Ernesto Sábato |
La muerte de Ernesto Sábato, acaecida el 30 de abril de este año, ha sido para muchos de nosotros un hecho conmocionante, pese a lo avanzado de su edad que hacía esperable ese desenlace en cualquier momento. Además, su muerte ha puesto sobre el tapete largas y permanentes controversias sobre sus actuaciones y pronunciamientos a lo largo de los años. Él mismo dio lugar a esas controversias con su continuo trasvasar los límites de pertenencias políticas, con sus errores y retractaciones y su inocultable independencia de criterio. No es mi propósito entrar en esas discusiones mezquinas, que a mi juicio no opacan su calidad de escritor y pensador nacional, sino señalar que Sábato debe ser reconocido como un maestro, uno de los pocos que podemos reivindicar en estos tiempos oscuros.
*De la ciencia al arte
Ernesto Sábato ha reunido en su rica personalidad todas las facetas del hombre argentino, y lo mejor de su combate histórico y transhistórico. Su vida, relacionada con la ciencia, la literatura, la pintura, la filosofía, la política, ha sido la de un hombre que enfrentó su destino sin rehuir el trágico combate de la razón y la fe. Comprender, interpretar, optar, en una incesante tarea de conocimiento y compromiso, tal ha sido su trayectoria de pensador y escritor.
Su opción por el arte tiene un sentido filosófico que el novelista se ha encargado de desplegar a lo largo de su vida. Demasiado poco se lo ha estudiado, a mi juicio, desde el campo de la filosofía. Sábato se alejó del marxismo, del positivismo científico, del racionalismo filosófico y las distintas formas del idealismo, para preferir una filosofía existencial acorde con la interioridad desgarrada del hombre, y con el misterio real. El suyo es un humanismo de fondo religioso que se fue perfilando hacia la madurez como un humanismo cristiano.
Dos figuras se nos imponen en esta reflexión sobre Ernesto Sábato, figuras por las cuales ha mostrado gran atracción. Una es la de Leonardo da Vinci, sobre quien escribió un bellísimo ensayo. La otra es la de Pascal, místico, filósofo y matemático.
Le ha interesado bucear en el alma de Leonardo, imaginarse su temblor kierkegaardiano, el rostro oculto del ingeniero e investigador de la naturaleza. “Como científico –dice- se servía de la luminosa razón; como artista, exploraba un universo que únicamente puede indagarse con la intuición poética, oscura e inexplicable” (Apologías y rechazos, 1981). El mundo de Leonardo es el de la ciudad italiana en que comienza a imperar la perspectiva, la aritmética, el mundo de las finanzas, la ciencia física y anatómica, la mecánica, pero también la novela, la poesía, el retrato, las artes. “Ya cuando era estudiante –sigue Sábato- me subyugó el enigma de ese frecuentador de salones y morgues, por parecerme que revelaba el desgarramiento del hombre que pasa de las tinieblas a la luz más deslumbrante, del mundo nocturnal de los sueños al de las ideas claras, de la metafísica a la física”. (pág. 13)
En Leonardo, hombre de la Modernidad, Sábato ve prefigurado el drama filosófico de nuestro tiempo, visto en profundidad por los románticos. No en vano cita en este trabajo a dos precursores de la corriente romántica como lo son Giambattista Vico y Blaise Pascal. El primero habló de los corsi e ricorsi de la historia, contra la concepción lineal del progresismo, valorando la cultura de la periferia no europea. El segundo opuso a Descartes las raisons du coeur. Su Memorial contrapone el Dios de Abraham y de Jacob al Dios de los filósofos.
Cierto demonismo relaciona a Sábato con Leonardo; cierto ascetismo lo acerca a Pascal, sin confundirlo con su pesimismo jansenista. Su temperamento religioso, presente en todos sus libros, se mueve desde el ethos judío gravado por la culpa, hacia el horizonte evangélico, que aflora en breves momentos de paz y esperanza.
El arte le abrió a Sábato el camino de una sutil iniciación que lo convirtió en un buscador de lo Absoluto, no desde la pureza de la idea sino desde la dolorosa realidad de la vida concreta. Su moldeado fenomenológico lo ha emparentado con el existencialismo europeo, desde sus raíces en Dostoievski, Kierkegaard, Unamuno, hasta otros maestros del siglo Veinte como Sartre, Max Scheler, Martín Buber.
Uno y el universo (1945) es la primera manifestación de este cambio filosófico, que se traduce en interés por el hombre concreto, trágicamente abocado a su finitud en el tiempo. Las heladas verdades de la ciencia física, o la cartilla prejuiciosa de las ideologías, son desplazadas por el surgimiento de la conciencia despierta que inicia el descubrimiento de sí y el mundo. Sábato empieza a perfilarse como un surrealista, no por continuar una retórica sino por descubrir en la realidad otrora ajena y no-significante, la patencia de un sentido que se va revelando a la conciencia activa y receptiva. El surrealismo de Sábato, como el de otros escritores latinoamericanos, encierra la primacía de un humanismo ético.
