LA MANCHA, TIERRA MÁGICA Y DESCONOCIDA, por Natividad Cepeda

         La Mancha, esta tierra nuestra,  sigue siendo la gran desconocida, a pesar de que su nombre se pronuncia en casi todos los idiomas de la tierra, gracias a don Miguel de Cervantes Saavedra y su libro «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
A Cervantes le debemos que se nos nombre en todas las latitudes civilizadas y cultas de la tierra, a pesar de que el libro más universal, después de la Biblia, que es Don Quijote de la Mancha, es paradójicamente el que menos han leído los manchegos. Yo me conmuevo cuando lo leo porque el Quijote es parte de cada uno de nosotros. Todas sus páginas son retazos de vida manchega. Por él cruzan todos los oficios, y todas las gentes que los ejercieron y ejercen. Los  que  hicieron posible que esta tierra fuera lo que es.
     Cervantes, ese gran desconocido como ser humano, que se enamoró de esta tierra y de sus gentes, no pudo, al llegar aquí, escapar a su influjo. Pero lo más curioso de este gran libro y de su autor, en su propia raíz y contenido, es que sus personajes no son de una época pasada, si no, que son también de hoy.
Los manchegos que aparecen en el Quijote, – que son los que pueblan casi todas las historias y anécdotas, sobre todo los de la primera parte – los volvemos a encontrar hoy en nuestros pueblos, en nuestra vida ordinaria, en nuestro quehacer diario con esa chispa de genialidad y socarronería con la que se encubre la impotencia ante la fatalidad, y también ante el fracaso en sus distintos y variados rostros. Con ese dicho, “cada cual, rey de su casa, y Dios en la de todos”: máxima ésta muy manchega. Muy nuestra. Hasta el vocabulario,  junto con los refranes dichos por Sancho Panza, y el arte culinario se conservan casi intactos, y algunas costumbres se mantienen como algo natural.
Contrastes en los campos de La Mancha
Nuestra tierra, es tierra de contrastes. Tierra seductora dentro de su austeridad. Pueblos, paisajes y gentes guardan una armonía cordial, sin olvidar el carácter recio del manchego que, difícilmente, acepta intromisiones ajenas y suele hacer de sus opiniones leyes.
Pero debajo del sol y el olvido de los siglos permanece en la Mancha la magia de un pueblo antiguo jamás exterminado. Y esa magia permanece intacta en algunos lugares, a pesar de nuestra desidia por no conservar el patrimonio que nos define y acredita como gentes de una región única y singular.
       Cervantes, viajero de la España de su tiempo, capta esa fuerza extraña que se da en algunos parajes, y en su inmortal obra, encubierta por la visión de un loco, nos describe lugares mágicos. Porque magia es el amor, y amor mágico e irreal es el amor que siente Don Quijote por Dulcinea: aunque también es real y cierto que solo al ser amado se le es dado conocer la belleza de lo que ama.  Es esa belleza que dimana del interior la que atrae cual imán y nos subyuga. 
     Casi todos conocemos la famosa aventura de la Cueva de Montesinos. Cueva abandonada por los manchegos, pecado capital del desconocimiento de la fuerza telúrica de la tierra.  Precisamente, porque las cuevas han sido parte de la vida de todos nosotros, y visitar y conocer una cueva más o menos poco importa. Pues, si Cervantes, que es el mejor  contador de cuentos que ha existido, nos narra un hecho mágico acontecido dentro de ella no hay que dudar de que la magia se da en ese lugar. Lugar extraño que atrae y atrapa tanto en su exterior, como dentro de su sima, donde el espíritu percibe que algo diferente cohabita esas entrañas.  
    
     Desde mi corazón de arcilla soy hija de esta tierra, que tanto da nacer a unos kilómetros de distancias que en otros, al fin y al cabo  todos abrimos los ojos a la luz de la Mancha.  Y la Mancha es mágica, poderosa, antigua y sabia, a pesar de que los manchegos no la hemos descubierto en todo su esplendor.
 Porque antes de que se escribieran las relaciones de Felipe II, y mucho antes de que Cervantes gestara su Quijote, y con antelación a que los pueblos, por diferentes circunstancias, desaparecieran y quedaran cubiertas sus paredes de silencio y de muerte, para luego sin saber el por qué, volver a repoblarse, y mucho antes de que nuestra actual historia de españoles se escribiera…ya los manchegos éramos todos polvo, agua, aire, y fuerza renovada de esta tierra.
