JOSÉ LULLA, UN AVENTURERO ESPADACHÍN OLVIDADO, por José Manuel Mójica Legarre

Jose Lulla
Jose Lulla

Leyendo el libro de Frank Yerby “Mientras la ciudad duerme”, “The Foxes of Harrow” título original en inglés, encontré este párrafo:

El secretario del cónsul  español trajo a Nueva Orleáns las cartas del condenado, pero se negó a entregarlas. Entonces un imbécil escribió un editorial en La Unión, el diario  español, en el que se describía detalladamente cómo Crittenden fue hacia la muerte y se defendía al Gobierno español. A consecuencia de ello, ciudadanos de Nueva Orleáns destruyeron las oficinas de La Unión  y remataron el asunto con una linda hazaña en el  consulado español, donde quemaron la bandera española y trataron de linchar al cónsul. Lo hubieran  hecho, pero Pepe Lulla nos salvó de una guerra,  desfilando por las calles con una espada en cada mano, escoltando al cónsul y llevándolo así fuera de la ciudad, a salvo. Después mató en duelo a cuatro hombres por el insulto inferido a la bandera de su  patria. Eso enfrió considerablemente el ardor de muchos”.

En principio, pensé que Pepe Lulla sería una invención del autor, pero viendo que en 1853, año en el que el escritor sitúa el hecho, hubo disturbios en Nueva Orleans, me decidí a investigar sobre el tema y, ¡oh sorpresa!, Pepe Lulla no sólo había existido sino que había sido un hombre muy famoso en su época.

Campo de duelo en Nueva Orleans
Campo de duelo en Nueva Orleans

La primera búsqueda me remitió a un libro escrito por Paul Kirchner, publicado en 2001 por la editorial Paladin Press de Boulder, Colorado, USA, cuyo título era bastante ilustrativo: “The deadliest men”, o lo que es lo mismo, los hombres más letales. Pues bien, en este trabajo, todo el capítulo 23 está dedicado a Pepe Lulla. Pero, ¿quién fue José “Pepe” Lulla?

Nacido en Mahón el año de 1815, Lulla se enroló desde muy joven en barcos de cabotaje, con camarote pagado por su familia, para formar parte después de la tripulación de naves de altura que le llevaron desde las aguas del Norte hasta las costas africanas en las que traficó con esclavos. De temperamento inquieto, se instaló en Nueva Orleans apenas cumplidos los veinte años empleándose como “segurata” de un bar de aquella ciudad avalado tan solo por su destreza en las peleas tanto a cuchillo como con las manos desnudas.

Quienes le conocieron lo describen en su madurez como un hombre delgado, de pómulos marcados, que vestía de manera muy distinguida y sin estridencias, al contrario de los petimetres de Nueva Orleans que solían caer en el exceso. José Lulla, siempre según sus coetáneos, era hombre sereno, de hablar pausado, desprendido, introvertido, no probó en su vida el alcohol; pero sin ser jactancioso presumía de tener pocos amigos aunque muy fieles.

Su estilo de vida sobrio, y su olfato para los negocios, le permitieron convertirse en el dueño del bar en el que había comenzado a trabajar como “vaciador” y, con el tiempo, hizo una fortuna negociando con madera y tierras, llegando a ser propietario de fincas, bares, barcos y haciendas; pero su pertenencia más preciosa era un retrato suyo rodeado por una corona de laurel en cuyo pie había una dedicatoria: «A Don José Lulla, por su determinación en la defensa del honor Nacional en contra de los traidores de Nueva Orleans”. Aquel cuadro estaba bordado con los cabellos de las mujeres españolas que vivían en Cuba, quienes se cortaron el pelo para rendirle ese homenaje.

Nota de prensa donde se habla de Jossé Lulla
Nota de prensa donde se habla de Jossé Lulla

Su forma de pelear era conocida por carecer de animosidad hacia el adversario y por no insultar jamás ni “calentar” los duelos. Tenía fama de no haber comenzado jamás ninguna pelea, aunque llevó a feliz término todas en las que se vio involucrado. Imbatible en reyertas a mano limpia, poseía además una gran puntería siendo capaz, según los testigos, de quebrar un huevo, colocado sobre la cabeza de su hijo a más de treinta pasos y arrancar la pipa de la boca, o una moneda sujetada por algunos de sus amigos, lo que no deja de ser una proeza dada la fiabilidad de las armas de entonces.

