Uno, que reside en Madrid hace ya varios lustros, pero que tiene sus orígenes en un lugar de La Mancha, cuando pasa o pasea por la conocida calle de Atocha, le gusta detenerse ante la placa que nos recuerda cómo y cuando Juan de la Cuesta impulsara los aplomados tipos de su manual imprenta para convertir en libro la primera parte de lo que, a la sazón, sólo Miguel de Cervantes pudiera considerar aquellos días como la más inmortal de sus obras.
Ya bien superadas las cuatro centurias de aquella efeméride y cuando renovados viajeros disponen su portátil y sus cámaras digitales, para llevarse grabado e impreso aquello que les dicta y les sugiere su viaje por la Ruta de Don Quijote con el sabor y saber cervantinos, resulta casi imposible poder sintetizar en tres folios, como exige este espacio, un artículo con lo que ha sido la literatura de viajes o los viajeros en la literatura, aunque sólo sea ciñéndonos un poco a Castilla-La Mancha.
Viajeros fueron ya Adán y Eva al ser expulsados del Paraíso, cuando hubieron de descubrir nuevos horizontes y abrir nuevas puertas a su vida. Viaje resultó el nomadismo desde el hombre sápiem. La Biblia, en buena parte de sus pasajes, nos llega como un libro de viajeros: ya lo son los movimientos con que obliga el diluvio a Noé en sus desplazamientos y ubicaciones; viaje es el Éxodo y los traslados de José y María con el propio Jesús o sin él, y lo son las peregrinaciones de los apóstoles… Todo es un viaje desde el origen del ser humano si lo consideramos desde el primer paso del hombre hasta nuestro personal recorrido existencial.
Repleta está la literatura de todos los tiempos con libros que son viajes y de viajes que se convierten en libros. Podíamos iniciarlos, por darle un remoto y extraordinario principio, con la Odisea de Homero (siglos IX y VIII a J.C.), teniendo tan importante viajero como lo fuera Ulises regresando de la guerra de Troya, y terminarlo podríamos, por concederle asimismo un ejemplo literario reciente, con el Viaje a la Alcarria de Cela, recordando entre uno y otro, por ejemplo, el Itinerario de Antonino, en época romana, los Viajes de Marco Polo, las travesías de no pocos descubridores de América o el permanente o renovado recorrido por el Camino de Santiago…
Pero viniendo, como venimos por nacimiento, desde un lugar tan emblemático literariamente como es Castilla-La Mancha, considero que lo más acertado sería acogerme a quien es el prototipo de viajero ideal por nuestra región y junto a él a quien fue capaz de darle vida eterna en la literatura para llevarle así por las autopistas lectoras del mundo. Suponemos que, al menos literariamente, Cervantes fue el viajero más destacado por los caminos y pueblos de La Mancha; tan destacado que puso nombre a un rocín y albardó a un rucio montando en ellos a Don Quijote y Sancho para que fueran contando a quien quisiera las aventuras y desventuras, esencias, condiciones, trivialidades y grandezas de una región como la nuestra. Podemos asegurar que fue éste el origen del más importante viaje por tierras manchegas y que en él tomó vida el más inmortal de cuantos viajeros hicieron literatura o nacieron en ella. Por él tenemos una ruta, y por él nos han visitado y visitan infinidad de catadores y amantes del buen hacer lingüístico. Cierto que al no querer su padre intelectual acordarse del nombre concreto del lugar, éste se muestra antojadizo en la concepción de muchos, lo que motiva que los pueblos del recorrido se sitúen en muy diversos puntos de la geografía castellano-manchega. Así los viajeros, los más estudiosos viajeros, han venido a La Mancha con la idea de un amplio muestrario lugareño, aunque siempre con la determinada enjundia de un hermoso ideal: Don Quijote.
No hay duda que luego, pegado al interés de su descubrimiento, hallamos, entre otros atractivos, la majestuosidad de Toledo, su excelso mundo arquitectónico y un Greco que es imán para quienes del viaje o del turismo captar quieren la esencia del arte. «Cuenca es la ciudad de España que más se parece a Toledo«, escribió Gustavo Doré. Pero Cuenca, además, llama en el paisaje, en su entorno, sus calles pinas, las hoces de sus ríos, sus casas de enclave único. Guadalajara es el latido cercano que pulsa el ritmo de la historia para atraernos a quienes residimos o llegan a Madrid desde cualquier lugar del mundo, siempre que los sentimientos se apoyen en la sensibilidad artística o el trampolín del conocimiento. Albacete armoniza la sobriedad de sus llanos con la llaneza de quienes los habitan; la capital en casas que son historia, los pueblos en hospitalidad para quienes llegan a ellos. Pero es la provincia de Ciudad Real la que sella en sus pueblos la acertada Ruta por donde el viajero busca la huella cervantina sobre la senda literaria que dejara el Caballero Andante.La Mancha es la idea motriz en que se ciñe el libro «Viajeros por la historia. Extranjeros en Castilla-La Mancha«, editado por la Junta de Comunidades, donde los conquenses Angel y Jesús Villa Garrido agrupan testimonios de ilustres visitantes que, partiendo del siglo XII con el árabe Abu-Abd-Alla Mohamed-al- Edrisi, al parecer nacido en Ceuta en el año 1100, que nos habla de los bazares de Talavera y del acueducto y máquina hidráulica de Toledo, y que se refiere a Cuenca asegurando que «los tapices de lana que se hacen allí son de excelente calidad«. Apoyando el final del libro con el testimonio de unas cartas que el poeta Rainer María Rilke fecha en Toledo y en la que se magnifica, junto a otras cosas, la belleza de la ciudad y la personalidad en las pinturas de El Greco. Entre uno y otro viajero, a lo largo de los ocho siglos que los separan, continúan los testimonios en una amplia y selecta nómina de escritores tan importantes como José Blanco White, Giacomo Casanova, Hans Christian Andersem y Gustavo Doré, entre otros. Y Bécquer, Bécquer con sus Leyendas, buen número deas mismas cimentadas en la ciudad de las tres culturas.
Otros nombres de ilustres viajeros que narran sus impresiones en su visita a nuestra región son Teófilo Gautier, Alejandro Dumas (padre), Augusto F. Jaccaci y Maurice Barrés, si bien hemos de añadir a estos el de Rubén Darío, quien en su libro «España contemporánea» rinde un claro homenaje de admiración a Guatier y la España fantástica; impresión esta última que, con elogios a Toledo y a los paisajes y pueblos que Cervantes impulsara en Don Quijote, se acrecentan con Dumas, Jaccoci y Barrés.
Azorín no necesitó de amigos cuando, hace poco más de cien años,
parte desde Madrid para llegarse a lugares concretos de La Manchay recorrerlos insitu, viviendo y disfrutando los rincones y las escenas entre no pocos de los personajes cervantinos, revividos o vindicados en su prosa, y que fueran esencia permanente en las ensoñaciones del Higaldo Manchego, que en sus viajes le diera a Cervantes el universo más literario. Ruta o pasos, caminos a que ha corroborado con su dominio literario y su visión de viajero, en un reciente libro, Alfredo Villaverde, quien, asimismo, nos lleva por las huellas que dejaron Rocinante y el rucio como si de nuevo cabalgaran en ellos Don Quijote y Sancho.
Disfrutar cada momento de nuestras vidas compartiendo en familia es lo máximo, porque así podemos organizar con seguridad un viaje en el cual nos permitirá vivir una experiencia única que recordaremos siempre, esos viajes así son fabulosos porque gozamos en familia.
Saludos