SAN IDELFONSO, Por José María Gómez Gómez
“Ildefonso, famoso en su tiempo, proveyó al nuestro con la abundancia refrescante de su elocuencia…, varón tan digno de alabanza como rico en virtudes. Estuvo dotado de la presencia del temor de Dios, de profundo sentido religioso, pródigo en compunción, de andar digno, notable por su honestidad, único por la paciencia, callado en la guarda del secreto, el más elevado en sabiduría…”
San Julián de Toledo. Su sucesor en la sede
Considerado el más sabio y prestigioso de los personajes antiguos de Toledo y Doctor de la Iglesia Española por excelencia, Ildefonso nació en Toledo en torno a los años 606-607, en pleno período visigótico, hace exactamente catorce siglos (mil cuatrocientos años). Su vida ha sido objeto de numerosas biografías, muchas de las cuales acogen leyendas y noticias no confirmadas históricamente. Una de ellas es la que sitúa su casa natal y familiar en lo que hoy es la Iglesia de los Jesuitas (Iglesia de San Ildefonso) en la Plaza del Padre Juan de Mariana. Esta misma tradición añade que su madre era una devota cristiana llamada Lucía… Lo que sí parece probable es que, dado su nombre de etimología goda, fuera goda la ascendencia de sus padres o, al menos, de uno de ellos, y que su familia perteneciera a la clase media alta.
Su mejor biógrafo y más merecedor de credibilidad fue Julián, uno de sus sucesores en la mitra toledana. Éste conoció personalmente a Ildefonso y lo tuvo por maestro en aquel siglo VII de la cultura visigótico-toledana. Para su máximo estudioso contemporáneo, J.F. Rivera Recio, Julián es la fuente más fidedigna a la hora de describir la biografía de Ildefonso.
De los datos que nos transcribe el obispo Julián se deduce que, desde su niñez, Ildefonso, al parecer en contra de la voluntad de sus padres, se educó en el Monasterio Agaliense de Toledo, el más prestigioso por entonces en Hispania, y con toda probabilidad fueron sus maestros los abades Eladio, Justo y Eugenio. Pronto destacó Ildefonso por su inclinación al saber, a la piedad y el temor de Dios, adquiriendo una excepcional facilidad de palabra y dominio de la expresión de los conceptos, lo que le granjeará en el futuro una gran fama de orador. Escribe Julián que, cuando Ildefonso hablaba, los que escuchaban tenían la sensación de que no les hablaba el hombre sino Dios por medio del hombre.
Es posible que también se educara algún tiempo en Sevilla, en la escuela de San Isidoro, como recoge cierta tradición. Lo que sí existe es una notable influencia del maestro sevillano, concretamente su obra Sinónimos, en algunos escritos del toledano.
Ildefonso fue ordenado diácono por San Eladio y llegó a ser abad del Monasterio Agaliense, soportando además con sus propios bienes la fundación de un monasterio de religiosas. Siendo abad intervino en los Concilios Toledanos VIII y IX. También debió asistir al X, aunque no se conservan las actas. Ello se deduce de que, en dicho X Concilio, el canon primero instituye una fiesta en honor de la Madre de Dios para exaltar su perpetua virginidad en tiempo más propicio al aleluya (18 de diciembre), pues la que tenía dedicada la Virgen en el calendario litúrgico, el 25 de marzo, no se podía celebrar con la necesaria alegría, dado que siempre cae en el tiempo fuerte y penitencial de la Cuaresma… Sabemos que ésta fue una iniciativa de Ildefonso, reconocida así por todos los que escribieron sobre su vida.
En el año 657, en pleno reinado de Recesvinto y por imposición directa de éste, Ildefonso fue nombrado arzobispo de Toledo. Eran tiempos duros. Los que escriben sobre ello destacan la crisis que por entonces sufrió la iglesia de Toledo. La corrupción se había instalado en la Corte y en los obispos, que vivían subyugados a lo que los biógrafos llamaron la purpurata meretrix, es decir, el vicio. El propio Ildefonso escribía, muy desanimado, en su Carta a Quirico de Barcelona: “… de tal manera la penuria de estos tiempos enflaquece la fuerza del ánimo que ni siquiera la vida es soportable debido a los males inminentes”. No parece fueran muy cordiales las relaciones entre Ildefonso y el rey Recesvinto, aunque tuvieran que coincidir y relacionarse con cierta frecuencia en actos oficiales.
