Considero que hablar, escribir en este caso, de Joaquín García Donaire lleva implícita la obligación de hacer referencia a la responsabilidad artística del hombre, frente a cualquier materia que pretenda convertir en arte. Pocas veces, sobre todo en el revuelto, experimental y convulso siglo XX que nos tocó vivir a no pocos de cuantos aún pateamos la tierra, y cuando ya hemos andado una docena de años en este XXI que nos conforma; pocas veces, repito, tuvo el arte en la región castellano-manchega y lo acogiera Madrid, un creador artístico con un carácter más firme en aquello que imaginó su cerebro, sintió de corazón y plasmaron sus manos, ya fuera de manera escultórica o le diera vida sobre el lienzo, el cartón o la escultura.
La responsabilidad en la obra de Joaquín García Donaire ha sido y es tan grande y tan firme, tan personalmente suya a lo largo de más de medio siglo, y cuando, sin duda, le ha proporcionado algún que otro silencio en el mundillo de las vanguardias, la mayoría de las veces apoyado éste en las fórmulas del marketing y en los intereses personales de grupos movidos por la economía más que por el valor y los méritos artísticos del propio vanguardismo.
Es bien sabido que la humildad y discreción de todo creador, cualquiera que sea su expresión artística, conlleva casi siempre al silencio de su obra. Hoy, que tantos voceros hay mirándose su propio ombligo, el encontrar una persona seria y recatada, responsable, no deja de ser una excepción. Esto lo supo muy bien el que fuera nombrado en su día Hijo Predilecto de Ciudad Real. Pero no le importó nunca. El prestigio sigiloso de su obra impone la estética de su arte por las calles y plazas, museos y colecciones públicas y privadas de su región, de España y del mundo. Joaquín García Donaire, el académico, profesor y catedrático que siempre dio sus clases en voz baja, y que no menos en voz baja le hablaba a sus amigos; fue siempre el creador que se recrea en la figura, enamorado secretamente de la misma, y que nunca la piropea; es el escultor con quien puedes, podías, pasear por varias de las hermosas plazas de nuestros pueblos admirando algún monumento de las mismas y, elogiándolo tú sin saber quién era su autor, pero que después, ya cuando lo habéis dejado atrás, el propio Joaquín te dice tímidamente que lo que acabas de ver es una obra suya. Hasta aquí llegaba el silencio y la modestia del maestro. Testigo son varios amigos y la figura escultórica que luce en la hermosa plaza de Almagro.
Escribe Gianna Prodan en el “Diccionario de Arte del siglo XX en la provincia de Ciudad Real”, que “Joaquín es poco amigo de las exposiciones en general, y menos aún de las individuales”. Y consideramos que Gianna sabe muy bien quién fue este artista, porque lo conoce durante muchos años a través del hombre y del marido. No sé, ni lo sabré jamás, lo que el escultor y pintor García Donaire pudo pensar de esta definición personal de su esposa, cuando lo incluyera en su libro, en su calidad de escritora como crítica de arte y también pintora.
La última muestra pública que pude ver de Joaquín, acaso se remonte ocho o diez años atrás. Fue una gran Exposición Antológica de su obra, que se exhibía en el Museo de Santa Cruz de Toledo y que luego continuaría itinerante por las cinco provincias de la región autonómica castellano-manchega. De Toledo pasaría al Museo Provincial de Albacete, más tarde a la Casa Zabala de Cuenca, y al también Museo Provincial de Guadalajara, para terminar en el Provincial de Ciudad Real.
Bien se Merecía García Donaire este reconocimiento de su obra y por su obra. La prudencia, la dignidad y la honradez, que tanto deben contar en la exigencia para con el verdadero arte y el ejercicio bien hecho, se vieron así recompensadas. No hizo la Consejería de Educación y Cultura de la Junta sino lo que debiera con este maestro de los largos silencios y las pequeñas grandezas diarias.
Allí pudimos ver y admirar cómo la nave central del Museo de Santa Cruz, en su forma de cruceta eclesial, se llenó con la manifestación artística a través de cientos de sus obras, donde primaba lo figurativo con algún repunte de abstracto, que daba armonía y equilibrio al solemne y espacioso recinto.
Principalmente escultor, pues no hay duda que el artista se siente más a gusto cuando trabaja el barro, la madera o el bronce, Joaquín García Donaire es también el pintor que nos mostraba allí un centenar de cuadros, algunos de los cuales se hermanan estéticamente con la temática de la obra en relieve, sin duda porque escultura y pintura se germinan en la misma placenta artística y su genética creadora les imprime caracteres afines; cualidades serenas que se originan en el artista y el hombre sensitivo que supo tomar la esencia de los clásicos y adaptar a la misma su creación personal y progresiva, sin perderse en extraños vanguardismos, incluso a sabiendas de que esto podría conducirle a los campos del silencio. Pero también sabía que lo cuenta al fin, es la obra bien hecha.