Desapercibido, o casi desapercibido ha transcurrido y está transcurriendo este 2014 como centenario del nacimiento de quien fuera en vida uno de los poetas más representativos de su generación. Al poeta José García Nieto se le dio el último adiós con el también último día del mes más corto del año. Vivió durante ochenta y siete años (Oviedo 1914- Madrid, febrero, 2001), fue una persona con gran representación en las letras de España y tuvo asimismo un intenso, fecundo y respetable quehacer lírico, siendo uno de los poetas que más crecieron en nombre y obra en los años de posguerra y bastantes después.
Una larga enfermedad le sumió en el silencio de sus últimos años, pues incluso el Premio Cervantes le llegó tras un relajado mutismo de los medios y cuando el mal le mordía con fuerza. Y, lo que es peor, cuando cierto distanciamiento imperaba en su persona por parte de algunos de sus amigos. Así es de ingrata la vida y así resulta el comportamiento social en buen número de los seres humanos en cuanto el amigo o el conocido deja de ser, digamos, influyente.
Nacido en la capital asturiana, vivió parte de su infancia en Soria y Zamora, y posteriormente en Toledo, trasladándose a Madrid con quince años, donde pasó la guerra. Estudió Matemáticas Superiores y Periodismo, en cuya profesión ejerció activamente, si bien el reconocimiento de la calidad y cualidad llegaría a su nombre por el ejercicio poético. Fue creador e impulsor, entre otros con Pedro de Lorenzo, de lo que se llamó “Juventud Creadora” y del grupo o movimiento “Garcilasista”, etiqueta que siempre llevaría como definitoria de su poesía, aun cuando ésta haya sido muy variada y lograra un alcance en su publicación que superara la treintena de volúmenes y el mundo de su creatividad se extendiera a terrenos del cuento, la novela, el ensayo y artículos periodísticos, así como en sus espacios de radio y TV, amén de su labor de académico.
En 1943 funda y dirige la Revista “Garcilaso”, a la que seguiría en dirección “Acanto”, “Mundo Hispánico”, “Poesía Española”, luego “Poesía Hispánica”. Académico de la Real de la Lengua Española, lo sería antes de la Real de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, Miembro Numerario del Instituto de Estudios Madrileños y Socio de Honor del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Además del ya mencionado premio Cervantes, fue en dos ocasiones Premio Nacional; consiguiendo asimismo el “Garcilaso”, con su libro Tregua, el “Fastenrath” de la Real Academia Española, El “Ciudad de Barcelona”, El “Francisco de Quevedo”, del Ayuntamiento de Madrid, el “Boscán”, etc.
A pesar de este extenso currículum, me contaba una vez un amigo común la anécdota que les había sucedido con una tercera persona que él consideraba de cierta cultura, cuando ambos transitaban por una calle madrileña y se encontraron con una señora bastante amiga de nuestro amigo a quien éste presentó a García Nieto como el excelente poeta y escritor que era, si bien todavía no había sido nombrado Académico de la Real ni conseguido el Cervantes. “Ah, sí -dijo la señora-, alguna vez he visto su firma los periódicos”. Con la gran educación que siempre mostraba, calló García Nieto en aquel momento; pero una vez nuevamente solos, le dijo a nuestro amigo: “Pásate la vida escribiendo y ten publicados treinta libros, para que luego quienes crees medianamente culto sólo te hayan leído en un artículo”.
Conocí a José García Nieto en los primeros años de la década de los sesenta. Yo acababa de publicar (1962) “Profecías de la guerra”, y alguien se ocupó en difundir un comentario favorable sobre el mismo en un programa de poesía que él llevaba en Radio Nacional de España, acogiendo y publicando luego otra nueva reseña en “Poesía Española”, Revista, también oficial, que ya hemos dicho dirigía el propio García Nieto. Esto me valió para escribirle unas letras de agradecimiento y concertar más tarde una entrevista. Yo venía desde la bisoñez de un poeta que hacía sus primeras armas líricas y él era ya alguien de crecido y prestigiado nombre, era, si se me permite la expresión y pensando en aquel tiempo, uno de los “poetas oficiales del franquismos”. No obstante, yo, con mi breve oficio y sin ser nada oficial ni oficialista, fui bien acogido en las páginas de su Revista y en la atención de su persona. Pude, en todo momento, comprobar la generosidad de García Nieto para con la juventud que se acercaba a las páginas de Poesía Española y a su persona como poeta, viniera aquél de la ideología que viniera.
