CUENCA Y EL LICENCIADO TORRALBA, por Alfredo Villaverde Gil, escritor

Cuenca

.Parece que Eugenio de Torralba nació en Cuenca hacia 1485 donde murió en 1531 poco después que fuera excarcelado por el inquisidor Alonso Manrique después de un largo proceso que se inició el 10 de enero de 1528 por una denuncia de Diego de Zúñiga ante el inquisidor Ruesca.

         Su vida fue extraordinaria. Paje en Italia del obispo y luego cardenal Volterra, estudioso de Medicina y Filosofía, seguidor de pensadores heterodoxos y materialistas como el maestre Alfonso y Pomponazzi se dedicó a la quiromancia y astrología. A su lado, un extraño personaje angélico, lleno de bondad y catolicismo, le iba dictando los sucesos y noticias que él proveía. Entre ellos los nacimientos del duque de Mantua o de Felipe II en el vientre de sus madres, la muerte de Fernando el Católico, el saqueo de Roma y la prisión del Papa, que le hicieron famoso y a la vez ser procesado por hereje.

         Al parecer residió en Cuenca en un palacio romano de los Gómez Carrillo ubicado en el barrio de San Martín.

“..Acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quién llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrando los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos; y los abrió y vio tan cerca de su parecer, del cuerpo de la luna que la pudiera asir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse”

Don quijote de la Mancha. (II,41)

         Cuenca desde la altura danza sobre un lecho de luz y agua. Se recuesta en la roca, canta rumorosa entre los ríos amantes, araña  el cielo con sus torres altivas y sus cerros familiares, adolescentes en su abrazo. Cuenca es hija del misterio, del embrujo de sus calles recoletas y sus rincones vestidos de historia. Aquí quien llega hace posada, luego casa, después profesión de entrega. La ciudad se ha mirado durante siglos en el espejo de su solar, como una doncella recatada pudorosa, que no se atreviese a abrir las puertas de su casa sino a los que la requebrasen con miradas de amor y palabras surgidas de lo más honde del corazón. En su red primorosa quedaron presos de su encanto reyes y señores, artistas y maestros, peregrinos y visitantes. Todos ellos modelaron el alma del caserío y de sus gentes, dieron a los conquenses señas de identidad con el pulso laborioso del trabajo y el talento del genio, aventaron la gloria del nombre, su nombre, por sendas y caminos del universo.

         Miro a Cuenca desde el cerro del Socorro, desde San Cristóbal  y San Isidro, desde Mangana y los altos de San Antón, para encontrarme con Eugenio de Torralba, el médico, adivino y nigromante al que busco entre los cirros que navegan el azul purísimo que cubre como un hermoso mar aéreo la ciudad. Llévame contigo, Eugenio, el heterodoxo que supo predecir el nacimiento de Felipe II ante la majestuosa Isabel de Portugal, el reverenciado en los foros romanos, protegido de prelados y nobles, vidente y perseguido por el Santo Oficio.

Alquimista

         Licenciado en tantas cosas de la vida, que supo ver más allá del tiempo y gracias a Pedro, fraile dominico, recibió el más hermoso regalo que nadie pudiera desear: la compañía de un ángel, ese Zaquiel o Zequiel que más que un espíritu compañero es un alter ego que protege sus facultades de vidente, sus viajes astrales que no se pueden explicar por más que algunos hablen del cornezuelo y demás alucinógenos como compañeros de visión. Y si no, decidme ¿cómo se puede detallar con tal lujo de detalles el aqueo de Roma por las tropas de Carlos V y la muerte del condestable de Borbón al día siguiente desafío  de ocurrir los hechos? Dejemos de ser racionalistas y abramos nuestra mente a lo inexplicable, a lo mágico, a lo desconocido. Suerte tuviste, Torralba, al escapar de las garras de los malévolos inquisidores instigados por ese desgraciado Diego de Zúñiga, al que tanto favoreciste para verte luego traicionado por él ya que todo se le hacía poco de tus magnánimos favores y te instaba a descubrir la situación de un tesoro en la casa donde vivías.

         Ya me gustaría, ya, haberte acompañado en alguno de los vuelos a los Nostredamus, aunque ahora con los aviones, la tele y la globalidad la mayoría de la gente no se apuntaría a viajar a Roma de tal que el Quijote, a punto de tocar la luna con tus dedos. Porque tú, Torralba le planteas desafío a la razón y me encuentro contigo en los vericuetos prohibidos de lo inexplicable, igual que lo hiciera Cervantes cuando tu figura sirviera de inspiración al hidalgo caballero don Quijote en la cabalgada aérea sobre Clavileño.

