EL CORPUS DE TOLEDO, RETABLO DE RELIGIÓN Y COLORIDO, por José María Gómez Gómez
EL CORPUS DE TOLEDO, RETABLO DE RELIGIÓN Y COLORIDO,
por José María Gómez Gómez
HAEC EST DIES
Es la hora sin sombra. Mediodía.
Guirnaldas de fervor por los balcones.
Apremiados están los corazones
por un fulgor de súbita alegría.
En su cenit el sol. Algarabía
de blancas eucarísticas canciones.
Las calles, rumorosas procesiones.
Éste es el día, ¡oh Dios!, éste es el día.
Bajo un bosque de palios se apresura
la azul parafernalia del incienso.
Éste es el día, ¡oh Dios!, de la hermosura,
día de suavidad y de aire quedo,
el día abierto, elemental, inmenso,
en que Dios pasa en triunfo por Toledo.
José María Gómez Gómez
Aún es un enigma por dilucidar la posible fecha de la introducción en Toledo de la Fiesta del Corpus con su Solemnísima Procesión. Aunque la tradición viene sosteniendo que, en 1280, Alfonso X el Sabio ya presidió una Procesión del Corpus en Toledo, no hay indicios documentales sobre ello. Según los documentos que se conservan, sólo puede afirmarse que fue ya en el siglo XIV, concretamente en su primer tercio, cuando la Fiesta del Corpus y su Procesión es mencionada y aludida en España. El Papa Urbano IV la había instituido en 1264 por la bula “Transiturus”. La Cristiandad la fue adoptando gradualmente. En Toledo la definitiva aclimatación de la Fiesta del Señor (entonces así llamada, “Corpus Domini”) tuvo lugar durante el episcopado del arzobispo don Jimeno de Luna (1328-1337).
Por entonces, y más en concreto en 1338, ya poseía la Catedral Primada una espléndida Custodia, la primera de que se tiene noticia por cierto inventario conservado en el Archivo Catedralicio. Por él sabemos (noticia que transcribe Ramón Gonzálvez, canónigo archivero) que “era de plata esmaltada y se componía de dos piezas, una exterior a modo de templete y ora interior, u ostensorio, en forma de sol radiante, extraíble, rematada en una cruceta. Todo el conjunto descansaba en una peana para apoyarla en unas andas con varales.” Al parecer se trataba de una Custodia de gran valor que estuvo en uso hasta que desapareció, en 1521, en la Guerra de las Comunidades. El humanista Jerónimo Münzer, que estuvo en Toledo en 1495, la pudo admirar como “la mejor custodia de plata” que había visto en su vida, “cuyo peso es de 800 marcos”, añade.
Estos datos revelan que, desde el establecimiento de la Fiesta del Corpus en Toledo, la Catedral Primada se esmeró cuidadosamente por celebrarla con el mayor esplendor y dignidad. Pero va a ser la época de Isabel la Católica, y la especial devoción e interés de esta magnánima Reina, cuando el esplendor de la Fiesta y la Procesión inicia la línea ascendente y mantenida que llega hasta nuestros días. Al comienzo de estas páginas empezábamos refiriéndolo.
Una obra maestra de la orfebrería del siglo XV destaca por su peculiar belleza en la Procesión del Corpus. Llega hasta nuestro tiempo desde la época de Isabel la Católica. Me refiero a la CRUZ Y MAGA PROCESIONAL, que abre y dirige el cortejo conducida en carroza con ruedas por cuatro acólitos. Se trata de la monumental Cruz de Alfonso V de Portugal, llamado “el Africano”, que este rey regaló al arzobispo toledano Alfonso Carrillo de Acuña (el célebre prelado que gestó y presidió el matrimonio de los Reyes Católicos). Se trata de una joya gótica florenzada, toda de plata dorada y repujada. Sus ciento setenta centímetros de altura y los ochenta de sus brazos están, en todo detalle, labrados con un delicadísimo trabajo de orfebre genial: pináculos, figurillas en diminutas hornacinas… La figura de Cristo, de plata sin dorar, con una calavera a los pies y dos huesos trenzados… Un ángel en cada brazo de la Cruz recoge con un cáliz la sangre que mana de las manos de Cristo traspasadas por los clavos, mientras en lo alto corona el pelícano eucarístico picoteándose el pecho para dar alimento a sus hijuelos… En el reverso, decoraciones geométricas y vegetales, los cuatro Evangelistas con sus símbolos en los cuatro brazos de la Cruz y un Pantocrator en bajo-relieve en marcado en el centro en un tondo.
