INDAGACIONES SOBRE EL VINO Y NUESTRA CULTURA, por Natividad Cepeda

Indagaciones sobre el vino y nuestra cultura.

Natividad Cepeda

El vino en Egipto
El vino en Egipto

Quienes hemos nacido en Occidente sabemos desde la vasta oscuridad de lo que conocemos por cultura, que el vino y su influencia en la religión y en la economía se pierde en las raíces de su Historia. Y también por el estudio de los arqueólogos, por ser las piedras y sus fósiles carta inequívoca de los aconteceres humanos que prevalece en las cartas arqueológicas. Si investigamos en los autores clásicos, griegos y romanos, y a través de sus obras viajamos leyendo sus textos a Mesopotamia y al mundo antiguo, nos encontramos en ese proceso milenario con el vino y el cultivo de la vid. Desde esta premisa se ha escrito obras literarias multiplicadas en el tiempo.

En Roma, un grupo de esclavos pisando la uva
En Roma, un grupo de esclavos pisando la uva

Porque sin ese camino no se puede comprender ni asimilar la permanencia de la viña en nuestro devenir. Sin ella sería imposible la cultura del mediterráneo y del continente europeo. En este proceso se entrelazan poderosos reinos extinguidos como la tierra entre dos ríos, el Tigris y el Éufrates, de lo que hoy se conoce como el Oriente Próximo, ayer llamado

Mosaico romano
Mosaico romano

Mesopotamia y Persia. Y siguiendo con el hilo conductor del pasado el vino y la vid emergen del mágico Egipto, el país de la tierra negra, por los fértiles limos del río Nilo: Escribimos del vino tratados y ensayos y emerge desde el andar humano la patriarcal figura de Noé. Noé se yergue desde la maldición de las aguas diluviales; castigo de Dios a los humanos, incomprensible, si

Detalle en un jarrón griego
Detalle en un jarrón griego

somos descendientes de un Dios de amor. Noé aparece como el primer agricultor plantador de viñas. Y también el primer alcohólico descrito en la Biblia. Porque es imprescindible en la cultura del vino no hablar de patriarcas, dioses y religiones por su permanencia a través de miles de años de las uvas y sus cepas junto a las tierras conquistadas y arrasadas por los poderosos gobernantes de cada momento.
Lo que conocemos hoy como Europa viene desde la Grecia clásica que nos ha marcado la cultura con sus filósofos y poetas al amparo de la democracia y la razón. De Grecia era Dionisos el dios del vino, amparador de fastos vividos por clases humildes y clases poderosas. Porque la viña ha sido la que ha creado pueblos y sociedades desde esa lejana Historia de Grecia y Roma de las que somos hijos con el judaísmo y posterior cristianismo, donde el vino es bendecido como símbolo sagrado junto con el trigo y el olivo de nuestra civilización occidental. La cruz del cristiano era signo inequívoco de plantaciones de viñedos en la Reconquista. Se reconocían las tierras conquistadas por la agricultura del vino, el olivo y el trigo, ya que el aceite consagrado acompaña la vida del que nace en el bautismo y se despide al moribundo con los santos oleos. Sin vino y trigo, la consagración en la eucaristía no existiría, centro de la fe del cristiano, instituida por Jesús de Nazaret.

Campos de vino
Campos de vino

El vino ha estado presente en banquetes familiares de todas las clases sociales. Bebiéndolo se han pactado convenios de guerras y periodos de paz. Cierto es, que los privilegiados por la fortuna lo han saboreado con largueza y con sus cosechas se crearon emporios de riqueza alrededor de castillos y conventos. Todavía hoy repican las campanas cuando se va el año viejo y alzamos una copa de vino, en un brindis profano para recibir el año nuevo. Porque Baco, el dios romano de las viñas, hijo de Júpiter, se niega a marcharse de la Hispania romana.

Don Quijote en su batalla con los pellejos de vino, Valero Iriarte
Don Quijote en su batalla con los pellejos de vino, Valero Iriarte

Los clérigos en nuestra propia Historia hicieron permanente el legado de Roma. El árbol de nuestra vida es la parra, a su sombra y cuidado se fueron repoblando las aldeas. Los pueblos donde ahora vivimos. A la sobra de parras y viñedos el ceramista creó ánforas y tinajas con las arcillas autóctonas. Y en pellejos de piel, el vino viajaba a lomos de mulos y carretas por caminos empinados y llanos de Castilla. Somos los castellanos hijos del vino y permanecemos aquí gracias a sus cosechas. Una reina castellana financio el sueño extravagante del marino Cristóbal Colón; Isabel I de Castilla, tan desconocida y malquerida por la leyenda negra, hizo posible que con los evangelizadores llevaran las plantas de la vid al nuevo mundo. Asentamientos que perduran con el idioma; simbiosis cultural de arte y cultura.
Indagar sobre el vino es sumergirnos en la protohistoria. Precisar a los viticultores del pasado supone soñar con imposibles. Atisbamos un pálido reflejo de lo que el vino representa en la humanidad, no sólo por las piezas encontradas de vasijas, papiros y arcillas escritas en lenguas olvidadas, iberas, oretanas, fenicias, chinas y japonesas, indias y americanas…También por la belleza de la prosa poética, del teatro y la fábula, de los frescos en ciudades extintas que de pronto nos descubren su esencia. En vajillas y en ofrendas en templos y en necrópolis diversas. Nos lo muestran las teselas de villas escavadas, también en códices medievales que no fueron quemados por la ignorancia bárbara de cualquier guerra o fanatismo. El vino nos ha dado, junto con el pan y el aceite la vida generación tras generación.

