Tuve que ir a Pontevedra por cuestiones personales y decidí buscar el alma de esta bella ciudad, tan cerca de Vigo y tan desconocida a veces. Sí, desconocida porque vamos allí con prisas y sin adentrarse demasiado en su esencia. Así pues, en las 6 horas que me quedaban, decidí hacer el recorrido sólo por sus plazas y alguna que otra iglesia. Porque, les aseguro, que Pontevedra a fondo, nos lleva bien dos días.
De plaza en plaza.
Nos adentramos en su bien tratado y conservado casco histórico. Está todo cerca y esperando al buen caminante ,que sabe pararse a mirar. Las plazas salen a tu encuentro, una tras otra: Plaza da Ferreria, la de la Leña, la de la Estrela, la de la Verdura, la de Teucro, la de Méndez Núñez con una escultura de Valle Inclán que se encuentra contigo , o la de Curros Enriquez.
Todas ellas son una invitación al sosiego y el goce del lugar. A mí personalmente me gustan, sobre todo, la Plaza de la Verdura , donde descubrí una farmacia antiquísima, y la de la Leña. Pero tampoco me olvido de la Plaza da Estrela donde tomo un café en un local emblemático. Una vieja cafetería que mantiene intacta su decoración y sus ritmos, desde los años 30, que es cuando se abrió. Se llama “La carabela”. Es decadente y literaria.
Un lujo cuando ví que la mítica cafetería “Savoy”, la han convertido ya en una impersonal cafetería “actualizada”, como tantas otras. Precisamente Javier, el dueño de la estupenda taperia “El Pitillo”, me comentaba que ya sólo quedan tres locales en Pontevedra de los años 30. Uno es el suyo, otro “la carabela” y el otro “la Navarrica”, donde aún se te sirven un buen un vermout de barril.
Entre callejuelas e Iglesias.
Sigo el plácido paseo y voy hasta la Basílica de Santa Maria la Mayor. Quedo fascinada por su espléndida fachada plateresca y sus curiosas figuras. Observo que hay una escultura de San Jerónimo con unos anteojos. Al lado de la Iglesia también veo un hermoso “Cristo del buen viaje”. Continúo caminando y perdiéndome entre las muchas callejuelas. Así llego a otra Iglesia del siglo XVII. Estoy en la iglesia de San Bartolomé, de estilo Barroco y en su interior descubro una escultura fabulosa: una María Magdalena obra del gran escultor Gregorio Fernández.
Al final de la calle diviso un cartelito que me indica el convento de las clarisas. Me acerco hasta allí y timbro en el viejo torno. Una monja, muy mayor pero con mofletes sonrosados y sonrisa amplia, me comenta que ahora no hacen dulces porque las únicas 4 monjas que quedan son ya muy mayores. Ante mi suspiro de resignación, la hermana me consuela ofreciéndome una visita a la capillita que tiene el convento. Me comenta en un tono totalmente convincente :“Puedes ver la capilla que es muy bonitiña”. Por supuesto que me quedo a ver la capilla.
Pasa bastante tiempo hasta que aparece un señor, con una gruesa llave, que abre la puerta y me invita a adentrarme entre pasillos y no demasiada luz. Reconozco que voy un poco asustada porque voy oyendo como se cierran las puertas detrás de mi , y el señor no habla nada. Al final llegamos a la capilla en sí, no con mucha luz, y aquello es fantástico. Es como entrar en otro mundo, en otra época. Hay muchas imágenes, un altar mayor esplendoroso y muy recargado, techos muy altos y una cortina roja donde diviso la silueta de una monja que pronto desaparece.
En fin, toda una escena que me sobrecoge un poco. Voy rápida por el pasillo y descubro un cuadro de la Virgen de los Desamparados, me comentarán después. Al fondo creo divisar la sacristía pero ya es hora de marchar . Salgo al exterior como don Quijote cuando se adentró en la cueva de Montesinos y comentaba que había asistido a un mundo mágico y sobrenatural.
Doy un último paseo por otra plaza donde se encuentra un bello pazo donde está ubicada la Denominación de Origen “Rias Baixas”. No está abierto y tengo que marcharme. Me queda pendiente para la próxima visita, que será muy pronto.
Lo imprescindible que tenemos que ver para entrar en la esencia de Pontevedra.
El Museo Provincial, las Torres Arzobispales, la Casa de las Campás, donde cuenta la leyenda que el último pirata gallego, Benito Soto, dijo que había escondido su tesoro entre las paredes de esta casa. Nunca apareció dicho tesoro pero la señora que compró la casa por si las moscas, dejó bien especificado en la escritura que si aparecía el tesoro ella sería la única propietaria.
Después vean la “Casa de las caras”, el parador nacional, el concello o el mercado de abastos, todas las iglesias y monasterios ( incluida “la capilla bonitiña del convento de las clarisas, que abren a las 6 de la tarde).
Tampoco olviden visitar sus muchos palacios, como el palacete de los Mendoza, el casino. También los jardines, como el de Castro Sampedro, y la llamada “isla de las Esculturas”, cerca del Puente de los Tirantes. Es un bello espacio verde situado al lado de este puente y del rio. Antes era una zona degradada que, por suerte, se recuperó y se ha convertido en un espléndido espacio para el paseo. Y, por supuesto, vuelvan a ver la Iglesia de “APeregrina”.
Como ven, Pontevedra es la gran desconocida, a pesar de estar aquí al lado, como suele suceder. Yo la considero ese lugar especial «para sosegar el alma» y escucharse a uno mismo. Buen viaje.
La Alcazaba 51