PASEOS POR LA HISTORIA DEL ARTE: LA PINTURA, MADAME RÉCAMIER, por Alfredo Pastor
El pintor francés Jacques-Louis David (1748-1825) es el autor de esta interesante obra titulada Madame Récamier. Se trata de es un cuadro pintado al óleo sobre lienzo de 174 centímetros de alto por 224 cm. de ancho pintado por el artista en 1800. Se conserva en el Museo del Louvre de
París.
En la larga carrera de David se combinan varios elementos del arte clásico: su admiración por la Antigüedad, su deseo de comunicar fuertes mensajes políticos y morales, un perfecto esmero en los aspectos formales, y, a una edad más avanzada, el elogio a la grandeza de Napoleón.
Durante su aprendizaje en París, Jacques Louis David se formó principalmente en los temas históricos y mitológicos. En 1775 ganó el Premio de Roma y viajó a esta ciudad donde permaneció cinco años. Influenciado por el severo ideal de racionalidad que proponían los representantes del neoclasicismo como Canova, Mengs y sobre todo Winckelmann.
Se volcó en el estudio y en el dibujo de la estatuaria antigua, imitando las poses, las formas y hasta la ropa, creando un estilo figurativo característico. En Italia visitó igualmente la region de Emilia, interesándose por los grandes maestros de la escuela boloñesa, como los Carracci y Guido Reni. En Roma, en una atmósfera cultural particularmente activa, estudió a Rafael y a Poussin.
Convencido de que la finalidad del arte era en primer lugar moral, a su regreso a Francia ejecutó pinturas de una sencillez monumental, ejemplares por su claridad narrativa. Por ejemplo, en El juramento de los Horacios, el estilo austero y heroico de David refleja su convencimiento de la finalidad ética del arte. Sus temas eran pretexto para lecciones de moral y de virtud. El gesto heroico hasta la exageración, las poses inspiradas de la escultura antigua, la gama cromática sobria y equilibrada, así como la austeridad de las decoraciones arquitecturales acentúan el contenido moral de los temas históricos
David fue el pintor que quiso expresar la profunda necesidad de un cambio de conducta en la Francia prerrevolucionaria y más tarde celebró la imagen republicana de la Revolución, ponía ahora su talento al servicio del emperador.
A lo largo de su carrera David fue muy apreciado también por sus retratos. Aunque el artista se hizo célebre gracias a sus grandes telas que escenifican relatos heroicos sacados de la Antigüedad, entre sus más bellas obras, figuran también los retratos de sus contemporáneos, en los cuales el artista demuestra su gran capacidad psicológica. El extremo realismo de los personajes se acompaña de una composición rigurosa, de una gama cromática controlada y de un discreto toque de estilo neoclásico.
Juliette Recamier, la modelo de este retrato, fue uno de los personajes más conocidos del París revolucionario. Con veintitrés años posó para este cuadro. Su belleza sedujo a toda la galantería masculina de la capital, aunque ninguno pudo jactarse de haber conseguido ser su amante.
Juliette encargó su retrato a David y simultáneamente a uno de sus discípulos, Gérard. Sus retratos, por otra parte, son muy numerosos, encargados a diferentes artistas. David tenía fama como revolucionario, amigo de los grandes (Marat, Robespierre, Napoleón), lo que le daba una aire peligroso. Madame Recamier acudía a las sesiones en secreto. Tal vez por ello el ambiente en el que está retratada es discreto, ,tan sólo aparecen el diván y la lámpara. David eligió para ella una pose que fue imitada hasta la saciedad posteriormente.
Los elementos secundarios se los encargó a su discípulo, Ingres, que más tarde los empleará en sus propios retratos. Madame Recamier va vestida y peinada a la moda «imperio», que recupera los ideales griegos: peinado de bucles alrededor del rostro, vestido-túnica de talle muy alto, y descalza, lo que era toda una provocación sensual. A esta distinguida dama le disgustaba la pose que había de mantener durante largo tiempo. Tanto es así que sus quejas terminaron por provocar al maestro que indignado abandonó el lienzo sin terminarlo. Ignoramos qué elementos más habrían de aparecer en el lienzo pero indudablemente no pueden añadir nada a la elocuente simplicidad de este hermosísimo retrato. Esta sobriedad y sencillez a la manera de la antigüedad, que en el pasado pudo entenderse como revolucionario, era en 1800 tan sólo una moda o estilo más.
En este cuadro, Jacques-Louis David, pintor francés e introductor del neoclasicismo en Francia, la retrata con un sencillo vestido de tipo helénico, recostada en un diván o triclinio de los que luego se conocerían como “recamier” y en una habitación desnuda de mobiliario y objetos a excepción de un gran candelabro y un reposapiés. David la retrata como una heroína de la República o protagonista del Imperio, cuando en realidad era opuesta a ambas cosas.
El cuadro está inacabado a excepción de la cabeza de Juliette pues se cuenta que, a ella, le disgustaba y cansaba la pose que David había elegido para pintarla por lo que este, molesto, decidió abandonar el cuadro. Juliette quería que lo continuase alguno de los discípulos de David.
El retrato de Madame Recamier prueba que el artista era sensible a la ciencia y también a la belleza femenina de su época. Fascinado por el personaje de Napoleon, éste utilizará la pintura del artista con fines de propaganda política.
La noble sencillez de este retrato se expresa en la simplicidad del vestido y en la decoración espartana, en la gravedad de la composición, en la rareza neoclásica de la disposición ligeramente en diagonal y en la distancia de la pose de la dama que gira su hombro hacia el espectador. Todos estos elementos, prueban que el neoclasicismo había operado durante mucho tiempo.
LA ALCAZABA 55