el-rey-bebe (1650-1660)-oleo-David Tenierss
el-rey-bebe (1650-1660)-oleo-David Tenierss

Hoy al vino se le viste de galas y matices diversos en botellas bellísimas, con carta de origen y etiquetas de lujo que, orgullosas, muestras señas de identidad de bodegas y ciudades. Viaja hasta lugares lejanos deseando, encarecidamente, que se exporte mucho y bien, mientras falta en nuestras mesas, restaurantes y bares el vino mejor elaborado, y no lo bebemos, sin que su aroma y sabor se deslice por la garganta, sin necesidad de acudir a catas comentadas, o a eventos de presentaciones donde el vino se bebe porque es un acto social, y no porque que es, nuestro néctar saludable. Y no por eso hay que renunciar a asistir a catas comentadas y a festejar el vino nuevo y el envejecido año tras año, más, si sólo nos quedamos en asistir a esos eventos y en la mesa de casa falta el vino su consumo no subirá en España. Cuando noviembre se marcha el vino de la cosecha hay que beberlo en la mesa de casa, pedirlo sin tapujos, exigir nuestros caldos allá donde vayamos y enseñar a los hijos que del vino vivimos y venimos desde un tiempo pasado plantando nuestras viñas en las tierras manchegas, y en otras tierras de España.
El vino recorre nuestra literatura, no sólo en tiempos cervantinos, también mucho antes de esa novela quijotesca, y después se ha seguido escribiendo del vino en poemas y relatos de libros publicados. A veces pienso que habría que recobrar las costumbres sencillas de guisar las carnes con el vino, aderezar pescados y ablandar aves de caza, amasar las rosquillas y las tortas de mosto, bañar los bizcochos hasta dejarlo borrachos de placer…Sí, recuperar la esencia de lo que estamos a punto de olvidar porque somos hijos del vino y hermanos de los pueblos que viven de la viña. De todos los pueblos de España; de todas las regiones vitivinícolas. De tal manera esto es cierto que, cuando se dialoga con hombres y mujeres que trabajan la tierra y el cultivo de la vid de comarcas alejadas y denominaciones de origen diversas, en todos ellos late un mismo parecer y una análoga forma de vida.

Toneles envejeciendo el vino
Toneles envejeciendo el vino

Las actuales formas de “presentar los vinos en sociedad” lejos del lugar de origen de donde nacen y se cultivan las vides, donde casi nunca están presentes los viticultores y sí una parafernalia revestida de ecos sociales jugando a emular eventos palaciegos, con la excusa de vender mejor los caldos obtenidos, se debe a un afán fatuo y falaz de los que dirigen esas economías, de las posibles ventas futuras. Gracias a esos acontecimientos mundanos el único que pierde es el viticultor. Si el coste de esa parafernalia se invirtiera en publicidad real y apertura de mercados sistemáticos, aumentaría la venta del vino embotellado, que es lo que el viticultor necesita para poder seguir invirtiendo en los campos plantados de viñas, ya que esas plantaciones son de alto coste.

Viñedos
Viñedos

Nuestros campos y sus productos, el vino, aceite, cereales, frutales y cabaña ganadera precisan y urge que se eleve los precios reales para que los pueblos no se despueblen. Actualmente tenemos en España demasiados pueblos abandonados, tierras sin cultivar y personas en las grandes ciudades careciendo de lo más necesario. Es éste un tema sangrante y doloroso que nadie quiere abordar por diferentes motivos; los agricultores por impotencia y complejos de miedos soterrados soportan lo que, todos aquellos que no trabajan la tierra, dictaminan en mesas de despachos con los políticos de turno, dejando que en nuestro campo se vea cosechas sin recoger, en muchas ocasiones, y exportando productos alimenticios de puntos alejados geográficamente, encareciendo la cesta de la compra. Nuestros vinos, cantados por poetas y alabados engoladamente en conferencias de eruditos disertadores, en pregones de fiestas patronales y catas comentadas, revestido por la palabra de algunos de ellos de esencias y aromas inexistentes, y por enólogos elevados a la categoría de copa de vinojueces supremos, han conseguido alejar al vino de las mesas familiares. Si a esto sumamos las campañas publicitarias que se hicieron en contra del vino en televisiones y medios de difusión, costeadas por los que gobernaban en ese momento, en contra de nuestros vinos, y el elevado coste de una botella de vino en restaurantes y bares, cobrando precios exagerados, obtenemos la realidad del panorama del vino en España.
Cuando se presentan los vinos en fiestas a la vieja usanza de las presentaciones en sociedad de las jóvenes pudientes en décadas pasadas, se obvia todos los inconvenientes e impuestos que el viticultor tiene que superar para poder vivir dignamente de la producción del vino. Tanto es así, que el campo español carece de agricultores jóvenes y el abandono de tierras cultivadas es ya un hecho visible en cualquier rincón de España. El vino es un néctar de dioses bebido con parquedad, y también es fuente de salud si se conocen sus grandes beneficios. Y a su amparo se han escrito libros perdidos en la memoria colectiva. Somos hijos de las culturas mediterráneas, las que dieron lugar a que Occidente fuera impulsora de una gran cultura ubicada en Europa. Ésta Europa donde faltan niños y sobran parados y población envejecida. El vino nos ha dado literatura universal y prosperidad, si perdemos su cultivo, también perderemos una parte de nuestra propia Historia.

viñedos
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revista LA ALCAZABA 62

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