EL GRECO, UN NIDO DE PINTURA ENTRE PALABRAS, por Miguel Romero Saiz

 

El hombre de la mano en el pecho por Fidel María Puebla
El hombre de la mano en el pecho por Fidel María Puebla

El Greco, un nido de pintura entre palabras, un río de color entre sonidos. La poética en el mundo de Doménico.

«Hay una poesía universal que se refleja en todas las cosas». Según Baudelaire existe una estética por averiguar y fundamental, o bien un orden del que la poesía y la pintura son manifestaciones emparentadas, aunque diferentes. Recuerdo a Braque cuando dice «los sentidos deforman, la mente forma», intentando coordinar esas dos manifestaciones en el sentido universal de las cosas. El gran pablo Picasso nos decía que «la pintura es poesía porque siempre se escribe en verso ron rimas plásticas.«

Tenemos, por tanto, que tener en cuenta que el color -aún antes de ser pintura- rodea la existencia del hombre; los objetos, la casa, los vestidos, viven en la atmósfera coloreada a la que el ser humano no podría renunciar. Lo mismo ocurre con las palabras escritas y los sonidos que emiten al leerlas en su potencia expresiva. Hay conexión y concordancia de estructuras sin consideración a su función.

El poeta Goethe nos decía que «color y sonido no se dejan comparar entre sí de ninguna manera; pero es posible reducir a ambos a una fórmula más alta…», como dos ríos que nacen en el mismo monte pero corren por dos comarcas diferentes, así son sonido y color; así es poesía y pintura.

Cuando Francisco Manuel de Melo habla del Greco en su vocabulario hispano-portugués, ya intuyó el tratamiento que de él tuvieron los poetas: «Pintor famoso que celebran todos os poetas de este seculo«. Y así fue, pero entre todos, quisiera destacar la sensibilidad lírica que tres grandes representantes de la generación del 1927 dedicaron a su vida y obra con profundo reconocimiento y sensibilidad: Rafael Alberti, Jorge Guillén y Luis Cernuda.

Tal vez, en esa simbiosis que adintela la poesía y la imagen; en ese parafrasear que propugna la palabra y el color, nacen horas de viento poético que buscan ensoñaciones eternas, vividas desde la óptica de un pintor que vio en sus personajes la sensación de esa grandeza del ser humano en toda su dimensión.

Ni siquiera los sonetos de Fray Félix Hortensio Palavicino han despertado más intensidad que los versos de Alberti y Cernuda. Ya en el poema inicial, «1917» de la obra «A la pintura», editada en 1953, en su parte dedicada al Museo del Prado, alude Alberti, «al castigado fantasmal verdiseco/ de la muerte y las vidas subterráneas del Greco«; pero más adelante le dedica un poema, el 27, ante la visita que recibiese el pintor del suegro de Velázquez Francisco Pacheco y le preguntase, «…qué era para él más difícil, si la pintura, el dibujo o la aplicación del color.«

Alberti, el poeta del viento, el hombre del llamado neopopularismo que buscaba constantemente las raíces del populismo, incluso en el folclore de la lírica tradicional, veía en El Greco, la yuxtaposición de lo etéreo en esa búsqueda constante de una pintura del pueblo, llana y sencilla. Y entre todo, la sensación de lo neutro, el misterio, el estudio de una línea, a veces desgarrada, que marcaba la belleza. Una pintura surrealista llena de belleza realista. él mismo decía:

¡Oh purgatorio del color, castigo,

desbocado castigo de la línea,

descoyuntado laberinto, etérea

cueva de misterios bellos feos,

de horribles hermosísimos, penando

sobre una eternidad siempre asombrada¡»

El catedrático de filología hispánica, Jorge Guillén, más literal en sus conceptos, con una poética afirmativa y optimista, en un poema de su «Homenaje» (1949-1966) que él mismo titula «El Greco» nos dice:

«La peñascosa pesadumbre estable

ni se derrumba ni se precipita,

y dando a tanto siglo eterna cita

yergue con altivez hisopo y sable.

¡Toledo¡…

Está allí, Theotocópulos cretense,

de sus visiones lúcido amanuense,

que a toda la ciudad presencia en vilo,

toda tensión de espada

flamígera, relámpago muy largo:

alhambra, no da miedo.

¡Toledo¡…

Como vemos, también aquí pintor y ciudad constituyeron el haz y el envés de una misma moneda.

Y nos queda, Luis Cernuda en su libro «Con las horas contadas (1950-1956), donde dedica su poema al cuadro que el pintor tiene en el Museo de Boston. El poeta del surrealismo más onírico, cantando con la diplomacia del sempiterno hombre de las letras:

«¿ También tú aquí, hermano, amigo,

maestro, en este limbo? ¿O codicia, vendiendo el patrimonio

no ganado, sino heredado, de aquellos que no saben quererlo?»

Así, la pintura de Doménico ha parecido seguir la evolución de esta gran generación literaria. La misma que ha pasado de una concepción romántica del arte en ese arrebato e inspiración, a una concepción clásica, con esfuerzo, dedicación y perfección. Entre la pureza estética y la autenticidad humana, entre la poesía pura: el arte por el arte, y la poesía auténtica y humana, preocupada por los problemas del hombre; entre tradición y renovación.

Por ello, toda razón es poca para entender la poética del Greco. Su pintura es marchamo de evolución sincrónica entre el pasado y el presente y en ello, hacen los poetas su expresión determinante, porque la palabra necesita del color para encarnar su misterio al descubierto, su luz ante la penumbra de un mundo que invade, sin razón, los tiempos.

 

revista 56

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