LOS TRENES, por Jesús Salas

MAQUINA DEL TREN, Museo del TREN, mADRID

Impacientes y  las cabezas por fuera de las enormes ventanas del vagón,  aferrados a los grandes tiradores de latón, mirábamos expectantes la enorme esfera blanca de el reloj central de la estación de Atocha, esperando el alineamiento de las manecillas para que con la inexistente puntualidad ferroviaria el tren expreso partiera, un silbido anunciaba su marcha y con un leve tiron la procesión de vagones eran arrastrados por la pesada locomotora eléctrica francesa. Comenzaba entonces  la gran aventura del viaje. Despacio pasaban junto a nuestra atenta mirada las gruesas columnas remachadas, alineadas y adornadas con carteles de sidra El Gaitero de la majestuosa estación, atrás quedaba  la cantina, la consigna, el maletero y la inseparable pareja de esos dos señores de verde que tanto respeto  nos causaban, con esos gorros negro azabache que se asemejaban al escurridor de cubo de fregona del revés. El largo convoy verde oliva partía despacio dejando atrás a todos los acompañantes que abarrotaba el andén despidiéndose incansablemente hasta que los perdíamos de vista.

Aranjuez, Alcázar de San Juan, Córdoba, Linares, Ronda, decenas de pueblos con sus casas blancas de teja gastada por el tiempo, comida por el sol, pulida por el viento, sus huertos en hilera y los campos de olivos soportando el sol de agosto,  hasta llegar al destino nos quedaba mucho tiempo, horas, muchas horas, Algeciras era un destino muy, muy lejano. Disfrutábamos del viajar, en el pequeño departamento conocíamos otras gentes, entablábamos conversaciones en los largos pasillos mientras un meneo incomodo y entrañable nos llevaba por los caminos de hierro. Los bocadillos bien envueltos, la fiambrera repleta de tortilla de pimientos, el agua transportada en la botella de gaseosa y el delicioso café calentito que nuestra madre preparaba y depositaba en el largo y frágil termo nos ayudaba a combatir el hambre de catorce, quince o dieciséis horas de camino.

EL AVE

Cuando en Córdoba bien entrada la madrugada cambiamos de locomotora porque no había tendido eléctrico aprovechábamos mi hermano y yo para llenar en la fuente del anden la pesada botella de vidrio, algunas veces nos aventurábamos a ver la nueva maquina que nos arrastraría por  toda la escarpada Sierra de Despeñaperros, acompañándonos todo el camino con su rugido de potencia e inundando el aire con el inconfundible olor a diesel quemado, pero nada era desagradable, de hecho era embriagador, aun lo recuerdo y hecho de menos esos hermosos, largos y entrañables viajes en tren, en mi expreso Madrid – Algeciras.

La aventura no era el viaje, era el viajar, atravesar los campos sembrados, parando en todas las estaciones, pequeñas, grandes, y todas ellas llenas de su  encanto particular, cada una de ella tenia su personalidad,  respiraban, su sangre corría a través de las venas de acero que las atravesaban, se alimentaban del misterio que deja el viajero de paso, que jamás volveremos a ver, tenían vida, y dejaban escapar toda la magia del ferrocarril. Los viajes que jamás olvidare porque forman parte de mí.

Todo evoluciona, avanzamos, hay que ganar tiempo, la alta velocidad nos transporta ahora cómodamente deslizándonos vertiginosamente, cortando el viento sin alas para volar sin despegar del suelo al que sigue aferrado el ferrocarril asido a esos dos hilos de acero sembrados en  la tierra.

Los nuevos trenes, más cómodos y rápidos han dado paso a otra forma de viajar, atrás van quedando esos enormes vagones arrastrados por potentes y ruidosas locomotoras eléctricas o diesel, ahora se viaja en enormes tubos, más parecido al interior de avión, los expreso han dejado paso a sus siguientes generaciones que han evolucionado rápidamente, del Talgo, al Talgo pendular y de este al Talgo 200 y sigue avanzando hasta llegar al Talgo 350, indicándonos las cifras de sus nombres a la velocidad que circulan.

Talgo es una de los muchos nombres que han dejado su huella en el ferrocarril español, hay tantos que nombrar todas y sus legendarios trenes sería motivo un libro, pero todo ya encaminado a la velocidad, el progreso nos lleva a trenes más rápidos y veloces, atrás quedaran aquellos largos trenes que renqueando atravesaron de norte a sur y de este a oeste toda mi niñez y  juventud.

Bajemos la barrera y dejemos vía libre al tren, la velocidad no le hará perder la magia y el encanto, viajar en ferrocarril siempre estará envuelto en un halo mágico impregnado de nostalgia.

 

A mis hermanos, uno cuida los trenes, el otro cuida Madrid.

 

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