Se cumplen doscientos años desde que nació Chopin. Yo no sé nada de música pero la amo profundamente y me ha hecho vivir miles de vidas. Y para mí Chopin es lo esencial de la música. Cuando tenía cinco años mis tíos tenían un tocadiscos y solo un disco de Chopin y ya ese nombre fue magia en mis oídos. Mucho tiempo después visité Zelawowa Wola, la aldea de Polonia donde nació. Era un domingo por la mañana y había una concertista japonesa tocando sus nocturnos. Y visité la casa de Chopin en la vía real de Varsovia. Y allí escribí: “Chopin es el músico de mi vida”. En otro tiempo visité la cartuja de Valldemosa, en Mallorca, solo para pisar los lugares que él pisó. Me asomé a una balconada oscura sobre unos jardines desde el cuarto donde él trabajaba. Y hace poco me maravilló encontrarlo en el cementerio Pere Lachaise de París. A mí la música me hace sentir la vida, me descubre los secretos de mi interior, me revela lo que no puede decirse de otro modo. Me hace ser extraño y yo mismo infinitas veces. Y Chopin mejor que nadie. El representa lo mejor del romanticismo. Que es, como decía Novalis, indicar lo infinito detrás de lo finito, lo oculto detrás de lo visible. Ya no se trata de grandes sinfonías, de construcciones artificiales o intelectuales, de síntesis abstractas. Se trata de fragmentos, de lo que aporta cada momento, contradictorio, fugaz, inclasificable. Sin encerrar en esquemas, sin dirigir con intenciones. Solo escuchar la vida como habla ella misma, con sus caprichos, con sus irreductibilidades. Se trata de acercarse al silencio, de callar uno mismo y escuchar lo que diga la existencia. Por eso dice Pasternak que Chopin no hace trampas. Provoca lo mismo que Rilke: que el más mínimo instante parezca extraño y profundo. Y se trata de situarse en la noche. Porque en ella surge lo que está más callado, se siente más que se mira, se palpa más que se dibuja. La verdadera música pertenece a la noche. Y nadie lo manifiesta mejor que Chopin en sus Nocturnos. Y también se acerca a las creaciones populares, que son pura autenticidad (antes de que las manipule la cultura industrial), emoción sencilla, surgir inconsciente, como en las Mazurcas. Y escucha el sentir de su pueblo polaco, que todos los imperios quisieron aplastar, que los poderosos intentaron barrer, pero sigue latiendo como la noche, en las Polonesas. Una de ellas es especialmente memorable, nos lleva a los rincones más recónditos de la celebración y la nostalgia. Todo ello sin retórica, sin dirigirse a las galerías ni a las academias.
Componer música como se habla a alguien al oído, como se esbozan confidencias en la noche. Sigamos a Chopin en sus leggerisimos como los reflejos del alma.