El Glorioso mantuvo la ventaja durante un tiempo pero el viento era ligero y las fragatas más rápidas. Cuando la ‘King George’ ya casi alcanzaba al buque español, el viento desapareció por completo y le siguió una ‘calma chicha’ en la que los barcos se fueron acercando hasta quedar a un tiro de fusil el uno del otro. Ocurría que la bandera española no ondeaba por culpa de aquella calma y como además nuestra enseña era blanca y con un escudo en el medio, como la de los lusos, el inglés no supo si estaba ante un enemigo o un aliado. Hubo unos momentos de desconcierto, hasta que el comandante de la ‘King George’ pidió al barco español que se identificase. Lo hizo primero en portugués, pero no obtuvo respuesta. Después lo comunicaron en inglés y fue entonces cuando el ‘Glorioso’ izó la insignia de combate y una andanada que destrozó el palo mayor de la fragata dejando a esa osada fuera de combate pero llegó en su auxilio el ‘Prince Frederick’, sumándose al combate. El ‘Glorioso’ tuvo entonces que repartir andanadas, pero mantenía a las dos fragatas a raya hasta que avistaron la llegada del ‘Duke’ y el ‘Princess Amelie’, ¡la familia real al completo! Cuatro fragatas contra un solo navío era más de lo que el ‘Glorioso’ podía soportar, de modo que optó por una honrosa retirada, perseguido por la voluntariosa escuadrilla y de pronto apareció en escena el navío inglés de 50 cañones Darmouth, que se acerca al Glorioso, intercambiando ambos nutrido fuego. Una andanada del buque español hace blanco en la santa bárbara y el buque inglés estalla, muriendo toda su tripulación salvo algo más de una docena de hombres de más de trescientos que constaba la dotación. Pero nada más terminar con el Darmouth, se arribó el navío Rusell, la flor y nata de la Royal Navy, con 80 cañones asomando por sus amuras y cubierto de las tres fragatas restantes. Se intercambió un fuerte nutrido de fuego, de hierro y pólvora que duró unas doce horas de fuego cruzado y continuo que el bravo capitán De la Cerda, vio hasta el anochecer y de nuevo hacerse el día sin dejar de presentar batalla. Sin municiones, con el casco literalmente destrozado y los aparejos inservibles, el Glorioso entregó las armas el 19 de octubre de aquel año de 1747, después de haber causado grandes destrozos en todos sus oponentes. Los españoles vendieron caro su pellejo.
Los asombrados británicos trataron tan cortés como caballerosamente a Mesía y a sus hombres, marinos españoles, que solo sucumbieron al aplastante número de sus enemigos. Sin olvidar el decisivo hecho de que habían cumplido escrupulosamente su misión de traer el tesoro.
Con otras palabras: tras haberse enfrentado a cuatro navíos, siete fragatas y dos bergantines, el Glorioso se rindió después de cuatro combates porque ya de ninguna manera podía ni navegar ni disparar contra sus enemigos tras haber salido victorioso de todos los combates anteriores estando siempre en inferioridad.
Los ingleses se llevaron una sorpresa cuando supieron que el verdadero motivo de la rendición del Glorioso no había sido ni las vías de agua ni el número de tripulantes muertos, si no la falta de munición.
Capturar un maltrecho navío español de dos puentes los ingleses necesitaron dos escuadras y les había costado uno de sus buques de igual porte con toda su dotación, graves daños en otros dos del mismo porte y notables averías en otro navío de tres puentes, por no hablar de las fragatas. Como no era una novedad, el navío español era superior en desplazamiento, robustez, dotación y peso de andanada a todos sus contendientes, excepto al último, un poderoso navío de tres puentes, pero eso no mengua en nada el valor y la destreza con que combatió.
La gesta del Glorioso fue tan extraordinaria que los mismos ingleses, a pesar de haber sido zurrados de lo lindo por el navío español, dejaron noticias de ella.
Tras ser liberado, por sus merecimientos y el heroísmo demostrado, don Pedro Mesía de la Cerda fue ascendido a Jefe de Escuadra, llegando a ser Teniente General y Virrey de Nueva Granada. Murió en Madrid un 15 de abril de 1783.