Cardenal Mendoza
Ya en época del cardenal Cisneros, en 1510, se bordaba la Manga que adorna a la Cruz como base y soporte. Se trata de un cuerpo cilíndrico forrado de tela lujosa, dividido en cuatro escenas. El artífice Esteban Alonso bordó dos ellas: el martirio de San Eugenio, primer obispo toledano y la milagrosa Aparición de Santa Leocadia a San Ildefonso. Montemayor bordó la Adoración de los Magos. Y Alonso Sánchez la Asunción de la Virgen.
Todas estas escenas, de finísima labor, van enmarcadas por pináculos góticos y rematadas por arquerías del estilo gótico florido en hilo de oro. En la parte inferior se remata con ribete azul, sobre el que destaca el escudo del Cardenal Cisneros, con flecos de plata dorada. En su parte superior, la pieza cilíndrica se proyecta en un cono de ocho piezas triangulares de tela bordada con motivos vegetales en oro y plata.
Otra pieza de la época de Isabel la Católica es la no menos célebre CRUZ DEL CARDENAL MENDOZA. En el desfile procesional preside, como guión capitular, a los canónigos y clérigos del Cabildo de la Catedral. Es obra de gran valor artístico e histórico. Su disposición es la propia de una cruz patriarcal, con brazos mayores y brazos menores. Sus medidas son: 55 cm. de altura, 30 cm. los brazos mayores y 20 cm. los brazos menores. Fue labrada en plata dorada y estilo gótico. El cardenal Mendoza, en su testamento, la legó a la Catedral de Toledo, destacando el valor histórico que la adornaba, pues se trata del primer símbolo cristiano que se colocó en la Torre de la Vela de la Alambra, tras la conquista de Granada por los Reyes Católicos. Manda el cardenal Mendoza que su Cruz se custodie para siempre en la Catedral de Toledo, en su Sagrario, “en memoria de tan gran victoria”, y no salga nunca de ella salvo para procesiones.
Sagrada Custodia
Sin duda, el mayor servicio artístico que la Catedral de Toledo, sus arzobispos y su clero capitular, han hecho a la Procesión del Corpus, y a mayor honra y esplendor del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, ha sido a lo largo de la historia la CUSTODIA DE ENRIQUE DE ARFE.
Considerada la más bella joya que haya elaborado jamás el ingenio humano, consta de dos piezas sabiamente armonizadas y articuladas con tal perfección que quien la contempla no percibe diferencia ni contraste. Sin embargo, como decimos, cabe distinguir entre el Ostensorio de Isabel la Católica y la Torre Eucarística o Custodia (propiamente dicha) de Enrique de Arfe.
Ostensorio de Isabel la Católica
El llamado Ostensorio de Isabel la Católica es la pequeña custodia que, en 1505, por encargo de Cisneros, el canónigo toledano Alvar Pérez de Montemayor adquirió en la almoneda de los bienes de Isabel la Católica, en la villa de Toro. Se pagó por ella más de un cuento (es decir, un millón) de maravedises. Esta admirable custodia había sido fabricada por el orfebre Almerique a finales del siglo XV, con el primer oro que Cristóbal Colón había traído de Las Indias: impresionante pieza de 17 kg. que el descubridor entregó a su propio hijo Diego con el encargo de que lo llevase en persona y lo obsequiase en su nombre a la Reina Isabel la Católica.
