En la vida de cada persona encontramos siempre una ocasión de aprender, de ampliar el bagaje de nuestros conocimientos, lo cual supone una lección que no debemos desaprovechar No importa que se trate de un hombre o de una mujer de condición humilde. Vivir supone ir abriéndonos camino a través de la voluntad y del esfuerzo, entrar en contacto con el dolor y las ilusiones. Pero todavía es mayor nuestro enriquecimiento interior cuando esos destellos biográficos corresponden a personajes de una significación especial, toda vez que tanto sus éxitos como sus frustraciones vendrán marcados por una mayor dimensión histórica o social. Así sucedió, por ejemplo, en la vida de Dante, de Petrarca o de la misma Gertrudis Gómez de Avellaneda. En el siglo pasado, y a ello voy a referirme, es digno de recordar el caso de Helena Dmitrievna Diakanova, esposa del poeta francés Paul Eluard y posteriormente del pintor español Salvador Dalí.
Una hermosa historia de amor la de esta mujer, nacida en Rusia y formada en París, en medio del fragor de las vanguardias artísticas e intelectuales de la primera mitad del siglo veinte. Mujer inteligentísima y liberada de todo aquello que no fuera el signo revolucionario de los nuevos tiempos. Sus biógrafos aseguran que siempre demostró una entereza admirable y que al rememorar a Voltaire, a quien adoraba, repetía aquello de que la cultura adorna con una dimensión más alta y más sensual la belleza femenina. Como musa de Salvador Dalí cumplió una misión fundamental en su obra, no ya como pieza esencial de su vida amorosa, sino como objeto de sus cuadros más inspirados. No hubo renuncia o sacrificio, por muy duros que fuesen, que Gala no hiciese para colaborar con el pintor. Dalí la llamaba su diosa, la divina, la razón más alta y clara de su pintura. “Gala –decía—pone en movimiento todos mis afanes artísticos”. Y así era realmente.
Como queda apuntado y es bien sabido, Gala, antes de convertirse en la esposa de Salvador Dalí, estuvo casada con el poeta Paul Eluard. Se conocieron en diciembre de 1912, cuando ambos hubieron de someterse al tratamiento de un principio de tuberculosis en un sanatorio de Suiza. Tenían entonces diecisiete años y se enamoraron con la pasión propia de esa edad, aunque pronto comenzaron a surgir contratiempos muy importantes, cierto que ajenos a sus sentimientos. En 1914, cono es sabido, estalló la Primera Guerra Mundial y el poeta fue movilizado, mientras Gala emprendía el camino de Rusia, su país natal, donde al fin, dos años después contrajo matrimonio con Eluard, del que les nacería su hija Cécile. Pero la vida de esta singularísima pareja no pudo discurrir por cauces normales. Estuvieron por medio sus propias tormentas interiores, léase la apasionante aventura del arte y la literatura. En 1929 conocieron a Dalí, al que respetaban como genio de la pintura. Fue el comienzo de la ruptura matrimonial de Gala y Eluard.
Lo escribió Virgilio en sus Geórgicas: “En la tierra, todos los linajes de los hombres y de las fieras, todos los ganados y los habitantes del mar y las pintadas aves, se precipitan ciegas en las ardientes furias del amor”. Gala vivió largos años alejada de Paul Eluard y de Cécile, correspondiendo así al gran amor que profesó a Salvador Dalí, con el que contrajo matrimonio canónico en España en 1958, el año de su célebre conferencia en el Théatre de l’Etoile, para la que encargó una barra de pan de 12 metros con el único fin de utilizarla durante su disertación. Era el momento en que el pintor quería producir un gran impacto, aprovechando todos los recursos del sentido histriónico de la vida, que poseía en buena proporción. Sin embargo, sabemos que todo esto sucedió sin menosprecio, por parte de Gala, de su enamoramiento de Paul Eluard. Lo sabemos porque Cécile publicó, hace años, una correspondencia íntima de sus padres en la que aparecen datos de excepcional interés.