Los yacimientos arqueológicos están ahí, en el campo, en los pueblos en las ciudades, por todos lados, en países como España son abundantísimos, y esa es una realidad que conocemos bien los arqueólogos, acostumbrados a triscar por valles y montes inventariándolos. Muchos de ellos, la mayoría serán siempre desconocidos para el público: pequeños restos donde una vez habitó el hombre que pasaran desapercibidos al profano y para los que jamás tendremos medios de investigar, o que las obras modernas se llevarán por delante y acabarán guardados en cajas en los fondos de un museo. Otros tendrán más suerte y serán excavados y podrán alcanzar la fama de verse en un libro o salir en los periódicos o la televisión; y finalmente de entre éstos algunos se musealizarán, y contarán con un centro de interpretación en donde el visitante aprenderá cosas sobre la gente que vivió allí y contemplará los objetos que utilizaron y que el tiempo ha querido que lleguen hasta nosotros. Hoy es fácil conocerlos a través de internet, con tan sólo escribir unas palabras San Google nos muestra dónde están y cómo son.
Pero que fue de los otros, los que un día se excavaron y después se abandonaron, fueron olvidados. Hay de todo, como en botica, pero en general son mis preferidos. Acostumbrado a descifrar en el suelo los indicios que ha dejado el ser humano, siento que algo se pierde para siempre cuando un yacimiento se musealiza, cuando los pavimentos de tierra o piedra se cubren de grava, cuando las piedras se unen y protegen con cementos coloreados y paneles con dibujos coloridos pretenden revivir la forma de las cosas. También aquí estamos perdiendo la diversidad y al final todo resulta aburridamente homogéneo. Como digo, prefiero perderme por el campo y disfrutar de la sensación de encontrar, de reconocer unos muros y jugar a descifrar su lógica, de soñar que soy un habitante de aquel sitio y estoy contemplando horizonte con los ojos de aquella época.
Hoy quiero compartir dos de estos lugares. Están muy cerca uno de otro, de hecho se pueden. Ambos de la Edad del Hierro, ibéricos si se prefiere, y ambos fueron excavados en su día bajo la dirección de la misma persona y olvidados después. Los restos exhumados entonces (hace 30 años) reposan en los fondos de museos, aunque algunos los podemos ver protegidos por vitrinas en los museos arqueológicos de Albacete y Valencia. Otros datos duermen en libros sobre estanterías de unas pocas universidades. Una de ellos es El Castellar de Meca en Ayora (Valencia), el otro El Amarejo, en Bonete (Albace).
El Castellar de Meca es un poblado de los siglos IV-II a.C. que fue declarado Monumento Histórico Artístico el 3 de Junio de 1931. Está situado en una estribación de la sierra del Mugrón, a 1.050m de altura, sobre un espolón con forma de península de difícil acceso. Se trata de uno de los muchos poblados fortificados que de esta época hay repartidos por toda la geografía peninsular. Sus ruinas eran conocidas desde el siglo XV y de él hablaron eruditos de los siglos XVIII y XIX, aunque hay que esperar hasta los años 1980 para que se realicen excavaciones arqueológicas que ponen al descubierto las partes más impresionantes del yacimiento. Sobre el espolón que domina el paisaje invitamos a descubrir parte las murallas ciclópeas que un día protegieron a sus habitantes, así como los restos de casas talladas en la roca, y otros posteriores de época romana y medieval. Al oeste de la denominada «Cueva del Rey Moro» se encuentra una fuente con su caño original, en la que se aprecian unas escaleras excavadas de época ibérica, y algo más abajo el aljibe.
