Hace cientos de años, Guarco era la capital de Chuqi Manco. Allí donde aparecieron los primeros agricultores peruanos enredados en Chilca como ese habitante cuya génesis habitacional provocaría la transición incipiente de cazador a pescador, de recolector a agricultor, confabulando su hábitat entre las culturas Chapín y Tihuanaco.
Todo arreciaba entre la gran selva cruzada por el agua de sus numerosos ríos y manantiales. Al lado de las pircas como paredes tapiales, se alimentaban de pallares, calabazas, yuca, pescado y mariscos, como el manjar del divino especiero de la universalidad.
Pero la historia que es sabia nos habla de grandes gestas con grandes héroes. Sin que uno pueda servir de ejemplo al otro, la figura del cacique Chuquimanco impregnaba toda la amplia diversidad de un paisaje natural de ensueño social. Tal vez en el valle del Huayco donde se elevase la gran fortaleza de Ungará es donde crece la historia de un pueblo grande, frente a la magnitud de un espacio inmenso que querían dominar los Incas. Su resistencia tenaz les hizo universales pues la creación del Gran Chimú por aquel Gran Lanza fue la primera gesta de lo que luego debía de ser la identidad de un gran pueblo, de una inmensa comarca en el Perú virreinal.
Y toda esa historia profunda, inmensa en sus conceptos definitorios abrirá al mundo un complejo de espacios arquitectónicos arqueológicos de considerables proporciones en todo lo que hoy llamamos el territorio cañetano como esa muestra objetiva de autonomías logradas por aquellos pequeños reinos que luego, pasarían a depender directamente de Cuzco.
Esa es la grandeza de un origen. Más luego, el tiempo definirá la identidad de un pueblo, el cañetano, nacido en el siglo XVI cuando un mandato real se concretase, transitando por un largo recorrido geográfico y cronológico. Es un 10 de agosto de 1555 cuando el Emperador Carlos V, desde Bruselas, eligiese a Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete en España y Guarda Mayor de la ciudad de Cuenca en Castilla, como virrey del Perú otorgándole poder para el gobierno y defensa de todas las provincias que, por entonces, conformaban aquel vasto territorio, ennobleciendo con privilegios, decretos y leyes, la gratificante labor de fundar villas nuevas.
El virrey cañetero y no cañetano, se hizo cargo del territorio que recientemente había sido pacificado y se encaminó a ejecutar la orden de la fundación de la villa. Así se hizo el 29 de junio de 1556 ejecutado por medio de un pregón real de su majestad en la plaza de armas de Lima, ya fundada, por el pregonero negro Andrés de Frías.
Así, en el valle del Guarco nacería Cañete, una villa que se fundó con “el privilegio de horca, picota y jurisdicción civil y criminal”, situada a veinte leguas de la ciudad de los Reyes y donde había puerto de mar y tierras a disposición de todos.
El fundador fue el capitán Jerónimo de Zurbano, escogiendo el lugar más conveniente, trazando la villa y dando información puntual de cada paso que ejecutara. Se fundó en el lugar llamado “Coladas” y según se recogía en el documento:
“…en la costa de la mar en el dicho valle en el camino real que viene de la ciudad de los Reyes y a media legua del Puerto de la Fortaleza, por ser sitio al parecer sano y airoso y llano y que contiene en sí las calidades que se requieren la que mediante Dios Nuestro Señor; vaya siempre en aumento la población en él se hiciere…”
La Villa de Santa María que debía de fundarse en Coladas al dársele “horca y picota”, ésta se ubicó en la Plaza Principal o Plaza Mayor, estando en “una cuadra de la propia plaza los cuatro solares en redondo para que se hiciera la iglesia y cementerio y una huerta para el cura que allí residiere y de manera que no quede ningún solar pegado al templo”.
Luego dos solares más para las casas del Cabildo y cárcel pública, separada de la iglesia, protegiendo la ciudad con nombre y advocación de Santa María, cuya fecha de celebración debía ser el 8 de septiembre, igual que sucedía en la patrona de su marquesado, el Cañete de Cuenca, cuya Virgen de la Zarza se conmemora el mismo 8 de septiembre, año tras año.
El Virrey quería dejar la huella de la capital de su marquesado, el Cañete de Castilla, un pequeño lugar de la Serranía de Cuenca, envuelto de murallas medievales, con una magna fortaleza en lo alto de un escarpe rocoso y con una plaza porticada medieval, construida por sus marqueses en el siglo XV. Por eso, arreció con fuerza a sus arquitectos para hacer plaza principal y, radialmente, sacar las calles con sus “cuadras” para habitarla con su gente. Debía de llamarse Cañete y así se le puso.