Nunca visité su casa, porque nuestra relación no llegó a tales extremos. Sí nos encontrábamos en lo que, a la sazón, era el Instituto de Cultura Hispánica, en la tertulia hispanoamericana que dirigía Rafael Montesinos, como nos vimos igualmente en la del Ateneo, que llevaba José Hierro, y lo hiciéramos casualmente en cualquier otra tertulia poética de alto nivel, donde él acudía con su prestigio y yo acercando mis primeros pasos de poeta.
La última vez que vi a José García Nieto fue en el Centro Cultural de la Villa, en los bajos de Colón, con motivo de la presentación de su, creo en vida y hasta aquel momento, última Antología Poética. Ya no estaba el hombre con tan buena salud como para recibir el saludo y el apretón de manos de los trescientos amigos o conocidos que asistimos al acto, ni menos como para hacerle, como algunos le hacían, firmar ejemplares de su obra. Como tantos de aquellos oyentes intenté acerarme a su persona, pero según iba llegando a la mesa donde se encontraba, decidí, como otros, que lo mejor era alejarnos y librarle del cansancio que le íbamos a proporcionar con nuestras palabras, todas prácticamente iguales y monótonas. No sé si hice o no bien.
Ahora, hace unos meses, y envuelto en el casi silencio con el que se ha venido desarrollando este 2014 el centenario del nacimiento de José García Nieto, me llegó a casa una invitación para un acto homenaje que desde su Fundación se le rendía en el Instituto Cervantes madrileño, de igual modo que hemos podido ver parte de esa mínima parte que algún periódico o revista publicó en su memoria y por la efeméride; pero esto es una nimiedad, no representa nada para con la difusión y prestigio que en su día tuvo el nombre y la obra de José García Nieto, y que, ideologías aparte, opino se merece. Claro que esto también ocurrió en su día con otros poetas colaboradores o pertenecientes al régimen anterior, lo que puede hacer pensar a no pocos, que la derecha los utiliza en su momento y los abandona más tarde. Quizá por ello, y bien merecido lo tienen, marchan hacia la eternidad poética nombres como los de Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández, por ceñirnos sólo al ámbito nacional y a nuestras últimas generaciones, mientras otros, con méritos suficientes, son olvidados, o casi olvidados, por quienes deberían recordarle al futuro algunos de los poetas que militaron en la derecha. El buen verso nunca debe ser culpable de resultados ideológicos. Y si puede asignársele alguna parcela política a mi poética, jamás admitiré que sea la franquista. Muy distinta es la estética humana.
POEMAS DE JOSÉ GARCÍA NIETO
La partida
Contigo, mano a mano. Y no retiro
la postura, Señor. Jugamos fuerte.
Empeñada partida en que la muerte
será baza final. Apuesto. Miro
tus cartas, y me ganas siempre. Tiro
las mías. Das de nuevo. Quiero hacerte
trampas. Y no es posible. Clara suerte
tienes, contrario en el que tanto admiro.
Pierdo mucho, Señor. Y apenas queda
tiempo para el desquite. Haz Tú que pueda
igualar todavía. Si mi parte
no basta ya por pobre y mal jugada,
si de tanto caudal no queda nada,
ámame más, Señor, para ganarte.
La puerta
Golpeo ahora
-y nadie dentro-
con los nudillos
hasta hacerme sangre
-y nadie dentro-
en estas puertas donde sé
-¡con qué certeza!-
que estuvo la ternura,
que estuviste tú, amor,
zaguán de sombra, renovada lumbre,
con el vestido aquel de cada día,
distinto siempre,
y suave, entero, con la luz tejido.
Nada me importa que ese árbol,
que ahora se muestra en una frontera
inalcanzable,
no tuviera ese sabor que hoy siento,
añoro.
Lo que yo busco, vive
porque está en mi deseo,
y ese deseo sé que es mío, tanto
como lo perdí,
que no me pertenece,
que no puede esperar el desterrado.
