La Iglesia Romana de Santa María de la Victoria acoge una de las joyas escultóricas de BERNINI, obra de madurez, realizada a mediados del siglo XVII por encargo de la familia Cornaro para su capilla familiar: derroche de mármoles policromados y jaspes, un todo escénico dónde se aúnan la arquitectura y los elementos escultóricos. Teresa, situada sobre una nube de mármol, con sus ropajes barrocos llenos de contrastes, acaba de caer atravesada por la «flecha divina» que le arroja un ángel. Su rostro no traduce dolor, sino un placer inmenso, un éxtasis con pérdida de conocimiento: ojos cerrados, labios entreabiertos… La sonrisa del ángel es enigmática, delicado el rostro; su vestimenta, menos voluminosa que la de la Santa. Una ventana oculta en la parte superior de la capilla, deja que la luz resbale por los rayos de bronce que Bernini colocara tras el grupo con el fin de producir una mayor sensación de emotividad. A ambos lados de la capilla, sendos balcones de arquitectura simulada, reúnen a los miembros de la familia Cornaro, esculpidos en mármol, los cuales asisten al Extasis como espectadores.
Veamos cómo define Santa Teresa, precisamente, la sensación que le produce el dardo o flecha que le lanza el ángel, imagen en la que se inspira Bernini para el «extasis» que aquí nos ocupa: «…Veíale en las manos un dardo de oro largo y, al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este parecía meterse por el corazón algunas veces, y me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba todas consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos; y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay que desear que se quite… No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su Bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento…»
Pero, dejemos al un lado el conjunto escultórico de Bernini e intentemos sumergirnos levemente en las tumultuosas aguas de lo «místico».
Para ello debemos empezar por hablar de la infancia de Teresa de Ahumada, de su entorno familiar, de las circunstancias sociales de la época en que le tocó vivir -no olvidemos que se trata de una mujer y que estamos en el siglo XVI- una mujer que, como tal, jamás hubiera podido escribir poemas de profundo amor (en este caso dirigidos a Cristo), ni desarrollar sus extraordinarias facultades organizativas, de no haber tomado los hábitos. Recordemos también que, hasta no hace mucho -y sólo hablo de Occidente- a la mujer se la consideraba un objeto sin alma, para uso y disfrute del varón.
Antes de realizar un breve estudio de sus vivencias, hagamos un ejercicio de visualización y situemos físicamente a la Santa. Según Sor María de San José: …»Era bella, de mediana estatura, más bien grande que pequeña, más bien gruesa que flaca, de cuerpo algo abultado y fornido, cabello negro, ojos redondos y vivos, nariz menuda, labio inferior grueso, garganta ancha, y cara redonda…»
La enorme personalidad de Teresa, su mente privilegiada, su apasionado temperamento, sometidos a la rigidez del Convento de la Encarnación desde los 20 años -decisión que tomó por voluntad propia con el deseo de «ir en busca de un Dios infinito»- supuso tan brusca ruptura con el pasado que hizo que su mundo interior se llenara de contradicciones. Etapas de gran alegría frente a otras de profunda tristeza, inseguridad y desaliento al sentirse incapaz de desprenderse de lo que había gozado fuera del convento como mujer vital que siempre fue.
Lucha tanto contra su deseo de libertad, contrapuesto al de su entrega a Dios, que finalmente cae enferma: «… Ejercitose en cosas pías, haciendo áspera penitencia que, con el rigor de ella a poco tiempo después que profesó, tuvo grandes enfermedades y dolores de corazón» , nos cuenta Doña Inés de Quesada en sus escritos sobre la Santa. Se entrega a Dios, en oración y sacrificio, como cualquier mujer de su temperamento se entregaría a un amor terrenal. Sabe que no puede fallar al «Amante» y que, sí esto ocurre, su corazón saldrá herido; está convencida de que debe amar a Dios, dirigir a Él toda su vida, entregarle lo más profundo de su ser. Pero, su falta de humildad le hace desprenderse frecuentemente de su «Amado», ahogarse en su propio orgullo, hasta volver entregada, arrepentida, para «echarse, apasionadamente, en sus brazos».