La nueva Orleans de entonces, perfectamente descrita por los autores de la aquella época como una peligrosa mezcla de españoles, franceses, americanos, cubanos, marineros fluviales que surcaban el Mississippi, junto a una gran colonia de nobles y oficiales napoleónicos huidos de Francia, en la que corría el alcohol sin tasa, era el marco idóneo para que proliferasen los duelos por causa de los honores ofendidos. Los diarios llegaron a reseñar en la década de los 30 del siglo XIX, al menos un duelo diario, llegando a contabilizar hasta diez en un solo día. La permisividad de las autoridades, y la aceptación social del duelo como forma de reparación de las ofensas, fomentaron el negocio de las academias de esgrima que permanecían abiertas las veinticuatro horas… además del negocio de la fabricación de ataúdes, supongo.

Entre los más famosos maestros de esgrima, según el New Orleans Historical, se encontraban Marcel Dauphin, que murió a manos de Bonneval, otro maestro que, a su vez, fue herido gravemente por Reynard; Thimecourt, quien mató a un maestro de esgrima italiano, también Poulaga y Gilbert Rosiére; pero el más conocido de todos fue un alsaciano conocido como L’Alouette, que mató en duelo al maestro Shubra. José Lulla, de por sí muy dotado para la pelea, empezó a estudiar con L’Alouette, destacando muy pronto en el manejo del florete, el sable y el cuchillo Bowie, por entonces muy utilizado en los duelos.

Una de las maneras que los maestros de esgrima tenían de ganar clientes era la exhibición de sus habilidades ayudados por algún alumno aventajado. L’Alouette pensó que sería buena idea realizar una demostración con el cuchillo Bowie, muy popular por entonces, y le pidió a Pepe que fuese su oponente en un combate con cuchillos de madera. Por lo visto, L’Alouette se “calentó” y, en algunos de los lances le lanzó a Lulla golpes no muy legales y el de Mahón repelió las embestidas del maestro y pasó al ataque. ¿Resultado? Lulla secándose el sudor y L’Alouette inconsciente, con dos costillas rotas. Cuando el alsaciano se repuso, le cedió a Lulla la dirección de la sala de esgrima.

Pistolas de duelo
Pistolas de duelo

Para Lulla era cuestión de honor el terminar las peleas y los duelos por la vía rápida, sin ensañarse y con la mayor economía de movimientos que fuese posible; su dominio de la espada le permitía incluso adelantar por cuál de los ojales de la camisa de su oponente iba a meter la punta de su arma, y, sin aceptar jamás un pago por sus servicios, ofició como padrino en más de un centenar de duelos.

El hecho de ser padrino en un duelo, según las reglas al uso, conllevaba la posibilidad de verse obligado a pelear en lugar del duelista, si este se declaraba enfermo o incapacitado, así como enfrentarse al otro padrino si así lo decidían los presentes. En una ocasión, Lulla participaba como padrino en un duelo, y el oponente de su apadrinado se excusó para no pelear presentando para batirse en su lugar a un famosísimo maestro de esgrima de origen alemán. Viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, y adivinando la trampa que estaban a punto de llevar a cabo para acabar con su patrocinado, Lulla propuso que, ya que el maestro de esgrima alemán era padrino, él mismo como padrino del oponente tomaría el lugar del duelista para que la pelea fuese pareja. De acuerdo todos para que así se realizase el duelo, ambos contendientes se prepararon; menos de dos minutos más tarde, el alma del alemán hacía compañía a sus antepasados mientras su cuerpo yacía en el suelo con el pecho atravesado por la espada de Lulla.

Para definir un poco mejor el carácter y la habilidad de este mahonés diremos que, según cuentan los periódicos de la época, en una ocasión en que había matado en duelo a un marinero, la misma tarde se presentaron en su bar siete compañeros del finado con el propósito de acabar con él. Lulla, armado con una barra de hierro, puso en fuga a dos de ellos mientras que los otros cinco yacían en coma en el suelo del bar. Cuentan también que en el año de 1840 se organizó un gran campeonato de esgrima en Nueva Orleans. El de Mahón se presentó para inscribirse pero no lo admitieron porque, según el comité de admisión, José no tenía los papeles en regla. Sin perder los nervios pidió hablar con la persona que coordinaba el evento. Poco más tarde llegó el francés responsable del campeonato y Lulla, sin despeinarse, desenvainó su espada y con uso cuantos movimientos precisos dejó al personaje sin chaqueta ni camisa. Envainó y, de manera educada, se disculpó por haber cometido tal desmán… sin tener los papeles en regla.

Una vez descrito sucintamente el carácter de Lulla, pasemos al hecho real que cita Frank Yerby en la novela a la que hemos hecho alusión al principio del artículo.