Golpeo, y no contestan las cosas.
Y estaban. Aquí estábais, labios,
días, miedos y posesiones
fugaces, y extremadas razones, presas
de la inquietud.
Abra
quien abra,
responda quien responda,
sé que nunca será aquella voz,
aquella la acogida
por donde todo el día me anegaba
triunfando.
Sé que otra mano tomará aquel pomo
de la puerta, otra voz
-que yo querré encontrar en la memoria-
dirá: «Pasa aunque es tarde…»
Y entraré en la penumbra
-¿no dije antes que en la luz?-
doblando un poco el cuerpo
para que no se rompa del todo
la estrecha división de lo esperado
tanto tiempo.
Abra
quien abra,
pecho mío, ciego de incertidumbre,
sabio y caliente del refugio probado,
te precipitarás, porque la noche, fuera,
o el cegador día del que ahora vienes,
te habrán herido entre las ruinas
de la ciudadela abandonada.
Abra
quien abra,
golpeo, porque el brazo
tiene ya la costumbre mendicante
que le ha dado el amor.
Los herrajes hermosos,
la brillante fimbria de la puerta,
el asidero dulce del aldabón,
como un hombro desnudo,
salen al paso del mendigo, alargan
la conocida calle del deseo.
Puertas y puertas. Puertas.
Abra quien abra.
Llaman los puños apretados,
y aúlla, como un viento desconocido,
nuestra doliente voz
en la nevada calle
que se va prolongando hasta la muerte
con sus puertas cerradas.
La tarea
Qué esfuerzos por ser hombre, qué trabajo forzado
por hacer este torpe varón que, apenas hecho,
se vio imperfecto y débil, por la pasión deshecho,
y herido a cada paso del camino empezado.
¿Por qué siguió? , decidme. ¿Por qué seguí?
¿He andado
lo suficiente fuera? Porque, dentro del pecho,
yo sé bien qué carreras, qué saltos hasta el techo
del alma- ¡oh, saltimbanqui de soledad!-h e dado.
Cuando la obra estuvo casi hecha: un remedo
de música, de sueño, de defensa, de miedo,
se vino abajo todo lo que se alzó conmigo.
Cuando se miró el hombre para ver dónde estaba,
vio tendida hacia el viento su mano de mendigo,
y en ella, una moneda que ya nadie tomaba.
Lastres
Canta el mar a mis pies, canta y resuena,
y dice su mensaje apresurado
hasta escalar la soledad del prado
donde otra playa de verdor se estrena.
Se ve en la hondura el oro de la arena,
la sangre de la ola, en el tejado,
ya allá, el azul del cielo, traspasado
por la niebla que al monte se encadena.
Amor del que nací, vuelve y empieza
de nuevo donde surge la belleza
y hace jugoso todo cuanto toca.
Corazón enredado, sal si puedes,
o besa entre los hilos de estas redes
la misma sal de aquella antigua boca.
Madrigal
Porque te hice de la nada,
de la sorpresa y el deseo,
de la carne de las palabras
y con la forma de los sueños,
y porque sólo una mirada,
sólo un temblor entre mis dedos
eres, y por mis labios pasas
dándole alivio a mi destierro,
en la alta noche me amenazan
tus vecindades tan sin peso;
la soledad cerca mi alma;
hombre de barro soy y temo.
Llega la estrella a mi ventana.
Como te hice te recuerdo.
Duermes. Yo soy el que te canta,
hacia la muerte, con el viento.
Mis ojos van por estos árboles…
Mis ojos van por estos árboles,
pájaros tristes del otoño,
desalentados, con memoria
de los verdores más remotos.
Dudan, avanzan, se confunden
entre los círculos de oro;
llegan ahora hasta las últimas
galerías del cielo absorto
para caer precipitados
en el camino frío y hondo;
llevan las alas malheridas
por un antiguo, oscuro plomo.
¿Dónde estarán aquellas sedas
de ayer, aquel aire sonoro?
¿La vecindad de aquellos nidos,
su humilde y delicado trono?
Sé que vendrán miradas, aves,
cuando yo sea sombra sólo
y buscarán entre las ramas
la antigua herida de mis ojos.