El Glorioso, tras ser capturado, fue saqueado en sus entrañas marineras intentando encontrar el ansiado tesoro llevándose una somera sorpresa más grave aún que todas las derrotas sufridas anteriormente. Esto fue seguramente lo que más les dolió a los britihs. Remolcaron los ingleses al maltrecho navío español a Lisboa. Su intención con tan fortísimo navío era integrarlo en la Royal Navy. De nada les sirvió, ni el casco pudieron aprovechar, pues por sus gravísimos daños, irreparables, tuvo que ser desguazado ya que no se podía hacer otra cosa con él y se hundió.
revista 59
EL ÉBOLA CONVIERTE A LOS NIÑOS EN BRUJOS, por María Lara Martínez, Profesora de Historia Moderna y Antropología de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA
MARÍA LARA MARTÍNEZ
Profesora de Historia Moderna y Antropología de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA
Autora del libro Brujas, magos e incrédulos en la España del Siglo de Oro
No estamos en Zugarramurdi sino en África. No marca el calendario el año 1610, cuando el famoso auto de fe de Logroño, sino que el almanaque nos sitúa en 2014. Se han derribado diques de fanatismo y superstición en Occidente, hoy a las hechiceras las asociamos con el tarot o con Halloween. Ya no rezamos contra la peste pero nuestra sociedad padece el ébola.
Hace unos meses, en la reunión de un grupo de investigación del que formo parte, pudo resultar exagerado que yo reivindicara una campaña contra la persecución de la brujería, que supusiera la desmitificación del hecho esotérico, en el África subsahariana. Conozco bien el fenómeno porque desde hace casi una década me sumerjo en los archivos para rescatar el pulso entre el inquisidor y la bruja y, últimamente, rastreo cómo en demasiados poblados se acusa a las mujeres viudas, ancianas y pobres de propagar el SIDA mediante los conjuros. En vez de prevención, se las arroja a las llamas y el virus continúa infectando sin remedio.
Ahora, otra enfermedad mortal, cuyos tentáculos se han dejado sentir estos días también en nuestro país, sacude con un virulento rebrote esa misma parte del mundo. Además de la devastadora cifra de muertos que el virus está dejando a su paso, otro peligro derivado de la enfermedad acecha a las zonas de África en las que está cebándose con mayor encono. Se trata de la injusta y brutal persecución de inocentes acusados de provocar estragos mediante prácticas de brujería.
¿Qué pasa en numerosos países de África si toda la familia se contagia de ébola y el hijo no? La envidia se ensaña contra él, sobre todo si el niño es considerado “no normal”, diferente, porque sea el primero de la escuela, entonces lo culpan de la muerte de los padres y, como es menor de edad y no se le reconoce la posibilidad de argumentar, lamentablemente no le corresponde defensa alguna. Con independencia de sus capacidades, si le tocan unos parientes desaprensivos, éstos inventarán la sospecha como fórmula para no tener que atenderlo.
Actualmente, exponer el problema que existe en torno a la brujería en África puede ayudar a que los organismos internacionales se percaten de la imperiosa necesidad de desarrollar programas de racionalización del misterio como garantía del orden social. En esta línea, las Misiones Salesianas han lanzado en Togo la campaña «Yo no soy bruja», poniendo la alerta en el peligro que corren miles de niños que, por ser gemelos, albinos, huérfanos o hijos de viudos vueltos a casar, por nacer de nalgas o por presentar alguna discapacidad física o psíquica son acusados de causar el mal en su entorno.
A partir de una denuncia anónima, el pequeño o cae en manos de un charlatán que, a cambio de dinero, se ofrece para «curarlo» manteniéndolo en un régimen de semiesclavitud con agresiones físicas incluidas, o soporta ordalías. Esto es lo que le ocurrió a Georgette, una niña de Togo culpada de brujería porque, días después de tener una pelea en el colegio con una compañera, ésta se puso enferma. Su madrastra le quemó las manos al metérselas en agua hirviendo, pues, supuestamente, si era bruja no notaría el calor. Lo mismo hacían en la Edad Media echando a los ríos a las estrigas por ver si flotaban u obligándoles a coger un hierro candente. Ahora la chica ha rehecho su vida en la casa salesiana de la localidad de Kara. En 2013 casi 1.000 niños de esta región fueron acusados de brujería y las cifras no hacen más que aumentar. En los hogares de acogida Don Bosco se ha pasado de un 20% en 2010 a un 30% en 2014.