         Sin olvidar a Campoamor, el poeta romántico tan celebrado en su época, que dedicó ni más ni menos que uno de sus tres largos poemarios para compararte con Sócrates y seguir con la ironía los postulados del escepticismo pirronista para dejarnos perlas como las que el amor se transforma en sexo y aburrimiento, la materia y el espíritu no bastan para explicar la existencia, en el cielo se aburren los ángeles y el infierno ha cambiado de lugar. Me gusta este Campoamor satírico y zumbón que se aleja de lo cursi para revelársenos nihilista de tu mano al afirmar que hasta la ciencia, la historia y el arte son productos de consumo reemplazabas y todo camina irremediablemente hacia la gran nada.

Sabio
Sabio

Y como no recordarte de la mano de Eugenio D’Ors, otro de los ahora casi olvidados que tardó siete años en escribir tu historia con el pomposo nombre “Epos de los destinos. Eugenio y su demonio” que vio la luz en 1933 y tuvo una gran acogida en su edición fascicular en “El Debate”. D’Órs da rienda suelta también a su fantasía a través de ti y dice sugerentemente “que la persona humana no puede ser inteligentemente captada más que en guisa de Ángel; ni nada histórico si no es bajo…una especie de angelicidad”. El texto es aquí otra recreación literaria marcada por lo inverosímil pues aunque los acontecimientos transcurren en el Renacimiento aparecen en él biplanos y fonógrafos, veletas y nubes que hablan, personajes como Mendel, Goya y Picasso y hasta el espectro de Colón. Torralba viaja a lomos de una campñana voladora y el angélico Zequiel profetiza el regreso del imperio Romano varios siglos después bajo el patronazgo de San Benito. En fin, un desiderátum que aglutina varios géneros –el narrativo, el teatral, el poetizante, el ensayo- al que el propio autor puso colofón al llamar a Eugenio de Torralba, el Fausto español.

         Julio Caro Baroja te pinta como incomprendido y maltratado por Menéndez Pelayo, que no tachó en tildarte de loco de atar. Sin duda, tu condición de extranjerizante y las fabulosas facultades de las que hacías gala no eran las mejores credenciales para una época en la que si bien te premiaba lo estrambótico  y raro, no dudaba en acometer contra aquello que se alejaba del dogma y de la ortodoxia o más simplemente de la razón, como era tu caso.

         Y yo os pregunto: ¿quién no ha tenido alguna vez la tentación de volar? Os confieso que vagabundear por los aires ya sea en ala delta, en paracaídas, vuelo sin motor o como Dios os de a entender, es una de las experiencias más fascinantes que existen. Y eso lo probó el licenciado Torralba gracias a la comunicación telepática que le hizo romper la barrera del espacio, porque ese inicio a la angeología, que nos ofrece de la mano de su ángel guardián, Zequiel, no es más que un escudo protector contra la velocidad inquisitorial ante todo lo que no fuera dogmáticamente ortodoxo. Subamos pues con Torralba hasta las alturas de Cuenca  y dejemos que nuestra mente nos lleve de un lado al otro por la ciudad como palomas que zurean a la busca de nido. Gocemos de las hoces del Húecar y del Júcar, de sus paseos románticos y sus refugios rumorosos o bajemos hasta Carretería para ver pasar la vida en un banco del parque de San Julián o remontar vuelo hasta la Plaza Mayor y la Catedral y seguir San Pedro arriba hasta asomarnos al vacío desde las casas colgadas o los pasos perdidos de los suicidas en el puente de San Pablo.

Calles de Cuenca

         Soñemos Cuenca con los ojos del licenciado Torralba para romper las barreras del tiempo y del espacio, y sentir como la ciudad crece en la memoria de su ser, de la mano de todos los que aquí llegaron y vivieron en amor a l agua y a la piedra. Cuenca de guerreros y nobles, de artesanos y siervos de la gleba. Cuenca del pueblo que se hace rumor vivo en las calles, novia de los festejos, orante en la Catedral y bulliciosa en el mercado para girar en si misma en un tornado que todo lo recoge, lo arrastra, lo eleva hasta volar, volar sin descanso en los brazos del licenciado Torralba y seguir con él por el hondón del cosmos en el Big Bang de la historia.

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