EN RECUERDO DEL POETA ÁNGEL LÓPEZ MARTÍNEZ, por Nicolás del Hierro

Ángel López Martínez vino al mundo en Tomelloso cien días antes de que “oficialmente” sonaran las primeras balas de la incivil guerra española; pero yo creo que este López Martínez no estuvo tan marcado en sus versos por el ruido y el miedo del desastre bélico como por el ambiente social de su tiempo adolescente y juvenil, al que habría de sumarse el propio sentimiento humano que en él originó su tomellosera infancia: “Cada hombre surge / de su paisaje; yo aún / no he andado, Yo amo, Yo, cada / día, en cada verso, levanto / mi infancia”. A Ángel lo trajeron de Tomelloso a Madrid con dieciocho años; luego, veintitrés más tarde, en Valladolid, se rompería plenamente su existencia, aunque en este trasiego de ciudades y corto espacio vital, jamás sus raíces se apartaron de aquel tiempo ni de aquella originaria tierra, incluso cuando su mayor árbol poético extendiera sus ramas por muy diferente espacios nacionales.
Ángel López Martínez fue un malogrado poeta porque cuando nos dejó (13 de marzo de 1978),  aún no había cumplido 42 años y a penas 15 meses antes (noviembre 1976), había salido a la luz su primero y único libro. Hombre de profunda fe y lecturas permanentes, dado a la familia y al trabajo dado, se entregaba al diario quehacer –puedo asegurarlo- con la convicción de que su vida tendría sólo un breve recorrido. Esto es algo que se palpa, se descubre, en la lectura de las 125 páginas de que consta su libro “Ciudad del hombre”; no hace falta ser tan amigos como fuimos nosotros para verlo. La integridad del hombre humanista, social y puro que era se da, verso a verso, en el poeta. De aquí que hoy hablemos de malogrado poeta.
Cierto que la existencia y la sociedad no pueden pagarnos a todos los méritos contraídos a lo largo de la vida. Muchos serían los beneficios que la Naturaleza habría de producir y tener para cumplir con las virtudes personales. Son muchos los seres que se han ido y se irán en el silencio social del pueblo, del mundo; muchos los que, como Ángel López Martínez, nos dejaron tras el triste son de una campana. Pero el poeta nos permite la recompensa de sus versos, el eco de su voz escrita para que, al menos de vez en cuando, volvamos a ella y nos haga pensar, nos deleite y reconforte, aunque como en este caso nos ponga un tanto triste, no en vano es esta una tristeza que reconforta el espíritu.
Cuatro poemas de Ángel López Martínez


      LA CENA
                         Yo se un hombre que estuvo esperando
la cena del tiempo. Los oasis de la vida,
los matorrales de algodón, las siembras maduras
para recuperarse; para saber si aún
era la hora de su calendario.
Era un hombre que sabía mucho de amanecidas grises,
de paseos por sus soledades; la cena, la cena
era el tema de conversación con su alma.
Era un hombre impensado que no tenía ojos
para ver; sus ojos eran como las oscuridades
que miraban a la muerte.
       YO SOY CAMPO
 Mi horizonte está lleno de alambradas
y de pájaros sin vuelo,
y yo soy campo.
Yo soy la herencia de mi campo llano,
de mis espacios de trigo, de los barbechos
abiertos con dolor, de la abundancia de mostos.
Yo soy un ajeno en esta tierra de rascacielos y de humos;
yo no pertenezco a esta fachada,
yo soy campo.
Campo soy y sueño orillas
para mis pies; para labrar mi libertad
quiero espacio.
      A VECES TENGO MIEDO
 A veces tengo miedo
a que mi vida no resista
tanto golpe
y me enfermen las ideas;
a veces cuesta tanto seguir
enterrando sueños
                              Y seguir en la incógnita
sin desvelar el mañana, cada día
más incierto. Seguir, a fuerza de tirones
-mundo abajo-, sin enterrar el proyecto
que de ilusión se hizo
hoguera en nuestra vida.
Sí, a veces tengo miedo
-no lo niego-, cuando a mi mundo
en soledad me agarro.
          NOCHE
 Recorriendo estoy Norte y Sur
empeñado
en una lucha a muerte con mi alma.
Y cada día remo, remo, remo…;
pero el agua no es azul, sino negra.
Soy navegante… ¿Y el puerto?
Tengo la sensación,
presiento
como si avanzara
hacia una noche interminable.
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