En Nueva Orleans todo el mundo sabía que Lulla siempre se sintió español y que era un devoto patriota. Siempre había salvaguardado las disposiciones de España y, en aquel año de 1853, no podía ser menos. Nueva Orleans se encontraba en un peligroso estado de agitación política; los residentes cubanos en la ciudad se estaban amotinando contra la autoridad de España y, la expresión de su rabia, se traducía pegando carteles en contra del dominio español en la isla y en la quema de propiedades de españoles. Cuando los cubanos destruyeron e incendiaron la sede del periódico La Unión, y posteriormente se dirigieron al Consulado donde quemaron la bandera de España, Lulla se lo tomó como una ofensa personal y se presentó en el Consulado español, atravesó la multitud y, armado con una espada en cada mano y dos pistolas en la cintura, escoltó al Cónsul español, al que pretendían linchar, dejando a su paso algunos cadáveres de insurgentes, hasta que condujo al diplomático hasta dejarlo a salvo en su casa.

Aquella misma noche, el de Mahón, escuchó unos ruidos a la puerta de su casa y pudo observar que un grupo de más de medio centenar de cubanos se acercaban a la vivienda con antorchas y rifles para asesinarle y quemar su propiedad. Lulla echó mano de su escopeta, salió a la galería de su casa y disparó los dos cartuchos contra la multitud dejando dos cadáveres en el suelo. Mientras Pepe volvía a recargar la multitud se dispersó rápidamente sin esperar a que Lulla volviese a disparar. Desde aquel día, el mahonés se convirtió en el centro de la ira de los cubanos residentes en Nueva Orleans, pero como nadie se atrevía a decirle nada, debido a su fama de excelente duelista, Lulla mandó poner carteles por toda la ciudad retando a duelo a todos los cubanos; ni que decir tiene que nadie aceptó aquel desafío; pero los cubanos querían matar a Pepe y lo intentaron en diferentes ocasiones.

Nota de prensa donde se habla de la murte de Jossé Lulla
Nota de prensa donde se habla de la muerte de José Lulla

Una noche, a la salida de su bar, le esperaba un asesino a sueldo mejicano armado con un cuchillo. Lulla le arrebató el cuchillo y, arrojándolo lejos de sí, le propinó tal paliza al sicario, tan solo con los puños, que acabó con la vida del emboscado. Años más tarde enviaron desde Cuba a dos asesinos que tenían fama de ser peligrosísimos, y se emboscaron en el cementerio de Nueva Orleans ya que sabían que Lulla aparecería por allí puesto que se celebraba el entierro de un militar que el mahonés había finiquitado aquella misma mañana. Cuando Pepe los descubrió, los persiguió a tiros por todo el camposanto hasta que acabó con ellos. Como última medida, los cubanos contrataron a un militar austriaco que había peleado en Méjico bajo las órdenes del emperador Maximiliano. Este soldado tenía una merecida fama de ser muy hábil con las armas y, se rumoreaba, que era extraordinariamente cruel y traicionero. Este austriaco retó a Lulla y se convino un duelo a pistola, separados por treinta pasos. Según las reglas de los duelos, ambos contendientes se colocarían espalda contra espalda y caminarían quince pasos, se darían la vuelta y dispararían. Cuando todo estuvo preparado, los padrinos dieron la señal y ambos duelistas comenzaron a caminar; pero antes de terminar los quince pasos, el austriaco se dio la vuelta y disparó contra las espaldas de Lulla. Seguramente por los nervios, o porque quiso ser muy rápido, el retador falló el tiro. Pepe Lulla se dio la vuelta, apuntó y le perforó el pecho de un balazo.

A lo largo de su vida, su patriotismo le valió diversos reconocimientos y galardones entre los que cabe destacar la medalla de Oro de la Orden de Carlos III, la más distinguida orden civil que puede otorgarse en España, que se concede a quienes hayan destacado especialmente en los servicios a España y a la corona española.

José Lulla murió en la cama, en la mansión de su finca de la isla de Grande Terre, en Jefferson Parish, Louisiana, el 3 de Julio de 1888 a la edad de 73 años, justo cuando había comprado una gran extensión de terreno en la zona de “Cheniere Caminada”, que luego fue arrasada por un huracán en 1893, con la intención de fundar una gran plantación de naranjas.

Factura de la tumba
Factura de la tumba

Como han podido comprobar, José Lulla, siendo un hombre de carne y hueso, nada tiene que envidiar al imaginario Rhett Butler de “Lo que el viento se llevó”. Estoy plenamente convencido de que si este personaje hubiese nacido en Estados Unidos, Alemania, Inglaterra o Francia, se hubieran escrito novelas o filmado películas contando detalladamente su fascinante vida; pero nació en España y, ¡lástima!, casi nadie recuerda la figura de este reputado espadachín que, aunque lejos de su tierra, siempre quiso ser español.

 

LA ALCAZABA 55