*Crítica de la civilización fáustica
En Hombres y engranajes (1951) Sábato despliega una amplia reflexión sobre la Historia. En la línea de Husserl, Heidegger, Guardini, enjuicia duramente una dirección dominante de la Europa moderna que conduce al desencantamiento del mundo, la abolición del mito y el sentido, y finalmente, a la progresiva sustitución del hombre creador por un hombre desvitalizado, proclive a una existencia mecánica. La cultura científica y técnica, enjuiciada por artistas y pensadores europeos a partir del comienzo de la modernidad, y acentuadamente en el romanticismo, conforma una hybris o desmesura antropológica que va desechando como productos inservibles a las culturas periféricas. Todo ello es objeto de la reflexión apasionada de Ernesto Sábato, cada vez más enfrentada con la civilización que endiosó la máquina y el número.
Es, para el pensador argentino, el hombre-artista – el hombre despierto de la fenomenología existencial que hace del arte un camino en la formación de la persona – el que puede enfrentar esa maquinaria deshumanizante. Su libro Heterodoxia, (1953) lleva a primer plano a la mujer, considerándola protagonista innata de la cultura humanista, y proyectando la dialéctica de los sexos en una dialógica histórica y metafísica. La mujer, incorporada por la civilización industrial como unidad de producción sin aportes propios, o bien como sujeto-objeto que llega a ser protagonista y símbolo del consumo, revela ante Sábato su riqueza y potencialidad.
*El arte como vía de salvación
La creación ha sido para Sábato un acto de conocimiento y riesgo, que pasa por los filtros iniciáticos del auto-conocimiento, el descenso a los infiernos, la resurrección interior y la comprensión creciente del mundo a partir de haber dejado emerger al núcleo profundo de la personalidad. Subraya el desnudamiento del escritor genuino, que se expresa en las máscaras sucesivas de sus personajes.
El túnel (1948) es el fruto evidente de una crisis filosófica y existencial que ha sido profundizada hasta la exasperación, hasta convertirse en símbolo universal: expone al hombre moderno iconoclasta, tensionado entre el espíritu fáustico del conocimiento y el poder, y el sentido religioso subyacente en su propia cultura. Desde el punto de vista de su unidad estética y sugestión simbólica, considero a esta obra una extraordinaria nouvelle y no un libro primerizo.
Sobre héroes y tumbas (1961) enmarcó la aventura personal en un tiempoespacio histórico, la Argentina de la década del 50, en singular contrapunto con el pasado en que se gestan nuestras antinomias. Dobles internos, parejas opuestas, partidos enfrentados, juegan en el espacio novelístico que el escritor ofrecía como conjugación superadora de las oposiciones, apostando al destino nacional. Es la obra más esperanzada de Sábato, aquella en que el mal se revierte y ofrece gérmenes de salvación. Un Lavalle arrepentido viene del más allá para cerrar sus heridas. Su personaje Martín, transfigurado e instruido por humildes obreros (el camionero Bucich, Hortensia Paz, con la laminita del Corazón de Jesús en su modesto cuarto de doméstica) se presenta como símbolo de una Argentina en ascenso, que correspondía a la frustrada etapa de reconciliación nacional abierta por el gobierno de Arturo Frondizi.
En Abaddon el exterminador (1974) vuelve a imponerse la dimensión oscura de los tiempos, percibida desde un audaz desnudamiento del yo y de la sociedad, que deja apenas lugar a signos redentoristas, vagamente insinuados. Leída a la luz de esta convulsionada primera década de siglo la obra adquiere extraordinaria profundidad ética, videncial y apocalíptica.
No he comentado, por falta de espacio, muchos otros textos, intervenciones y actitudes de Ernesto Sábato que lo convierten en un luchador infatigable por la justicia y la cultura. Hace años me tocó compilar y prologar algunos trabajos suyos inéditos o leídos en diversas ocasiones (Sábato: La robotización del hombre y otras páginas, CEAL, Buenos Aires, 1981). Volví a constatar, como ahora lo hago, sus grandes temas: su valoración de la conciencia ampliada por el trabajo interior y la liberación de los prejuicios; su defensa de la cultura nacional sin cerrazones puramente folklóricas; su amor por el tango; su escucha de los pensadores humanistas; su crítica a la mecanización de la vida y la trivialización de la cultura, así como su denuncia del falso progresismo al que no vacila en calificar de reaccionario, y de las falacias de la civilización pos-industrial con sus señuelos de eficacia técnica y su creciente empobrecimiento de la educación.