Consta esta admirable joya de una base hexagonal decorada con relieves de flores y ángeles, sobre la que sucede una serie de elaboradísimas linternas que se decoran con cresterías, figuras de santos y esmaltes. Sigue hacia lo alto una plataforma hexagonal en que destacan seis preciosas esmeraldas, otros tantos jacintos y veinticuatro esmaltes. Sobre esta plataforma descansan y se elevan hacia la altura seis columnitas repujadas y rematas en sendos pináculos, sobre las que descansa una pequeña cúpula con tres cornisas que se adornan a su vez de cresterías, balajes, esmaltes y zafiro. Sobre esta cúpula remata la pieza más famosa del Ostensorio, conocida como “palomar” por la serie de diminutas palomas que con graciosa naturalidad se asoman a través de unas ventanitas. El “palomar” está cuajado de rubíes (tres, de bello tono morado), tres zafiros y veinticuatro perlas. En la especie de templete que forman las mencionadas columnitas es donde se aloja el “viril”, custodiado por cuatro ángeles con los símbolos de la Pasión y cuajado de perlas en forma de cruces. El “viril”, que acoge la Sagrada Hostia, fue realizado en 1550 por el orfebre Pedro Hernández, por encargo del célebre canónigo Diego López de Ayala. En el año 1600 se colocó, como remate del “viril”, una cruz de diamantes, obra del platero Alonso García.
La Custodia de Arfe surge del noble deseo de fabricar un digno cobijo, más bien un majestuoso trono, para el Ostensorio de Isabel la Católica. El cardenal Cisneros convocó un concurso de proyectos. Y Enrique de Arfe, orfebre alemán que había venido a España en el séquito de Felipe el Hermoso, fue designado para fabricar la Custodia. Como han señalado tantos investigadores repetidamente, el modelo que siguió fue la armónica y esbelta Torre Eucarística del Retablo Mayor. Tardó ocho años y medio en terminar la obra, entre 1515 y 1524.
El resultado fue una elegantísima torre gótica, un inextricable laberinto de ojivas, de dos metros y medio de altura, construido a base de cinco mil seiscientas piezas y doscientas sesenta estatuillas articuladas entre sí con unos siete mil quinientos tornillos. En su ejecución se emplearon 183 kilogramos de plata, 18 de oro y numerosas perlas, esmaltes y piedras preciosas.
Una amplia base estructurada en dos cuerpos sirve de arranque de la sutil arquitectura. Un primer cuerpo, con la estructura de un dodecaedro de estilo herreriano (finales del XVI), exhibe los escudos heráldicos de diferentes arzobispos, entre ellos el de Cisneros, bajo cuya égida se construyó la Custodia, como se expresa en la inscripción que así lo acredita. Sobre éste, un segundo cuerpo refuerza la base con más minuciosas decoraciones: escenas de la Pasión, enmarcadas, y doce figuras en relieve, de estilo plateresco.
Sobre esta base o podium se yerguen, estilizados y armónicos, los seis pilares góticos de dos metros de altura que soportan y ensamblan toda la estructura, mientras otros seis pináculos volados, de un metro de altura, articulándose entre sí con arbotantes, dan una impresión de estructura airosa, volátil y evanescente, como de arquitectura en el aire. Por doquier adornan pequeñas esculturas de meritoria labor de orífice y motivos de la más pura esencia gótica: pilastras, gabletes, arcos apuntados y conopiales, más y más diminutos pináculos y campanillas que, al moverse, producen una deliciosa música característica…
Toda esta arquitectura se cierra a media altura con una armónica cúpula gótica estrellada, conformándose así un primer gran cuerpo cuyo amplio espacio acoge el Ostensorio de Isabel la Católica con el “viril” de la Sagrada Hostia.
Sobre la cúpula que cierra este primer gran cuerpo se forma un templete a base de un doble arco trilobulado, adornado con sutiles arquerías y pináculos, treinta y cuatro figuras de ángeles, apóstoles y santos… En el espacio interior del templete se yergue, abanderado y triunfante, un Cristo Resucitado, que se adivina entre un espeso bosque de pilastras y pináculos.
Otro escalón más arriba, y ya en un espacio más reducido, pues la arquitectura va adelgazándose y estilizándose en forma piramidal, un pequeño Niño Jesús porta una cruz y una bola del mundo, rodeado de profusión de diamantes, cresterías y más y más pináculos. Este cuerpo se cierra a base de cuatro nervios que conforman una mandarla y cobijan una paloma de alas extendidas y una campanilla.
En todo lo alto luce su esplendor una cruz de esmeraldas. Sabemos que la confeccionó en 1523 el orífice Laínez con tres onzas de oro y más de cinco onzas de plata, cuatro esmeraldas y ochenta y seis perlas. Sin duda, espléndido y digno remate para coronar la Custodia de Arfe.
