No sabemos si en su infancia soñó don Juan Carlos con ser rey. Su abuelo, Alfonso XIII fue destronado por el advenimiento de la Segunda República. Sus tíos, Alfonso y Jaime, tuvieron que ceder el paso a su tercer hermano, de algún modo fueron príncipes destronados a causa del matrimonio plebeyo o de la enfermedad.
Al comienzo de la Guerra Civil, su padre, Juan de Borbón, apoyado desde el exilio por Alfonso XIII, había tratado de unirse a los nacionales. El 1 de agosto de 1936 cruzó la frontera por Dancharinea, escoltado por un grupo de navarros monárquicos con la falsa identidad de «Juan López», como trabajador del Hotel «La Perla» de Pamplona. En dicho establecimiento se puso un mono azul con el símbolo de la Falange y una boina roja que le regalaron. Se asomó a una de las ventanas. Rápidamente lo percibieron los carlistas, le recriminaron el empleo del símbolo y lo denunciaron. De inmediato partió hacia Burgos para evitar que se impidiera su incoporación y, por la noche, cenando en el parador de Aranda de Duero, conoció por llamada telefónica del general Fidel Dávila que el cabecilla del levantamiento, Emilio Mola, disponía su retorno. En menos de 24 horas pasó nuevamente la frontera.
Desde la renuncia de Alfonso XIII como jefe de la Casa Real el 15 de enero de 1941 (apenas un mes antes de su muerte), Juan fue el pretendiente al trono de España y encabezó la defensa de la causa monárquica contra la dictadura, ligando el proyecto de restauración a una concepción liberal y democrática. Mientras su padre se reservaba el título de duque de Toledo, él quedó posicionado como heredero al trono en una tesitura compleja, de proyectos en papel mojado, proclamas con sordina y maniobras con manos atadas, ¿quién era el príncipe de Asturias?, ¿para cuándo la entrada en Madrid?, ¿por qué un nuevo manifiesto? En el epílogo del régimen de Franco hubo de concienciarse de que si la monarquía regresaba a España como forma de Estado la corona le pasaría por alto. Don Juan y doña María, los nombres clásicos españoles singularizados por un cetro ausente y una generosidad espléndida.
Mucho antes, en ese sopor en el que las ideas brillantes resultan más que posibles, en un apartamento del número 122 del viale dei Parioli de Roma nacía el primogénito de Juan de Borbón y Battenberg y de María de las Mercedes de Borbón y Orleans. El 26 de enero de 1938 fue bautizado en la capilla de la Orden de Malta de Roma por el cardenal secretario de Estado de la Santa Sede, monseñor Eugenio Pacelli, futuro papa Pío XII. Su abuela paterna, la reina Victoria Eugenia fue la madrina, y su abuelo materno, Carlos, príncipe de las Dos Sicilias e infante de España, el padrino. A los 4 años se trasladó junto con el resto de su familia a Lausana, en Suiza, y con 8 a Estoril, en Portugal.
En una entrevista celebrada entre Franco y el conde de Barcelona en el golfo de Vizcaya, a bordo del Azor, el 25 de agosto de 1948 se decidió que el príncipe se trasladaría a España. Pisó por primera vez el territorio sobre el que, en menos de tres décadas, comenzaría a reinar, el 8 de noviembre. Fue sólo un año pues, en el verano siguiente, la tensión entre don Juan y Franco se agudizó y hubo que esperar un nuevo curso para que el hijo mayor de los Barcelona regresara a España. Corría ya el otoño de 1950. El 4 de noviembre, en Nueva York, la ONU sometía a votación la revocación de las condenas emitidas en 1946 por carecer el régimen de bases democráticas. Se analizó la posibilidad de aceptación de España en los organismos internacionales. El resultado fue favorable y volvieron los primeros diplomáticos, los de Estados Unidos y Gran Bretaña.
En su regreso a España Juan Carlos tampoco vino solo, sino con su hermano Alfonso. Como únicamente se llevaban tres años, compartían entretenimientos. Fueron matriculados en el colegio instalado en el Palacio de Miramar, antigua residencia estival de la familia real en San Sebastián. Cada mañana eran despertados con toque de campana, tras lo cual debían dirigirse inmediatamente a los jardines para asistir al izado de bandera.
En 1954 Juan Carlos terminó el bachillerato en el Instituto “San Isidro” de Madrid, formándose a continuación en las Academias y Escuelas Militares de los tres Ejércitos, donde adquirió el grado de oficial. En Villa Giralda vivían sus padres con las infantas Pilar y Margarita.
Luego de la instrucción en la Academia General Militar de Zaragoza (1955-1957), la preparación de Juan Carlos prosiguió en la Escuela Naval Militar de Marín en Pontevedra (1957-1958) y, finalmente, en la Academia General del Aire de San Javier en Murcia (1958-1959). Además, en esta etapa realizó el viaje de prácticas como guardiamarina en el buque escuela «Juan Sebastián Elcano» y consiguió el título de piloto militar, completando su formación en los años 1960 y 1961 en la Universidad Complutense de Madrid, con estudios de Derecho Político e Internacional, Economía y Hacienda Pública.
En septiembre de 1961, se anunció oficialmente el compromiso de Juan Carlos y Sofía, la primogénita de los reyes Pablo I y Federica de Grecia. También tuvo Sofía que vivir en el exilio cinco años (1941-1946) durante la invasión alemana y, aunque en el momento de los esponsales la monarquía imperaba en Grecia, en diciembre de 1967 su hermano, Constantino II, fue obligado a abandonar el país y, en 1973, un plebiscito convocado por la junta militar proclamó su abolición. Juan Carlos y Sofía se habían conocido en un crucero por el Egeo organizado en 1954 para miembros de la realeza europea, aunque el idilio comenzó a fraguarse en la boda de los duques de Kent en 1961, en el que el príncipe español fue designado como acompañante de la joven.