¿Hacia qué amor irá la noche?
¿qué luz tendrá la tarde? ¿cómo
caerán entonces en mis techos
las hojas muertas del otoño?
Mujer, quiero ya huir, quiero sentirte…
Mujer, quiero ya huir, quiero sentirte
tan distinta, distante, adivinada,
que el tacto sea ajeno a la llegada
y aun el sueño incapaz para fingirte.
Tan lejos que no pueda orarte, herirte
-blanco de mi plegaria y mi lanzada-;
que seamos, tú, carne en ala alzada,
y yo, babel de amor por conseguirte.
¿No ves que a este velarte y revelarte
se sublevan mis brazos maniatados
en el deleite o cruz de tu presencia?
Sombra me alcanza ya de no alcanzarte.
y tengo verso y sangre preparados
para vivir la muerte de tu ausencia.
No sé si soy así ni si me llamo…
No sé si soy así ni si me llamo
así como me llaman diariamente;
sé que de amor me lleno dulcemente
y en voz a borbotones me derramo.
Lluvia sin ocasión, huerto sin amo
donde el fruto se cae sobradamente
y donde miel y tierra, juntamente,
suben a mi garganta, tramo a tramo.
Suben y ya no sé donde coincide
mi angustia con mi júbilo, ordenando
esta razón sonora y sucesiva.
Y estoy condecorado, aunque lo olvide,
por un antiguo nombre en que cantando
voy a mi soledad definitiva.
Oferta
Voy hacia ti, luz y fe por ti logradas,
con el valor del labio y de la frente;
todo mi ardor, ya sed en tu corriente,
destino entre tus manos sosegadas.
Traigo una nueva vida a tus miradas
en triunfo conseguida; tibiamente
iré dando a tu anhelo transparente
este retorno cálido de espadas.
Labraré el alto cauce. Por tu río
toda mi voluntad será la rama
que doble al paso fiel de tu navío,
y en el rizado encaje de la estela,
iré buscando el ángel que me llama
desde tus limpios ojos de gacela.
Paisaje inicial
Ya todo preparado,
suspendidas las lágrimas de aquel párpado antiguo
todo deshabitado para el tacto que estrena
la raíz poderosa de su hermosura fácil
-oh, terciopelos muertos de rubor en la espalda!-
la pared y la acacia,
y hasta aquella esquina que jugaba su luz indeseable,
y el hombre primitivo desempolvando gestos,
y aun el niño.
Sí, el niño también iba tras de su ligereza
comunicando brillos de estrellas trasnochadas
-¡Corre, que llega la sombra!-
Sí, hasta el niño me vio aquel silencio
madrugador a oscuras.
Y no pasaba nada;
ni mi inocencia lejos de los álamos
-mis árboles cordiales-,
ni un recuerdo de nieve
por la cabeza pálida y peinada.
Yo sabía mi nombre, y la hora, y la prisa,
porque traen las mañanas hace tiempo un mandato,
y creía en Dios, dulce, maravillosamente…
¿Es bastante?
No sé quién puede levantar así, sin piedras y sin nubes
esta residencia ya tan cercana al cielo;
no sé quién puede destinar al vuelo
tanta arena sin ala, sin recuerdo y sin hojas;
pero es que estaba todo tímido y preparado,
también yo en mi silencio,
en mi ignorancia oculta,
como un lagarto frío entre las piedras.
Nadie, nadie sabía que yo hacía mis versos
con mi sangre cortada por el hielo del hombre.
Y a veces del amigo,
y de mí mismo a veces.
Nadie vio en mis mejillas
este revés del cielo
que se muere de sed inaplacable;
y yo iba tan despierto
que en este gesto triste que no sé a quién le debo
había una promesa rotunda de la aurora.
Todo estaba dispuesto,
y yo entré como el viento cerca de la campana,
por los desorbitados ojos de alguna torre.
Entré.
Preguntadme ahora cómo es mi habitación.
Yo os la describiré a ciegas y cantando,
hasta el detalle mínimo;
pero de aquella entrada nada sabré decir.
No me exijáis tampoco.
