Escultura del Cristo yacente Gregorio Fernández
Gregorio Fernández es una de las personalidades más sobresalientes de la escultura barroca española y máximo representante de la escuela castellana. Influido por Berruguete (esencialmente en su expresividad), Juan de Juni (de quien toma también aspectos de su expresividad y, sobre todo, del el dramatismo) y de Pompeo Leoni (del que aprende la elegancia de sus figuras), parte en sus obras de un refinado manierismo y va evolucionando hacia el naturalismo barroco. Adapta sus trabajos a las ideas contrarreformistas que imperaban en la época y que consideran al realismo el lenguaje plástico más idóneo.
Este escultor es un magnífico conocedor de su oficio que ejerce con gran perfección técnica. Su dominio del cuerpo humano, le conduce a detallar las anatomías, matizando la dureza de los huesos, la tensión de los músculos, la blandura de la carne o la suavidad de la piel, como en este caso de Jesucristo muerto. Frente a la gran plasticidad de los cuerpos, sus ropajes son, por el contrario, pesados y acartonados, dispuestos en pliegues rígidos y angulosos que producen fuertes contrastes de luces y sombras , es decir produce con ellos un mayor juego lumínico de las figuras, como en este ejemplo que comentamos.
En la escultura del barroco española-acorde con los principios contrarreformistas-, como ya hemos indicado,destaca mucho la imaginería de figuras aisladas, con un marcado expresionismo, cuya finalidad es sugerir una profunda emoción religiosa en el espectador, con una cierta intencionalidad catequética comprometida con el mensaje evangélico En la Escuela castellana, centrada en Valladolid y Madrid, la imaginería presenta un realismo exagerado, manifestado en el dolor y la crueldad, con abundancia de sangre, un profundo dinamismo, y unos rostros de gran expresión.
La escultura del Cristo Yacente del Pardo se guarda en una capilla lateral, construida entre 1830 y 1833 por el arquitecto Isidro González Velázquez, dentro de la iglesia de Convento de los Padres Capuchinos, fundado en el año 1612, bajo el impulso de Felipe III.
En el gótico ya había surgido el tema del Santo Entierro, pero enseguida apareció el tema del “cuerpo muerto” exento, para tratar de impresionar con mayor fuerza al espectador sólo con el dramatismo del mismo. Recordemos en la pintura del Renacimiento el “Cristo muerto” de Mantenga, o la aún más patética versión de Holbein.
Esta escultura del Cristo Yacente del Pardo (que supuso una ruptura radical con en el matizado realismo del clasicismo renacentista para centrarse en el acentuado dramatismo barroco), representa a Jesucristo sobre un sudario, en posición yacente, una vez crucificado y trasladado al Santo Sepulcro. Se trata de un tema muy recurrente en la escultura española de los siglos XVI y XVII, ensayado, con anterioridad a Gregorio Fernández, por Juan de Juni, Gaspar Becerra y Francisco de la Maza, entre otros escultores del Renacimiento.
La imagen (que tiene una enorme fuerza expresiva) está concebida para ser contemplada lateralmente. La cabeza del Cristo se inclina hacia el lado derecho, al tiempo que la pierna derecha aparece más levantada que la izquierda. La cabeza muestra las huellas de ese sufrimiento mediante el alargamiento de los rasgos, los regueros de sangre, los ojos entreabiertos, la boca sedienta, los mechones del cabello casi puntiagudos. La cabeza ,y parte del tórax, se apoyan sobre una almohada, mostrándose ligeramente inclinados, lo que contribuye aún más a esa percepción de lateralidad.
Los brazos se extienden sobre el lecho separados del tronco, buscando una cierta sensación de simetría, que también se aprecia en la cabellera, al quedar desplegadas varias madejas de cabello a ambos lados de la almohada.
La imagen presenta a Cristo ya muerto, yaciendo, con el pecho algo levantado, y con los músculos relajados, girado hacia el espectador, con lo que éste percibe mejor las marcas y huellas de la Pasión. Es un desnudo impasible, como los de Velázquez, que refleja, en la intencionalidad del autor, el resultado de un perfecto estudio anatómico, y un notorio interés por su belleza plástica. Realiza, además, algún detalle casi accidental para provocar efectos naturalistas, como por ejemplo el ligero levantamiento del esternón, que proporciona sensación de viveza a las carnes blandas, o el juego de direcciones opuestas en los hombros y caderas, también las piernas con las rodillas dobladas en una postura de abandono típicamente barroca
Gregorio Fernández evitó cualquier signo que hiciera visible el rigor mortis, con la excepción de un leve hinchamiento del cuerpo. La idea de muerte se transmite enfatizando las heridas y llagas causadas por el vía crucis y la crucifixión, siguiendo las pautas estilísticas de la escultura religiosa española del barroco.
Esta modalidad escultórica española es diferente a la del resto de Europa, pues en nuestro país no existe prácticamente la escultura civil, sino que es básicamente religiosa, con un sentido de la imagen que expresa la religiosidad de España, que quiere convertirse en la cabeza de la cristiandad católica, de la Contrarreforma apoyada por la monarquía católica de los austrias menores Casi todas las obras son de madera policromada, que ,como la pintura, tratan de conseguir los mismos efectos que en los lienzos, es decir, todos los matices que expresen el naturalismo, y conducen por su realismo al objetivo de la devoción popular.
Magnífico, bellísimo y cumpliendo su cometido de emocionar y elevar el corazón hacia Quien nos amó a tal punto. Se podría poner de título «Esto hice yo por ti, qué haces tú por mi?»