Motilla del Azuer, Daimiel, Ciudad Real. |
Desde hace siglos han venido llamando la atención del hombre unos montículos que se elevaban en medio de las llanuras manchegas. Se trata de las Motillas, pequeños cerretes artificiales que se elevan en mitad de los erráticos cursos fluviales de La Mancha o junto a las lagunas y zonas palustres. Los estudiosos y eruditos las interpretaron antiguamente como túmulos funerarios, aunque hoy sabemos que son unas manifestaciones peculiares de la cultura de la Edad del Bronce (hace entre 4.000 y 3.500 años) que no tienen paralelos en la Península ibérica.
Se trata de verdaderas fortalezas que se levantan sobre terrenos encharcados de la llanura manchega. Están formadas por una torre central que puede alcanzar hasta los 10m de altura sobre el nivel del suelo, de forma cuadrangular y a la que se accede por medio de tramos de escaleras que se van enroscando a sus paredes por el interior embutidas en estrechos pasillos. Esta torre está circundada por dos o más anillos pseudo-concéntricos de murallas, que confieren al conjunto la forma circular característica que puede llegar a los 100m de diámetro. Toda la obra está realizada en mampostería de piedra caliza unidas a hueso.
Hoy se conocen más de medio centenar de estos asentamientos, como la Motilla de Las Cañas, en pleno parque nacional de las Tablas de Daimiel, la de Zuocorta, cercana e ésta, de los Palacios, o la decena de ejemplos en torno a las lagunas de Ruidera, entre las que destaca la Motilla del Retamar de Argamasilla de Alba. De todas ellas, la mejor conocida es la llamada motilla del Azuer, por situarse junto al cauce de ese río, en el término municipal de Daimiel, en Ciudad Real. Se comenzó a excavar en los años setenta del pasado siglo por un equipo de la Universidad de Granada, y tras varios años de inactividad se han reiniciado hace unos pocos años las investigaciones por el mismo equipo bajo los auspicios de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, con el doble fin de estudiarla y restaurarla para abrirla al público. En esta motilla se conserva la torre central con lienzos de pared de casi 10m de altura,. Alrededor de esta torre existe un muro que la rodea, y otro al exterior mucho más grueso. Dentro de la fortificación se abre un espacio vacío o patio en uno de sus lados, y al exterior se conservaban los restos del poblado propiamente dicho.
Torre central y los anillos concéntricos de la fortificación de la Motilla del Azuer.
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Estamos por tanto ante un castillo que se construyó hace cuatro milenios con el fin de almacenar dentro de sus muros las reservas de cereales de la comunidad, trigo y cebada que al principio se guardaban en almacenes o silos de planta rectangular y luego dentro de grandes recipientes cerámicos fabricados a mano. También existen indicios que indican que se estabulaba o guardaba el ganado dentro de los muros cuando era necesario: ovejas, cabras y cerdos. En el patio se ha encontrado un pozo que buscaba los niveles freáticos del río para garantizar el abastecimiento de agua dentro de la fortaleza. También la fortaleza servía como vivienda, al menos puntualmente, ya que entre los restos arqueológicos hallados se encuentran algunos hornos para cocinar y restos de actividades alfareras, y también se han hallado algunos enterramientos.
Pero el poblado se extendía en el llano contiguo al río, alrededor de la fortificación. Las casas son de planta oval o rectangular con paredes de barro que tienen un zócalo de mampostería. En una de ellas se halló un conjunto de vasijas de almacenaje de pequeño y mediano tamaño que formaba parte de un vasar situado junto a la puerta. Como es común en esta época, no existe un urbanismo propiamente dicho, sino que las casas se distribuyen aleatoriamente dejando grandes espacios abiertos en donde se realizaban las actividades cotidianas, quedando numerosos restos de hogares y hornos, junto con fosas y agujeros en donde de vertían los desechos. Estos basureros son una fuente de información extraordinaria para conocer los hábitos de vida y la dieta de estas gentes. Por ejemplo, en Azuer se han hallado numerosos restos de huesos de caballo descuartizados, animal que por entonces se utilizaba esencialmente para consumir su carne.
Junto al poblado se hallaba el cementerio o necrópolis, formado por simples fosas excavadas en el terreno o construidas con pequeñas paredes de piedras calizas o lajas hincadas. Dentro de ellas se hallan los difuntos inhumados, en posición encogida y colocados de lado. Se enterraban con escasos ajuares aunque han aparecido algunos entre los que se halla un puñal de cobre arsenicazo con remaches y un punzón también de cobre. Estas tumbas se encuentran a veces adosadas a las viviendas e incluso a la muralla exterior de la fortificación. No faltan algunos restos de niños en el interior de vasijas, siguiendo la costumbre común a muchos pueblos antiguos, de separar a los jóvenes que aún no han llegado a la edad adulta en cementerios o espacios separados de los del resto de la comunidad.
Enterramiento en el interior de la Motilla del Azuer. |
El hecho de que el trabajo para levantar las fortificaciones supera con mucho las necesidad de las comunidades que las construyeron y que las motillas se distribuyan por las cauces fluviales, lagos y zonas encharcadas, a intervalos de 4-5km, parece indicar que se trata de un sistema plenamente estructurado correspondiente a sociedades jerarquizadas, para las que la guerra y la rapiña eran partes importantes de sus formas de vida, de ahí que las motillas busquen la altura por medio de sus torres centrales a fin de obtener una buena visión sobre el entorno y el dominio visual de otras motillas desde la que podrían avisarse de incursiones extranjeros a cualquier otro peligro. En estos casos, la población buscaría refugio dentro de los anillos de la fortificación, en donde se guardaban también los víveres, no tanto para aguantar un asedio, sino para evitar el pillaje de los alimentos y bienes más preciados del grupo.
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