Las nupcias se celebraron en Atenas el 14 de mayo de 1962 por los ritos ortodoxo y católico. Franco había manifestado su interés en que vivieran en Madrid y, aunque el conde de Barcelona se había negado, en 1963 se trasladaron al palacio de la Zarzuela, donde vivirían con sus hijos Elena, Cristina y Felipe.
El 22 de julio de 1969, y en virtud de la Ley de Sucesión de la Jefatura de Estado de 1947, Juan Carlos fue propuesto como sucesor de Franco a título de rey y juró guardar y hacer guardar las Leyes Fundamentales del Reino y los principios del Movimiento Nacional. Franco se inventó un título, el de príncipe de España, para distanciarse de la tradición que prevía al príncipe de Asturias. Las enfermedades de Franco hicieron que Juan Carlos I asumiera por primera vez interinamente el cargo de jefatura de Estado en 1972 y en 1974. Tras la muerte del dictador el 20 de noviembre de 1975 pronunció en las Cortes su primer mensaje a la nación, expresando su deseo de ser rey de todos los españoles y de restablecer la democracia.
El 14 de mayo de 1977, el conde de Barcelona transmitió a su hijo los derechos dinásticos y la jefatura de la Casa Real española y el 15 de junio se celebraron las primeras elecciones democráticas desde 1936. El nuevo Parlamento elaboró el texto de la actual Constitución, aprobada en referéndum el 6 de diciembre de 1978 y sancionada por Su Majestad en la sesión solemne de las Cortes Generales el 27 del mismo mes. La Constitución establece como forma política del Estado la monarquía parlamentaria, en la que el rey arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones. Es la carta magna a más duradera de cuantas ha habido, entre pronunciamientos y rebrotes de absolutismo, en la España Contemporánea.
Corresponde a Su Majestad el mando supremo de las Fuerzas Armadas, por lo que se reúne una vez al año con los tres ejércitos en la fiesta de la Pascua Militar y ejerce el Alto Patronazgo de las Reales Academias. Ha sido investido doctor honoris causa por una treintena de universidades españolas y extranjeras y es Presidente de Honor del Patronato del Instituto Cervantes, encargado de la difusión del español en el mundo. Junto a su neutralidad y al carácter dialogante que caracteriza esa corriente denominada juancarlismo, es elogiable el papel desempeñado por el monarca el 23 de febrero de 1981 ante el intento de golpe de Estado, el afianzamiento de la libertad en una nación azotada por divisiones con heridas recientes y el impulso internacional.
En un siglo, el XXI, en el que por ventura la esperanza de vida se alarga, cobra carta de naturaleza presentar la renuncia, ya sea la del papa, la de su émulo negro, o la de los soberanos temporales, como han hecho en los dos últimos años Beatriz de Holanda o Alberto II de Bélgica. El 2 de junio de 2014 hizo pública su abdicación en la figura de su hijo, Felipe de Borbón, quien reinará, consecutivamente al primer Borbón, que llegó a España a comienzos del XVIII a la muerte del último Habsburgo.
Juan Carlos I ha presidido el cuarto reinado más largo de la Historia de España, después del de Felipe V (45 años en dos períodos), Alfonso XIII (44 años y 11 meses, incluyendo los 16 años de regencia) y Felipe IV (44 años y 5 meses). En estos albores del tercer milenio, también por fortuna en Europa las abdicaciones parecen pacíficas, a diferencia de la costumbre histórica, en que la dimisión se formulaba por presión. Ahí tenemos a Carlos IV, abdicando por el motín de Aranjuez, a Fernando VII por Napoleón o a Isabel II por directrices de Cánovas del Castillo. La ultima abdicación en nuestro país fue precisamente la de don Juan, conformó ya un hito este traspaso de la legitimidad dinástica en 1977: «todo por España».
Y, en el discurso del 2 de junio, don Juan Carlos quiso enfatizar la conservación del legado: «guardo y guardaré siempre a España en lo más hondo de mi corazón», sólo entonces estuvo a punto de quebrarse. En el despacho desde el que se emitió la alocución, junto a las banderas de la Unión Europea y de España, sobre la mesa reposaba la Constitución de 1978 y, al fondo, dos fotografías: la suya con don Juan en un marco y, en otro, el relevo generacional con Felipe VI y su nieta, la infanta Leonor.
Fueron 36 años de dictadura de Franco (o 39 si tomamos como punto de partida del régimen la sublevación de Melilla), casi 39 de reinado de Juan Carlos I. De un 18 de julio, de justamente vencidos e injustamente vencedores, en palabras de Julián Marías, a otro 18 de junio, de traspaso pacífico del mando con votación en las Cámaras y una postrera ley por medio. Un abismo entre dos jefaturas del Estado en lo relativo a intereses, medios y caracteres: del Movimiento a la Constitución, de la «España, una, grande y libre» al Estado de las autonomías que frente a la diglosia impulsa el bilingüismo, de la censura a la libertad, del golpe al consenso, de la dictadura al pluralismo, del aislamiento a la globalización.
revista la alcazaba 55
María, enhorabuena por este artículo. Bien documentado y correcto.
Gracias Marcial.
Un cordial saludo,
María Lara.