Ese ir y venir de la esperanza a la desesperanza crea en ella un binomio ansiedad-angustia que acabará explotando un año más tarde, en 1537, tras haber tomado los hábitos: desmayos, convulsiones en las extremidades, pérdidas agudas de la conciencia, tristeza y lágrimas; aislamiento y soledad que ella describe como «mal de corazón» : «… Comenzáronme a crecer los desmayos y dióme un mal de corazón tan grandísimo que ponía espanto a quien lo vía, y otros muchos males juntos…»
Don Alonso de Ahumada, su padre, al confirmar que la medicina oficial de la época no daba con su enfermedad (seguramente purgantes y sangrías), decide llevarla a su Hacienda de Becedas en la serranía de Béjar. Por el camino descansan en casa de un tío suyo, Don Pedro, quien, viéndola tan confusa, le entrega un libro: «El tercer abecedario», de Fray Francisco de Osuna, uno de los grandes místicos de la época, del que la Santa saca gran provecho : «…No sabía cómo proceder en oración ni cómo recogerme y ansi holguéme mucho con él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas…» Con la lectura de este libro profundiza en los caminos de la oración y llega a territorios desconocidos. El diálogo con Dios se interioriza, el alma se olvida del cuerpo, se despega de él : ….»La imaginación desatinada, la memoria suspensa y la voluntad absorta…» . Son los primeros «escarceos amorosos con el Amado». Todavía en Beceas, el padre la pone en manos de una curandera famosa con cuyo «tratamiento» se incrementan las pérdidas agudas de conciencia y las fuertes convulsiones. No puede comer, tiene nauseas, vómitos, diarrea, fiebre y dolores de gran intensidad. Teresa está al borde de la muerte, y Don Alonso decide volver a Avila.
Todos los médicos que la visitan coinciden en el mismo diagnóstico: tuberculosis. Los dolores generalizados no la dejan moverse de la cama. Esta desahuciada. El 15 de Agosto de 1539 la Santa solicita confesión, que el padre rechaza: «…Oh amor de carne demasiado, que aunque sea de tan católico padre y tan avisado, que lo era harto, que no fue inorancia, me pudiera hacer gran daño». Este hecho desencadena en ella una pérdida brusca de conciencia, con desaparición de todas las funciones vitales. La prueba del espejo certifica estado de muerte: le administran la extremaunción; la amortajan; le ponen cera en los ojos
-costumbre de la época-; se cava su sepultura en el convento de la Encarnación. Cuatro días más tarde, cuando ya las monjas iban a trasladar su cuerpo para enterrarla, Teresa abre los ojos y pregunta: «…. ¿Por qué me reclamáis»
Poco después se la traslada con gran cuidado al convento. En ocho meses recupera su peso normal y, en cuanto puede, empieza a andar a gatas. Al cabo de tres años, vuelve a moverse con normalidad. Algunos médicos dictaminan un cuadro de histeria -patología muy a la moda en la época-; otros, neurosis. También hay quien la considera «poseída por el demonio»…
Marañón, en su prólogo de la versión francesa del «Libro de las Tentaciones» nos dice: » …Incluso se habló por gentes que se suponían representantes de la ciencia, de que la vida de santa Teresa perteneció a la Patología. Pocas veces la pedantería ha tomado forma tan grotesca. Basta leer la vida de la Santa, cuando aún era sólo una mujer, para darse cuenta del proceso heroico de su lucha para conseguir la esclavitud de su carne mortal al ingrávido aleteo de su alma sublimada por el sacrificio…»
Fernández Ruiz (1963) define como «neurosis cardiaca» los dolores precordiales y los vómitos que, durante 20 años tuvo Teresa, afirmando que su cuerpo era un pozo de enfermedades de origen moral, con un desencadenante afectivo. Pedro Pons opina, sin embargo, que su neurosis es la forma en que reacciona una personalidad ante los problemas de la vida y Marañón insiste de nuevo en el desacuerdo entre personalidad y ambiente que se agrava por incomprensión de las gentes y de los médicos. Freud, por el contrario, afirma que el inconsciente está constituido por la carga dinámica de las frustraciones instintivo-libidinosas habidas a lo largo de la vida, mientras que López Ibor dice que existen dos motivaciones conscientes e inconscientes que proceden de los planos profundos y ocultos de la personalidad que es donde tiene lugar el drama de los conflictos instintivos que el YO no puede soportar.
