L La Mancha es tierra de soledad. Soledad sin excusas ni pretextos. Es la tercera comunidad mayor de España y también una tierra despoblada. No deshabitada; pues la plenitud de la que se nutre la hace sencillamente única.
Los castellanos de esta tierra manchega, solemos conocer el horizonte como la palma de nuestra mano. Somos todos, sin excepción, huéspedes del crepúsculo. El crepúsculo es el camino de la muerte del día, y ante su vacío mágico y osado nos rendimos, cuando desde las montañas lejanas y azules el color escarlata del cielo nos envuelve en su luz.
Los manchegos amamos esta tierra con terquedad, creo que hasta con aspereza, pues a todos nosotros nos cuesta acariciar con ternura su costra y su raíz.
Nosotros, todos, recontamos las lindes de los pueblos, a ciencia cierta y certera, pregonamos, que nuestro lugar es el mejor, el único, el impoluto, el más antiguo, donde la sangre es más veraz, más vieja, más manchega… Si se nos brinda la ocasión discutimos por los orígenes mitológicos del lugar, olvidando que desde siglos atrás, esta tierra de Dios, es de todos. De todo el que ha llegado aquí y se ha quedado amarrado a su luz, a su sed y a su piel.
Esa piel de tierra en la que nos fundimos, llamándonos con nombres diferentes de pueblos y parajes, pero al cabo y al fin, tierra manchega, hermosa y dura, alta y distante con memoria de milenios en sus entrañas por donde todos vamos y venimos desde antaño.
La Mancha es hermética, la han desmantelado tantas veces que no confía ni en sus propios hijos. Hemos renacido demasiadas veces debajo de nuestros escombros sin ayuda de nadie. Somos legítimos habitantes de la soledad, del desamparo y del reducto último del horizonte, quizás por esa causa somos desconfiados. Pero todos conformamos este paisaje y a él pertenecemos.
Pertenecemos desde lo más elemental, desde lo más diverso…molinos, ríos, valles, motas, grutas, caminos, heredad, castillos, monte, laguna, municipios, semántica, folclore, tradición… Son tantas cosas las que habría que puntualizar para empezar a andar unidos sin resquemores. Tantas las ocasiones que por tener espíritu de tribu hemos tirado todo por la borda de la estupidez. Siempre nos peleamos inútilmente. Miguel de Cervantes que recorrió esta tierra y se enamoró de ella, nos privó de muchos nombres de pueblos y lugares.
Cervantes y La Mancha, La Mancha y sus molinos, sus pueblos molineros carcomiéndose la testarudez de demostrar que uno, y no todos, son pueblos y molinos cervantinos.
He visto la luz primera en Tomelloso, y en él, no he conocido molinos de viento. Domingo Alberca, criptanense con alma de aspas de molino, soñador y artesano que construye molinos de piedra y de madera desde los despojos del abandono de la historia; una noche de invierno llegó hasta mi casa y me contó que aquí, en Tomelloso, hubo en tiempos cuatro molinos de viento. Él tenía los documentos que lo atestiguaban. Me dijo los nombres de las calles donde en las pequeñas alturas de mi pueblo se construyeron aquellos molinos. Me emocionó escucharlo y saber que también aquí, las aspas del molino habían batido al viento.
El azar ha querido dejar constancia en las sierras manchegas de esos vigías blancos que se elevan por encima de los pueblos, de las carreteras y autovías, desnudos en su entorno ascético: molinos de La Mancha, refugio de los sueños de los pueblos molineros tan cerca de su historia y de su vida.
El legado de Miguel de Cervantes es un legado de universalidad. La universalidad hoy se llama globalización; y en nuestro mundo desigual y convulso los molinos manchegos junto con sus pueblos, tienen la ineludible obligación de ser una referencia de paz y de cultura universal. No entiendo, ni comparto, ni apruebo la continua pelea de un pueblo sobre otro.
Los pueblos molineros deberían ser modelos de ciudadanía equilibrada, donde la cultura y la economía, crearan un itinerario atrayente para esos millones de personas que viajan hasta la Mancha en busca de un ideal.