Ildefonso es, sobre todo, un gran escritor, un santo padre toledano cuyos escritos le granjearon con toda justicia el honor de Doctor de la Iglesia. Su sucesor y biógrafo Julián dice que escribió “muchos libros” y que para ello utilizó siempre un “estilo brillante”. Hasta cuatro volúmenes llegaron a completarse con las obras de Ildefonso. El primero de ellos contenía los siguientes títulos: Prosopopeya de la propia ignorancia, el Tratado de la Perpetua Virginidad de Santa María contra tres infieles, el de la Propiedad de las tres divinas personas Padre, Hijo y Espíritu Santo, un cuaderno sobre Anotaciones de cada día y dos interesantes tratados sobre el sacramento bautismal, el llamado Conocimiento del Bautismo y El camino del desierto. Un segundo volumen se completaba con el Epistolario, conjunto de cartas dirigidas por Ildefonso a diferentes destinatarios. Un tercer volumen recogía la Obra litúrgica: misas, himnos, antífonas, sermones, que había compuesto. Y un cuarto volumen contenía diversas Obras en prosa y en verso: discursos, epigramas, epitafios…
La mayoría de estas obras se han perdido. La más importante de las pocas que de
él se conservan es el Tratado de la Perpetua Virginidad de Santa María contra tres infieles, que conocemos a través de múltiples manuscritos, pues fue una obra que desde que la escribió tuvo una gran resonancia y difusión: venía a ser la gran exposición, clara y bella, de la defensa de la perpetua virginidad de María. Se abre el tratado con el enfrentamiento de Ildefonso con los tres herejes o infieles (Joviniano, Helvidio y el judío) cuyos argumentos contra la virginidad de María va refutando echando mano de la Sagrada Escritura. Su tesis puede resumirse así: Santa María fue perpetuamente virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Insiste en la defensa de la persona de Cristo como Hijo de Dios y verdadero Dios , lo que confiere a Santa María el título de Madre de Dios, a quien finalmente dedica expresiones y frases llenas de belleza, poesía y teología bíblica.
Muy interesantes resultan también los otros dos tratados conservados (titulados Conocimiento del Bautismo y El camino del desierto), cuyo tema en ambos es el sacramento bautismal, tratado desde un punto de vista didáctico y catequético, aunque no exento de profundidad bíblica y teológica. El primero contiene datos muy curiosos e interesantes sobre la práctica del sacramento del Bautismo en la iglesia visigoda. El segundo es una interpretación alegórica del Cantar de los Cantares: el desierto viene a ser una metáfora del mundo, que sólo se salva por la fe que recibimos en el Bautismo.
Aunque no es mencionada por su biógrafo Julián, hasta nosotros ha llegado una obra especialmente interesante de Ildefonso, la titulada De viris illustribus, cuyo contenido es la sucesión de breves biografías de los hombres ilustres que, antes que él, ocuparon la sede arzobispal toledana o destacaron por sus obras y escritos en la iglesia toledano-visigótica. Con esta obra Ildefonso se consagra como el fundador de la “patria toledana”, historiador y cantor de la sede primada y su grandeza.
Ildefonso de Toledo falleció el 23 de enero del año 667, en pleno reinado de Recesvinto y tras poco más de nueve años de pontificado. Repetimos que fueron tiempos difíciles, de gran corrupción e intervensionismo regio, lo que impidió la celebración de concilios y la recta gobernación de la iglesia. Ildefonso exprime, en cartas y escritos diversos, la amargura y el dolor ante el grave estado de las cosas. Cuando, años después de la muerte de Ildefonso, muere Recesvinto, la iglesia toledano-visigótica respira tranquila. Las actas del Concilio XI (año 675) así lo manifiestan, condenando la memoria del pasado rey. El reinado de su sucesor Wamba propiciará el momento más brillante de la iglesia toledano-visigótica.
