EL COMPROMISO DEL ESCRITOR, por José López Martínez, Escritor y poeta. Secretario de la Asociación de Escritores de España

    Si escribir no es sólo un hecho íntimo, orientado hacia la autocomplacencia del autor, sino también y sobre todo una actividad creativa y social,  pienso que es así como deberíamos entender la función o  el compromiso del escritor. Lo que sucede es que no siempre el término social se entiende de la misma manera, como tampoco  el compromiso literario se ejerce desde y para sensibilidades homogéneas. Y esto puede crear confusión, dar a la palabra compromiso un cierto matiz político, tan peligroso siempre. En mi opinión, lo esencial consiste en que se escriba con lenguaje y pensamiento propios, con ideas claras sobre lo que uno quiere decir, con pleno conocimiento de lo sucede a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos; porque el compromiso con la sociedad, no se olvide, empieza en nosotros mismos. El ser humano, su circunstancia, su entorno. Esa es la cuestión. 
Todos lo grandes escritores, no importa la época ni  el  lugar de su nacimiento, han recogido en sus obras el latido de la sociedad en que vivieron: sufrieron y gozaron la realidad de su tiempo y dieron testimonio de sus propias experiencias. Desde las culturas helénica y románica, principalmente. O sea, que existió el compromiso. Aunque no lo pareciera a primera vista. Lo ha dicho  Emilio Lledó, no hace mucho, en uno de sus ensayos publicados en el suplemento Babelia, de El País: “La escritura facilitó la memoria e inventó un reflejo de la pervivencia, del impulso hacia el amor y la solidaridad del deseo de inmortalidad”.  Del mejoramiento de la sociedad, podríamos agregar. Porque esa ha sido la norma entre los grandes escritores. No podía ser de otra manera. Soñarse no sólo como  eran, sino como quisieron ser. 
      La escritura puede entenderse de muchas maneras. Ya se ha dicho que los libros se descubren leyéndolos, que el escritor ensancha su imaginación, su capacidad creativa, al tiempo que va dando forma  a sus obras. Y es ahí, creo yo, cuando se produce el compromiso,  el deseo de llevar a los demás la carga emotiva e intelectiva de lo que se está escribiendo. Dicho con palabras del premio Nobel Ornan Pamuk, uno de los compromisos de  cada autor consiste en prestar a sus páginas tal veracidad literaria  que lleve al lector a pensar que él también creyó poder expresar esas mismas cosas, pero nunca pudo alcanzar ese grado de sensibilidad. Escribir, pensar, viajar al fondo de una realidad que sentimos, pero que cuesta un gran esfuerzo desentrañar, poner al alcance de los lectores.
 La conciencia del escritor, ya lo dijo Camilo José Cela, por cierto cada día más injustamente preterido, no es, en el fondo, sino el latido de un hombre que pretende serlo de la manera más completa posible a través de la escritura, pues por encima de todo, recordaba nuestro premio Nobel, el escritor es más cosa ni tampoco menos  que un ser humano con toda la grandeza y la soledad que la vida suele acarrearnos. ¿Superados aquellos tiempos cuando un célebre político español decía que “aquí no necesitamos gente que piense sino bueyes que trabajen”?  Sería bueno que aquello quedase lejos o que esas palabras nunca se hubiesen pronunciado. Personas que piensen, que indaguen, que orienten a la sociedad. Esa es la cuestión, ese debe ser el compromiso del escritor
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