A causa de sus profundos estados de melancolía, se la tacha también de «estigmatizada mística», «personalidad masoquista», incluso se la relaciona con el «Maligno» -en aquella época se pensaba que los «melancólicos » podían estar endemoniados. Pero, según afirma el Dr. Antonio López Alonso, la Santa no fue rotundamente una melancólica, aunque tuviera motivos para ello pues estuvo enferma largos años de su vida. Además de los males ya descritos, sufría de artrosis y también de osteoporosis en su edad madura y quedó manca del brazo izquierdo a raíz de una rotura mal curada). Tampoco se la podía incluir dentro del cuadro de la histeria ya que, según este mismo autor: «…En la personalidad histérica lo inauténtico es lo auténtico», y ese no era el caso de Teresa.
Lo que no puede obviarse es la angustia vital que con reiterada frecuencia la envolvía, pero ese trastorno -algo muy común en gran parte de aquellos que pierden, por la razón que sea, su paz interior, no afecta en absoluto su conciencia de la realidad. También otros investigadores, entre ellos Rof Carballo, están de acuerdo en que los cuatro días en que la Santa permaneció en estado cataléptico pudieron ser provocados por una infección tuberculosa y fiebres palúdicas, con graves complicaciones en el sistema nervioso. Como siempre que se analiza una personalidad tan controvertida las opiniones son muy diversas. Aquí podríamos aplicar con toda razón el conocido refrán: «…, todo es según el color del cristal con que se mira»
EL ÉXTASIS COMO FENÓMENO MÍSTICO
El “Éxtasis de Santa Teresa”, grupo escultórico de Bernini (uno de los genios del Renacimiento italiano), que se encuentra en la Iglesia Romana de Santa María de la Victoria es de una belleza y armonía increíbles. Fue encargado por la familia Cornaro para la capilla que lleva su nombre y se encuentra en el lateral izquierdo de la mencionada iglesia. La descripción que hace la propia Teresa de una de sus visiones donde un ángel atraviesa su pecho con una flecha, inspira a Bernini y nos incita a adentrarnos brevemente en el significado de los fenómenos psíquicos que envolvieron la vida de esta sorprendente mujer.
Para empezar reproduzcamos lo que opina de los místicos López-Baralt : «….Todos los místicos coinciden en que la inteligencia y los sentidos quedan a oscuras cuando brota, allá en el hondón del alma, la luz increada del Amor total…» ….»Los contemplativos de todas las épocas y culturas religiosas resultan asombrosamente parecidos, quedando hermanados los místicos porque saben que les es imposible traducir adecuadamente lo que de verdad les aconteció más allá de la razón y de los sentidos….» «… Algo literalmente indescriptible e intransferible para quien no lo haya experimentado…» …»El contemplativo se siente inmerso en un estado cognoscitivo que le permite aprehender directamente grandes verdades trascendentales que, paradójicamente, no están sujetas a la lógica, ni al discurrir racional…» El Dr. Antonio López Alonso y también otros, como Dom Dolf, definen la experiencia mística como algo exclusivamente teológico : «…En la experiencia mística existen una serie de comunicaciones divinas que modifican sustancialmente la psicología del místico…» «… El haber insistido excesivamente en los datos psicológicos ha desvirtuado la comunicación con lo divino…» …»La presencia divina constituye el núcleo central de la espiritualidad de Santa Teresa…»
Todas estas definiciones tienen un sentido real según quién las escribe y quien las recibe. Un creyente profundo verá al Dios de los Cristianos detrás del fenómeno místico. Pero de igual modo lo definirán los seguidores de cualquiera de las escuelas contemplativas como la Cábala, el Sufismo musulmán, el Budismo Zen… Sea cual sea su credo, los místicos verán con los ojos del alma, en sus estados de semi-consciencia, la imagen a la que estén acostumbrados, véase Cristo, Buda….