En la República Democrática del Congo el fenómeno se manifiesta desde finales del siglo XX, cuando la segunda guerra del Congo (1998-2003) se saldó con 4 millones de muertos y 1,6 millones de desplazados. En la histeria colectiva proliferaron los predicadores de la Iglesia del Despertar que ejercen de inquisidores sanguinarios, al estilo de Torquemada. Más de 70.000 chicos han sido acusados de hechiceros. A las niñas que casan por “conveniencia” con hombres mayores y no se adaptan en la familia política las tildan de brujas y las devuelven a su núcleo, que con frecuencia también las rechaza al verlas como portadoras de desgracias. A los grupos de muchachos con “poderes” los encierran en cuartos sucios y sin techo, sin comida y sin agua, para desarrollar el exorcismo. En Benin el infanticidio ritual es una práctica tan vieja como aquella sentencia africana que reza: “cuando los blancos gesticulan los brujos salen de los pozos”. No tiene nada que ver con la necesidad de calmar la sed de sangre de una divinidad, como ocurría con los sacrificios humanos de los aztecas, se trata de “abortar” la amenaza que supone la llegada al mundo de un “niño brujo”.
A más hambre, más guerra, más enfermedad y, por ende, más muerte, una cifra mayor de chivos expiatorios. Decía Séneca que parte de la curación está en la voluntad de sanar. Por el mero hecho de nacer todos tendríamos que tener derecho a una vida digna. Para que estos niños puedan disfrutar de los derechos inalienables que poseen como seres humanos, repito, son necesarios los hospitales y las despensas, pero también, comprobado está (se tenga religión o no), las iglesias (que no sectas) y las bibliotecas. Hoy, cuando el ébola desgarra el mundo, la desventura de la infancia debe interpelar a las conciencias. Son los niños hormiga de Benin los que, desde el bosque del abandono claman para que los enloquecidos prejuicios ardan en la hoguera.
Revista 59
CRITICA AL LIBRO «LA FRAGUA CERO» DE GABRIELA AMORÓS SELLER, por Almudena Mestre
“La Fragua Cero” de Gabriela Amorós Seller
(Izana Editores, 2014)
“El arte y la poesía pueden cambiar el mundo”. Walt Whitman. El arte debe conducir a la verdad, no a la realidad.
Gabriela Amorós Seller es Licenciada en Derecho por la Universidad de Alicante, interesada por la filosofía, el arte y la literatura, entregada al dibujo y a la poesía. Publica en La emoción indomable y en La emoción indómita. Editó en la revista Verbo desnuda en Chile y es ilustradora de la portada del libro “Los mundos de Haruki Murakami” de Justo Sotelo y “La disyuntiva de los amantes” de Diana Álvarez.
Justo Sotelo, Doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, le ha prologado este primer libro dándole un impulso y un valor añadido a la obra al ser analizado desde un punto de vista semiótico. Se la puede considerar una escritora clásica y posmoderna, en donde confluyen lo consciente y lo inconsciente para que se unan a la vez, el escritor y el lector. Gabriela es una escritora amante de los clásicos y enclavada en la modernidad. Es consciente del tiempo en el que vive, es escritora de la palabra en un mundo de su tiempo, como dibujante se la podría considerar una posmoderna a la que, sin mucha dificultad, se le pueda incluir en un “barroco frío”, reflejado en un realismo aparentemente mimético.
El origen del libro es una búsqueda del “yo”, el “tú” y el “otro” a través del lenguaje en que la autora se inspira en la filosofía y donde espacio y tiempo cobran un papel fundamental. El espacio primigenio se vale de la experiencia poética como herramienta para el punto cero o inicial. La Fragua simboliza, así, el espacio y Cero es el tiempo originario del que parte la autora, para terminar con el encuentro de la Luz como símbolo final de la poesía. Esa búsqueda, ese viaje continuo que la autora hace desde su yo más oculto se basa en una mezcla de fantasía e irrealidad, en su ida hacia un mundo en donde lo místico y lo aparentemente cotidiano se unen.
