RECORDANDO A JOSÉ HIERRO, por Nicolás del Hierro

Se cumple y conmemora en este 2012 el 90 aniversario del nacimiento de José Hierro y el décimo de su muerte, por cuya efeméride se están llevando a cabo diferentes actos en pro de la vida y la obra del poeta a los que también quiere sumarse LA ALCAZABA. Pues, no en vano, José Hierro es diferente, era diferente. No es el poeta convencional ni vacuo, quizá porque tampoco lo era el hombre, respondiendo a aquellos que le buscan al verso y a la vida un horizonte personal.

José Hierro, Pepe Hierro, es el último fenómeno socio/poético que tales parcelas tienen como cultivo y desarrollo en España. Poco academicista, sería nombrado para ocupar el sillón G de la Real Academia de la Lengua Española, aún cuando en tal nombramiento no ejerciera demasiado tiempo. No obstante, poéticamente, Hierro vivió en aquél su espacio tiempo más idílico en el ámbito de la poesía española. “Cuaderno de Nueva York”, le proporcionaría al poeta santanderino, nacido en Madrid, la gran corona que ya se venía laborando desde que la Editorial Rialp, premiara su libro “Alegría” con el Adonais 1947, incluso desde que un año antes apareciera en Proel  “Tierra sin nosotros”, pues el entrelazado de los tallos y las hojas en el simbolismo clásico de la corona de laurel, que son sus versos, no podía pasar inadvertido, ya nos estemos refiriendo a sus primeras incursiones de la palabra hecha verso en los veinticinco años de Pepe Hierro o a estos del ya septuagenario que tenemos latente en “Cuaderno de Nueva York”, que si ha merecido por sí solo el premio de la Crítica (ganado también en 1954 con “Poesía del momento”), ha revitalizado su impulso para que los galardones en la trayectoria general de la obra se llamen también Premio Cervantes y el ya nombramiento de Académico de la Real de Lengua Española, y todo ello nos recuerde que a esa obra y a ese recorrido se le sumaron, entre otros, el March, el Nacional de Literatura y el Príncipe de Asturias de las Letras.

Conocí a José Hierro muy a finales de los años cincuenta o muy al principio de los sesenta. No puedo precisar la fecha, pero sí el hecho: alguien desde su exilio francés me pedía le proporcionara un número concreto de la Revista “Proel”, donde Hierro fue uno de sus más firmes pilares para la publicación. Y tras mi infructuosa búsqueda del número por algunas librerías y quioscos de Madrid, incluso en la Cuesta de Moyano y alguna que otra librería de viejo, opté por ver al poeta en su trabajo, en la Editora Nacional. Le telefoneé y concerté una entrevista. Pero tampoco él pudo proporcionarme el número concreto. Estaba totalmente agotado. Aquel día conocí al hombre en su comportamiento conmigo, un desconocido que se le acercaba, y, dada su franqueza, espontaneidad y sencillez, me demostraba lo que supuestamente podía ser para con todos.

Inmediatamente después conocería al poeta, por sus versos. Hombre y poeta que se unificaron en la tertulia literaria del Ateneo madrileño, a la sazón dirigida en su área poética por el propio Hierro, donde, tras nuestro encuentro, comencé a acudir asiduamente y en cuya tribuna, bajo su dirección, leería mis versos un par de veces. No en vano, para mí y en aquel tiempo, eran los años de un bisoño poeta que acababa de publicar su primer libro, “Profecías de la guerra”, que al ser bastante bien acogido por la crítica, se convertiría en trampolín de mis ilusiones.

Mediada la década de los sesenta, mis encuentros con Hierro, casi siempre casuales y en tertulias como la que él dirigía, fueron menos frecuentes. Quizá porque mis obligaciones sociales me alejaron un poco de los cenáculos poéticos (Ateneo, Juventudes Musicales, Instituto de Cultura Hispánica…), o que al entrar Pepe Hierro en un largo silencio de creatividad se refugiara en sus cuarteles de reserva, esperando que la necesidad poética le impulsara desde dentro para salir en ella y con la misma.

