El éxito de las armas hispano-británicas en la Batalla de Talavera, a finales de julio de 1809, tuvo una serie de consecuencias positivas, pero también otros aspectos negativos. Independientemente del indudable aumento de la moral que representó la victoria sobre los franceses entre los mandos y tropas españolas -siempre interesante, pero en cuyos detalles no vamos a entrar-, tal logro tuvo una absurda incidencia entre los componentes de la Junta Central: Creyeron que las fuerzas españolas, agrupadas en unidades regulares, podrían enfrentarse con esperanzas de triunfo al poderoso ejército imperial francés. En una precipitada decisión emprendieron una acción tendente a liberar la capital del reino, bajo la autoridad del impuesto rey José.
Erróneamente convencidos de que el emperador no se empeñaría en una decidida acción en tierras de la Península, hasta conseguir la victoria en Austria, optaron por tomar la iniciativa. De igual forma, creyeron que podían prescindir del apoyo de las fuerzas
británicas de Lord Wellington, e ignoraron la ayuda que podía proporcionarles éste, que tras aquella batalla se había retirado a Badajoz, con la única misión de proteger la frontera de Portugal. Por otro lado, el más tarde duque, no había conectado bien con el general Castaños, cuya soberbia no le habría permitido aceptar su inferioridad manifiesta ante el inglés.
Durante el mes de octubre de este mismo año, concretamente el día 18, las fuerzas del general Diego Cañas y Portocarrero, derrotaron al general Marchand y tomando las ciudades intermedias hasta llegar a Salamanca, que liberaron el día 25. A finales del mes, confundidas por este espejismo, la Junta Central diseñó un plan de aproximación hacia Madrid que, si bien en el aspecto táctico no estaba mal concebido, en el logístico requería una extrema coordinación para su correcta ejecución, para la que no estaban preparados.
En una arriesgada maniobra, se ordenó al Ejército del Centro, que cubría el frente a lo largo de las escarpadas estribaciones septentrionales de Sierra Morena, que avanzara hacia el río Tajo. Una vez allí, mantenerse en la orilla izquierda de este río entre Aranjuez y Toledo, para más tarde invadir las tierras de Castilla. Tras esta osada operación, al prescindir del apoyo de las fuerzas británicas, debía ser precisamente este ejército, cuyo mando fue concedido al general Juan Carlos de Areizaga, el 22 de octubre, el que debía entrar por el sur en Madrid, liberando la capital del reino.
La escasamente meditada decisión, en el plano ofensivo, tendría unos efectos nefastos, tanto estratégicos como políticos, para el futuro inmediato de España. Tanto la composición como la potencia en hombres del contingente -60.000 infantes, 5.700 jinetes y 60 piezas de artillería, además de un número indeterminado de zapadores-, puestos bajo el mando del poco experimentado Areizaga eran equilibradas. Sin embargo, la indecisión de éste en el posterior desarrollo de la maniobra, condenaría el intento español de una más rápida liberación del territorio nacional al fracaso.
Inicialmente, el día 3 de noviembre, el general establece su cuartel general en Sante Cruz de Mudela. El día 7 del mismo mes lo traslada a Herencia, precedido siempre por la 1ª División del brigadier Lacy, la Vanguardia del brigadier Zayas, que pernoctaron en Madridejos, y la Caballería de Freire que marchaba más adelantada, en misión de exploración.
El día 10, nuestra caballería estacionada en La Guardia, decide hostigar a la francesa de Sabatini. El combate de encuentro que se desarrolla en la Cuesta del Madero, termina resolviéndose a las puertas de Ocaña, con la llegada de Zayas y Freire. Mientras al amparo de la noche se hace recuento de las bajas de nuestra caballería, que ascienden a doscientas, el enemigo levanta el campo y se repliega hacia Aranjuez.
El general Mortier recibe la orden del rey francés de trasladarse desde Talavera, y unirse a la caballería del general Paris, para que junto a las divisiones alemana y polaca acudir en auxilio de sus fuerzas en Aranjuez. Al mismo tiempo, el mariscal Victor abandona Toledo y se une a Sabatini, que ha pasado todo su ejército a la orilla derecha del río Tajo.
El general Areizaga, que ha llegado a Ocaña el día 18, ordena el traslado de su ejército a Villamanrique de Tajo y, al mismo tiempo, a los zapadores construir dos puentes aguas arriba de Aranjuez, para que la división del brigadier Lacy pase a la otra orilla, frente a Colmenar de la Oreja, y empiece su aproximación hacia Madrid. Un fuerte temporal de lluvias, impide la realización del paso. Las dudas de Areizaga para tomar una decisión, pues conoce que el mariscal francés se encuentra frente a él, le impiden atacar, entregando la iniciativa al enemigo.
El general Areizaga, que ha llegado a Ocaña el día 18, ordena el traslado de su ejército a Villamanrique de Tajo y, al mismo tiempo, a los zapadores construir dos puentes aguas arriba de Aranjuez, para que la división del brigadier Lacy pase a la otra orilla, frente a Colmenar de la Oreja, y empiece su aproximación hacia Madrid. Un fuerte temporal de lluvias, impide la realización del paso. Las dudas de Areizaga para tomar una decisión, pues conoce que el mariscal francés se encuentra frente a él, le impiden atacar, entregando la iniciativa al enemigo.
Mientras tanto, el general Sabatini se ha trasladado desde Aranjuez a Ocaña y, al no encontrar a las fuerzas españolas, marcha a reforzar a Victor. Areizaga, en una permanente duda, el mismo día 18 ordena a sus tropas volver de nuevo a Ocaña y Dos Barrios, olvidando la norma esencial en la milicia de “orden y contraorden igual a desorden”. En tal confusión, sus tropas no tienen tiempo de reunirse para presentar frente de batalla, cosa que no logran hasta el ´mismo día 19, día de la batalla. Pero, el día anterior, la caballería francesa ha atravesado el Tajo por Aranjuez y sorprende a la nuestra en Ontígola que, perseguida por el enemigo, se retirara a Ocaña
Las divisiones españolas se encuentran alejadas de su comandante en jefe, sin tomar decisiones. El general más antiguo entre las unidades españolas se ve obligado a asumir el mando y da instrucciones, que se cruzan y son distintas a las que esa tarde-noche adopta Areizaga. De nuevo, entre “orden y contraorden”, los franceses atacan.
La tremenda derrota sufrida, representó una pérdida de medios humanos, 4.000 muertos y heridos, casi 15.000 prisioneros y 35 piezas de artillería. Como consecuencia, dejó abiertas las puertas de Andalucía a los franceses. A partir de entonces, sólo Cádiz resistiría al empuje de las tropas del emperador Bonaparte. A raíz de la Batalla de Ocaña el principal protagonismo opositor a la invasión francesa y el exponente de un nuevo modelo de combate en la Guerra de la Independencia, lo llevaron a cabo las guerrillas.