OFICIOS QUE VAN DESAPARECIENDO: PATRICIO EL SASTRE, por Joc

«¿Le pongo un bolsillo aquí?»
dice un sastre tocando el pecho de una mujer hermosa.
«No», exclama el marido indignado.
«Pues lo borro.», responde el profesional,
frotando ahora con la mano
la zona que acababa de marcar.
Chiste (contado por Patricio).
            Cada vez que pasen por delante de su tienda de la calle Oscura, lo sorprenderán con la aguja en la mano. ¡Incluso los domingos y los días de fiesta! Parece que Patricio Valcárcel, el último sastre de la población, no conozca el descanso.
            Esta sociedad nos intenta hacer creer que el tiempo se compone de buenos y malos momentos. Siendo los buenos las vacaciones o los fines de semana, es decir, los momentos de ocio, y los malos, los otros, cuando hay que trabajar.
¡Es una manera de ver! Hay muchas más naturalmente.
Podríamos evocar por ejemplo, la de los artesanos, que como los monjes, los artistas o los enamorados no se percatan de las horas que pasan.
De hecho, podríamos hablar respecto a estos, de concepción unitaria del tiempo, en oposición a la binaria que caracteriza nuestra época.
            Es posible que algunos artesanos no sean conscientes de esta diferencia y se sientan víctimas de su trabajo, tomando como tantos otros el horario de un oficinista como modelo.
Escuché quejarse a más de uno: « ¡Ay, señor, la artesanía es un sacerdocio!»
Ahora bien, estoy convencido de que se trataba sólo de palabras, de acuerdo con los paradigmas actuales.
En realidad, si no consiguieran encontrar la felicidad en su actividad, bebiendo cotidianamente de la fuente de su vocación, ¿cómo podrían continuar infatigablemente su labor, día tras día, mes tras mes, año tras año?
            Conocí a Patricio en abril,… a finales de abril si no recuerdo mal.
Cuando entré en su taller, se encontraba punteando un pantalón.
Reinaba el silencio. No un silencio fúnebre sino un silencio de estudio, comparable sin duda, al de las aulas de antaño.
Varías mujeres, sentadas contra la pared de la derecha, cosían también.
            Sin hacer ruido, di unos pasos en el local y me planté delante de la mesa de trabajo, instalada en el fondo:
          “Soy periodista, dije. Estoy escribiendo un libro sobre los artesanos de Mula y quisiera hacerle una entrevista.”
           «Más adelante, me respondió entonces serena pero firmemente, ésta es una mala época, ahora estoy muy ocupado con las comuniones.»,
No insistí. Explique que volvería y me fui.
Desde luego, una de las cosas que me impresionó durante este primer contacto fue la capacidad de concentración de nuestro modisto. Mientras que hablaba, no paró, siguió sobrehilando como si nada pudiera distraerle de su trabajo.
Hace ahora cincuenta años que Patricio capitanea su negocio. Sin jamás – o casi- tomar vacaciones. Después de las comuniones, vienen las fiestas patronales, después las de fin de año, etc.  Un ritmo infernal salpicado de bodas –y por lo tanto de encargos imprevistos- que no le permite parar.
«A los 12 años empecé a trabajar, de aprendiz, explica. Antiguamente era así, empezabas de aprendiz. Desde entonces, ¡no he parado! O no mucho. Después de casarnos, fuimos mi mujer y yo cada año una semana a la playa, con su padre. Luego, después de fallecer mi suegro, volvimos una vez pero ya no era igual y no fuimos más. A decir verdad, desde el 96 no he vuelto a descansar.»
            Viendo a Patricio en su local de la calle Oscura, se podría creer que nunca jamás ha conocido otra cosa. No es así. De hecho fue en 1972 cuando se instaló aquí.
«Después de la mili, entré en una sastrería de Murcia. Durmiendo cada noche en una pensión. Estuve así durante uno o dos años. Luego, un sastre de Mula, Gabriel Gutiérrez, me ofreció el trabajar con él y volví. Como el sueldo era mejor y además estaba junto a mi familia, no lo dudé un segundo. De hecho, sólo en los años 70 cuando este señor enfermó y cerró, me establecí por mi cuenta.»