     La Mancha es mágica y la magia jamás desaparece de los lugares donde nace. Desde la prehistoria la Mancha estuvo poblada. Los patrones y patronas son los protectores de los pueblos, pues bien el término ángeles, llamado «angelos» en griego, significa mensajero. Los mensajeros son los encargados de hacer posible la voluntad de Dios. Los ángeles son seres espirituales que pueblan todas las grandes religiones, son benéficos para los pobres mortales y para los lugares donde aparecen.  Permanecen en esos lugares velando por el entorno y la vida que en ellos se desarrolla.
    Nuestra raíces celtíberas nos lleva hasta los vedas, y los vedas son los primeros que nos hablan de esos seres benéficos.
La Mancha húmeda de los campos de Montiel,- Ciudad Real
     En la historia de nuestra tierra y de sus pueblos, se recogen en muchos de ellos, que eran lugar de encinares, cuevas, lagos y motillas, también se reconocen supersticiones ancestrales, y desde antiguo es sabido que nuestros hombres  pueden predecir el tiempo climatológico que hará en las estaciones del año.
Que hay entre nosotros mujeres curanderas y sanadoras no es ningún secreto, conocedoras de medicinas caseras, elaboradas con yerbas  y ramas de árboles autóctonos…  Y hay muchos otros vestigios y huellas que delatan que nuestra cultura  es milenaria y a  subsistido al paso del tiempo, permaneciendo fuerte y permanente en la génesis de todos nosotros.
La tierra que hoy llamamos Mancha, abarca la cultura de la carpetania y la celtiberia, pueblos estos que fueron capaces de enfrentarse al dominador romano. Pueblos que eran tribus diseminadas por los mismos lugares que hoy ocupan muchos de nuestros pueblos. Se sabe que las gentes de estos pueblos amaban tanto su tierra y sus tradiciones que pactaron con cartagineses y romanos, con godos y musulmanes, pero conservando siempre su carácter independiente en lo más genuino de su estirpe. Los celtiberos aparecen en numerosas ocasiones  debajo de la piel de los manchegos, se conservan sus costumbres, su forma de clan familiar, su matriarcado, su independencia y su libertad.
San Carlos del Valle-Ciudad Real
Dicen viejas crónicas que los iberos eran morenos y feroces guerreros, callados y un tanto desconfiados con las tribus desconocidas; los manchegos solemos desconfiar  de los desconocidos. Dicen esa crónicas que los celtas eran  en su mayoría de cabellos, piel y ojos claros, religiosos y amantes de la familia, ellos implantaron los castros, las construcciones redondas de piedra fortificadas. Su estructura social era la tribu. Clanes familiares que trabajaban la madera, construian carros, toneles, eran herreros, ceramistas, eran religiosos con santuarios en muchas ocasiones enclavados en las cuevas, por la fuerza bénefica que en las cuevas se genera.  Tenían casta sacerdotal, dioses protectores, con imágenes de manifestaciones escultóricas, su árbol sagrado era el roble, el nuestro es la encina, en ella se aparecen nuestras vírgenes… Y la mujer ocupaba un lugar destacado en sus sociedades. Las mujeres manchegas han sido siempre la base de la sociedad y la continuidad. Las tribus no necesitan de otras tribus son autosuficientes y les trasmiten sus conocimientos a sus miembros de generación  en generación.
     Los manchegos nos consideramos ajenos los unos de los otros. En cada uno de nuestros pueblos siempre afirmamos que somos los mejores. Los pueblos manchegos separados en mitad de la llanura donde la luz muestra el horizonte en su máxima belleza, señalando un sendero astral, hace que al hallarnos frente a nuestros bellísimos crepúsculos, todos soñemos. Y esos sueños y sus secuencias no nos cabe dentro, y los volcamos en poemas, coplas que el folclore recoge, o cantares de quinterías monocordes, que brotaron debajo de un cielo abierto a la luz sin distancias. 
La magia se nos hace presente a la vuelta de cualquier esquina, e inconscientes de ella, se nos aloja en los sentidos, en el centro del alma, y a su antojo  nos deja sumergidos en su fuerza.
La magia y el amor que sentimos por esta tierra nos inunda cuando el atardecer pinta el ocaso de malvas y escarlatas, y todo el paisaje nos sumerge en sus contornos. Sutilmente, en ese ámbito de materia y latido de espíritu, las montañas lejanas, como diques azules, alzadas de nuestros suaves montes, nos llaman, y  sentimos su voz imperceptible cuando el alma, sin trabas, nos eleva a sus cumbres.
Campos de Almonacid-Toledo
Vivimos en una tierra mística, estamos aquí y la ignoramos cuando toda ella se nos ofrece en su silencio y  su calma en las noches desde la inmensidad de las estrellas y su eterno brillar sobre nosotros.
Estamos dentro de las paredes de nuestros pueblos ignorando el amparo que nos dan, cuando aparecen recortadas en la inmensa llanura  bañadas por esa luz única, que los pintores recogen en sus cuadros; los pueblos manchegos vistos así, sumidos en el reposo y el silencio adquieren la configuración de asentamientos de tribus.