Llaman la atención los numerosos aljibes excavados en la roca, uno de ellos llamado “El Trinquete”, tiene 30x5m con más de un docena de profundidad, pero la sorpresa mayor para el visitante se encuentra antes. Para llegar al poblado hay que tomar la Autovía A31 Madrid/Alicante, y la salida 136 Alpera-Santuario de Belén. En Alpera debemos seguir en dirección a Ayora; a 1,5 km un camino de tierra conduce hacia el yacimiento al que se llega tras 4,4 km de caminos de tierra señalizados. Dejaremos el coche en el aparcamiento y comenzaremos la ascensión por un desnivel de 170m, con algunos tramos peligrosos. Y allí, en plena subida nos toparemos con los restos del antiguo camino de acceso al poblado. El Camino Hondo tiene una pendiente del 30% y en el último tramo la roca está excavada a 4,30 m de profundidad. Para superar la pendiente el camino debía volverse y revolverse trazando curvas muy cerradas que pueden verse todavía. En otros tramos, sobre la roca caliza se conservan las huellas de los carros. El camino constituye una obra de ingeniería anterior a la llegada de los romanos sin paralelos en España. El poblado ibérico está situado en una propiedad privada. Se puede visitar todos los domingos del año y encontrar información adicional en la web que han realizado los dueños del terreno: http://www.castellardemeca.es/
Desde El Castellar de Meca mirando hacia el Suroeste se distingue en la lejanía un cerro testigo con forma de cono. Se trata del cerro de El Amarejo, en donde se levantó un poblado ibérico en los siglos IV-II a.C. El cerro destaca en el paisaje y es inconfundible desde la A-31 a la altura del pueblo del Bonete. En los años 80 se realizaron varias campañas de excavaciones en las que se descubrieron casas con un tipo de construcción muy común entre los pueblos ibéricos, como es la de paredes de adobe sobre zócalos de piedra del lugar y cubiertas vegetales, para las que se utilizaban los materiales del entorno: cañas, carrizos, retama etc. Estas cubiertas vegetales necesitan que los tejados tengan una fuerte inclinación para que resbale el agua de la lluvia sin dificultad, por lo que su apariencia sería similar a la de las pallozas gallegas o las casas de la aldea del famoso galo Asterix.
Entre los restos hallados en las casas destaca una gran cantidad de cerámicas, muchas de ellas de gran colorido, que recuerda los estilos de la costa de tipo Elche-Archena, y que sus investigadores engloban en un nuevo estilo Meca-Amarejo. Se trata de platos y cuencos pintados con motivos geométricos en vivos colores rojos y anaranjados. Junto a ellos varios vasos calados, un timiaterio o quemaperfumes y vasos ornitoformos con forma de paloma (símbolo de la fidelidad conyugal para los iberos y otros pueblos de la antigüedad), se relacionan con cultos domésticos. Buena parte de estos recipientes se hallaron en un pozo excavado en la roca de unos 4m de profundidad. Se trata de un depósito votivo al que se arrojaban ofrendas en determinados momentos del año, o cuando acaecían sucesos extraordinarios. En su interior se encontraron elementos femeninos como pesos de huso, agujas de coser, apliques de oro, y masculinos: fíbulas y un broche de cinturón de plata, así como fragmentos de placas de plomo escritas con escritura ibérica.
Los restos de carbones quemados han servido para identificar las especies de árboles que entonces crecían por los alrededores: pino, sabina, encina, cerezo, chopo, álamo, fresno, madroño, alcornoque y boj. Entre los huesos recogidos se han identificado restos pertenecientes oveja, cabra, buey, caballo, perro, ciervo, gallina, pero también de tiburón, que indica la existencia de intercambios con pueblos de la costa. También se han encontrado granos de trigo, cebada y centeno, y restos de frutos como almendras, bellotas, uvas y ciruelas. Destaca un edificio en el que se hallaron dos hornos para la fabricación de cerveza. Conocemos la existencia de un tipo de cerveza la caelia, muy extendido entre los pueblos celtiberos. Elaborada a base de trigo, el historiador Orosio decía de ella que: Se extrae este jugo por medio del fuego del grano de la espiga humedecida, se deja secar y, reducida a harina, se mezcla con un jugo suave, con cuyo fermento se le da un sabor áspero y un calor embriagador.
Si nos sorprende la noche en la cima del cerro mucho mejor, puesto que algunos investigadores sugieren que El Amarejo fue un punto de observación astronómica en la antigüedad.
Para saber más:
Broncano, S. El Castellar de Meca. Ayora (Valencia). Excavaciones Arqueológicas en España, 1986.
Broncano, S. Alfaro, M. Los accesos a la ciudad ibérica de Meca mediante sus caminos de ruedas. Diputación Provincial de Valencia, 1997.
Broncano,S. Blánquez, J. El Amarejo (Bonete, Albacete). Excavaciones Arqueológicas en España, 1985.
Broncano, S. El depósito Votivo Ibérico del Amarejo. Bonete (Albacete). Excavaciones Arqueológicas en España, 1989.
revista 49
Muchas gracias por la información.