Ubicada a una calle del esplendoroso zócalo de Puebla, el Templo del Espíritu Santo, mejor conocida como la Iglesia de la Compañía, cuyo título hace referencia a la Compañía de Jesús, orden llegada a Puebla en 1578. Años más tarde, en 1583 y ya bien asentados en la Angelópolis, levantaron el citado templo en toda una manzana, parte de la cual fue dedicada a colegio -el Colegio del Espíritu Santo- comprando en 1588 la casa de enfrente con el fin hacer una plazuela cerrando la calle, tal y como se hizo y existe hasta el presente.
Cómo olvidar ese hermoso templo de La Compañía, si de él brotara nuestra Alma Mater, la hoy Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Precisamente ahí, entrando a la derecha, estaba la prepa. En la misma planta baja, el Aula Magna, terror de quienes terminaban pues era ahí en donde se realizaban los exámenes profesionales. Arriba, la Rectoría y las oficinas administrativas.
Fue la Iglesia de la Compañía también refugio de aquella hermosa mujer llegada de la China y que se ganara el cariño de los angelopolitanos por su bondad y apego con los necesitados, Doña Catalina de San Juan, la China Poblana.
Púlpito de la Campaña |
Una compilación de Marko Castillo nos cuenta que en la Iglesia, cerca de la puerta que comunica el presbiterio con la sacristía, hay empotrada en la pared una lápida que señala el lugar donde fueron enterrados los restos mortales de Catarina de San Juan. En 1907, existía una calle llamada De las Chinitas, donde Mirnha vivió.
Cuentan viejos cronistas que en el año 1609, nació en la ciudad de Indra Prastha una princesa llamada Mirnha, de la estirpe de los mongoles de la India Oriental. Al huir de los turcos, la familia llegó a la costa, donde arribaron los portugueses dedicados al tráfico de esclavos. Mirnha era de color casi blanco, cabellos claros, frente espaciosa, ojos vivos, nariz bien delineada y garboso andar. Un día, la princesa paseaba por la playa, en compañía de un hermano menor, fue hecha prisionera y llevada a Cochín, para después ser enviada a Manila, en las Islas Filipinas.
El marqués de Gálvez, entonces virrey de México, encargó al gobernador de Manila la compra «de esclavas de buen parecer y gracia para el ministerio de su palacio». Trató de adquirir a Mirnha, pero el mercader tenía el encargo anterior del capitán Miguel de Sosa y de su esposa, doña Margarita de Chávez. «La chinita», fue sigilosamente embarcada para la Nueva España en 1620. Para ser entregada al matrimonio que la recibió en México.
En el primer tercio del siglo XVII llegó al puerto de Acapulco, en la Nao de China. La esclava oriental portaba una rara indumentaria, compuesta por una camisa con ricos bordados, un zagalejo de brillantes colores, con lentejuelas, unas chancletas de seda y largas trenzas. Era la primera vez que una mujer de rasgos orientales llegaba a Acapulco y su vestimenta despertó la curiosidad de los concurrentes a la feria que se celebraba a la llegada de la Nao. La gente se preguntaba cómo había llegado a México aquella «China», como la llamaron de inmediato; sin tomar en cuenta su origen hindú.
Vestido de China poblana |
Sus dueños en Puebla bautizaron a la recién llegada en la iglesia del Santo Ángel de Analco con el nombre de Catarina de San Juan. Se educó cristianamente y más que sirvienta, la vieron en todas partes como miembro de la familia Sosa. Casó con un esclavo de origen chino, Domingo Suárez, con el cual se rehusó a hacer vida marital. Con sus padres adoptivos seguía luciendo sus raros ropajes, que mezcló con los indígenas, dando nacimiento al traje típico de la China Poblana, como dio en llamarle la gente, hasta que por fin ingresó al convento de Santa Catalina en donde logró fama de Santa.