     Y se adivina debajo del asfalto las veredas y las cañadas, y los pasos que otras gentes dejaron  en su suelo. Gentes que son difíciles de conquistar con una fuerza interior enorme. La misma fuerza de las construcciones de piedra que nos fueron legadas. Legados y costumbres que sentimos hoy. Hay una vieja leyenda que recogen  algunos investigadores, entre ellos Fabre d´Olivet, que nos ilustra de como nace el culto a los antepasados.
 Ese culto a nuestros muertos que en la Mancha ha permanecido intacto reinara quien reinara, y al margen de la religión oficial. Cuentan que en una tribu dos guerreros rivales se querellan. Furiosos van a matarse, ya han llegado a las manos. En ese momento una mujer con los cabellos en desorden se interpone entre los dos, y los separa. Es la hermana de uno y la mujer del  otro. Sus ojos arrojan llamas, su voz tiene el acento del mando, y dice con frases entrecortadas, que el Abuelo, el Antepasado, allí, debajo de la encina le ha dicho, que no quiere  que dos guerreros hermanos luchen: que por el contrario se unan contra el enemigo común. La encina donde la mujer inspirada  ha visto la aparición se convierte en árbol sagrado. La mujer desde entonces invoca, reza y predice. Enciende lamparillas a sus muertos y reza por ellos.
     Apuntes todos ellos de un pasado remoto que nos pertenecen. Ahí están desde tiempos inmemoriales nuestras carrascas en los suelos manchegos, protegidas hoy para evitar su desaparición, y es también el árbol sagrado donde la madre por excelencia que es María Santísima se aparece a las gentes sencillas de estos pueblos.
Teatro romano de la ciudad de Segóbriga-Cuenca
     Se puede pensar que María –Madre –Virgen  y la historia del cristianismo no guarda un paralelismo con las civilizaciones más arcaicas, sin duda alguna no es así. La humanidad desde tiempos remotos presentía un salvador: soñaba con un niño divino. En el misterio de los templos arcanos se hablaba de él. Está recogido en innumerables textos que los astrólogos calculaban su venida, sibilas y sacerdotisas habían anunciado la caída de los dioses paganos. Los iniciados anunciaban desde sus cuevas y grutas que un día había de llegar en el que, el mundo, sería guiado por el hijo de Dios. La tierra esperaba un rey espiritual que fuese comprendido y cercano por los pequeños, los humildes y los pobres…
En la Mancha los poderosos casi siempre se han marchado quedan en ella los  los que no abandonan su tierra, y si lo hacen por necesidad de subsistencia, sueñan con regresar a ella.
 Hay senderos, lugares, nombres y costumbres simbólicas que nos entroncan con las razas que creemos extinguidas, con las diosas protectoras de la fecundidad estrechamente ligadas con nuestros cultos actuales. A veces los eslabones parecen perdidos en la noche de los tiempos y  de nuevo surge el prodigio y nos lo recuerda.
     Al hablar de los antepasados, estoy hablando de todos los manchegos. Los antepasados fueron expulsados una y otra vez por los conquistadores de épocas y signos diferentes, pero nuestros antepasados jamás olvidaban su lugar de origen, y así, aún cuando los pueblos eran destruidos siempre regresaba a sus ruinas algunos de ellos, para volver a renacer de las cenizas, y perdurar allí y echar raíces.
       Los prodigios no saben sumar fechas  pero unen  el pasado con el presente. Los celtíberos, ese pueblo eminentemente religioso por un lado y luchador por otro, que poblaron estas tierras, entre sus tradiciones también veneraban la cabeza humana como fuente de poder por su sabiduría,  tallaban cabezas de piedras para colocarlas en sus santuarios. Se han encontrado algunas de ellas y parecían haberse desprendido del cuerpo de las esculturas. Este culto estaba asociado a la fertilidad, a la renovación de todo lo que existe, y a las fuentes sagradas.
      En alguna ocasión hemos visto fuentes en parques con cabezas por las que brota el agua. Fuentes en monasterios, fuentes en los montes, en las encrucijadas de los caminos… La fuente que brota por profecías o por mandato divino. Muchos de nuestros pueblos en sus crónicas recogen desapariciones, pero los asentamientos en el mismo lugar o a pocos kilómetros de los anteriores se repiten, y siempre en ellos aparece milagrosamente una fuente que mana o un pozo alimentado por constantes veneros.   