Patricio no se metió a sastre por casualidad. Enfrente de su casa, en la calle del Carmen donde vivía con su familia, había una sastrería donde se pasaba el tiempo. «Estaba tan a gusto con el dueño que cuando mi padre me preguntó qué iba a ser de mayor, respondí: “sastre”. Podría haber ido a un taller mecánico, me lo propusieron, a arreglar coches, pero preferí seguir los pasos de mi vecino de en frente, que además era mi padrino.»
El pan cotidiano de Patricio, evidentemente, son los trajes que confecciona para la gente que no encuentra lo que le busca en el prêt-à porter.
«Yo, antes, me dedicaba sólo a hacer trajes para los hombres, pero cuando el negocio decayó, amplié mi registro y ahora hago también ropa de mujer, chaquetas y faldas, o chaquetas y pantalones.»
Como es de suponer, el trabajo de nuestro artesano no sólo se limita a este tipo de prendas: «Cada día aporta su lote de sorpresas y de placer», asegura. «El año pasado, por ejemplo, le hice a un gitano para su comunión un traje como el de Farruquito. Eso no se encuentra por ahí y hay que hacerlo a medida. Y dos años atrás, le confeccioné a una chica un vestido rojo lleno de volantes y con la espalda al aire. Basándome, además, sobre una cinta de vídeo que me había traído.»
            Por cierto, hablando de creaciones, ¿cuál podría ser la obra más original de nuestro artesano? Hay muchas pero cuando le planteamos la cuestión responde sin dudar: «Un pijama de una sola pieza, un poco como los calzoncillos de los vaqueros del oeste americano. Un pedido, en realidad, de un señor que durante la noche cogía frío.»
            Sastres como Patricio – digamos: de su competencia – no quedarán muchos en la región. Si quedan…!!! Escuchémoslo:
«Me siento capaz de confeccionar cualquier tipo de ropa», afirma. «La verdad es que antes del vestido del video no hubiera sido tan categórico. De hecho, mi mujer me dijo que no lo hiciera, lo veía demasiado complicado. Pero como lo hice y salió muy bien, ahora me expreso seguro de mí mismo.»
En todo caso, lo menos que se podría decir es que la clientela de nuestro artesano está más que satisfecha.
«No hay quejas. ¡No me suelo equivocar con las medidas! Sólo una vez que vinieron dos hombres el mismo mes que se llamaban igual, mismo nombre y apellido. Me equivoqué entre los dos. Pero de esto hace muchos años.»
            De vez en cuando, le echan una mano a Patricio. Su esposa, claro (ver recuadro), pero no solamente. Una señora viuda a quien le encanta coser y que encuentra de esta manera una ocasión de salir y de divertirse.
¿Se trataría de una de las costureras que vi la primera vez que vine, dos meses atrás, a finales del mes de abril? ¡Puede ser!
No hace mucho, en todo caso, los sastres no trabajaban nunca solos. Tenían siempre a su lado alguna mujer. Era típico. De alguna manera, obreras especializadas que montaban bolsillos interiores, cuellos o incluso pantalones… ¡como en una cadena!
            En el pequeño taller de Patricio, desde que se instaló, pocas cosas han cambiado.
« Las máquinas son las mismas. He tirado alguna porque se rompió pero sigo teniendo la máquina Singer de mi madre. Ahora hay mejor tecnología, que facilita el trabajo: sobrehíla, hace ojales, pero al final del todo están las manos del sastre.»
Los horarios tampoco, en la sastrería, han variado mucho: «Estoy aquí desde las 6 de la mañana, explica, hasta las tantas de la tarde. Cuando hay jaleo incluso, coso hasta la medianoche.»
            Como les decía, los artesanos no tienen la misma concepción del tiempo que la mayoría de nosotros. Y Patricio lejos de escapar de esta regla podría ser la demostración perfecta.
De hecho, cuando le pregunto a qué se dedicará cuando se jubile, que será en tres años si todo va bien*, me contesta: « Seguiré trabajando, cosiendo cosicas, algo para mi mujer o para mis nietos. O para mí, me gusta hacerme mi propia ropa. En todo caso, no dejaré de coser, soy una persona muy activa.»
¿Qué le parece, respondería usted lo mismo?

*Desafortunadamente, Patricio no conocerá la jubilación, acaba de fallecer. Que descanse en paz, él que nunca descansó