Don Quijote de la Mancha es un antihéroe que cabalga en el tiempo sin tiempo definido. Es el mito que nos comunica con todos los habitantes de nuestro planeta a través de la tecnología de internet, que impulsan las agencias de viajes porque les reporta beneficios. Un mito carente de fronteras porque su magia ha roto cualquier barrera política y geográfica. Es el mito que hace a los pueblos molineros depositarios de la fuerza telúrica del gigante de piedra, la torre encantada que queremos conquistar, el barco de vela anclado en el mar de la llanura manchega que se alía con los vientos para girar con ellos en busca de un mundo mejor.
Los molinos de nuestros pueblos son los semáforos de un ayer que nos unen al presente, y por esa razón hay que regular sus visitas, trazar una ruta compartida para recorrerlos y conocer los balcones manchegos a los que se asoman. Para eso hay que desechar viejas rencillas, dejar de ser estrechos de miras en los planteamientos turísticos, y abrir el tránsito a cuantos viajeros llegan desde puntos lejanos en busca del milagro del ingenioso hidalgo manchego.
Todos nosotros deberíamos ser impulsores y defensores de nuestro patrimonio. Un patrimonio rico y variado tan desconocido y despreciado. Deberíamos tomar conciencia de nuestra ecología, de nuestros monumentos, de nuestra historia y de ese devenir que nos aguarda. Deberíamos conocer nuestros derechos por ser habitantes de una región natural tan bellísima que aún hoy, no se ha empezado a cuestionar su defensa ni en lo más primordial.
Los pueblos, nuestros pueblos, tienen un sello inconfundible de singularidad. Llegar a Campo de Criptana es penetrar en los indicios del misterio desde la matriz de la sierra y sus molinos, añil y cal envolviendo a la tarde.
Viajar hasta Mota del Cuervo y recorrerla es convocar la madre tierra, y al pájaro sagrado remoto y ancestral planeando sobre vientos… Sobre la torre del molino y el legado de su nombre.
¿Qué tierra tan inconsciente es la nuestra que se transfigura en Consuegra? Desde la autovía N. IV de pronto se ven los molinos, con el telón de fondo del castillo, sus contornos se enredan en la mirada, nos asaltan delirios de grandeza, muchedumbres de otros siglos nos miran, o acaso somos nosotros los que buscamos en sus calles nuestros adentros. ¿Quien lo sabe? Y hay molinos en Alcázar de San Juan semejantes a un recuerdo con la complicidad de lo que fue y ya no son. Y también hay un molino de amor y de poesía en Munera, con su rito de sol en pleno julio. El molino quemado de Belmonte le pregunta a Fray Luis de León por esos modernos inquisidores, y el santo, pobrecito, argumenta que lo mejor será pedir a Don Quijote que los busque y desfaza ese agravio…
Molinos desgajados en lo alto de pequeños montículos, rotos, a los que se les cae piedra a piedra el esqueleto de su historia. Molinos, vuelo de luz a la intemperie de La Mancha, con las costras de la muerte en sus paredes.
Molinos que, apenas son una ráfaga de ternura, que de inmediato nos acelera la sangre por lo que significaron y lo que son. ¿Si Don Quijote y Sancho Panza no recorrieran los caminos manchegos y discreparan sobre si son gigantes o molinos, a los molinos que quedan en píe los defenderían los pueblos molineros?
Si Miguel de Cervantes aventurero, soñador, manco y pobre escritor no los hubiera incluido en su universal obra, es muy posible que a estas alturas de nuestra historia, nadie, se pelearía por su epopeya. Pero escribió de ellos, los miró, y amó cada palmo de su altura. Abrió camino para los que de él, hicieron su vivir, no nombró a ningún pueblo, no fijó fronteras. Mancha tierra de molinos, cuna del mejor Caballero y la más bella Emperatriz, donde el vulgo es sabio y sentencia con refranes y no quiere problemas porque siempre habrá malandrines cruzando las veredas.
Molinos de La Mancha, oración de piedra alzada en nuestra geografía, contemplaros es apoyar nuestra esperanza en el futuro incierto, a pesar del nuevo orden mundial. A pesar de esos extraños paraísos financieros. A pesar del terror manipulado y la mercancía humana de la emigración… A pesar, de no entenderse entre sí, los pueblos molineros, y olvidar que para cobrar peaje hay que ofrecer itinerario, posada y desarrollo, dentro de esta soledad privilegiada por donde todavía, Don Quijote, cabalga a lomos de Rocinante seguido de Sancho Panza en su jumento, sin otro almanaque, que el refugio de un libro y la luz seductora del horizonte de un atardecer cualquiera por los costados peregrinos de La Mancha.