     Los pueblos celtíberos celebraban en sus santuarios la venida de las cuatro estaciones, amaban la naturaleza y daban gracias a sus dioses protectores con promesas y estatuillas y  flores como ofrendas… Exvotos que todavía hoy se ofrecen en las ermitas y santuarios. Todo en el cosmos guarda armonía y equilibrio. La fe  es un don gratuito, un legado generacional: creer en lo que no se ve pero si se siente.
Campos de Hellín-Albacete
   La Mancha, es nombre de permanencia, nombre de madre: nombre que se pega a los labios como un beso.  
La Mancha es tierra de matriarcados callados, pero fuertes. De puertas hacia fuera el hombre es el que manda, de puertas hacia adentro la mujer decide, ordena, y piensa en lo que realmente conviene a la familia.  Las mujeres de esta tierra han estado siempre luchando por la existencia igual que los hombres, codo a codo, paso a paso, sudando en los veranos, pasando frío en los inviernos…haciendo lo que fuera preciso. Fuerza y cultura ancestral de un pueblo que sin saberlo conserva su historia milenaria en los bailes típicos, en ese folclore que evocan danzas dedicadas al sol  al bailar formando corros con los brazos en alto, círculos  mágicos que se forma alrededor de una hoguera donde todos se congregan.
 En la hospitalidad manchega de compartir lo que se tiene con el que llega a nuestra casa. Presente en la vieja tradición de sanar por medio de yerbas y oraciones. En esa forma austera del hombre de la tierra, de predecir la lluvia, según el viento venga y sople. En conocer el paso de las horas por la sombra del sol, o con mirar en las noches las constelaciones…
Hay mucho que indagar y mucho más que decir de esta tierra. Hay que recordarnos los unos a los otros, que descendemos de una estirpe legendaria y que vivimos en una tierra mágica.
     No hay pueblos olvidados, hay pueblos  con un gran patrimonio prendido entre sus manos.
    Hay que mirar de frente cuando se habla de La Mancha, y no olvidar que La Mancha es un gran santuario donde todos  convergemos, existimos y nos renovamos.
Los viajeros que llegan aquí por vez primera y la descubren, se sorprenden de su insólita belleza, y muchos de ellos captan la magia de las noches donde las estrellas, con su clamor de luz brillante y , nos habla en lo más recóndito del corazón de eternidad  y misterio.  Y si ven el amanecer, acumulan en su sangre la vida que emerge con la aurora, y metafóricamente, se ponen de rodillas al contemplar los contornos de los pueblos, de las lagunas que aún no hemos destruido, de los viñedos que en su soledad nos hablan de trabajo y paz, y presienten que las encinas y los surcos labrados no son fruto de un pasado cercano. Porque a pesar de nuestra ignorancia, en ocasiones, cuando nos dejamos impregnar de lo que nos rodea, los lugares nos trasmiten su fuerza y nos amarran a su belleza.
  
Molino en los campos de Montiel, Ciudad Real
Nuestra tierra posee una magia extrasensorial que late en todos sus contornos, y fuerza  que brota de la vida que en ella siempre existe. ¿De dónde si no, nace la sensibilidad de los poetas y los pintores; el tesón de las gentes que la pueblan desde tiempos remotos, y el  quedarse a vivir  para siempre, gentes diversas que la aman y que jamás la abandonan.?
No estamos deshabitados de historia, ocurre que en ocasiones, quizá demasiadas, no  se reconocen los innumerables vestigios que  muestran su geografía  de tierra habitada. Todo eso es posible, pero de lo que no podemos escapar es a su influjo, a su magnetismo y a su misterio y eso solo se da en lugares mágicos y sagrados por lo que  La Mancha, sin lugar  a dudas, es tierra ancestral.
Tierra donde sus habitantes piden, rezan e invocan la protección a Dios desde miles de años en los mismos lugares. Lugares reservados en los montes, junto a los árboles sagrados, junto a rocas y fuentes elegidos, todos ellos, para tributar culto a las divinidades. Cultos relacionados con las estaciones del año, con la vida y con la muerte, con el fuego y el agua, con el bien y el mal, con la naturaleza y los animales, unido en un círculo mágico de fuerza interminable. 
La fuerza de la piedra formando círculos, donde los celtíberos dejaban sus muertos para que los cuervos los despedazaran, porque el cielo era el reino de los muertos, y Dios residía en las alturas. Piedra y tierra con nombres propios, bombos, chozos, motillas, majanos, aras encontrados en los montes, nombres de pueblos que evocan un pasado, vestigios de una cultura adormecida y camuflada para engañar al conquistador, raíces que debemos conocer y recuperar porque son nuestro orgullo de y nuestra fuerza jamás extinguida.
      Queda mucho por decir y documentar, solo he pretendido trazar una rápida visión de la pluralidad compleja que nos precede, de acercar esa presencia invisible que sentimos en algunos lugares  
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