“Si no hubiera viñas conocería el mundo el mérito de Seráfico”
Emilio Castelar
“Poeta del pueblo sin estudios franciscanos…”
Azorín
“…mas detrás de sus burlas y su vino –bien se ve al niño débil en su anhelo– con la vida por sueño y como fardo, hollando la tierra, y suspirando al cielo.
Francisco Mollá
Resulta curioso ver cómo algunas personas son capaces de captar lo que ocurre a su alrededor, cosas que para otros pasan desapercibidas, pero esta característica se vuelve virtud, cuando se pasa de la simple observación a contarlas a los demás, así sus crónicas aunque no sean intencionadas, se convierten en verdaderos testigos de su tiempo. Entre estos observadores, a la vez que creadores, podemos encontrar auténticos genios que traspasan las barreras temporales y geográficas, acrecentándose con el paso del tiempo el valor de su obra.
En el año 2012 se conmemora el 2º centenario del nacimiento de dos de estas personas, uno de ellos de trascendencia internacional, nace el 7 de febrero y lleva por nombre Charles Dickens. Su obra, leída, apreciada y estudiada durante años por los más prestigiosos especialistas en literatura, nos muestra un fresco inapreciable de la sociedad inglesa decimonónica. El otro autor, más cercano para nosotros y entrañable en cuanto a su producción versificada, nace en Elda quince días más tarde que Dickens, el 22 de febrero y de él nos ocuparemos en este trabajo. Su nombre Francisco Juan Ganga Alger, conocido popularmente por el apodo de El Seráfico, fue un personaje peculiar para la sociedad de aquellos días. Transgresor de las normas sociales impuestas por su forma de vida, viajero de largo recorrido casi por obligación, pues anduvo por Cuba y Madrid, andariego de la comarca del Vinalopó tras su vuelta definitiva al Valle. Amante de la vida sencilla y sin complicaciones, no se sintió atraído por el ambiente cortesano en el que quisieron introducirle el marqués de Salamanca o el eldense Juan Rico y Amat. Sus días transcurrían en busca de trabajo como jornalero, cuando no tenía encargos para hacer cofines de esparto; todo era válido con el fin de obtener unas monedas con las que cubrir sus escasas necesidades y su insaciable sed de vino.
Pero si el día a día de El Seráfico aporta poco a su biografía, no ocurre lo mismo cuando hablamos de la capacidad de versificar improvisando sobre cualquier tema que se presentase y de la que hacía gala constantemente. Su formación autodidacta, unida a una portentosa dote de observación y agilidad mental, hacía que surgiese la poesía de sus labios, directa y clara para aquellos a quienes estaba destinada, según la condición o alcurnia de este. Réplica docta e ilustrada; comentarios jocosos, a veces soeces; plegarias de profunda espiritualidad, libre de artificios literarios. La grandeza de su obra debemos medirla, no por las ediciones que de ella se han publicado, pues nunca escribió ni una cuarteta, sino por el calado que tuvo entre sus coetáneos, quienes recogieron su palabra y la transmitieron de pueblo en pueblo, cimentando con ello la fama que le ha mantenido vivo en el imaginario popular. A través de sus versos podemos reconstruir formas de vida y usos de antaño, recuperar personajes anónimos hasta que él les da protagonismo introduciéndolos en alguna de sus composiciones. De esta forma podemos recordar la famosa anécdota protagonizada por la mujer del sacristán de Petrel o detalles sobre la propiedad en conflicto de la imagen del beato Nicolas Factor, albergada en el convento franciscano de Nuestra Señora de Los Ángeles. Su profunda espiritualidad enfrentada a una concepción religiosa totalmente crítica, nos deja composiciones tan sencillas como emotivas y para hacernos idea de ello sirva como ejemplo los versos que pronunció a modo de epitafio en sus últimos momentos de vida, guardados como un tesoro patrimonial y guardianes de la entrada del cementerio Cristo del Buen Suceso, el antiguo cementerio de Elda, situado en la Calle Santa Barbará.
Personaje del pueblo y popular en su acepción más llana, El Seráfico forma parte del panteón de eldenses ilustres que han predicado con innegable gracia las ocurrencias y situaciones más dispares y que tiene también su ejemplo en otro autor de características similares, aunque este ya fue testigo del siglo XX, nos referimos a José Jover González “de la Horteta” quien esta vez en prosa y por escrito nos dejaría una peculiar historia de Elda y sus gentes.
Francisco Ganga en cuanto a personaje y poeta, hoy representa la unión de dos formas de ver el mundo. Por un aparte la antigua y profunda del vate bohemio y andariego, maestro de los trovos, de mente ágil e inquieta. Por la otra es de una actualidad fuera de dudas, casi diríamos de plena vanguardia y esto se verifica prestando atención a los nuevos troveros, jóvenes convenientemente inquietos, que pueblan parques y plazas como lugar de reunión, con un falso descuido en su indumentaria y sagaces en la forma de apreciar su entorno y el mundo que les rodea. Les llaman raperos a diferencia del antiguo nombre de poeta, pero en el fondo su denuncia, doscientos años más tarde sigue siendo igualmente seráfica.
Mueren todos los prelados,
jueces y gobernadores
grandes, medianos, menores.
doctores y cirujanos,
Abrid los ojos , mundanos,
no pecar que eso es locura
y hagamos la compostura
que nos hemos de morir
y nos tiene que cubrir
una triste sepultura.
Vendréis hasta aquí, mortales,
dejando este mundo ruin;
Aquí encontraréis el fin
de los bienes y los males.
Desde los más principales
al pobre que con la azada
se gana el pan de cebada,
desde el más sabio
al más tonto,
aquí llegaréis muy pronto
reducidos a la nada.
(Versos que están grabado sobre una lápida en la entrada del cementerio de Elda) (Alicante)