En el sector del “Guarco”, pueblo de indios, en nombre del rey Carlos V y del Virrey Andrés Hurtado de Mendoza, el capitán Jerónimo de Zurbano, después de señalar la plaza, indicó el edificio de la iglesia tomando en sus manos y besando una cruz, puso la primera piedra en los maderos en señal de posesión de su Majestad en estos reinos. Haciendo el ceremonial de fundación, empezando por el trozo del templo, el reverendo padre Fray Juan de Aguilera, “comisario susodicho” que estaba presente, se vistió para bendecir la iglesia y realzar las ceremonias episcopales necesarias y acostumbradas para tales actos por virtud y en nombre del Papa León X.
Fue creado después el corregimiento de Cañete con los valles de Chilca, Mala, Asia, Cañete y Chincha. En 1578 se produjo un terremoto que obligaría a abandonar a sus moradores y luego por el saqueo del pirata Francis Drake.
Establecidos sus moradores en el “Cerro de Oro” o “Cerro de las Sepulturas”, la población permanecería hasta 1581, excepto los franciscanos que siguieron en el lugar primitivo. Después se trasladaría la población al llamado “Cerro de los Celosos” donde empezaría a poblarse con el nombre de San Vicente, nombre que mantiene actualmente. La de Cañete recibiría el nombre de pueblo viejo y la de San Vicente el de pueblo nuevo, cuya ciudad es hoy la capital de la provincia de Cañete en la región de Lima.
Después de su fundación como ciudad y conformada como colonia de la corona española surgieron numerosas haciendas que trajeron muchos esclavos africanos para trabajar en las plantaciones. Esta numerosa población se estableció en todo el valle de Cañete, departamento de Lima, ubicado a orillas del río del mismo nombre, río Cañete, y a 144 kilómetros de la capital. Su lema es “Cañete, valle bendito y productivo”, sinónimo de su excelente calidad en el cultivo, donde el algodón era la plata reina. Durante todo el periodo colonial se obtuvo una mezcla de razas definitoria de toda la zona, abundando la población negra que le marcaría su identidad. Al abolirse la esclavitud en el año 1854 fueron reemplazados por una amplia comunidad china, quienes construirían una casa que actualmente es conocida como la Casa de la Colina China y que está ubicada en el distrito de San Luis.
Desde el siglo XIX la evolución de esta región ha estado vinculada siempre a su producción agraria con grandes haciendas propiedad de familias de antiguo linaje. Destacan las casas haciendas Gómez, llamada hoy Castillo Unanue, al ser construida por el hijo de Hipólito Unanue en 1843; la casa hacienda Arona; la casa hacienda Montalván, lugar donde residiera el presidente O, Higgins; la hacienda Hualcará reconocida por sus reses bravas y cuna de “Lolo” Fernández, y la hacienda la Quebrada, famosa por la devoción que se profesa a Santa Ifigenia, patrona del Arte Negro Peruano.
Y aquí quería llegar yo.
Los numerosos esclavos africanos llegados en la época colonial aportaron sus típicas costumbres al folclore de la zona.
Tal es así, que los afroperuanos de Cañete contribuirían a la definición de la peruanidad. Su aporte costumbrista, folclórico y lingüístico es amplio e insustituible. Bailes como el toro mata, el ingá, el festejo o el tradicional zapateo negro que llevaban practicándose en festividades familiares son parte medular de la identidad nacional.
Actualmente y desde el año 1971, año internacional de la lucha contra el racismo y la Discriminación racial, la ONU, quiso extender este mensaje por todo el mundo. Cañete, mezcla de razas y donde la población negra era mayoritaria se apresuró a crear el I festival del llamado Arte Negro, creando con ello, una forma de rescatar y preservar el folclore de la presencia negra en el Perú.
Aquellos años del siglo XX serían decisivos para su acontecer. Eran herederos del movimiento que en 1956 generaron un espectáculo increíble llamado “Estampas de Pancho Fierro” que hizo vibrar a toda la provincia con voces maravillosas al compás de las danzas en una escenografía oscura donde los machetes provocaban las chispas de la pasión, mientras los cajones, cajitas y cajuelas contagiaban de este ritmo negroide a todos cuantos les observaban.
