MAX ESTRELLA, por Salvador Moreno Valencia

Salvador Moreno

Esta mañana al mirarme al espejo (cosa que hago con aprehendida rutina, y sin poderlo evitar, el espejo está ahí, me pregunto: ¿Soy yo el que se mira o es él el que me observa?), en el cuarto de baño de la pensión, mi querido batuchka, me dije <<estoy envejeciendo, voy a cumplir el medio siglo el próximo año, el mismo en el que he fijado mi boda, batuchka, con quien tú sabes>>. Más tarde el buen amigo Enrique me dice por teléfono que soy insultantemente joven; pero los espejos no mienten, muestran el esperpento como los espejos del callejón del Gato, cuando Max Estrella, moribundo, descubre el de España (hoy desaparecidos los espejos). ¿Soy joven y viejo a la vez, mi querido batuchka?

 

Dejo estos pensamientos sobre el halo que se ha creado en la superficie que refleja mi rostro y decido salir a la calle para respirar el entumecido aire de Madrid, y recorrer las calles por donde antaño pisaron los escritores de más renombre en este y en otros países donde todavía quedan algunos seguidores de la buena literatura. Pero me pregunto: ¿qué es la buena literatura, quién la selecciona, cómo se llega a hacer buena literatura? Tras el recorrido que me espera esta mañana por el Madrid de las letras junto a mi querido amigo Dostoievski, que me acompaña con su Crimen y Castigo, tendré la respuesta a esta pregunta, pero no la desvelaré, entre otras cosas porque cada cual entenderá lo suyo sobre el tema en concreto, así que cada quien se haga sus preguntas y cada quien se las responda según sus perspectivas.

-¿Es una manera de justificar el crimen, Fiódor, cuando Raskolnikov intenta excusar el execrable doble asesinato que ha cometido?

-Mi querido batuchka, el hombre siempre intenta excusar su actos, sabemos que el crimen cometido por uno de ellos, o por un grupo de éstos, tiene diferentes componentes, digamos que se han cometido por móviles distintos, pero: ¿son tan condenables el que comete el individuo o el que comete el colectivo, según la justicia? No, mi querido amigo, la justicia es un arma creada por hombres para beneficio de hombres, pero para el beneficio de unos pocos y el perjuicio de unos muchos, o lo que es lo mismo, de la gran mayoría. Así un crimen cometido en pos de la patria, por ejemplo, o un genocidio cometido con el fin de alcanzar un ideal no es condenado como el crimen que comete Raskolnikov, o cualquier otro individuo. Tú mismo planteas este asunto en tu novela Pasos largos, el último bandolero, cuando en boca del forajido pones esta pregunta: << ¿Si los crímenes que comete la patria son siempre justificables, por qué el mío no lo es?>>, se pregunta Juan Antonio Mingolla, intentado comprender la perversidad con la que se muestra la ley a la hora de juzgar los delitos. ¿Napoleón, Hitler, Mussolini, Stalin, y por qué no, incluso Ulises, no fueron asesinos? A éste último se le definía como el destructor de ciudades y él mismo reconoce sus hazañas de destruir ciudades enteras y repartirse el botín. La Odisea de Homero describe a la clase dominante sobre el resto a los que tiene a su servicio. ¿Cómo vivían los unos, y cómo los otros? Los primeros estaban emparentados con los dioses, los segundos con las bestias. Otro ardid del hombre para gobernar y mantener la antonomasia de su estirpe.

Raskolnikov es un pobre diablo que intenta sobrevivir, y cree que matando a la vieja usurera hará una gran revolución, él se compara con Napoleón, y de hecho en su ensayo clasifica a los hombres de extraordinarios y de ordinarios. Su lucha es pertenecer al grupo de los extraordinarios como Napoleón, por ejemplo, o como cualquier otro gobernante del mundo que comete crímenes y no es juzgado por las leyes, porque éstas las dictan ellos y sus acólitos.

Pero qué hace mi querido Rodia, se envilece por su cobardía, y al final sólo el amor puede salvarlo. Descubre que el mundo se mueve sin cesar y que las leyes siempre estarán a favor de los que las decretan. Así ni su crimen, ni un simple robo es juzgado del mismo modo que un genocidio o una gran estafa o robo del erario público. Las pruebas las tienes en la actualidad, donde los ricos roban a diestro y siniestro, y donde sus acciones en La bolsa asesinan a millones de seres cada día: ¿son juzgados por las leyes por cometer estos crímenes? No, y sin embargo sí se juzgan crímenes y robos, por decirlo de algún modo, menores, y que han sido motivados por la miseria, por la desesperación y por causas que quizá sean justificables: estos actos son consecuencia de la injusticia con la que se distribuyen en el mundo las riquezas.

Si los ricos algún día ven a un grupo de menesterosos rondando sus ricas mansiones llaman a la policía, que pagada por éstos, encarcelará a los segundos por delitos tipificados para tal fin: seguir excluyendo a los individuos para mantenerlos bajo su control.

Conseguir lo contrario es derramar sangre, y si esos menesterosos se arman y atacan a los ricos, les  aplicarán leyes hechas para tal fin. Luego, todo aquel que ose levantarse contra el poder establecido, ya sea éste de izquierdas (ahí tienes la gran lección que dio en mi país el comunismo, tan atroz y desmedido, y aquí en tu país el fascismo, tan atroz y desmedido como el primero), como de derechas, está condenado a fracasar.

¿Cómo podemos encontrar el término medio para que los hombres vivan en equilibrio y pacíficamente? Creo, mi querido batuchka, que esto será, si no imposible, verdaderamente utópico.

Guardé silencio escuchando las palabras de Fiódor, cuando fuimos a parar a la plaza de Las Cortes, donde Miguel de Cervantes Saavedra se ha convertido en piedra para recuerdo de los transeúntes que ensimismados en sus quehaceres de esclavos modernos, van de un lado a otro sirviendo a sus amos. El hidalgo en la llanura ve a lo lejos unos gigantes amenazantes contra los que temerariamente se lanza…

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