José María Gabriel y Galán, Nació en Frades de la Sierra (Salamanca), el 28 de junio de 1870 y falleció en Guijo de Granadilla (Cáceres), donde viviera y se le nombrara hijo adoptivo. En este lugar le sorprendió la muerte el día de los Reyes Magos de 1905. Se cumplen, pues, en la redondez de este lustro con que se inicia el tercer milenio, los cien años de su óbito. Él tenía poco más de 34. José María Gabriel y Galán. Joven maestro de escuela, que por carrera y oposición ejerciera ya a los 17 años, y que sólo desempeñara la misma durante ocho cursos y en dos lugares concretos (Guijuelo y Priedrahita), dejaría las aulas para entregarse a sus dos grandes vocaciones: agricultor y poeta.
Pensemos ahora en aquel maestro de pueblo que dejó las aulas de sus escuelas por acercarse a los quiñones de la agricultura, como pasión que llevaba por nacimiento y en la genética de la familia; pensemos en el hombre que, sin olvidar su heredad castellana, se instaló, también por amor y matrimonio (26 de enero de 1998) con una extremeña (Desideria García Gascón), en tierras cacereñas, tomando de una y de otra lenguas sus expresiones más sencillas y poéticas, aspirando en ambas la selección de sus aromas y vertiéndolas en el valor de la palabra. Hijo del pueblo en que nace, y adoptivo del otro en que vive (Guijo de Granadilla) y que recibe en tierra su joven cuerpo cadáver (6 de enero de 1905); poeta que crece ante el amor de las gentes sencillas y el polen religioso de una madre aficionada al versos en sus ratos libres, como si viera en su conjunción la semilla lírica y religiosa de su José María.
Gabriel y Galán escribió en su castellana lengua nativa, pero también en el habla que le fuera llegando de su otra gente cercana y su adoptivo pueblo extremeño. Hablamos del poeta, porque la poseía nos mantiene cercanos al escritor. Uno que, por su acercamiento al verso y amor a la palabra, ha llevado su otro ejercicio de conferenciante por diferentes foros, se ocupó, como tal, de conmemorar este primer centenario del salmantino/extremeño. Ha defendido su calidad expresiva y el modo directo de trazar su poética, sus poéticas.
Es sorprendente cómo, en un tiempo de calendario tan breve y, entonces, sin grandes medios de difusión, el autor de EL AMA y EL EMBARGO elevó su nombre a niveles casi de popularidad en algo tan difícil de difundir como es la poesía; del mismo modo que nos sorprende el silencio con que se desampara su obra en los últimos decenios. Es muy probable que el efecto primero, la casi popularidad, se deba a su modo de escribir, a la utilización de temas y vocabulario del ayer, y que todo esto haya pasado de moda con la velocidad que la sociedad acoge o se aleja de tan diferentes gustos.
Es bien conocida una carta que, como resumen autobiográfico enviara el poeta a doña Emilia Pardo Bazán, donde, refiriéndose al pueblo que le “quiere y mima”, entre otras cosas le dice. “Yo también les quiero con toda mi alma, y con ellas les hago coplas, que saben, mejor que yo, de memoria, porque las recitan en todas partes, y hasta las oigo cantar diariamente a los gañanes en la arada”.
El otro, el segundo efecto, el del silencio actual, es así mismo fácil considerar que halle su prueba de cambio en la metamorfosis social de los últimos cincuenta años. Autor de largos poemas que plasmaría en decenas de versos y algunos por centenares, Gabriel y Galán nos deja una obra relativamente corta, porque corta fue su vida. La sencillez de su poética es tan cercana al pueblo, que la gente que más conectó y conecta con la misma, fue y es aquélla que académicamente está fuera de lo que representa la literatura.