Muy pronto la Custodia fue objeto de ciertos retoques y reparaciones que procuraron perfeccionar sus formas y su estilo. Algunos de los más importantes se llevaron a cabo durante el episcopado del cardenal Gaspar de Quiroga. La reforma que más afectó su aspecto fue, en ese período, llevar a cabo el dorado de la plata para que no contrastara tanto el color del oro del Ostensorio de Isabel la Católica. El dorador fue Diego de Valdivieso ayudado por veinte plateros más, pues hubo que desmontar pieza a pieza toda la Custodia de acuerdo con las instrucciones dejadas en todo un libro por Arfe. Más de un año duraron los trabajos de dorar la plata, dejándose en su color natural sólo ciertas figuras y partes para conseguir una más armónica combinación cromática.
La Custodia se guarda durante todo el año en la capilla dedicada al tesoro catedralicio, donde es admirada por cuantos visitantes se acercan a la Catedral. Allí descansa sobre rico trono barroco, labrado en 1740 por encargo del arzobispo infante Luis Antonio de Borbón, hermano del rey Carlos III. El platero toledano Manuel Bargas Machuca fabricó este trono en plata y bronce dorado sobre diseño de Narciso Tomé. Son de destacar en el conjunto cuatro ángeles de más de un metro, de bella factura barroca.
En 1781 se construyó la Carroza en que actualmente la Custodia es paseada por las calles de Toledo en la Procesión del Corpus. Sus adornos son del gusto barroco y rococó, policromados y dorados: cráteras o fruteros y racimos, grutescos, sirenas en las esquinas y cuatro medallones con los evangelistas en el centro de los cuatro lados.
Hasta aquí la apresurada descripción de los pormenores más destacables de la Custodia de Arfe, la joya más bella del mundo. Cada año, en la mañana del Corpus Christi es el merecido trono del mismísimo Dios que en ningún espacio terrenal se siente más honorablemente acomodado que en ella. He aquí los versos que describen emocionadamente su discurrir por las calles toledanas a lo largo de la egregia Procesión
Seguidillas de la Custodia
Mirad un Árbol de Oro
con campanillas.
Es la Custodia de Arfe.
¡Qué maravilla!
Maravilla de luz
tiene Toledo.
¡Laberinto de ojivas
que lleva al cielo!
¡Oh milagro exquisito!
¡Oh flor del Arte,
cuajada en los Jardines
Angelicales!
Desde la Puerta Llana,
hollando flores,
vienes entre querubes
y ruiseñores.
Por el aire banderas
y reposteros.
Por el suelo tomillo,
salvia y espliego.
Delicada penumbra
de la Paloma
parecen Cuatro Calles
cuando te asomas.
Litera recamada,
linda carroza,
donde juegan los ángeles
y Dios se goza.
Galeón celestial,
bajel gozoso,
que navega entre llamas
bajo los toldos.
No serías más bella
ni más galana,
si pinceles del Greco
te retrataran.
Suave sombra penetra
por los rincones,
mientras tu fuego incendia
los corazones.
Al doblar las esquinas
de la maraña,
pareces el cogollo
de una espadaña.
Zocodover despliega
rumor de salmos.
El Arco de la Sangre
te está esperando.
Desde allí nos bendices
y por el cielo
una mística garza
remonta el vuelo.
¡Qué esplendor Sillería!
¡Alfileritos!
¡Recodos entrañables
del Laberinto!
Al llegar a la Plaza
de San Vicente,
todo el sol se te humilla
resplandeciente.
Todo es cansado y bajo,
caduco y vil,
ante el fulgor sagrado
de tu viril.
Por San Juan vas entrando,
¡con qué decoro
se arrodilla a tu paso
San Ildefonso!
Los ojos se humedecen.
Se ensancha el alma.
Es un clamor Toledo
por donde pasas.
A Santo Tomé bajas
por ver la torre.
Del lienzo se levanta
por verte el Conde.
Doblas por Trinidad.
¡Oh ardiente joya!
El aire se estremece.
Se abre la gloria.
Calle arriba caminas
grave y pausada,
solemne como el Arca
de la Alianza.
De pronto te detienes.
Pared de ensueño.
Tapices historiados
penden del cielo.
El Arco del Palacio
del Arzobispo
enmarca el horizonte
de tu camino.