Pero ni estos largos silencios creativos pueden apartar la obra de José Hierro en su contacto con los lectores y los medios de comunicación. Su fuerte personalidad poética (también humana), humilde pero de firme carácter, mantienen versos y vida en ese limitado primer plano que escasamente conceden los medios de difusión a la poesía. Quizá el fenómeno se produce porque, indudablemente el poeta-José-Hierro está siempre en el Hombre-Pepe-Hierro, de igual modo que la simbiosis está en sus versos de manera sencilla y sensitiva. La independencia, el sentimiento, la necesidad de escribir poesía sólo cuando ésta empuja a la palabra y la palabra es la idónea para despertar emotividad en el lector. Creo que fue éste, es el fenómeno Hierro: sencillez, sensibilidad y sentimiento. Pepe Hierro es el hombre que caminaba solo por la vida, pero rodeado de una humanidad de lectores y afectos. Se ha dicho y escrito muchas veces que rechazaba la oferta de amigos y compañeros cuando anteriormente le ofertaban ocupar un sillón en la Academia de la Lengua, porque prefería seguir calzando sus “cómodas alpargatas”. Después lo pensaría mejor, diría que sí, al tiempo que se sinceraba porque “llega un momento en que la resistencia es una ordinariez” y que “todos los sinónimos, aunque lo parezcan, no son iguales, hay matices que puedo comentar, igual por ahí”.

Pero esta grandeza del escritor contrastaba con la sencillez del hombre si sabemos, como lo sabemos, que en el mismo momento en que se estaba votando su única candidatura para Académico, él se hallaba venciendo su enfisema pulmonar y firmando ejemplares de sus libros en un colegio de Vallecas tras explicar a los alumnos cómo hay que leer un poema. Contrastes que son y han sido una constante a lo largo de su vida y en su obra.

No exagero si digo que en Pepe Hierro se sintetiza la grandeza de la sencillez o la sencillez de la grandeza; la fuerza de lo sutil o lo sutil de la fuerza; la belleza y el rigor del diccionario y el diccionario en el rigor de su belleza, sin olvidarse nunca de la sociedad que ama y le rodea. Y no estoy buscando disparidades para llegar a esta unidad. En José Hierro se dieron, y se dan en su obra, las virtudes de los seres elegidos, incluso en la consumación de elegirle Académico cuando es uno de los poetas menos academicistas.

Conociendo, sabiendo el valor de su obra, maestro de la palabra, no le importa despertarse como aprendiz permanente de la misma. Inconcluso todavía “Cuaderno de Nueva York”, mecanografiados y manuscritos sus poemas, Pepe Hierro leyó parte del libro en una tertulia literaria madrileña a la que asistí, y, tras su lectura, mientras descendíamos, asida su mano a mi codo, por una escalera de mármol, camino de situarnos ante un vaso de vino, me preguntó: “¿Qué te parecen, tocayo, estos poemas; porque ante su novedad dudo cómo serán recibidos?”. Interrogante por el que se me creció el poeta y el hombre. ¿Qué otro si no él, sabiéndose considerado como uno de los más grandes poetas del momento actual español habría de preguntar por su obra inédita a quien de él estaba siempre aprendiendo, casi siempre? ¿A quién sino a él, en su sencillez y espontaneidad, un año después, cuando llegaba en el AVE a Ciudad Real, donde le esperábamos para hablarnos sobre Ángel Crespo en Alcolea de Calatrava, mientras, bajando la escalera mecánica y viéndonos en el vestíbulo, llevando, como los demás viajeros, un papel en la mano, extraño producto porque el tren llegó con unos minutos de retraso, a quién sino a él se le habría de ocurrir hablarnos en voz alta y agitar el folio diciendo “¡Vamos a tomarnos un whisky, porque me han devuelto el dinero del viaje!”. Pero la gran sorpresa personal para mí sería cuando, finalizando el año 2003, recibo una carta de Méjico solicitándome desde el Frente de Afirmación Hispanista si les autorizaba para publicar una Antología de mi “Poesía Cósmica”. Yo tan pegado siempre a la tierra, al recibo del libro en el siguiente año, sorprendentemente descubro que no estoy solo en ella sino que el antólogo nos había unido a los dos HIERRO: “Antología de la poesía cósmica de José Hierro y Nicolás del Hierro”. Cuarenta poemas de cada uno. Toda una sorpresa, para quien admiraba y envidiaba sanamente a su tocayo, como él me llamaría en más de una ocasión.