Ahí empezaba lo que se gestaría como el Arte Negro de Perú. Una Asociación llamada “Perú Negro” integrada por brillantes jóvenes amantes del movimiento negro-peruano bajo la dirección del gran Ronaldo Campos, provocarían el primer encuentro Latinoamericano de Folclore en Argentina en el año 1969.
Pero será ese 1971 el año clave para el Arte Negro de Perú. El 29 de agosto, se realizarían el primero de sus encuentros y fue precisamente en este evento, en el que Cañete se convertiría en “Vitrina nacional” para lucir en ellas las delegaciones folclóricas de Lima, Chancay, Chincha, El Carmen y Cañete, convirtiéndose a partir de ese año en la capital de este significativo Arte, donde confluyen la cultura y la belleza femenina de todos los pueblos negros de Perú.
De los instrumentos musicales, aunque se ha extinguido el tambor de botija, se han quedado otros muchos para el deleite de percusionistas, tales como la cajita, la quijada de burro, los palillos y el cajón. Entre los exponentes del pueblo de San Luis, lugar más identificado con el llamado Arte Negro Peruano, destacará su fundador, Ronaldo Campos, el cantautor y músico Caitro Soto, el cantante Manuel Donayre, la percusionista Martha Panchano y el guitarrista Santiago Coco Linares.
Entre los personajes que podríamos destacar por su participación directa y ser, además, los precursores y mantenedores del mismo, nos encontramos a:
– Óscar Pisconti, coordinador del elenco artístico de San Vicente de Cañete.
– Román Fernández, fundador y ex -director del “Cañete Negro”
Santiago “Mafafa” Manzo, Director y fundador del grupo “Así es San Luis”.
– Víctor Mendieta, Gustavo Falconi y Pedro Fernández, personas que han coordinado los diferentes festivales.
Santa Ifigenia, protectora del Arte Negro, es venerada por toda la comarca. La efigie de esta santa fue traída desde África y estuvo oculta desde muchos años durante la esclavitud, hasta que salió a la luz a partir de su abolición.
Mayo es el mes de la Madre del Amor Hermoso, el 12 de agosto el día del Arte Negro y en octubre se venera el Señor de los Milagros.
Tal vez nos queda, entre la humedad y la ausencia de precipitaciones de su clima, saborear su gastronomía peculiar. Todos recordamos los potajes sabrosos traídos desde España en la época colonial, para combinarlos con los exquisitos platos preparados en ollas de barro en cocina de leña, tales como los Camarones, sopa chola, pachamanca a la piedra, cebiche, arroz con pato, tamales, chicharrones, adobo de cerdo, carapulcra, cuyés, conejos y los frejoles con tuca, tal vez el plato más auténticamente cañetano.
Pero al acabar una buena comida, no debemos de dejar el “turrón de doña Pepa”, tradicional dulce de esta zona que se suele preparar en la procesión del Señor de los Milagros, creación de Josefa Marmallino, aquella famosa esclava del Cañete colonial que bien agradecida al Cristo por su curación, elaboró hace más de trescientos años.
Pero amigos, Cañete y su comarca es especial en muchas cosas. No solo en el carácter de aquellas gentes, abiertas a la hospitalidad desde antaño, sino que saben desgranar su corazón con el que allí llega y bailan al son de sus miradas, invitándoles a su participación y haciéndoles coparticipes del buen pisco, el mejor de todo Perú, en todas sus variedades: aromático, Italia, Borgoña, Moscatel, el vino manzanilla, semiseco, arrope y borgoñón.
Las condiciones del valle de Cañete, situado entre los 550 y los 650 metros de altitud, generan un clima especial para ese tiempo cálido, benigno, seco y soleado permanentemente, provocando con ello el calentar la uva cuando está madura, siendo este detalle, lo suficiente especial para enriquecer ese mosto de uva tan afamado.
El Cañete de Hurtado de Mendoza y de Zurbano, sirvió para crear una estirpe de hombres valientes y amables, a la vez, con Juan de Aguilera, Diego Díaz, Joan Martínez Tinoco y Martín López Salguero, mezclando su sangre y color en la contemporaneidad, con Arturo “Zambo” Calero, Amador Ballumbrosio, Cecilia Barranza, Rosa Flor, Guajaja, Marco Romero y todo el Perú Negro.
Una gran comarca que no deberían de dejar de visitar. Bello Cañete de Perú, cuna del Arte Negro peruano.
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