De las hoy cinco capitales de provincia que integran la Comunidad de Castilla-La Mancha fue la de Albacete la que hace unos decenios tuvo el mayor crecimiento demográfico, doblando a unas y triplicando a otras de sus hermanas regionales. Cierto que tampoco se pueden olvidar los años de la España emigrante y, sobre todo sus los habitantes de sus pueblos tomaban trenes con destino al próximo levante. Pero hoy hablamos de la capital. Quizá porque su crecimiento le venía desde la raíz histórica y su unión a la región murciana, su recuperación le fue más fácil y pronta que a las demás. Eso hizo que se convirtiera en la más poblada y vital de las cinco hoy capitales castellano-manchegas y que aún, cuando estos últimos años, por razones de ubicación en la administración política, como es el caso de Toledo, o en la asignación de otros factores de progreso, llámense AVE o la propia extensión de la Universidad, tal sucede con Ciudad Real, estas hayan crecido recientemente a un ritmo superior, pero sin llegar nunca a esa extensión demográfica a que hacemos referencia de principio.
Albacete capital continúa siendo la de mayor amplitud, la de calles más largas y la de mayor número de habitantes haciendo vida en las mismas. Se difundió no hace mucho tiempo la noticia de cómo a este respecto, aquel aumento acostumbrado en su crecer numérico anterior había soportado un cierto “parón”, pero que ya en el presente ha tomado su ritmo normal de crecimiento. Así cuando uno se desplaza a la Capital de la Llanura disfruta del vitalismo que es capaz de generar la fuerza de lo que podríamos llamar ciudades medias, donde es fácil lograr el equilibrio social que no se encuentra en las grandes urbes y se desconoce en los pueblos pequeños donde, si la calma nos puede conducir incluso al sosiego espiritual, también es cierto que se echan de menos los componentes que ciertas exigencias o motivaciones requieren en el actual modo de vida.
Hoy, cuando el turismo de nuestra región está principalmente motivado por su aportación cultural y artística, el viajero que llega a Albacete no sólo puede disfrutar de los siglos de historia que están representados en la arquitectura de sus piedras sino también del arte que suponen esas sus mismas piedras convertidas en ejemplos del mismo. Pasear por algunas de sus calles es recrear la vista con maravillosos edificios donde la piedra, el ladrillo, el mármol y el cristal combinan el atractivo que retiene la curiosidad más exigente y asombra a quien llega con ánimos de estéticos hallazgos.
Y no digamos quienes, en momentos de calurosos estíos llegan a su magnífico Parque y capaces son de paliar las furias de Febo bajo las sombras de su variada y corpulenta arboleda.
Es harto conocido por la gran mayoría de los pensantes que la afluencia del turista, unos atraídos por su historia, el arte y/o por la cercanía con Madrid, hoy por hoy, y desde largo tiempo, se la lleva Toledo. Aún así y dejando a un lado, como es obvio, cuanto de industria principal supone la fabricación de sus navajas, Albacete es el Museo que nos recuerda en sus ámbitos la fuerza de la pintura con los nutridos fondos de Benjamín Palencia como lo es en el conjunto de importantes piezas arqueológicas, sus muñecas de ámbar y marfil, piezas únicas, que llegan desde la necrópolis romana de Ontur; pero también es museo en la representatividad de buen número de sus calles y en el interior de algunas de sus casas, casonas, palacios, el casino y la propia catedral. Queda sobre ésta escrito que “Posee cuatro esbeltas columnas jónicas estriadas, sobre las que se apean las bóvedas barrocas construidas por Gregorio Días Palacios hacia el año 1690. Capillas de mérito, góticas con bóvedas estrelladas. En la Sacristía, una pila renacentista y cinco grisallas murales con escenas bíblicas”. También hay que ver su viejo Ayuntamiento, la
Casa del Hortelano, el Colegio Notarial, el antiguo Casino, las fuentes y monumentos del mencionado Parque… Hay que ir en su Feria de Septiembre, sus corridas de toros, comprobar el fervor popular que los albacetenses tienen para con su Virgen de los Llanos, fiesta declarada de interés turístico nacional. Hay que asistir al “Jueves Lardero”, jueves anterior a carnaval; disfrutar en éste su desfile de carrozas y el entierro de la sardina. Y, cómo no, saborear su gastronomía, nada lejos, es cierto, de la que suele imperar en el conjunto de Castilla-La Mancha, principalmente La Mancha de origen: Los gazpachos, con sus peculiares tortas, las migas y las gachas, el ajo de “mataero”, los guisos de caza, con especialidad de la perdiz, el atasca burras de sabroso bacalao, sus dulces de flores, los Suspiros y los Miguelitos, que pasean triunfales el nombre de La Roda… Hay que acercarse a Albacete, detenerse en ella y no tomarla de paso hacia la mar, incluso ahora cuando la cruzan veloces trenes y rápidos automóviles.
REVISTA LA ALCAZABA 47