MANUEL BAEZ «LITRI» ¡¡OLÉ!! por Andrés Berger-Kiss

Ya nadie recuerda: vivos o muertos, todo se olvida. Nadie recuerda, pero hubo un tiempo cuando los hombres sabían morir con gallardía.
Era el 18 de febrero de 1926 y el hombre de Huelva -el que domaba los toros- después de perder un río de sangre que por una semana fluyó de su pierna, por osar arrancar el poema vedado de la bravura del alma del último toro del domingo de Málaga, pasó a su final agonía.
Nadie recuerda pero hubo un tiempo cuando los hombres preparaban su muerte como un poema.
El once fue herido Manuel Báez «Litri» por el bramido del asta en el día festivo mientras miles de voces clamaban «¡Olé!» Allá quedó revolcado en la arena atisbando la muerte
en el ojo cercano salpicado de sangre.
Se apagaron las voces y entre sus compañeros (picadores José Cantos «Barana» y Francisco Leyva «Chaves» -banderilleros Angel Martínez «Cerrajillas», José Salvador «El Pepillo» y Manuel García «Esparterito») empapados de rojo lo cargaron en silencio.
Las voces se perdieron en los laberintos del tiempo.
Nadie recuerda pero hubo un tiempo cuando los hombres miraban altivos y de su abolengo hablaban con orgullo.
Antonio de Haba «El Zurito» y Marcial Lalanda -los otros dos domadores de toros en aquella tarde malagueña cuando los mil soles se hundieron en la carne de «Litri»-
vinieron al gran salón de la muerte a despedirse como toreros en privada faena.
A Antonio, compañero de tantas tardes de triunfos, le dio su chaqueta dorada, la de los bordados negros, la que le quitaron rasgada, con las manchas de sangre que en burbujas brotaron. Marcial recibió de las manos en agonía dos banderillas verdes con puntas rosadas y su estoque de plata.
Los tres se miraron por última vez sin decir una palabra, con el dejo de una vaga sonrisa.
Lo que sucedió, sucedió muy aprisa, todos sabiendo que la muerte impaciente no espera.
Ya nadie se acuerda: a sus hijos contaron las hazañas de «Litri» y algo dijeron de aquel adiós lastimero. Sin duda en sus casas exhibieron la chaquetilla dorada, las banderillas verdes y el estoque de plata. Pero las casas cambian de dueño y el tiempo aniquila reliquias.
Nadie recuerda pero hubo un tiempo cuando los hombres, por más que doliera, sabían aguardar en silencio.
Ya Manuel Báez «Litri» había escogido mil veces la muerte en vez de invalidez permanente. A gritos no quiso rogar que viniera a salvarlo del dolor horroroso de su pierna amputada.
De niño, solo, en la luz de su Huelva, en una Romería del Rocío, halló su coraje en el ruedo y ahora, sufriendo, con aquel recuerdo feliz ahuyentaba el suplicio.
Uno por uno, su querida cuadrilla pasó por su lado. «Adiós Manuelito», le dijo «Barana», conteniendo una lágrima. «Pronto nos vemos en la gran Plaza del Cielo». Un apretón de manos, un abrazo, un beso en la frente le dieron aquellos amigos de antaño.
«Por lo menos, aquí moriremos contigo en España», dijeron, su mirada clavada en algún extraño horizonte más allá de los muros del cuarto donde ya mugía la muerte.
«Litri» le dio a cada uno un pedacito de su vida de espada: su capote de brega, su cinta morada, fotos, medallas, una flor apretada.
Eso ya sucedió hace mucho: en la alborada de nuestro trágico siglo.
Nadie recuerda pero hubo un tiempo cuando los hombres no le temían ni a la muerte ni a la vida.
Ya no le quedaban más que unos instantes. Pidió que todos se fueran menos su padre
y tuvo tiempo para poner en sus manos La Oreja de Oro que se había ganado lidiando en Madrid el toro más bravo.
Murió como uno de los hombres de su estirpe: con una digna sonrisa triunfal en los labios.
«Litri ha muerto….» -se oyó el susurrar de las voces por corredores y patios en grupos sombríos que se miraban con pena, pero agradeciendo a la muerte por rescatar al torero del dolor imposible.
En el aire frío de aquella noche de invierno no se oyeron otras palabras por los confines de España: ¡»Litri ha muerto»! De eso hablaron un tiempo. Mas luego el mundo se vino al suelo en bancarrota y con la Guerra Civil el terror destruyó las alondras.
La muerte de «Litri» se perdió entre las hojas que cayeron profusas
en el vendaval de los años.
Ya nadie recuerda: vivos o muertos, todo se olvida. Nadie recuerda
pero hubo un tiempo cuando los hombres….
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