La primera vez que visité Dubai fue en el invierno de 1988. En aquellos años vivía en Bagdad, nación azotada por los vientos de la guerra con Irán, desde hacía más de siete años. Por razones de trabajo debía trasladarme a distintos países de la zona. En esa ocasión me encontraba en el pequeño, pero muy rico emirato de Kuwait y decidí visitar los Emiratos Árabes Unidos. Esta nación, desde 1971 está constituida por una federación de siete emiratos bajo la autoridad del emir Zayed bin Sultán al-Nahyan y, aunque la capital política es Abú Dabí, la más comercial de todas sus ciudades es Dubai. Éste fue mi primer objetivo, y etapa inicial del viaje que emprendí a través de algunos de ellos.
Por entonces no podía imaginar que veinte años después lo iba a visitar con bastante frecuencia. Una de mis hijas, casada con uno de los principales responsables de la construcción del primer metro de la ciudad –el proyecto más avanzado y moderno entre los mejores del mundo- viviría allí durante buena parte del boom turístico-constructor que iba a convertir al país en el centro de atracción de industriales, banqueros, millonarios, comerciantes y gente de la yet society.
La distancia entre la ciudad de Kuwait y la de Dubai por carretera es de1.300 kilómetros, no lo suficientemente grande como para disuadirme de recorrerla. No obstante, aunque la autovía era amplia y no mal asfaltada, había que hacer el viaje a través del desierto arábigo, razón por la que, para los no nacionales de los emiratos, se exigía un visado especial del consulado de Arabia Saudita, visado que sólo concedían a aquellos que, por razones de trabajo, debían trasladarse a través de dicho territorio. Así pues, decidí emprender el viaje en avión.
Pese a que en Irak, donde el régimen del dictador Saddam Hussein era laico y el sistema político impuesto por el partido baath bastante liberal y permisivo con las costumbres, esencialmente en aquellas regiones donde la población chiita no era mayoritaria: el triángulo Najaf, Hila y Kerbala, no sucedía igual en los países árabes limítrofes de régimen teocrático: Kuwait y Arabia Saudita. Por esta razón, cuando llegué a Dubai lo primero que llamó mi atención en el aspecto sociopolítico fue la ausencia de la policía religiosa cuyos componentes, como ocurría en aquéllos, tenían poder suficiente para exigirte el cumplimiento exterior de los preceptos de la sharía -ley religiosa islámica-, aunque fueses ciudadano de cualquier nación extranjera. Especial atención y rigurosidad dedicaban a dicho cumplimiento por parte de las mujeres.
Desde aquella inicial visita a lo que, en una primera visión, me pareció una pequeña ciudad con escasa población, al amparo de un emblemático puerto pesquero artesanal, surgida durante el siglo XIX en lo que hasta entonces se conocía como la “costa de los piratas”, rodeado de un interminable desierto arenoso, mi interés por ella se despertó. Su población, de escasos ochocientos mil habitantes, que en aquellos años aliviaba los rigores climáticos –más de 50º durante la mayor parte del año- con las primitivas “wind tower”, unas terrazas de las que se colgaban unas cortinas de esparto humedecidas que, movidas por el viento, refrescaban las viviendas.
Aunque desde entonces el cambio experimentado en la nación ha sido verdaderamente espectacular, uno de los primeros aspectos que ya se empezaba a percibir en la política nacional era la vocación por explotar la industria turística. En 1988 esa industria estaba escasamente explotada, se reducía a un corto número de hoteles de lujo, donde organizaban safaris fotográficos en “Land Rover”, por las innumerables dunas que constituían su campo exterior, paseos en camellos por el desierto y… poco más. Hoy día, la previsora aplicación de los ingresos procedentes de la explotación de la industria del crudo, ha permitido transformar Dubai en una potencia turística de primera categoría donde tienen lugar los principales eventos deportivos sustanciosamente dotados, y donde es posible practicar todo tipo de ellos, incluyendo el esquí, para lo que han construido unas pistas acristaladas en el interior de uno de sus faraónicos centros comerciales.
Actualmente el país se ha transformado en el emporium de las nuevas tecnologías, la electrónica para la comunicación y el ocio, la joyería exclusiva, las firmas de moda y, sobre todo, en una permanente invitación al consumismo, no sólo para los habitantes de la zona del Golfo, sino para gran parte de los del mundo occidental.
La construcción de un increíble número de rascacielos de más de cincuenta plantas, entre los que, como una Blancanieves rodeada de sus enanitos, se yergue majestuosa la torre más alta del mundo, el “Burj Dubai” con 160 plantas y más de 800 ms. de altura. La mayor parte de estos rascacielos están dotados de toda suerte de adelantos y comodidades y servirá de atractiva colmena a la ingente cantidad de habitantes que se espera pueblen la ciudad en los próximos veinte años.
A los pies de este coloso de cemento, acero y cristal, se encuentra el mayor centro comercial del mundo y, no lejos de ellos, una serie de urbanizaciones edificadas sobre islas artificiales. Decenas de hoteles, de lujo y gran lujo, algunos con canales imitando la vieja Venecia. Entre todos, hay que destacar el único en el mundo distinguido con siete estrellas, el Burj al Arab, lo que hace más atractivo el conjunto. En este gran mercado del ocio y el placer se pueden encontrar los mejores restaurantes donde satisfacer los paladares más exquisitos en el arte culinario internacional. El acierto de intensificar la industria turística en previsión de un agotamiento de las fuentes de energía de su subsuelo ha servido para atraer a una gran cantidad de inversores y personas de alto poder adquisitivo, que han conseguido dar a la urbe su actual aspecto de gran ciudad supermoderna y cosmopolita.
No obstante, este gran escaparate de riquezas contrasta con la miseria de la clase obrera, constituida por la mano de obra más barata, la mayoría procedente de países subdesarrollados del sudeste asiático, lo que ha permitido afrontar unos costos en la construcción tolerables para la enorme riqueza del país. Todos estos factores han contribuido a formar un boom demográfico que ha llevado a Dubai, en menos de diez años, a alcanzar una población de millón y medio de habitantes.
Junto a este desarrollo, del que no es ajena en absoluto la acertada política seguida por su emir Mohammed bin Rashid al-Maktum, se muestra la decisión de no renunciar a sus orígenes de antigas tribus del desierto, pero destacando orgullosamente en el devenir de su historia el proceso de expansión del imperio islámico y la antigua grandeza alcanzado bajo el liderazgo de los califas Omeyas y Abbasies. Esta exaltación llega a tal punto que se hace ostensible hasta en la ornamentación de los distintos sectores, stands y expositores de sus increíbles y supermodernos centros comerciales.
Como era de esperar, ponen especial atención a la grandeza alcanzada en su expansión por tierras de Europa con preferencia hacia Al-Andalus. En lo que respecta al resto de España dedican incluso maquetas a escala, de las carabelas del descubrimiento de América -comparadas con los barcos chinos que usó el explorador marroquí Ibn Batuta en sus viajes por todo el mundo-, copias de mapas y reproducciones de rincones históricos de nuestra Andalucía como el Patio de los Leones enla Alhambra.
Cuando finalmente abandonas asombrado la ciudad de Dubai, llevas contigo el convencimiento de que no vas a encontrar lugar de mayor atractivo turístico y nivel de desarrollo en todo el mundo.