LEÓN FELIPE, ¿BIOGRAFÍA O DESTINO?, por Nicolás del Hierro

Algunos de sus biógrafos, y queda reflejado en ciertos libros de frases célebres, que fue León Felipe quien dijo que “Los grandes poetas no tienen biografía, tienen destino”. Y esto nos puede llevar a la consideración de que el poeta argumentaba la frase en su propia existencia, su propia vida; porque le vida del poeta zamorano fue un permanente seguimiento sobre el destino que aquélla le fuera deparando. Destino casi siempre nómada, volátil, andarín y trotamundos, voluntario en su principio, obligatorio y forzoso en su tercio final.
Max Aub y León Felipe
En él podemos apreciar desde el niño (León Camino Galicia de la Rosa), que naciera (1884) en la zamorana villa de Tábara, hasta el hombre que falleciera (1968) en la ciudad de Méjico, pasando por el circunstancial farmacéutico de un pueblo castellano-manchego, y aquél que en época republicana se identificara plenamente con su gobierno, y siempre llevara consigo la identidad del gran poeta (León Felipe), que aseguraba no tener biografía. La existencia echó candado en el conjunto unitario del hombre y el soñador, sin que separarse pudiera jamás uAseguranno del otro. Si esta simbiosis no fuera una evidencia, suponemos que alguien pensaría que no tenemos razón ahora para recordarla pluralmente en La Alcazaba; por eso redundo en su doble unidad.
Inquieto desde su adolescencia el joven hizo honor a su verdadero apellido y se lanzó camino adelante con una compañía de teatro ambulante. Su ilusión crece entre los cómicos de la legua. Pero no serían luego ilusión los tres años de cárcel que habría de pagar, acusado de desfalco. Tropiezo o engaño que no arredra al joven, quien sigue haciendo camino por tierras de España, casi siempre en busca de utópicos idealismos, con los que habría de enfrentarse. Amores, mujeres, aventuras, pensiones de mala muerte (“en un pueblo de La Alcarria, hay una casa en la que estoy de posada”), estrecheces y bohemia en un Madrid de prostitutas y mendigos. La juventud ayuda al poeta para ir escribiendo su biografía, esa que de mayor dice no tener:
He dormido en el estiércol de las cuadras,
en los bancos municipales;
he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos
y me ha dado limosna –Dios se lo pague-
una prostituta callejera.

Nacido en una familia de clase media acomodada, hijo de un notario, había dejado voluntariamente de ser el “señorito de provincia”, con que sus menos amigos le acusaban. Ejerce una vida de nómada gradual, de buscavidas que se crece en la cultura a impulsos de una sensibilidad y unos deseos íntimos que derrama en una poesía llana, directa, sencilla, sensitiva. Cantaba lo que veía, lo que sentía, lo que estaba cerca de sí y de los más débiles:

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto
que la cuna del hombre la mecen con cuentos…

Yo sé muchas cosas, es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos…
Y sé todos los cuentos.

Su verbo está impregnado de una tremenda sencillez, claro como la luz que lo ilumina. Le brotaba de un alma limpia, laica o puramente cristiana, humanamente sencilla, como aquella cruz que, para Cristo, le estaba pidiendo al carpintero:

Más sencilla… más sencilla.
Sin barroquismos,
sin añadidos ni ornamentos.
Que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos.
“Los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.”!
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto,
este equilibrio humano
de los dos mandamientos.
Más sencilla… más sencilla…
haz una cruz sencilla, carpintero. 
Su utópica existencia social, un tanto quijotesca, sin duda en su deseo de enderezar entuertos, a veces se siente caballero derrotado:

Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura,
En horas de desaliento, así te miro pasar…
y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar.

Pero a pesar de todo el humanismo vital que en su biografía le da esplendor al verso, el destino no pondría en él su desgarradura mayor hasta que una de las Dos Españas le obliga cruzar fronteras en su éxodo más fulminante. Las Dos Españas que primero significara periodísticamente Larra y más tarde Antonio Machado en verso (“una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”) culminarían momentáneamente en León Felipe cuando, tras dejar la España republicana desde el orgullo del hombre y la grandeza del poeta, escribiera su breve poema “Para que lo oiga Franco”

Soldado, tuya es la hacienda,
la casa, el caballo y la pistola.
Mía es la voz antigua de la tierra…

Versos, estos, a los que seguirían otros cinco, como conclusión del poema y resolución temática del mismo. Comienzo, cuya primera palabra en origen (“Soldado”), con alusión clarísima, en publicaciones posteriores se cambiaría por “Hermano” y se suprimiría en otras. Esto sobre todo cuando él, junto con otros exiliados de su tiempo, comienzan a convencerse de que también, en el insilio español quedaron poetas, y van creciendo otros (Dámaso, Cremer, Otero, Celaya, Leopoldo de Luis, etc.), que tienen y utilizan “la voz antigua de la tierra”, y que no era sólo suya la “canción”.

 

Caricatura de León Felipe

Principalmente se observó este cambio en el propio León Felipe, en las honestas y sinceras “Palabras” que escribe cuando Ángela Figuera Aymerich, por su libro Belleza cruel, es distinguida con el premio poético de la Unión de Intelectuales Españoles en México. Si la obra de León Felipe llevó y lleva siempre el marchamo de la sinceridad, a pie de estas “Palabras” a la “Belleza cruel” podría estamparse en ellas la firma notarial de aquel padre que sí tuvo, no en vano brotan en las mismas la honradez y la sinceridad de quien puso la verdad en su obra: “([1]) Y ahora estamos aquí, del otro lado del mar, nosotros los españoles del éxodo y del viento, asombrados y atónitos oyéndoos a vosotros cantar con esperanza, con ira, sin miedos…
[1] Boletín de Información de la Unión de Intelectuales Españoles. México, 8-1-1959. P. 2.
J.J. Gurrola, León Felipe, Monteros, Paz y Soriano, 1956

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