Los escritos y la fama de santidad de Ildefonso se extendieron inmediatamente por toda la Cristiandad. La Crónica Mozárabe del año 754 lo proclama “sanctissimo” y “anchora fidei eius tempore in omni sua Ecclesia…” (“ancla de la fe en su tiempo en toda su Iglesia…), destacando que sus libros están llenos de doctrina expresada en arroyos de elocuencia a la hora defender la virginidad de Santa María y en su lectura los débiles y pusilánimes encuentran consuelo y vigor.
Toda esta fama de sabiduría y santidad hizo que su figura fuera objeto de numerosas y persistentes biografías, en que para enfervorizar más a los fieles se fueron intercalando los sucesos maravillosos y milagros con que Ildefonso fue correspondido y agraciado en su vida, de todo lo cual dos tradiciones son las más aceptadas y repetidas a lo largo de la historia hasta nuestros días: la Aparición de Santa Leocadia y la Descensión de la Virgen e Imposición de la casulla. El primer biógrafo que alude a ambos prodigios es Cixila, prelado toledano del siglo VIII (que ya lo es bajo el dominio de los musulmanes), aunque J.F. Rivera Recio piensa que más bien hay que pensar que se trata de un relato del siglo X, basado tal vez en algún escrito de Cixila…
La Aparición de Santa Leocadia es interpretada desde el primer momento como el plan sobrenatural para mostrar al rey y a la corte (regia y episcopal) que Ildefonso era un verdadero santo y así tenido en el cielo por Dios y su santísima Madre. El episodio, narrado tantas veces e interpretado por tantos pintores y escultores, sucede en la basílica visigótica donde está enterrada Santa Leocadia: en presencia del rey Recesvinto y de los miembros de su corte, obispos y magnates, la santa mártir toledana sale del sepulcro para elogiar a Ildefonso, allí presente, y comunicarle que sus escritos son gratos a Dios y a su Virgen Madre. La tradición añade que el propio Ildefonso, con un cuchillo que le ofreció el rey, cortó un trozo del velo de Santa Leocadia (cuando ésta ya se ocultaba de nuevo en el sepulcro), prenda que la iglesia de Toledo guardó como la más preciada reliquia.
La Descensión de la Virgen e Imposición de la casulla a San Ildefonso es considerado el suceso milagroso más antiguo y prestigioso de la Iglesia de España a lo largo de su historia, base y razón del carácter “primado” de la Iglesia de Toledo. Los datos que la tradición describe en este prodigio son los siguientes. Llegando el día18 de diciembre, en que Ildefonso había instituido la fiesta de exaltación de la Virgen María, conocida como Expectación del Parto, el prelado toledano y el monarca se dirigen a la Iglesia (entonces regia basílica visigótica) para celebrar la solemnidad. Al abrirse las puertas, el recinto basilical apareció inundado de una luz sobrenatural. El rey y su séquito muestran una gran confusión, pero Ildefonso, sereno y majestuoso, se dirige al altar, se arrodilla y, al levantar los ojos, descubre a la Virgen Madre de Dios sentada en su cátedra episcopal en medio de un gran coro de ángeles y vírgenes. La Virgen le dirige suavísimas palabras alabando las dos obras realizadas por Ildefonso en honor suyo: la defensa de su perpetua virginidad y la institución de la fiesta. Y dirigiéndose a él, que permanecía de rodillas, le impuso una CASULLA, que traía entre sus manos, vestimenta celestial con que se adornase en los oficios de sus festividades y símbolo de la gloria eterna con que tras la muerte sería premiado.
Este suceso constituye el tema más utilizado por los artistas (pintores, escultores, decoradores en general…) fundamentalmente toledanos, a lo largo de la historia.
Entre las narraciones más antiguas y prestigiosas hay que mencionar la que incluye Gonzalo de Berceo en su obra“Milagros de Nuestra Señora”, en la primera mitad del siglo XIII y en la deliciosa e ingenua lengua castellana que le caracteriza. Berceo incorpora, al fin al de la narración en los versos de la cuaderna via, otra tradición según la cual uno de los prelados que aspiraban a suceder a Ildefonso en la mitra toledana, llamado Siagrio, quebrantando la disposición divina de que nadie osara vestir la casulla, intentó utilizarla en cierta ocasión, manifestando que él tenía la misma categoría arzobispal que Ildefonso, pero la vestidura se estrechó milagrosamente por el cuello hasta ahogarle, lo que se interpreta como un castigo divino al pecado de soberbia.
