FRAY JUAN DE LOS ANGELES, por José María Gómez Gómez


En diciembre de 1609 moría en el convento madrileño de las Descalzas Reales el célebre escritor místico Fray Juan de los Ángeles, el más excelente de cuantos la Orden Franciscana ha dado en España y uno de los más brillantes del grupo de escritores de espiritualidad que floreció en nuestra comarca de Talavera y Oropesa en los siglos de Oro (Fray Hernando de Talavera, San Alonso de Orozco, San Juan de Dios, San Pedro de Alcántara…). Fray Juan de los Ángeles resplandece entre ellos: fue bautizado en Lagartera el 30 de noviembre de 1548, según reza en la partida bautismal conservada en los libros parroquiales del afamado pueblo.
Durante su adolescencia estudió en Oropesa, donde conoció a San Pedro de Alcántara, e ingresó muy joven en la Orden de San Francisco, impresionado por la santidad del fraile extremeño. Su vida fue la propia de un modesto fraile franciscano, que se ejercitó incansablemente como escritor místico, como maestro de espiritualidad y como predicador.

Lagartera
Debido a estos méritos, fue nombrado Capellán y Confesor en el Convento de las Descalzas Reales, en al corazón de Madrid cuando era la Corte y centro del mundo político y literario. En este ministerio atendió espiritualmente a la infanta Margarita de la Cruz y, por obediencia al Superior General de la Orden, actuó como Predicador de la Real Capilla de la emperatriz María de Austria, que se había acogido a la vida religiosa del convento. Era esta excelente señora hija de Carlos V e Isabel de Portugal. Había casado (Valladolid, 1548) con Maximiliano, Archiduque de Austria y futuro Emperador del Sacro Imperio. Tras morir su esposo en 1576, María regresó a Madrid en agosto de 1580, en compañía de su hija Margarita, e ingresó en las Descalzas Reales, donde murió y fue enterrada en 1608, siendo Fray Juan de los Ángeles quien la atendió espiritualmente en esos años y quien pronunció el Sermón Fúnebre en sus exequias.
Emperatriz María de Austria-Oleo de Antonio Moro (Museo del Prado-Madrid)
Pero Fray Juan de los Ángeles debe su grandeza y su fama a la excelencia que alcanzó como escritor místico. De él se ha dicho que poseía un exquisito estilo literario y una erudición asombrosa. Su memoria y su capacidad de retener lecturas y lecturas le granjearon el apodo de “biblioteca ambulante”. Es considerado el escritor místico por excelencia de entre los de la Orden Franciscana. Y su labor de escritor se compara como la del “joyero que, cierto, no crea topacios, amatistas ni diamantes, pero los selecciona, labra y engarza con tan buen arte y perfección, que logra los collares más bellos” (ha escrito Teodoro H. Martín).
Numerosas son las obras que jalonan su primoroso quehacer literario: “Triunfos del amor de Dios”,”Diálogos de la conquista del reino de Dios”, “Lucha espiritual y amorosa entre Dios y el alma”, “Manual de vida perfecta”, “Vergel espiritual del alma religiosa”, “Consideraciones al Cantar de los Cantares”… y un lago etcétera.
Su primer gran lector, como de casi toda la literatura clásica española, fue Marcelino Menéndez y Pelayo, que nos ha dejado la valoración paradigmática de nuestro autor: “Fray Juan de los Ángeles es uno de los más suaves y regalados prosistas castellanos, cuya oración es río de leche y miel… No es posible leerlo sin amarle y sin dejarse arrastrar por su maravillosa dulzura, tan evangélica como su nombre”. Resalta el ilustre estudioso que en los libros de Fray Juan asombra la verdad y profundidad en el análisis de los afectos, libros que deleitan y regalan por igual al contemplativo, al moralista y al literato. En ellos se aprecia a un gran psicólogo y un consumado maestro de espiritualidad.
Monasterio de las Descalzas Reales, Madrid

