Soldado y poeta, autor del poema épico “La Araucana”, que canta la dura lucha en el Chile de Arauco.
No imaginaba el vasco Fortún García de Ercilla, afamado jurista del Consejo del Rey, ni siquiera la gran señora, Doña Leonor de Zúñiga, su esposa, mujer de recio abolengo, alta y bien parecida, que el sexto de sus hijos, un jovenzuelo inquieto y presuntuoso daría mucho que hablar en los mentideros de la Corte, llegando a alcanzar la fama de poeta y hombre de bien. De nombre Alonso como su tío-abuelo ocupará el escalón que como tal, corresponde a uno de los últimos hijos de un matrimonio de alcurnia.
Cierto es que, transcurrido su nacimiento, en Madrid, un 7 de agosto de 1533, ante el prematuro fallecimiento de su padre y la desgraciada situación en la que quedará su patrimonio familiar, tendrá que recurrir al propio monarca para solicitar ayuda. Será, por tanto, el propio emperador Carlos V quien asigna a su familia como miembros de corte de su hija, la infanta doña María, casada con Maximiliano II de Austria, favoreciendo este hecho su rápida experiencia viajera como hombre de mundo, al recorrer toda Europa. Su relación con el príncipe Felipe, le hará conocedor de muchos asuntos de estado y entre ellos, del levantamiento de Hernández Girón en Perú y de la muerte de Pedro de Valdivia a manos de los araucanos. Aparecerá en su vida, el gran territorio que le daría fama eterna: los territorios chilenos y los araucanos.
El príncipe Felipe durante su estancia en Inglaterra, futuro rey como Felipe II, nombrará como Virrey del Perú a don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete y Guarda Mayor de la ciudad de Cuenca y a Jerónimo de Alderete, como gobernador de Chile, provincia del virreinato. La misión de tal nombramiento era someter a la Corona al insurrecto Hernández Girón y en esa expedición irá Alonso de Ercilla, con licencia del príncipe, embarcando en Cádiz para las Indias en el año 1555.
Alderete muere de fiebre, durante el trayecto, en la isla de Taboga y Ercilla continuará el viaje hasta Perú, llegando un año más tarde, hacia 1556. Su primera estancia en aquellas lejanas tierras ocupará el propio palacio virreinal, aguardando el momento que le haría corresponder con su inquieta actitud de hombre de guerra.
Según Medina, Ercilla, decidirá tras la derrota de Hernández Girón alistarse en la expedición de castigo programada por el conquense Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete. El propio virrey ordenará que la misma, al mando de su propio hijo García Hurtado de Mendoza, salga en febrero de 1557 atravesando la Serena y camino hacia el sur del territorio pueda llegar a la tierra inhóspita donde se ha frenado la expansión de conquista. Después de una dura tempestad, la expedición arribaría a las costas de Concepción.
Aquí empieza su gran aventura chilena. Acompañando a Don García, recién nombrado gobernador y capitán general de Chile, apaciguan la sublevación española y comienzan, a su vez, la larga lucha contra el pueblo araucano, habitante de aquella extensa zona suramericana. Alonso de Ercilla vivirá en estas tierras diecisiete largos meses, desde 1557 a 1559, conociendo a Don Francisco Pérez de Valenzuela, a los jefes araucanos Caupolicán y Lautaro y participando directamente en las más principales batallas allí libradas: Lagunillas, Quiapu y Millarapue.
La Naturaleza era privilegiada en aquellos lejanos contornos de Dios. Entre sus enormes ríos de extensos caudales, las selvas de densa floresta impregnaban el ambiente dando el toque misterioso a su entramado. Los soldados españoles, ávidos por la riqueza, valerosos por su constancia de herencia y fieles al objetivo ideado, se adentraban en aquellos tenebrosos caminos amparados en la cruz de Cristo como benefactor de su devota fe. Difíciles y sangrientos sucesos tendrían que revivir entre aquellas tierras desconocidas, buscando en su ideal caballeresco la justificación de su causa.