El Mito es vivido desde una perspectiva sensorial y erótica, en la que, por medio de la palabra, se accede al “logos”. La autora percibe el mundo vertical del lenguaje a través de dos coordenadas, espacio y tiempo, siendo el espacio móvil y dinámico por un lado y el tiempo, mítico y psicológico por otro. Es un regreso a su “yo” más profundo, a su inconsciente que aflora y se hace patente, se expresa, se escribe, se palpa a lo largo de estas páginas.
Tres son los pilares claves de “La Fragua Cero” que se desgranan a lo largo de toda la obra. El primero, el mito recordado por medio algunos de los personajes más memorables de la narración mítica: Adán, Edipo, Ateneo, Orfeo; el segundo, la dicotomía Cuerpo/Alma, a la que alude, resaltándola, desde el principio del libro. Ambos logran la unión perfecta en el ser a través del lenguaje. Y el último, el contraste Oscuridad/Luz, una oposición que construye su camino desde el principio del libro hasta su final.
Existen continuas alusiones a la música de Wagner y al jazz que le incitan a utilizar, alternativamente, distintos géneros y formas en la obra, en donde se mezclan la prosa y la poesía, siendo el nexo de unión entre éstas la metáfora. La poeta se despoja en el lenguaje, por medio de la palabra, libera su belleza y accede a la sensibilidad de la forma y la sustancia. El lenguaje para Gabriela Amorós es algo palpable y tangible; siente la emoción y un fuerte desbordamiento de la experiencia en el que su “yo” queda al desnudo y se convierte en pura emoción de la realidad circundante. Dentro de la estética podríamos situar La Fragua Cero dentro de la “sentimentalidad conceptual”, en la que se conjugan la Grecia Clásica que nace con la Poética de Aristóteles y nos lleva hasta Max Scheler, pasando por Horacio, Longino, Hegel, etc.
Su yo poético y su yo narrativo coinciden, se ensamblan para perderse en esa noción espacio-temporal que ella exterioriza con el afloramiento de su inconsciente. El “tú” aparece en ciertos poemas, es una búsqueda del otro en la que prescinde de puntos y comas. Estos signos de puntación desaparecen para despojarse del mundo de la sintaxis y exteriorizar su sentimiento únicamente apoyándose sólo en el símbolo, capaz de decirlo mejor: su palabra, así, gracias a las metáforas, sufre un desbordamiento de significado, en ese viaje desde la oscuridad a la luz y desliza la voz de la poeta por el mundo de los sueños. La magia en su lenguaje denota sensibilidad y emoción por el ser humano, desde sus orígenes hasta la inmortalidad del alma. El cuerpo es renombrado y adorado o mejor dicho, exaltado en el plano de la belleza poética. Cada miembro, cada órgano cobra sentido y se eleva en un plano de sensibilidad al igual que su propio alma. La belleza la aprecia dentro de un contexto antropológico y existencialista donde el hombre es bello, unido en un cuerpo y en alma, capaz de trascender lo más profundo del universo.
Al leer “La Fragua Cero” uno se percata de las claras influencias literarias y filosóficas de Gabriela Amorós. En su obra, sus autores preferidos (Borges, Kundera, Michel Foucalt, Platón, Heidegger, Nietzche) quedan reflejados tanto en sus relatos como en su poesía.
Siguiendo esta dinámica interior, el libro está dividido en tres partes. La primera titulada Sombras comprende nueve relatos con un lenguaje denso y oscuro sobre el mito y la divinidad. Son relatos oscuros de formas y semántica con ausencia de signos gramaticales; el momento y el espacio, parece decir la autora, son anteriores a la gramática. En los relatos el Yo se convierte en el Otro y el Cuerpo y el Espíritu se unifican para formar un todo, un conjunto “holístico” repleto de magia y de sensibilidad. La obra es una joya artística y literaria de la cual emana un mundo de relatos donde la belleza pasa por diferentes estadios hasta alcanzar la verdadera luz en donde se llega a la poeticidad o fin último de La Fragua Cero.