Pero ahora ocupémonos de las sensaciones que experimenta la Santa. Fue el 29 de Junio de 1560 cuando tuvo su primera visión, una visión considerada como «intelectual». No comprende nada, se queda perpleja, y escribe: …»Con los ojos del cuerpo no vi nada; mas parecíame que Cristo estaba junto a mí y me hablaba…» «…Parecíame que andaba siempre a mi lado, y como no era visión imaginaria, no veía en qué forma; mas sentía muy claro que Él estaba siempre al lado derecho y era testigo de todo lo que yo hacía y que ninguna vez que me recogiese un poco o no estuviese muy divertida podía ignorar que estaba junto a mi…» …»Como estaba ignorantísima de que podía haber semejante visión, dióme gran temor al principio y no hacía sino llorar, aunque en diciéndome una palabra sola de consuelo quedaba como solía, quieta y con regalo y sin ningún temor…»
El éxtasis se produce en estado de recogimiento, de quietud, un fenómeno extraordinario en el que todas las actividades de la vida quedan suspendidas, en que el «alma» se desprende del cuerpo. Según Santa Teresa: …»Cuando el éxtasis es profundo, las manos se hielan y a veces se ponen rígidas como palos; el cuerpo permanece de pie o de rodillas, según la postura que tuviera en el momento de producirse».
Aldoux Huxley en su libro «El estigma de los cuerpos prodigiosos» dice que: «.. Es un error reducir el éxtasis a un fenómeno siempre patológico, del cual el propiamente místico, el de los santos y los ascetas, no es sino una variante…» Asimismo marca sus principales características físicas: la inmovilidad, es decir el permanecer durante horas o días en la posición en que el éxtasis sorprende a la persona que lo tiene: «Insensibilidad hacia los estímulos exteriores»; «Alteración de la expresión del rostro», como si el alma se hubiera desprendido del cuerpo.
Ya hemos visto que, al iniciarse este tipo de fenómenos, Teresa siente temor, no sabe lo que ocurre, se angustia. Pero, poco a poco el desasosiego desaparece dando paso al gozo, la calma, la tranquilidad: «…. Pasé algunos días, pocos, con esta visión muy contínua, y hacíame tanto provecho que no salía de oración….» «….Estando un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las manos, con tan grandísima hermosura, que no lo podría yo encarecer. Hízome gran temor, porque cualquier novedad me la hace grande en los principios de cualquiera merced sobrenatural que el Señor me haga. Desde a pocos días, vi también aquel divino rostro, que del todo me parece me dejó absorta» «…Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad Sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad…»
Efectivamente, en sus visiones la Santa reproduce al Cristo bello resucitado tal y como lo había visto en los cuadros de los conventos ¿Por qué esa imagen y no otra? ¿Por qué no ve a Buda, o a Alá? ¿Qué conexión lógica pueden tener estas visiones con Dios, ¿con qué Dios…?
En un principio, le siente a su lado pero, a medida que pasa el tiempo, que transcurren los años la unión se va haciendo más intensa, más gozosa, hasta desembocar en «Desposorio» y «Matrimonio espiritual»: «… Estando ya en mi alma no podía sufrir en sí tanto gozo, salió de sí y perdióse para más ganar…. dióme un gran arrobamiento que me hizo perder casi el sentido….»
Ve a Cristo con gran majestad en la Hostia que le ofrece un sacerdote en pecado; Cristo le muestra las llagas de la mano izquierda; ve también cómo sus enemigos pelean contra ella y Cristo la protege; Cristo se le aparece y le reprocha la dureza de corazón de los hombres; Cristo la consuela; ve en la cabeza de Cristo una corona de gran resplandor. Teresa visionó también cómo era presentada al Padre por Cristo -cosa que ocurre durante su preparación al «matrimonio espiritual»-; cómo Cristo se le aparece en sus brazos; en otra ocasión le dice que tenga por cierto que a todas las monjas que muriesen en los Monasterios que ella fundara Él las ampararía… y un largo etcétera.
García Ordás distingue entre Imagen y Visión y opina sobre la primera: «… se trata de una iniciativa del sujeto que evoca un recuerdo, una experiencia pasada, poniéndole en contacto con el objeto o persona evocada y, sobre la segunda, es decir sobre las Visiones, que son de iniciativa divina (cosa que la Santa afirma insistentemente)…»
Antonio López Alonso dice: «…La profunda y serena inteligencia de Santa Teresa, la coherencia entre los fines que persigue y la realidad de los mismos la apartan de los senderos de la patología psíquica relacionados con las alucinaciones -fundamentalmente de la esquizofrenia…» «… Las visiones imaginarias son un fenómeno sobrenatural…»
Martín Blanco afirma, asimismo que: «…No se pueden explicar los fenómenos místicos extraordinarios del Cristianismo por causas naturales, ni patológicas, ni psicológicas. Únicamente tienen explicación por una intervención extraordinaria de la «Gracia de Dios»…» …»La profunda experiencia de la Santa en la vida espiritual, su «enamoramiento de Cristo» …»
Las visiones de Cristo, según López Alonso, son cada vez más profundas, de tal suerte que lo sobrenatural se hace casi natural. Su figura se queda de tal forma grabada en Teresa, que ya no experimenta o percibe el alma en sus visiones, sino a Cristo… Se «anega toda en Él»; se «ahoga con el Agua de Él».
