CUPIDO EN EL MATARRAÑA. SEDUCCIONES DE MUJER
FRANCISCO JAVIER AGUIRRE
ÒNIX EDITOR
Cupido, dios del deseo amoroso, fue hijo de Venus y Marte; estos lo eran a su vez del amor y la guerra. En la mitología romana, Cupido fue amamantado por fieras que solo con él se mostraban mansas. En el bosque, aún niño, fabricó su primer arco y practicó con él y sus flechas. Eran entonces inocentes dardos, un juego, un entretenimiento, un aprendizaje para la caza. Ante la creciente afición que mostraba el pequeño, su madre le regaló un arco y flechas de oro, unas con la punta de oro también, y las otras con la punta de plomo. Las primeras concederían el amor, mientras que las segundas sembrarían el rechazo, el olvido, la indiferencia, el egoísmo. Y su máximo poder… que nadie, ni humano ni divino, ni él mismo, fuera inmune a las heridas que produjeran dichas flechas. Los días fueron pasando y Cupido no maduraba, no crecía, no pasó de ser un niño. Porque el amor no puede crecer sin pasión. Sus padres tuvieron otro hijo, Anteros, que fue el dios del amor correspondido y la pasión, y que se enfrentó a su hermano. Esta rivalidad se asocia al conflicto entre dos amantes: deseo, rechazo, pasión… pues la respuesta siempre amorosa al deseo, no la concede Cupido alegremente y de forma permanente. Recordemos que posee las flechas con dos puntas bien distintas, por ello, ante este deseo amoroso no correspondido, Cupido pasa de largo volando en busca de otro corazón, sin fijarse en el atractivo ni en los defectos, pues es un niño alado con los ojos vendados… y el amor es pasajero. El amor no ve con los ojos, sino con el alma. Cupido lo da, y Cupido también lo quita. Travieso, inquieto, juguetón, ciego a veces… así es Cupido.
Venus engendró también a Himeneo, dios del matrimonio, hermanastro de Cupido, con quien mantuvo eternas disputas, intentando su madre que entre ellos hubiera paz, empresa imposible al parecer; harta de intentarlo, suplicó a los dioses una solución. Estos, al ver la cordura de Himeneo y la locura de Cupido, condenaron al segundo a la soledad perpetua. Así pues Cupido, solo, en su locura, juega con los corazones de quienes se cruzan en su camino, de quienes intercambian miradas, gestos, palabras, sonrisas…
Cupido también sufrió desprecios en su propia persona. Enamorado de Diana, le lanzó una flecha directa al corazón, que ella supo esquivar sin ofrecerle ninguna recompensa. Igualmente se enamoró de Psique, y para gozar de ella tuvo que esconderse, o mejor dicho, ambos se escondieron… en la oscuridad de la noche. Este hecho de esconderse entraría pronto en juego, explicando la intimidad, el secreto, el pudor y hasta el enfoque moral que rodea a veces al acto amoroso. Es algo que existe desde que el hombre y la mujer se vieron por primera vez, justificado por la atracción de los sexos, algo que la literatura nos ha permitido compartir siempre, al margen de que ahora pueda ser una moda literaria.
En este sexto libro que Francisco Javier Aguirre dedica a la comarca del Matarraña, donde tantos artistas e intelectuales han encontrado refugio, inspiración o reposo, descubrimos unos relatos vibrantes, elaborados con un lenguaje depurado y elegante que no rehúye la descripción descarnada de momentos de alta densidad erótica, pero que huye de lo vulgar y pornográfico. El autor retorna con este libro a una zona que conoce a la perfección y a la que ha dedicado buena parte de su empeño narrativo, y comparte con todos nosotros las confidencias íntimas de sus personajes, a las que da forma literaria. Secretos –ya no– de mujer, con experiencias, sueños, ilusiones, fantasías… y algo muy importante: una reflexión sobre el cambio de rol en estos últimos decenios, en los que la mujer ha asumido el protagonismo, ha tomado la delantera y decide el dónde, el cuándo, el con quién… y el porqué. Se han superado los recelos, se han arrinconado los temores y ella ha tomado las riendas en las relaciones de pareja.
Cuatro mujeres y un hombre reflejan en esta colección de relatos, titulada ‘Cupido en el Matarraña’, que permiten una lectura independiente, sus experiencias eróticas de manera explícita, de modo directo, con absoluto desenfado. El recuerdo de sus tórridas vivencias en el pasado, y en algunos casos en el presente, les dan pie para narrar a su círculo de amigos peripecias y situaciones altamente estimulantes. Ellas son siempre las protagonistas, como expresa el subtítulo del libro –Seducciones de mujer–, aunque los varones aporten una complicidad tan directa como activa.
Paula, Lidia, Verónica y Adela nos conducen por los senderos más estimulantes de la pasión en el marco incomparable del valle del Matarraña, secundadas por Ricard, cuyas dos historias finales –la titulada Ninfas perversas es en realidad una novela breve–, ponen el contrapunto masculino a la trama, aunque sigan siendo las mujeres, independientemente de su edad, de su estado o de sus circunstancias, las verdaderas dueñas de la situación.
Muchos lectores, tanto ellas como ellos, pueden encontrarse reflejados con facilidad en estos relatos. Tal vez por haber fantaseado situaciones semejantes, quizá por haberlas deseado, incluso por haberlas vivido. En todo caso tienen ahora la oportunidad de solazarse en solitario o en compañía con la lectura de unas vivencias que no les resultarán ajenas.
Los relatos vienen acompañados con sugerentes ilustraciones del escultor Philippe Lavaill.
Francisco Javier Aguirre, Òscar Esquerda
El Matarraña es uno de los paraísos de Teruel. Un territorio de piedra, surco y cielo, que huele a mar y montaña. Un lugar cruzado por diversos ríos y las flechas de la historia: la memoria del tiempo, la arquitectura eterna de las horas.
El Matarraña es un refugio permanente que lo tiene todo. Paisaje, gastronomía, fiesta, tertulia hasta el fin de la noche, oliveras: los indicios de una felicidad sin resquicios. Un clima ideal de buena compañía. Hay caminos misteriosos en la tarde. Y hay también esos abrigos –palacios, restaurantes, casas con encantos, jardines, bosques y serranía…– donde el amor estalla. Y con el amor, estallan el deseo, la entrega, la picardía. Aquí se conquista el solaz más hermoso tras el combate soñado.
El Matarraña es un lugar ideal para extraviarse. Siempre hay alguien que nos encuentra. Siempre hay alguien que desea contemplar, a nuestro lado, la infinita luz de las estrellas. O la desnudez de la pasión”.