Para la autora, hablar es crear y ya lo invoca en sus versos iniciales en los que la sustancia y la forma coinciden. Se producen diferentes invocaciones al cuerpo que de forma sensitiva y emotiva conducen al lector a sumergirse en el tema misterioso de La Caverna, donde trata la profundidad del ser humano en toda su esencia. Se parte del origen primitivo del hombre, se alcanza el “otro” a través del propio cuerpo para sublimarse en el alma inmortal. Aquí el mito, la divinidad, las religiones y la trascendencia hacen eco de alarde, resaltan y dulcifican la obra. Encontramos así citas que encabezan muchos de los relatos como son los relativos a Favio Josefo (38-101 dC), Bernardo de Claraval (1090-1153), Michel Foucault, Kundera.
En la segunda parte denominada Destellos aparecen cuarenta versos cortos que anuncian la luz y en último lugar aparece la tercera, cuyo título, Luz, pretende significar la esencia misma de la poesía. En los versos libres se va de un yo interno a un yo externo, apoyado en antítesis, tropos, anáforas, asindetones, etc. para llegar al final de una escritura en la que, través de la fuerza y las presencias míticas, se explica el mundo y el ser humano.
Además de escribir, poesía y narrativa, otra de las pasiones de Gabriela es el dibujo tal y como lo demuestra la originalidad de la portada de La Fragua Cero, propio de su autora. Escher ha influido mucho en ella, en su creatividad a través de las líneas difusas, de las formas y colores. El Lenguaje es la materia prima de la que Amorós parte acompañado este de su imaginación y creatividad traducida en sueños y misterios por los que saltar de su “yo” interno al mundo externo.
LA ALCAZABA 59
RÉQUIEM POR EL GRECO, por Laura Lara Martínez Profesora de Historia Contemporánea Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA
RÉQUIEM POR EL GRECO
Laura Lara Martínez
Con el inicio de diciembre nos acercamos al final del Año Greco: 12 meses consagrados a la conmemoración del IV Centenario del ocaso de Doménico Theotocópuli, quien expiraba en la ciudad del Tajo el 7 de abril 1614. Su alma mutaba en alargada efigie, tanto como algunas de sus figuras, para cambiar de dimensión. Y es que este pintor griego, de formación italiana y afincado en la otrora capital visigoda había escrito en la Historia del Arte con aquellos pinceles que le dieron la vida y la fama. Primero la vida que otorga la estabilidad profesional, porque aunque había nacido en 1541 en Creta (entonces reino de Candía bajo dominio de la Serenísima República de Venecia), fue en Toledo donde encontró comitentes, clientes que le encargaban obras y, por ende, le proporcionaban el sustento, más aún con el caché que gastaba… Pintor caro que reivindicaba su condición de artista en una España donde las artes plásticas todavía eran consideradas oficio de artesanos por el prejuicio a mancharse las manos.
Y no hacía caridades con sus obras. Firmaba en griego y como tal se cotizaba, a lo que sumaba un valor añadido: su formación italiana, en Venecia en el Renacimiento de Tintoretto y Tiziano y en el Manierismo romano de Miguel Ángel, a quien por cierto estimaba como escultor y arquitecto, no tanto como pintor. Extravagante y misterioso, ¿misticismo, astigmatismo, locura? Nada de ello: simplemente, consideraba bellas las figuras alargadas. Así se granjeó el prestigio entre las élites toledanas, fundamentalmente, catedralicias y monacales, los primeros creadores de esa grecomanía que hoy está tan de moda.
También en la ciudad imperial experimentó la evolución personal que otorga la sensación de la paternidad, pues en ella nació en 1578 su único hijo, Jorge Manuel, después colaborador en su taller y arquitecto hasta el punto de ser el autor de la fachada del Ayuntamiento de su ciudad natal.
El Greco se “hizo valer” en Toledo. En algunos momentos pudo aceptar renegociar las cuestiones económicas, no así su particular interpretación iconográfica y de diseño de la composición, en clara reivindicación de la libertad de expresión artística. La ecuación dio resultado una vez más: profesionalidad+exhaustividad=éxito. Siempre se valora lo que cuesta esfuerzo, trabajo o dinero, hoy y en la época de El Greco a caballo entre el Renacimiento y el Barroco, es un concepto intemporal.
