LA POESÍA DE ELVIRA DAUDET.
Si decimos que la palabra poética de Elvira Daudet es una de las más puras y acertadas de su generación, no estamos exagerando ni mucho menos engañando al lector. Elvira nació en Cuenca, aunque actualmente reside Madrid. Periodista; trabajó en los diarios Informaciones, Pueblo, ABC, El Independiente, realizando numerosos reportajes y entrevistas a los personajes más relevantes de la cultura y la política. En TVE, dirigió y presentó la serie «Está llegando la mujer». Pero el mundillo literario la sabe principalmente poeta, y como tal es considerada.
En el verso se autora, entre otros, de los siguiente poemarios: El primer mensaje, Crónicas de una tristeza (premio González de Lama), España de costa a costa (premio Costa del Sol) Los empresarios, El don desapacible, y el de más reciente publicación Cuaderno del delirio. Como narradora ha dado a la luz varias novelas, entre las que también destacamos Orestes murió en la Habana, La Gioconda llora de madrugada y la aún inédita, El nombre del padre.
PESADILLA VIRTUAL
Ayer tuve una extraña pesadilla:
soñé que como Ulises regresabas,
rescatado del Hades por Apolo.
El sombrío Caronte te cruzaba
de nuevo la laguna, mas en sentido inverso.
Los ardientes vapores del azufre
te besaban los labios y encendían tu aliento,
librándote del frío riguroso.
Ascendías después hasta la cueva
de Cumas donde tiene su nido la Sibila,
con la cual yacías
a cambio del secreto de la vida.
Y volvías al mundo, donde aún vivo,
con la promesa de quedarte oculto.
Te instalabas en esa rara vecindad virtual,
tan cercana y distante, mandándome mensajes,
ay, cifrados con tus palabras de antes,
que yo iba hilando estremecida.
Hasta que comprendí que habías vuelto
para que te siguiera hasta el Averno
Con la espuma en la boca
y las pinzas quebradas,
los cangrejos emigran a oscuros paraísos,
en busca del botín de la desgracia.
Ebrios por la victoria, los dioses de herrería,
radiantes como hombres renacidos,
se lavan las heridas en la calle
después de la batalla.
Se desmoronan las torres de marfil
como los dientes de una calavera,
y caen, desde la altura de su séptimo cielo,
grotescas marionetas dislocadas.
MORITURI
A Pier Paolo Pasolini, muerto a palos
y enlodado por los hijos de la noche.
Esperad, antes que me golpeéis,
quiero advertiros, hijos de la noche,
implacables ángeles de las sombras,
que sé llorar en todos los idiomas.
En francés he gemido, con éxito notable,
en el Barrio Latino y en el andén del metro,
en tiempos de Ben Bella, de De Gaulle y Bumedian.
Al pie del Vaticano y en las playas de Ostia
he llorado -en italiano, claro- a un cristo
sucio de sangre y barro, de voz insobornable.
Y en Wall Street, en Bowaris y en Harlem,
acosada por millares de espectros,
hombres sacrificados al dios Dólar,
mis lamentos han sido en un yanki perfecto.
Asombraos, también sé gemir en griego antiguo.
Lo he probado en el Ágora ateniense,
mientras el tren pasaba desdeñoso
y se tambaleaban los cimientos
del templo de Teseo.
Y también he llorado en el Pireo,
junto a un sarnoso can apaleado.
Pero lloro mejor en castellano,
en esta hermosa lengua, que es mi idioma,
rizo el rizo del grito y el lamento,
y no es por presumir de virtuosa,
que me ha costado sangre el aprenderlo.
Antes de golpearme, ahora que estáis a tiempo,
decidme, azules criaturas de la muerte,
¿qué idioma preferís para el recreo?