En torno al vestido de la china poblana se conocen legendarias historias. Catarina de San Juan vistió siempre trajes parecidos a los de la actual “China Poblana”, por lo que se identificaba con las indias de la región y a la vez recordaba sus trajes orientales. Evocando sus atuendos cortesanos, la princesa copia el enredo confeccionado con dos piezas de tela de contrastados tonos, para convertirlo en la falda europea, amplia y con los bajos en picos, bordada de lentejuelas y chaquira. El huipil, en la camisa española también bordada. La faja o chincuete en el rebozo suelto, sobre los hombros y los brazos. Los colores verde, blanco y rojo fueron adoptados más tarde, de la Bandera Nacional, una vez que México alcanzó su independencia en el siglo XIX. Más que oriental, el traje de China Poblana es mestizo mexicano y habla claro de la fusión de las culturas indígena y española, que cuajó en multitud de obras de gran belleza
El atuendo tradicional de la “China Poblana” se compone esencialmente de rebozo, blusa zagalejo y zapatillas. El rebozo más apropiado es el llamado de bolita en colores palomo y coyote. La blusa lleva bordados de chaquira en vivos colores y es de manga corta. El castor o sea la falda, consta de dos secciones: la superior, de unos 25 cm. aproximadamente, de percal o de seda verde, de igual matiz que la pretina. La inferior recamada de bordados realizados en lentejuela y chaquira en forma de flores, aves y mariposas multicolores. El peinado de dos trenzas, con raya en medio, lo rematan moños de listón de los mismos colores del ceñidor. Lleva arracadas o zarcillos; en el cuello, gargantilla de corales. En algunos casos se usa con sombrero jarano, discretamente adornado con barbiquejo de gamuza o de cinta de popotillo. Las zapatillas son forradas en seda verde o roja.
Muchos consideran que la leyenda de la “China Poblana” no pasa de ser eso; leyenda. Pero la tradición ha dejado el traje, que sigue siendo usado a través de los siglos por las mujeres mexicanas.
Francisco R. Escudero, célebre historiador mexicano originario de Acapulco, señala que toda una controversia ha originado la idea del gobierno de México, de representar a una pareja nacional con trajes típicos mexicanos, eligiendo el famoso vestido de “China Poblana” para ella y el “Traje de Charro” para él como su compañero. Paco Escudero señala enfático –y con razón- que la diferencia es notoria pues, mientras el traje de “china” representaba a la mujer humilde y pobre, el traje de Charro representa al hacendado cuya vestimenta ostenta botonadura de plata y demás adornos que estaban y están muy lejos del alcance del campesino humilde. En realidad, el compañero de la “China”, como podemos observar en innumerables grabados de la época, fue el “Chinaco”.
Como quiera que haya sido, hay que señalar que “chinas” las hubo y las hay en otras partes de México e incluso de América Latina, sigue diciendo Escudero. En México, por ejemplo las “Chinas oaxaqueñas”, son las bailarinas del Jarabe del Valle, que representa a los valles centrales de Oaxaca en la Guelaguetza. La indumentaria de las Chinas oaxaqueñas sólo se distingue de aquella de las “Chinas poblanas” en que la falda no está bordada con chaquiras y lentejuelas. En el mismo estado de Puebla, las “Chinas atlisquenses” son otros personajes del folclor local que participan en el festival cultural Huey Atlixcayotl de la ciudad de Atlixco. Con el nombre de “Chinos” se les llama en general a las clases populares del Perú y “Chinas” fueron también las mujeres de los Gauchos Uruguayos y Argentinos y los Huasos Chilenos.
Los arcos, enmarcan un lujoso enrejado de herrería artística y el retablo con las esculturas de los doce apóstoles. En la sacristía se conserva la pintura de José Carnero: El Triunfo de la Fe.
Esta es una más de las Casas de Mi Padre.
Tomado del libro Las Casas de Mi Padre, del Dr. Fco. Xavier Ramírez S. Editorial Sagitario. 2005
*El Dr. Fco. Xavier Ramírez S. es autor de una treintena de obras, es Coordinador para Iberoamérica de la Sociedad Académica de Historiadores, y Presidente Académico de la Academia Latinoamericana de Literatura Moderna.