Los momentos más sublimes de la experiencia Teresiana coinciden con un aumento en la calidad y cantidad de sus visiones. En la fase de «Desposorios» las experiencias religiosas son mayores, incluso sublimes, dejándola un «Poso de deleite intensísimo».
¿Está loca la Santa? Ella se justifica: «… Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se desprende la verdadera sabiduría…» «.. Cuando esto escribo no estoy fuera de esa santa locura celestial…» «… Quisiera que todos aquellos a los que trato estuviera locos de amor..»
Santa Teresa, según López Alonso está loca pero, como ella misma dice, loca de amor en la búsqueda y encuentro de su Amante: Cristo, el cual la posee, la enmaraña, la diviniza. Tiene hablas con Él en su soledad, en su silencio, en el cuarto de su monasterio, en su transitoriedad de mujer.
Thoules opina que: «…En el estado de «contención» -entre vigilia y sueño (estado Alfa) en que se halla la Santa, se polariza la acción hacia una sola idea, estando el alma dispuesta para que se produzcan en ella fenómenos de autosugestión que generan imágenes tan vivas que al sujeto que las padece le parecen realidad y cree que le hablan. Los sentidos están adormecidos, los estímulos periféricos llegan tan «limpios» a la corteza cerebral auditiva que acaban por filtrarse y se incorporan al territorio de la imaginación, imprimiendo una imagen muy viva, sonidos y palabras..»
Lisón explica lo siguiente: «… La frontera entre locura y cordura es movediza y con frecuencia se desdibuja como también la demarcación entre el poseso, el demente y el asceta; el melancólico, el vesánico, el endemoniado y el místico no respetan límites, andan espacios intercambiables que están fuera, al margen, lejos…»
Teólogos y Psicólogos nunca se pondrán de acuerdo en este punto.
LOCUCIONES (HABLAS), Y LEVITACIÓN
Aclararemos, para quienes no hayan leído las entregas anteriores, que este trabajo lo inspira el conjunto escultórico realizado por uno de los grandes genios del Renacimiento Italiano, Gian Lorenzo Bernini, que se encuentra en la capilla Cornaro (familia italiana que realizó el encargo al artista) dentro de la Iglesia Romana de Santa María de la Victoria. Impresionante obra de madurez donde podemos observar uno de los momentos de éxtasis que la propia Teresa de Jesús describe en su biografía, inducido por la visión de un ángel cuya flecha le atraviesa el pecho.
En esta tercera y última entrega de las tres que conforman el breve estudio sobre la vida y la mente de la Santa, estudiaremos otros de los fenómenos que inundaron su existencia: Las Locuciones o Hablas y la Levitación. Las Locuciones, es decir las Hablas con Cristo, coinciden con el último período de la vida de Teresa, período, según Mauricio Martín de una sublimidad estremecedora, donde se suceden los tres estadios mentales en que se divide su “relación” con Jesus: el de la «Unión», el de los «Desposorios místicos» y el del «Matrimonio espiritual». Su contenido es muy diverso y van dirigidos, en general, a tranquilizar a la Santa en su angustia y temores, en su «no saber qué hacer», en su «conflicto interior». Aunque algunas veces oyera mensajes de la Virgen, de santos, de difuntos, puede decirse que Cristo fue siempre el personaje central de estas «conversaciones»
Si queremos hacer un recorrido, aunque breve, por los diferentes estadios emocionales de la Santa no podemos dejar a un lado las «levitaciones» -al parecer no muy frecuentes si las comparamos con las visiones, el éxtasis y las locuciones- Las «levitaciones» se producen, según ella misma explica, en «arrobamiento de éxtasis» y las describe así: «… Sin prevenir el pensamiento ni ayuda alguna, viene un ímpetu tan acelerado y fuerte que veis y sentís levantarse esta nube o esta águila caudalosa y cogeros con sus alas..»
