JOSEFINA BEAUHARNAIS, EMPERATRIZ DE FRANCIA
María Lara
Cuando el 23 de junio 1763 nacía en la perla del Caribe Marie Josèphe Rose Tascher de la Pagerie ninguno del centenar de esclavos que trabajaba en la vasta hacienda familiar de la Martinica pudo imaginar que esa niña llegaría a emperatriz de los franceses. Tampoco que, al final de sus días, el repudio la alejaría del trono.
Educada en el colegio de monjas de la Providencia de Fort-Royal, a los 16 años, Rosa- nombre con el que era conocida en la infancia- llegó con su padre a París y, siguiendo la costumbre de la época de enlazar el poder adquisitivo de la alta burguesía con la rancia estirpe nobiliaria, el 13 de diciembre de 1779 la casaron con su paisano Alejandro (1760-1794), hijo del vizconde de Beauharnais. Con este señor estaba desposada Désirée, tía paterna de la muchacha.
El arraigo de la criolla en la isla era profundo, ya que Pierre Belait d’Esnambuc, el artífice de la primera colonia permanente en la isla en1635, fue su ancestro materno. Por su parte, los Beauharnais vivían en un antiguo vecindario de lujo, luego empobrecido, no muy lejos de los mercados cubiertos de París y de la entrada a la Corte de los Milagros, el enclave favorito de los limosneros y ladrones que, en unas décadas, popularizó el «Jorobado de Notre Dame» de
Víctor Hugo. El de Rosa y Alejandro fue un matrimonio carente de amor, lo cual no se impuso como óbice para que vinieran al mundo dos hijos: Eugenio y Hortensia.
Los numerosos viajes de Alejandro y sus romances provocaron la separación en 1783, iniciándose el litigio por la custodia de los vástagos. En cuatro años sólo habían estado juntos diez meses. Rosa regresó a las Antillas a fin de poner en orden la plantación. Allí recibiría las noticias de la Revolución Francesa (a la que llegó a comparar con los huracanes de su tierra) y asistiría a la sublevación de los esclavos de 1791. Mientras, su ex-marido, con el que recuperó la amistad, fue elegido diputado a los Estados Generales de 1789 y miembro de la Asamblea Constituyente, en la que apoyó la supresión de los privilegios feudales y de la que fue presidente en 1791, rango que también desempeñaría en la Sociedad de la Libertad de Estrasburgo, afiliada al
club de los jacobinos. Pero, como en tantos otros personajes, los ideales de la rebelión se volvieron en su contra ya que resultó guillotinado durante el período del Terror.
Recién instaurada la Primera República, los amplios contactos sociales le permitieron a Rosa conocer a Napoleón. Con treinta y un años, la joven viuda tenía un cuerpo menudo y esbelto, cabellos rizados de color castaño, pestañas largas y voz agradable, era pulcra, alegre y elegante, tan sólo evitaba reírse abiertamente para que se le vieran los dientes, dañados por
tomar tanta caña de azúcar. En una de las maravillosas fiestas que se organizaban al margen de las barricadas, el corso conoció a la dama americana y le cambió su nombre usual por el de Josefina. Barras, miembro
del Directorio, se preocupó de aproximarlos y, a pesar de que a la Beauharnais no parecía agradarle, así animaba aNapoleón a cortejarla: «Ella pertenece tanto al antiguo régimen (la monarquía) como al nuevo (la república). Le dará estabilidad y tiene el mejor salón de París».+
Ante las ausencias del nuevo esposo, Josefina aprovechó para mantener amantes, incluyendo a un teniente húsar llamado Hippolyte Charles. Los rumores de la infidelidad llegaron a oídos de Napoleón a través de sus hermanos y amigos. José Bonaparte ya había tratado de disuadirlo de la boda. Al regresar de la expedición a Egipto, expulsó a Josefina de su casa si bien él continuó con sus amoríos con la criada Elisabeth de Vaudey o con Pauline Bellisle Foures, conocida como la «Cleopatra de Napoleón».
Tras una reconciliación forzosa, a instancia del papa Pío VII que se negó a consagrarlos emperador y emperatriz si no se celebraba la ceremonia religiosa de matrimonio, Napoleón aceptó que, en la víspera del tal acontecimiento, el 1 de diciembre de 1804, fueran desposados ante Dios. La coronación no fue del agrado de la familia de Napoleón: su madre Letizia ni siquiera acudió y las hermanas, que no soportaban a su cuñada, tuvieron que llevar a disgusto la cola del vestido. En el cuadro de Jacques-Louis David apreciamos que Josefina se arrodilla ante Napoleón. No es el pontífice sino el estadista quien eleva la corona de Carlomagno para colocársela sobre las sienes.
Pero al no alumbrar más hijos, el segundo matrimonio de Josefina tuvo los días contados, además el conquistador de Francia rabiaba al ver que, en un año, era capaz de comprarse más de 500 pares de zapatos y de 900 guantes, derroche usual en las cortes de la época.
El divorcio, firmado el 10 de enero de 1810, fue el primero bajo el estrenado código y, al año siguiente, el emperador contrajo matrimonio con la archiduquesa María Luisa de Austria, hija de su rival Francisco I. El 20 de marzo de 1811 dio a luz a Napoleón II. No obstante, andando el tiempo, el hijo de Hortensia llegó a ser Napoleón III y, Josefina, la hija de Eugenio contrajo matrimonio con el rey Óscar I de Suecia.
En el castillo de Malmaison Josefina se dedicó a coleccionar flores exóticas, pinturas y momias. A su defunción, el 29 de mayo de 1814, cerca de 20.000 personas mostraron al féretro sus respetos. Napoleón recibió la noticia del óbito en su destierro en la isla de Elba y, para ella, fueron en Santa Helena sus últimas palabras: «Francia, el ejército, Josefina».
Revista 63
Me encantò este artìculo, claro y conciso.
Soy asidua lectora de la Revista, sus articulos son estupendos, variados, muy completos.Gracias por permitirnos, a travès de su lectura, acercarnos a la Historia, tema que me apasiona.
Edith, desde La Argentina!.-7