A los lectores de a pie, como es mi caso, se nos antoja humano, entrañablemente humano, al estilo de Fray Luis de León, que había sido su profesor en Salamanca. Confiesa no haber experimentado la “unión con Dios” (eso estaba predestinado a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Jesús, a quienes Dios se da frecuentemente en fácil e inefable deliquio místico). Pero Fray Juan de los Ángeles la desea vivamente y la describe en los términos y conceptos que ha aprendido en sus lecturas de Enrique Herp (“Harfio”, como él le cita) , en las del “divino Rusbroquio” (sic) y  el “iluminado Taulero”, todos ellos, por cierto, incluidos en los índices de libros prohibidos de F. Valdés (1559) y del Cardenal Quiroga (1583).
Hace unos veinte años la Fundación Álvarez de Toledo que, por entonces, llevaba a cabo actuaciones culturales en la comarca de la Campana de Oropesa y Cuatro Villas, elevó en honor a Fray Juan un monumento, grandioso y sencillo a la vez, labrado en el recio granito de nuestras canteras, en el lugar de La Corchuela, donde sabíamos que vivieron los padres y la hermana del escritor, llamado en su familia Juan Martínez. Fue en el acto de su inauguración cuando a Julián García, insustituible estudioso de todo lo relacionado con Lagartera, se le iluminó la memoria y me dijo: “José María, creo que tengo el secreto de su nacimiento. Has glosado su vida y un dato me ha llamado la atención: fue confesor y predicador de la emperatriz doña María de Austria… Y éste es el dato que se consigna en el Primer Libro de Bautizados de Lagartera, al margen de la partida de un niño llamado Juan Martínez, fechada el 30 de noviembre de 1548…” . Julián García tenía razón. Y así se ha confirmado definitivamente para los estudios literarios: Fray Juan de los Ángeles, llamado en el siglo Juan Martínez, fue bautizado en Lagartera y sus padres y hermana vivían en La Corchuela. Hoy es gloria de la literatura española y una de las cumbres de la mística.
                            ASÍ ESCRIBÍA FRAY JUAN DE LOS ÁNGELES
“Envolvióle en pañales y reclinóle en el pesebre (Luc,2)
¿Y quién es éste envuelto en pañales y reclinado en un pesebre? ¿Y quién es la que le envolvió y reclinó? Con vuestra licencia lo diré, Señor, que sin ella no me atrevo. El envuelto es Dios inmenso, incomprensible, eterno. La que le envuelve es María, Virgen y Madre suya y esposa de un carpintero. Caso es este que tiene espantados a los ángeles, atónitos a los cielos, mudas las lenguas de los serafines y todos los entendimientos más delicados, confesando flaqueza y desfallecimiento. ¡Oh mar grande envuelto en pañales! ¡oh abismo eterno fajado con estrechas fajas y angostos orillos! ¡oh inmenso y profundo archipiélago del ser divino, recogido en pequeño pesebre! Et pannis eum involvit. Y, sagrado Evangelista, ¿no nos dijérades de qué eran estos paños? No fue necesario, porque estos paños son reliquias y no se estiman por la materia, sino por las personas a quien sirven y de quien son; son las tocas de la Virgen santa, como ella lo reveló a un siervo suyo, sirven para envolver y calentar a Cristo niño, ¿qué más queréis que tengan? Más preciosos son que las holandas y brocados del mundo. ¡Oh Belén! ¡oh pesebre! ¡oh establo! Todo cuanto hay de aquellas puertas adentro, pajas, heno, pañales, mantillas, telarañas, pesebre, buey, jumento, reliquias del cielo son, porque han tocado a Dios y le han servido en su necesidad. ¡Ay Cristo santo, que naciste en tanta pobreza, para que no hubiese que mirar más que a Ti, y cuando mucho a tu Madre! Mirad, almas religiosas, Dios vino del cielo al suelo a honrar nuestros andrajos y a levantar nuestros remiendos y sayales pobres y a desacreditar las púrpuras y a hacer que se postren las coronas y las tiaras delante de la Cruz, y la pongan sobre sí por ornamento y gala los emperadores. ¡Oh pobreza! ¡oh sacos de jerga! ¡oh morada estrecha! ¡oh lágrimas! Hoy es el día de vuestro triunfo; hoy os acredita el Rey del cielo, y juntamente condena lo superfluo, lo vano y lo curioso del mundo, las risas y las chocarrerías, las sedas y los brocados, las cátedras y asientos de honra mundana. Concédeme, Señor, que por tu amor lo desprecie todo, contento contigo solo. Amen.