¡Cómo huele Toledo
a romero y juncia!
¡Cómo sueñan las piedras
de Covarrubias!
Has llegado a la Iglesia.
¡Santa María!
Se ha vuelto malva y rosa
la luz del día.
Entre los esplendores
de las vidrieras
la Virgen del Sagrario
te trae una vela.
Vedla bajar del cielo
con la casulla
y proclamar al mundo
que España es suya.
Cuando entras por la puerta,
pienso de ti
que eres el Tabernáculo
del rey David.
Los doseles de reyes
y emperadores
a tu lado parecen
viles honores.
Una fe te dio vida
y una esperanza.
Tú eres el baluarte
que tiene España.
Tú eres la plenitud.
Tú eres la gloria.
El emblema más alto
de nuestra historia.
De la historia de un pueblo
que ganó reinos
para labrar un trono
al Rey del Cielo.
José María Gómez Gómez
Y llegamos al momento culminante y más emotivo de la Procesión: la Entrada de la Custodia en la Catedral. La larga Procesión, con su sucesión de Hermandades, Cofradías, Capítulos y Asociaciones ha recorrido las calles de Toledo. Numerosos son los datos que se pueden aportar y las descripciones de la misma que cabría hacer. Revistas, diarios y semanarios se detienen largamente en la enumeración de los títulos, vestes e insignias de los participantes. No nos vamos a repetir aquí. Evoquemos, eso sí, el momento tal vez más majestuoso y emotivo: la entrada de la Custodia con la Sagrada Hostia en las naves catedralicias y su conducción hasta el Presbiterio.
En la calle, enfrente justamente de la Puerta Llana, por donde salió, la Custodia y su Santísimo Sacramento reciben el postrer saludo y despedida del destacamento militar con los sones del Himno Nacional. Acto seguido, se procede a la entrada en el templo. Previamente lo han hecho todo los demás componentes del cortejo procesional que, situados estratégicamente, aguardan para recibir a la Custodia. Ésta por fin penetra en las naves catedralicias en medio del estruendo general de los aplausos de todos los presentes, mientras los órganos atacan con toda su trompetería, alternando en armoniosa “conversación” musical que hace la delicia de todos. A las notas majestuosas de los órganos se une la gracia festiva del carillón de campanillas que tocan a gloria.
Por las naves discurre, entre tanto, la Custodia precedida por la teoría de canónigos y clerecía de la Catedral y de la ciudad, manteniendo el mismo orden que se estableció en el siglo XVI, vistiendo las riquísimas capas pluviales bordadas en el siglo XVIII en el célebre taller toledano de los Molero y algunas más tardías salidas de los no menos prestigiosos talleres madrileños de García Mustieles. Un acólito con sotana roja y roquete blanco porta el báculo del arzobispo. Detrás del báculo y delante de la Custodia, arrojando flores, desfilan el grupo de los pajecillos, una docena de niños y niñas ataviados con pelucas y vestiduras dieciochescas, que nos recuerdan a los antiguos seises. Finalmente, dos diáconos, un clérigo capiller tañendo la “campanilla del Corpus”, toda de plata, y acólitos turiferarios portando incensario preceden inmediatamente a la Custodia. Y, acompañando detrás de la misma, preside el Sr. Cardenal Arzobispo Primado, en este caso D. Antonio Cañizares.
Camina el arzobispo revestido con capa pluvial de gran valor artístico e histórico. Se trata de una admirable veste que perteneció al cardenal Luis María de Borbón. Fue bordada en 1820 con hilo de oro sobre seda blanca, conformando labores de ramilletes de flores con laminillas circulares de oro… Le acompañan dos canónigos con sus capas pluviales y los obispos auxiliares.
Así se llega frente al Presbiterio. La Custodia se endereza y accede al mismo atravesado la Reja de Villalpando abierta de par en par, mientras un diluvio de pétalos desciende desde las lujosas bóvedas góticas estrelladas. El cántico del Tantum Ergo mozárabe y la Bendición con el Santísimo Sacramento ponen punto final a la celebración en medio nuevamente del aplauso general.
La Gran Procesión Mayor del Corpus de Toledo ha concluido con su lujo y protocolo de siglos. Todo, con ser mucho, parece poco para proclamar y exaltar el divino misterio del sacramento de la Eucaristía.