Las tres referencias literarias más importantes se deben, desde luego, a tres grandes escritores del siglo XVII: Lope de Vega (en su comedia“El Capellán de la Virgen”), José de Valdivieso (en su extenso poema “El Sagrario de Toledo”) y Calderón de la Barca (en su comedia “Origen, pérdida y restauración de la Virgen del Sagrario”).
La Descensión de la Virgen e Imposición de la casulla a San Ildefonso ha quedado en el arte de Toledo como el gran símbolo religioso de la ciudad y la razón de su primacía sobre las iglesias de España. La Catedral conserva numerosas pinturas y esculturas sobre el tema. Sin detenernos por el momento en el espectacular y barroco Fresco de la Descensión, que Lucas Jordán pintó para el techo de la Sacristía, entre las pinturas catedralicias cabe destacar las que Juan de Borgoña realizó para la Sala Capitular a comienzos del siglo XVI: un Retrato de San Ildefonso, en que aparece el santo arzobispo revestido de pontifical y con aureola dorada, emblema de su santidad, y una Descensión de la Virgen e Imposición de la casulla a San Ildefonso, admirable muestra de la delicada “maniera” de su estilo pictórico, que gusta de los fondos arquitectónicos góticos e imaginería florentina.
Entre las esculturas que en la Catedral ilustran sobre el tema de San Ildefonso destacan tres altorrelieves (Puerta del Perdón, Capilla de la Descensión y Capilla de San Ildefonso) y una escultura exenta en el Transparente. La Iglesia de los Jesuitas (Iglesia de San Ildefonso) conserva también el espléndido alto relieve de la fachada con el tema. Y serían incontables los retablos, pinturas y fachadas que lo exhiben en Toledo y en toda España.
En la segunda mitad del siglo XVI florece en Toledo el escultor Gregorio Pardo, hijo de Felipe Bigarni que había labrado una parte de las tallas del Coro de la Catedral. Gregorio esculpió una bellísima Descensión de la Virgen para el respaldo de la Silla Arzobispal que preside el Coro, en el espacio reducido de un círculo de alabastro. De mayor aliento, sin embargo, fue la obra de la Capilla de la Descensión, construida por entonces por el arquitecto Juan Bautista Monegro para magnificar el lugar exacto (y la piedra concreta) en que posó sus pies la Virgen María cuando bajó de los cielos a premiar a San Ildefonso con la Casulla. Gregorio Pardo labró en alabastro la escena de la Descensión en altorrelieve con profusión de vírgenes y ángeles como motivo central del retablo de la pequeña capilla y, debajo de este grupo central, como especie de banco o predela, dos bajorrelieves, que representan respectivamente a San Ildefonso disputado con los herejes sobre la virginidad de María y la aparición de Santa Leocadia.
Entre los años 1780 y 1784 se realiza el Relieve de la Descensión de la Virgen del retablo catedralicio de la Capilla de San Ildefonso. El arquitecto Ventura Rodríguez había trazado y construido el retablo, sencillo y elegante, a base de un cuerpo único con una columna a cada lado sobre las que descansa un frontón curvo y partido, en cuyo centro resalta el anagrama de María sostenido por dos ángeles de bella factura. El Relieve central es obra del escultor Manuel Álvarez, llamado “El Griego”, y ha sido definido por su principal estudioso, Juan Nicolau, como “obra rica y bellísima”: “Tallado en mármol de Carrara, nos atrevemos a juzgarlo no sólo una de las más bellas obras de su autor, sino una de las más hermosas obras escultóricas de todo el siglo XVIII español”.
Sirven estas líneas para ilustrar sobre la importancia de la presencia de San Ildefonso, en la historia y en la cultura de Toledo y de España, en este año en que se viene conmemorando el XIV Centenario de su Nacimiento.