Hasta el párroco de Santo Tomé pidió una segunda tasación para El entierro del conde de Orgaz, aquél en el que el señor (que no conde) de la villa toledana es recibido por San Agustín y San Esteban en tránsito hacia la patria definitiva. Mientras, el hijo del pintor mira inquisitivamente al espectador. La dormición de la Virgen, tema tan bizantino, inspiraría sin duda a este insigne artista que recorrió todo el Mediterráneo haciendo dialogar tradición pictórica medieval y nuevos aires renacentistas, ortodoxia y catolicismo en la Europa de la Contrarreforma, pero con un capitalismo ya incipiente.
Aunque su faceta más prolífica es la de pintor religioso, como humanista poseedor de una nutrida biblioteca y de saber atesorado en la amplia experiencia vital desarrollada en Creta, en la península italiana y en España, El Greco se preocupó por el mundo clásico. Así observamos la combinación de elementos paganos y cristianos del siglo III con aspectos contemporáneos al Siglo de Oro en el relato pictórico de El martirio de San Mauricio, segunda y última obra del cretense para Felipe II, que precisaba de nuevos pintores ante la muerte de Navarrete el Mudo en 1579. San Mauricio es considerado como uno de los patronos de la lucha contra la herejía por haber sufrido el martirio (junto a sus compañeros de la legión tebana, una sección egipcia del ejército romano en la que todos los soldados profesaban el cristianismo) al negarse a acatar en la Galias la orden del emperador Maximiano de rendir culto a los dioses del panteón romano. Por ello, en las fechas de ejecución de la obra (1580-1582), San Mauricio podía ser presentado como icono en la España de la Contrarreforma, donde además la lucha contra el “infiel” en la Batalla de Lepanto de 1571 estaba reciente.
Del mismo modo, la mitología es abordada en Laocoonte, una obra iniciada en 1609 y que dejaría inconclusa. Doménico Theotocópuli debió contemplar la escultura helenística homónima hallada en Roma en 1506. En ella se inspiraría para reflejar el dramatismo de la escena plasmado en la fuerte tensión de la composición, que es reflejo de la angustia y de la desesperación humanas, personificadas en Laocoonte, sacerdote de Apolo, y en sus hijos, que están siendo devorados por las serpientes Caribea y Porce, apareciendo como telón de fondo Toledo, que según la tradición habría sido fundada por dos descendientes de los troyanos: Telamón y Bruto.
Tras su óbito en 1614, su recuerdo caería en el olvido, no así el legado granjeado durante casi cuatro décadas por el Griego de Toledo que, aún habiendo pasado “sin pena ni gloria” durante tres centurias, sería rescatado con avidez, más extranjera que española, peaje que explica la dispersión de parte de su obra en el mundo a un precio irrisorio durante la primera mitad del siglo XX.
El Greco fue expoliado de su fama y prestigio. Su memoria hibernaría hasta ser proscrita por el Clasicismo y por la Academia, teniendo en Federico Madrazo (que llegó a ser director del Museo del Prado y de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando) a uno de sus más acérrimos enemigos decimonónicos.
Fue rescatado del letargo a principios del siglo XX por Cossío y la Institución Libre de Enseñanza, por Marañón que actuó como anfitrión de intelectuales españoles y extranjeros en su Cigarral, por la Generación del 98 que, como dijera Unamuno, vio en sus lienzos la expresión del alma castellana y, entre otros, también por el segundo marqués de la Vega-Inclán que en 1911 consiguió que abriera sus puertas la Casa-Museo de El Greco en la Judería toledana. Por vez primera en un centenario, Toledo recordó al cretense en 1914. Un siglo después, es incuestionable la fama de este nuevo apeles que se encontró con el desaire del rey prudente. Ha tenido que perderse mucho patrimonio, algo parecido a la relación de la Acrópolis con el British Museum, para que finalmente haya podido emerger desde el Tajo este astro griego cuyo destino es indisociable al de aquella ciudad que le dio la vida artística entablando un diálogo eterno.
El redescubrimiento de El Greco es un tema que analizo en profundidad en uno de mis últimos libros: El despertar de Toledo en la Edad de Plata de la cultura española. Se acaba 2014, pero Doménico siempre nos esperará expectante en Santo Tomé, en la Catedral Primada o en su Museo en plena Judería toledana para acariciar el alma con un diálogo metafísico tan profundo como la intensidad de nuestra mirada.