Teresa no desea ese fenómeno por lo espectacular del mismo y, cuando siente que va a suceder pide ayuda a otras monjas para que la sujeten : …»Tendíame en el suelo, y allegábanse a tenerme el cuerpo y todavía se echava de ver….» «… Supliqué mucho al Señor que no quisiese ya darme más mercedes que tuviesen muestras exteriores, porque yo estaba cansada ya de andar en tanta cuenta y que aquella mereced podía Su Majestad hacérmela sin que se entendiese…» «… Gran temor me hizo verse ansí levantar un cuerpo de la tierra…»
Devreux (1999) en su trabajo «El enigma de los cuerpos prodigio», define la levitación como: «…Elevación del cuerpo humano por encima del suelo sin apoyo ni utilización de ninguna fuerza conocida hasta el presente». Otros autores estiman que la levitación es un gran despliegue de energía que contrarresta la fuerza de la gravedad.
Lo que ella asume como «su locura» es totalmente opuesto a lo que opina el pueblo. La tratan de diabólica y posesa, de loca porque tiene raptos, porque ve cosas que en realidad no ve, oye cosas que en realidad no oye, y hace cosas que en realidad no hace y, de verlas, oírlas o hacerlas, serían producto de su mente enferma o demoniaca. Los votos de castidad que pronuncian tanto religiosos como religiosas dentro de la Iglesia Católica, el sentido del pecado que lleva implícita esta promesa contra-natura, pueden llegar a producir, lógicamente, alteraciones importantes en su comportamiento…
Pero, remitámonos de nuevo a lo que opinan los estudiosos del tema. James Leuba y Marie Bonaparte afirman que: «…Las delicias de las que hablan los contemplativos suponen siempre cierto grado de actividad de los órganos sexuales».
Marie Bonaparte describe asimismo la experiencia vivida por una amiga que hasta los quince años pensó en hacerse monja y que después perdiera la fe. Esta recordaba haber experimentado, arrodillada frente al altar, tan sobrenaturales delicias que había creído que Dios en persona descendía en ella. Mucho más tarde, cuando se hubo entregado satisfactoriamente a un hombre, reconoció que ese descenso de Dios en ella había sido un violento orgasmo venéreo, cosa que la casta Teresa jamás tuvo la ocasión de comprobar.
Según el Dr. Parcheminey: «… Cualquier experiencia mística no es más que una sexualidad transpuesta y, por lo tanto, una conducta neurótica…»
George Bataille afirma que los religiosos al no poder, por lo general, determinar exactamente ese punto en el que todo sale a la luz, parten de nociones confusas de la sexualidad y de lo sagrado: «… El interdicto de la sexualidad, al que el religioso, libremente, condena a la consecuencia extrema, crea un estado de cosas sin duda anormal, pero en el que, más que alterarlo, se acusa el sentido del erotismo…» «… La lucha que lleva el religioso proviene de la voluntad de mantener una vida espiritual, a la que una caída alcanzaría mortalmente: el pecado de la carne pone fin al impulso del alma hacia una libertad inmediata….» «… Se trata, de todos modos, de mantener la vida en contra de la realidad…»
Por el contrario el Padre Tesson dice que: «… Dos fuerzas de atracción nos conducen hacia Dios: una, la sexualidad -que está inscrita en nuestra naturaleza-; la otra, la Mística que viene de Cristo…»
«… Desacuerdos contingentes pueden oponer estas dos fuerzas: pero esos desacuerdos no pueden hacer que entre las dos no subsista una entente profunda…»
Los escritos de Santa Teresa ponen al descubierto, no sólo los rincones más recónditos de su alma, la detallada exposición de sus experiencias más inefables, sino también la paciencia con que sobrellevó las enfermedades, las acusaciones y los desengaños; el valor que demostró en todas las penas y persecuciones. Además de su Autobiografía, y de «Las Moradas» la Santa nos dejó, entre otros trabajos: «Camino de Perfección» a través del cual intenta dirigir a sus religiosas; «Castillo Interior«, como instrucción para todos los cristianos; y las «Fundaciones», una guía para edificar y alentar la creación de conventos.
