RÉQUIEM POR EL GRECO, por Laura Lara Martínez Profesora de Historia Contemporánea Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA

RÉQUIEM POR EL GRECO

Laura Lara Martínez

Con el inicio de diciembre nos acercamos al final del Año Greco: 12 meses consagrados a la conmemoración del IV Centenario del ocaso de Doménico Theotocópuli, quien expiraba en la ciudad del Tajo el 7 de abril 1614. Su alma mutaba en alargada efigie, tanto como algunas de sus figuras, para cambiar de dimensión. Y es que este pintor griego, de formación italiana y afincado en la otrora capital visigoda había escrito en la Historia del Arte con aquellos pinceles que le dieron la vida y la fama. Primero la vida que otorga la estabilidad profesional, porque aunque había nacido en 1541 en Creta (entonces reino de Candía bajo dominio de la Serenísima República de Venecia), fue en Toledo donde encontró comitentes, clientes que le encargaban obras y, por ende, le proporcionaban el sustento, más aún con el caché que gastaba… Pintor caro que reivindicaba su condición de artista en una España donde las artes plásticas todavía eran consideradas oficio de artesanos por el prejuicio a mancharse las manos.

Y no hacía caridades con sus obras. Firmaba en griego y como tal se cotizaba, a lo que sumaba un valor añadido: su formación italiana, en Venecia en el Renacimiento de Tintoretto y Tiziano y en el Manierismo romano de Miguel Ángel, a quien por cierto estimaba como escultor y arquitecto, no tanto como pintor. Extravagante y misterioso, ¿misticismo, astigmatismo, locura? Nada de ello: simplemente, consideraba bellas las figuras alargadas. Así se granjeó el prestigio entre las élites toledanas, fundamentalmente, catedralicias y monacales, los primeros creadores de esa grecomanía que hoy está tan de moda.

 También en la ciudad imperial experimentó la evolución personal que otorga la sensación de la paternidad, pues en ella nació en 1578 su único hijo, Jorge Manuel, después colaborador en su taller y arquitecto hasta el punto de ser el autor de la fachada del Ayuntamiento de su ciudad natal.

Vista y plano de Toledo. Museo de El Greco.
Vista y plano de Toledo. Museo de El Greco.

El Greco se “hizo valer” en Toledo. En algunos momentos pudo aceptar renegociar las cuestiones económicas, no así su particular interpretación iconográfica y de diseño de la composición, en clara reivindicación de la libertad de expresión artística. La ecuación dio resultado una vez más: profesionalidad+exhaustividad=éxito. Siempre se valora lo que cuesta esfuerzo, trabajo o dinero, hoy y en la época de El Greco a caballo entre el Renacimiento y el Barroco, es un concepto intemporal.

Hasta el párroco de Santo Tomé pidió una segunda tasación para El entierro del conde de Orgaz, aquél en el que el señor (que no conde) de la villa toledana es recibido por San Agustín y San Esteban en tránsito hacia la patria definitiva. Mientras, el hijo del pintor mira inquisitivamente al espectador. La dormición de la Virgen, tema tan bizantino, inspiraría sin duda a este insigne artista que recorrió todo el Mediterráneo haciendo dialogar tradición pictórica medieval y nuevos aires renacentistas, ortodoxia y catolicismo en la Europa de la Contrarreforma, pero con un capitalismo ya incipiente.

Iglesia de Santo Tomé, Toledo.
Iglesia de Santo Tomé, Toledo.

Aunque su faceta más prolífica es la de pintor religioso, como humanista poseedor de una nutrida  biblioteca y de saber atesorado en la amplia experiencia vital desarrollada en Creta, en la península italiana y en España, El Greco se preocupó por el mundo clásico. Así observamos la combinación de elementos paganos y cristianos del siglo III con aspectos contemporáneos al Siglo de Oro en el relato pictórico de El martirio de San Mauricio, segunda y última obra del cretense para Felipe II, que precisaba de nuevos pintores ante la muerte de Navarrete el Mudo en 1579. San Mauricio es considerado como uno de los patronos de la lucha contra la herejía por haber sufrido el martirio (junto a sus compañeros de la legión tebana, una sección egipcia del ejército romano en la que todos los soldados profesaban el cristianismo) al negarse a acatar en la Galias la orden del emperador Maximiano de rendir culto a los dioses del panteón romano. Por ello, en las fechas de ejecución de la obra (1580-1582), San Mauricio podía ser presentado como icono en la España de la Contrarreforma, donde además la lucha contra el “infiel” en la Batalla de Lepanto de 1571 estaba  reciente.

El martirio de San Mauricio, Monasterio de El Escorial.
El martirio de San Mauricio, Monasterio de El Escorial.

Del mismo modo, la mitología es abordada en Laocoonte, una obra iniciada en 1609 y que dejaría inconclusa. Doménico Theotocópuli debió contemplar la escultura helenística homónima hallada en Roma en 1506. En ella se inspiraría para reflejar el dramatismo de la escena plasmado en la fuerte tensión de la composición, que es reflejo de la angustia y de la desesperación humanas, personificadas en Laocoonte, sacerdote de Apolo, y en sus hijos, que están siendo devorados por las serpientes Caribea y Porce, apareciendo como telón de fondo Toledo, que según la tradición habría sido fundada por dos descendientes de los troyanos: Telamón y Bruto.

National Gallery of Art, Washington.
National Gallery of Art, Washington.

Tras su óbito en 1614, su recuerdo caería en el olvido, no así el legado granjeado durante casi cuatro décadas por el Griego de Toledo que, aún habiendo pasado “sin pena ni gloria” durante tres centurias, sería rescatado con avidez, más extranjera que española, peaje que explica la dispersión de parte de su obra en el mundo a un precio irrisorio durante la primera mitad del siglo XX.

El expolio, Sacristía de la Catedral de Toledo.
El expolio, Sacristía de la Catedral de Toledo.

El Greco fue expoliado de su fama y prestigio. Su memoria hibernaría hasta ser proscrita por el Clasicismo y por la Academia, teniendo en Federico Madrazo (que llegó a ser director del Museo del Prado y de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando) a uno de sus más acérrimos enemigos decimonónicos.

Fue rescatado del letargo a principios del siglo XX por Cossío y la Institución Libre de Enseñanza, por Marañón que actuó como anfitrión de intelectuales españoles y extranjeros en su Cigarral, por la Generación del 98 que, como dijera Unamuno, vio en sus lienzos la expresión del alma castellana y, entre otros, también por el segundo marqués de la Vega-Inclán que en 1911 consiguió que abriera sus puertas la Casa-Museo de El Greco en la Judería toledana. Por vez primera en un centenario, Toledo recordó al cretense en 1914. Un siglo después, es incuestionable la fama de este nuevo apeles que se encontró con el desaire del rey prudente. Ha tenido que perderse mucho patrimonio, algo parecido a la relación de la Acrópolis con el British Museum, para que finalmente haya podido emerger desde el Tajo este astro griego cuyo destino es indisociable al de aquella ciudad que le dio la vida artística entablando un diálogo eterno.

El redescubrimiento de El Greco es un tema que analizo en profundidad en uno de mis últimos libros: El despertar de Toledo en la Edad de Plata de la cultura española. Se acaba 2014, pero Doménico siempre nos esperará expectante en Santo Tomé, en la Catedral Primada o en su Museo  en plena Judería toledana para acariciar el alma con un diálogo metafísico tan profundo como la intensidad de nuestra mirada.

 

 

La Alcazaba-58

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