Todos estos acontecimientos y los sucesos que acaecieron por un misterioso incidente entre el propio gobernador García Hurtado y Alonso de Ercilla, Pedro Olmos de Aguilar y Juan de Pineda, llevaron al poeta a una difícil situación, siendo encarcelado y a punto de ser ajusticiado con la muerte en pleno territorio araucano.
Salvado “in extremis” de la muerte por la intervención de dos mujeres, fue desterrado a Perú después de tres meses encarcelado. Toda su vida, la etapa gloriosa como soldado a las órdenes del gobernador, junto a los triunfos ante los araucanos y luego, la desgraciada etapa, vestida de infamia y traición, fueron glosadas en perfecta rima en su gran poema épico “La Araucana” compendiado en 37 cantos donde la exaltación militar, el heroísmo, la traición, el amor, la pasión, la nobleza, la muerte, la venganza y el miedo tienen cabida en una de las obras más extraordinarias que la guerra de conquista americana ha dado para la literatura universal.
Don Alonso de Ercilla aprende a respetar la valentía, la audacia y el espíritu de sacrificio de los viejos conquistadores que habían acompañado a Valdivia anteriormente, como era el caso de Rodrigo de Quiroga, Alonso de Reinoso y Francisco de Ulloa, cuya sabiduría contrapone a la impulsividad, la altivez o, incluso, el orgullo desmedido del joven gobernador.
Nos dice el historiador local Clímaco Hermosilla que, llegado el ejército español a Tucapel, en los primeros días de diciembre de 1557, acampando en las lomas altas donde, cuatro años antes, fuera muerto el gobernador Valdivia, frente a las ruinas de la antigua fortaleza, don Alonso, escuchando las historias de los viejos soldados, se empapa de la leyenda de Arauco, de los episodios heroicos que aquí tuvieron lugar, y comienza a cavilar acerca de las virtudes y los vicios de los españoles y araucanos.
Su alma de hombre del Renacimiento se debate entre su afán de gloria y de conquista de nuevas tierras para su rey, y su admiración por la conducta de estos indios nativos, que aman su libertad sobre todas las cosas y que prefieren morir combatiendo con el invasor que vivir sojuzgados bajo su tiranía.
Su alma de caballero español, templada por una tradición de siglos de lucha contra el moro en Castilla, por sus antepasados, y de sus luchas en tierras de Flandes, si bien justifica la acción militar de España en América, rechaza los excesos y crueldades que la guerra trae consigo y verá los triunfos araucanos como un castigo de Dios a los españoles por su codicia y soberbia…Todo eso lo describirá excelentemente en su gran poema épico.
Y es, este sentimiento renacentista español –sigue diciendo el historiador Hermosilla-, “de ascendencia marcadamente medieval”, el que encontraremos repetido en muchas de las obras literarias del siglo XVI. “El concepto de pecado y castigo justifica muchos pasajes de su Cantos (capítulos)”. Por ejemplo:
Los españoles que se han dejado llevar por la avaricia, sufren el peso de la justicia divina; los indios que han faltado a sus compromisos, se hacen también acreedores de las iras divinas.
Hay numerosos versos de Ercilla recogiendo los hechos históricos vividos en el Estado de Tucapel, durante la refundación de la fortaleza de este nombre, en diciembre de 1557, durante la creación de la ciudad de Cañete de la Frontera, en enero de 1558.
Aborda el poeta la conquista con elegancia y buena métrica, haciendo de su canto una exaltación consumada, alabando a la raza de los araucanos (mapuches) y el gran Estado:
De dieciséis caciques y señores
es el soberbio Estado poseído,
en militar estudio los mejores
que de bárbaras madres han nacido.
En su recorrido describe con detalle el sistema y la táctica aludiendo con ello a un profundo sentido del combate:
En torno a esta plaza poco trecho
cercan de espesos hoyos por de fuera
cuál es largo, cuál es ancho, cuál estrecho,
y así va sin faltar de esta manera;
para el incauto mozo que de hecho
apresura el caballo en la carrera
tras el astuto bárbaro engañoso,
que le mete en el cerco peligroso.