Sus poemas líricos, en su mayor parte inspirados por Cristo, son una muestra de la entrega total y apasionada al «Amante», al «Esposo» de sus visiones. Veamos algunos ejemplos: De «La Hermosura de dios»: «¡Oh. Hermosura que exedeís / a todas las Hermosuras! / Sin herir dolor hacéis, / y sin dolor deshacéis / el amor en las criaturas»; De «Mi Amado para mí» : «Ya toda me entregué y dí / y de tal suerte he trocado / que mi Amado es para mí / y yo soy para mi amado!… Hirióme con una flecha / enherbolada de amor / y mi alma quedó hecha / una con su Criador; / ya no quiero otro amor, / pues a mi Dios me he entregado, / y mi Amado es para mí / y yo soy para mi Amado». De «Muero porque no muero»: «Esta divina prisión / del amor con que yo vivo / ha hecho a Dios mi cautivo / y libre mi corazón; / y causa en mí tal pasión / ver a Dios mi prisionero, / que muero porque no muero. … Vida, ¿qué puedo yo darle / a mi Dios que vive en mí, / si no es perderte a ti / para mejor a El gozarle? / Quiero muriendo alcanzarle, / pues a El solo es al que quiero / que muero porque no muero. De «Vuestra Soy»: «Vuestra soy, para Vos nací ,/ ¿qué mandáis hacer de mí?. … Veisme aquí, mi dulce Amor, / Amor dulce, veisme aquí / ¿qué mandáis hacer de mí? … Decid, dónde, cómo y cuándo. / Decid, dulce Amor, decid. / ¿Qué mandáis hacer de mí? … Vuestra soy, para Vos nací, / ¿Qué mandáis hacer de mí?»
Gran revuelo armó la Santa con la reforma de los conventos, entre ellos el de las Carmelitas de Avila, alarmada porque éste se había convertido, a comienzos del XVI, en una especie de centro de reunión para damas y caballeros de la ciudad, de dónde las religiosas podían salir de la clausura con el menor pretexto, habiendo pasado a ser refugio ideal, muy poblado, para quienes deseaban una vida fácil y sin problemas.Teresa funda, no sin grandes penalidades, una serie de conventos a lo largo de la geografía española. En el primero de ellos, en el de San José, establece la más estricta clausura y un silencio casi perpetuo. Carecen de rentas, la pobreza es extrema. Las religiosas visten toscos hábitos, usan sandalias, (de ahí la denominación de «descalzas»); se les prohibe comer carne. A este convento siguieron los de Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Sevilla, Burgos…
Teresa, aunque gran mística, no descuida las cosas prácticas, utilizando lo «material» para el servicio de Dios: «… Sin la gracia de Dios soy una pobre mujer, con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia«. Dotada asimismo de un gran sentido diplomático, es capaz de aguantar los mayores ataques sin dar muestras de debilidad, para luego atacar a su vez, implacable y sutilmente a su adversario hasta conseguir lo que se propone. Aguila y Paloma, según la definición del poeta Crashaw, su ingenio y franqueza jamás sobrepasaron la medida.En Alba de Tormes reposan las reliquias de la Santa, donde murió el 4 de Octubre de 1582, tras un viaje agotador desde Burgos. Llegada su hora, recibe lo Santos Sacramentos y muere en brazos de la Beata Ana de San Bartolomé. Cuando el Padre Antonio de Heredia le lleva el viático, la Santa consigue erguirse en el lecho y exclamar: «…¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora de vernos cara a cara!»
Una vez analizadas las opiniones de tan variopintos estudiosos de su vida y de su obra, que cada cual la juzgue según sus propias convicciones.
Bibliografía:
Antonio López Alonso «SANTA TERESA DE JESÚS: ENFERMA O SANTA. Universidad de Alcalá de Henares, colección: Ensayos y Documentos.
Georges Bataille «EL EROTISMO». Tusquets editores, colección: Marginales.
Reflexiones muy interesantes ya que este fenomeno del misticismo es comun a muchas religiones pero no se lo toma en cuenta de manera suficiente.
Es un artículo lleno de singularidades entorno a este monumento de Bernini. Enhorabuena