SEMBLANZA A PEDRO A. GONZÁLEZ MORENO, por Miguel Romero Sáiz y poema de Grisel Parera
PEDRO A. GONZALEZ MORENO, UN POETA DEL SENTIMIENTO
Siempre crece hacia dentro la memoria,
como una flor extraña
que renunciase al aire y que creciera
hacia el sueño inicial de sus raíces.
A tiempo de penumbra, cuando todo parece inclinar el sentido hacia la poética, hay versos que turban la memoria mientras el intelecto se crece en vuelos inconexos. Tal vez, leer a este poeta manchego es tan gratificante como leer a Juan Ramón Jiménez. Y no, por similitud de obra, porque no hay confrontación latente, sino por su sencillez, por su lenguaje fácil cuando hace del verso un diálogo constante.
Es un buen profesor de Lengua y Literatura metido a poeta, pero a poeta de los elegidos, por eso sus éxitos lo definen en Premios. El Joaquin Benito de Lucas, el llegar a ser finalista del Adonais, el Francisco de Quevedo, el Tiflis o el último, José Hierro de San Sebastián de los Reyes.
Recuerdo su primera obra, aquella de “Señales de cenizas” y luego “Pentagrama para escribir silencios”, qué dos grandes títulos, no solo en el topónimo elegido, sino en el verso encerrado. Hablaba de sentimientos, de su interiorismo más sencillo y a la vez, más profundo. Talavera, Pozuelo de Alarcón, Valdepeñas, su pueblo Calzada de Calatrava y así, un sinfín de lugares manchegos que han visto su pluma y se han rendido a su dialéctica del verso.
Pero es profesor y no desdeña en hacer didáctica en cada frase que paraliza su mente. Por eso, no ha querido dejar el verso solo y así, entre las tinieblas del mundo que nos rodea, se ha lanzando a la publicación de prosa, prosa cuidada en buena narrativa y ofrece en “Los puentes rotos” su más cuidada expresión del lenguaje escrito para hacer grande la sensación placentera de una lectura con meditación y buen argumento. Eso lo han sabido compensar en Manzanares ganando su IX Premio.
Tampoco es ya el poema
esa reseca cáscara que queda
sobre el papel, la frágil
arquitectura de sus nombres, ese
pentagrama de sílabas que quieran ser pájaro.
Aquí se detecta su didáctica de profesor, de hombre que cultiva el intelecto para hacer de su lenguaje una buena práctica para el alumno. En “Calendario de sombras” o “Anaqueles sin dueño”, bien lo vemos y lo estudiamos.
Acabo y lo hago leyendo un bello poema suyo “El picón de la infancia” y ahí me reencuentro conmigo mismo. Eso de quemar las palabras como oficio de poeta o en dejar que los versos queden reducidos a su ascua, en la Mancha o en la Sierra, solo haciendo picón con las palabras, pero negro picón. Me entusiasma su poesía, desde luego.
Por Miguel Romero
Abandono
A Davina Pazos
Con un callado gesto de abandono
también se van hundiendo las cosas: ese reino
de la nada y de nadie,
tan próximo a nosotros y que nunca
llegó a pertenecernos, porque a veces
es en lo más cercano donde se abren
las distancias más hondas.
Tantas cosas inútiles que estaban
ahí, junto a nosotros, rodeándonos,
poniéndonos un cerco de voces que no oíamos,
hablándonos con signos y silencios que nunca
supimos descifrar y que llevábamos
cosidos a la piel sin advertirlo:
Todo eso que llamábamos las cosas
y no eran nada más que la costumbre
de reinventar la vida en cada gesto;
todo eso que siempre
nosotros preferíamos contemplar a distancia
como si nada nos perteneciera,
como quien ve, desde un acantilado,
unos barcos hundiéndose a lo lejos.
Y uno tras otro vimos
(desde la orilla equivocada siempre)
hundirse muchos barcos
sin saber que nosotros,
muy lentamente, íbamos
hundiéndonos con ellos.
De su libro
Calendario de sombras
La carne del mar. Poema de Pedro Antonio González Moreno
«Si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…»
(Alfonsina Storni)
Que nadie toque el mar, que nadie toque
la carne de las olas,
que es carne de mi propia carne. Nadie
toque la piel sagrada de la espuma
porque con ella tejo, sin prisa, mi sudario.
Se pone en pie la sal igual que un hombre
que sale a recibirme
con su abrazo de algas: soy la amante
del mar, la que ya nunca
verá ponerse el sol desde la arena.
Que nadie pise el agua, que es flor de mi saliva,
metal del verde sueño de los náufragos.
Que nadie beba de esta transparencia
porque estará bebiendo de mi boca
el oscuro veneno de la sed.
Que nadie toque el pan
salado de mi cuerpo, porque sólo
ha de ser alimento para el agua.
Soy la amante del mar, la que ya nunca
confundirá el amor con la caricia.
(De Anaqueles sin dueño)
Revista 53