Como bien merecen para Ercilla, las gestas de los anteriores españoles, sobre todo del gran Diego de Almagro, quién también intentase esta difícil conquista, fracasando en su intento y bien glosado en su poema:
Pero llegando al fin de este camino
dar en breve la vuelta le convino.
A sólo el de Valdivia esta victoria
con justa y gran razón le fue otorgada,
y es bien que se celebre su memoria,
pues pudo adelantar tanto su espada.
Este alcanzó en Arauco aquella gloria
que de nadie hasta allí fuera alcanzada:
La altiva gente yugo trujo
y en opresión la libertad redujo.
En todos y cada uno de los Cantos la descripción es maravillosa. Al detalle, ilumina con sus versos cada una de las vicisitudes, calificando acertadamente cada personaje que interviene, sea español o araucano.
Por ejemplo, en el canto XXVII, se interesa por supuesto el poeta por España y sus dominios, describiendo con absoluta realidad, las regiones y las ciudades hispánicas, las regiones americanas, donde, de norte a sur, van avanzando los pendones de Castilla. Y al llegar al final de esta descripción, cuando se pisa el territorio de Arauco, cita por primera vez a la ciudad de Cañete de la Frontera:
Ves la ciudad de Penco, y el pujante
Arauco, Estado libre y poderoso,
Cañete, la Imperial, y hacia el Levante
La Villa Rica, y el volcán fogoso;
Valdivia, Osorno, El Lago, y adelante
las islas y archipiélago famoso,
y siguiendo la costa el sur derecho
Chiloé, Coronados y el Estrecho.
En esa tenaz lucha a muerte entre aguerridos indios y españoles altivos, la figura magnánima de Caupolicán, jefe araucano, se describe con solemnidad, tal y como merecía su alcurnia guerrera. En lenguaje renacentista, Alonso de Ercilla hace un canto especial:
Quedó Caupolicán de esta jornada
roto, deshecho y falto de pujanza,
que fue mucha la sangre derramada,
y poca de su parte la venganza;
el cual viendo la turba amedrentada
y el ardor resfriado y la esperanza,
deshizo el campo entonces convenido
dando licencia a la cansada gente.
Y termina Alonso de Ercilla su “Araucana” en el canto XXXVII, haciendo una dura reflexión, interna y externa, valiosa en su contenido moral y llena de profundo realismo:
¡Cuántas tierras recorrí, cuántas naciones
hacia el helado norte atravesado,
y las bajas antárticas regiones
el antípoda ignoro conquistando¡
Climas pasé, mudé constelaciones,
golfos innavegables navegando,
extendiendo, señor, vuestra corona
hasta casi la austral frígida zona.
………………………………
Fui sacado a la plaza injustamente
a ser públicamente degollado;
ni la larga prisión impertinente
do estuve tan sin culpa molestado,
ni mil otras miserias de otra suerte
de comportar más graves que la muerte.
Vuelto a España Don Alonso de Ercilla participará en los acontecimientos políticos y militares de su tiempo y disfruta del éxito inmenso que obtendrá su gran obra. En 1569 es nombrado Gentilhombre de la Corte y caballero de Santiago en Uclés, capital de la Orden, participando en diversas acciones diplomáticas. Casó con María de Bazán y se instaló en Madrid donde terminaría la segunda parte en el año 1578 y luego, un poco después, la tercera, en 1589.
Alonso de Ercilla utiliza la palabra araucano como gentilicio de la palabra mapudungun rauco, tierra gredosa. Estos araucanos son los actuales mapuches, tribu más antigua de toda Sudamérica, actuales habitantes de la región de Arauco, entre el lago Yeu-Yeu, divisorio entre Chile y Argentina..
Morirá a los 61 años en Madrid el 29 de noviembre de 1594 y sus restos reposan en la iglesia del convento de San José de la localidad toledana de Ocaña. Todos los días a las ocho de la mañana, se abre la iglesia.