“No la toquéis ya más…”
O sí; rompedla, heridla,
estrujadla en las manos
o echádsela a los muertos,
“…que así es la rosa”.
Piedra y cielo de Roma
Ese dedo de Dios, eternamente
acercándose al hombre -y no lo toca-,
ese soplo encendido de su boca
que da sentido a un torso y a una frente,
ese ser poderoso y derribado
que recibe la llama de la vida
en la carne, de amor estremecida,
en el barro, de amor humanizado,
no son tuyos; no has sido tú el maestro,
ni el creador, ni el oficiante diestro;
no era tuya la mano que pintaba.
Eras el obediente y conducido.
Dentro de un paraíso, aún no perdido,
también a ti el Señor te señalaba.
Qué quieto está ahora el mundo. Y tú, Dios mío…
Qué quieto está ahora el mundo. Y tú, Dios mío,
qué cerca estás. Podría hasta tocarte.
Y hasta reconocerte en cualquier parte
de la tierra. Podría decir: río,
y nombrar a tu sangre. En el vacío
de esta tarde, decir: Dios, y encontrarte
en esas nubes. ¡Oh, Señor, hablarte,
y responderme Tú en el verso mío!
Porque estás tan en todo, y yo lo siento,
que, más que nunca, en la quietud del día
se evidencian tus manos y tu acento.
Diría muerte, ahora, y no se oiría
mi voz. Eternidad, repetiría
la antigua y musical lengua del viento.
Se oye levísima la voz…
Se oye levísima la voz
del viento. Suena entre los árboles
quizá como nunca sonó.
La noche nace como un río
de las manos mismas de Dios.
Yo miro desde mi ventana.
Yo no rezo ni lloro. Yo
no pregunto ni espero. Miro.
Te sé mirándome, Señor.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos.
¿Qué mandato el de tu palabra?
qué música la de tu voz?
No hay nadie. No, Señor; no hay nadie.
Solo con mi silencio estoy.
Solo contigo. Me das miedo.
¿Y a Ti no te doy miedo yo?
La noche es una espada fría
que amenaza con su fulgor.
Luchamos denodadamente
para ganarnos. ¡Cuánto amor
nos dejamos en la batalla!
Los caballos de mi pasión
piafan inquietos en la sangre,
pero tu ejército es peor.
la alcazaba 56
MI GRATO COMENTARIO, PARA USTED Y EN SU POESÍA Y AMOR A ÚBEDA, FELICIDADES. MI PADRE, JUAN MARTINEZ DE UBEDA ERA AMIGO DE JOSÉ GARCÍA NIETO, Y DE ESA ÉPOCA DE GERARDO GARCÍA DIEGO Y LEOPOLDO DE LUIS, Y HASTA TAL VEZ USTED CONOCIÓ A MI PADRE. UN SALUDO CORDIAL.
ANTONIO MARTINEZ DE UBEDA
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HOY ESCRIBÍ ESTE SONETO DEDICADO A FERNANDO SABIDO, Y YA EN LA RED.
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SONETO A FERNANDO SABIDO
Y COMO EL MÁS SÉNECA DE CÓRDUBA
QUE HIZO CULTURA Y SEMBRÓ PENSAMIENTOS,
NI HIZO ADULACIONES PARA BEBER SARMIENTOS,
POR SABIDO ES SABIDO DESDE EUROPA A CUBA,
LA GESTIÓN DE MECENAS QUE AL POEMA SUBA
RAÍCES DE CREADOR SIN IMPEDIMENTOS,
GONGORIANOS VERSOS DE FUERTES VIENTOS,
Y QUE EN OLOR A SAUCE ESENCIA ENTUBA.
COLECTOR DE GORRIONES Y GAVIOTAS
Y QUE PICOTEAN EN RÍOS Y MARES,
Y LLEVA EN VUELOS AL NACIDO POETA.
HOY UN MÍNIMO NÉCTAR SIN HOJAS ROTAS,
Y TINTAS QUE AL CORAZÓN HAGAN DE PINARES
EN VERDE ESPERA Y SAZÓN COMO META.
ANTONIO MARTINEZ DE UBEDA
DESEÉ HACER UN SONETO A UN POETA MECENAS