EL ENERGÚMENO QUE GRITABA EN EL TITANIC, por Pedro Puñal



Habitualmente pasamos por la vida de puntillas, sin pena ni gloria; y así transcurre nuestra existencia sin haber podido tener la oportunidad de poder demostrar en alguna ocasión todo lo que podemos dar de sí.
            Pero algunos, por su idiosincrasia (forma peculiar de ser) o por el puesto que estén ocupando en un momento dado, tienen la necesidad de hacer alguna vez un papel no deseado ni agradable, tratando de controlar una situación de emergencia y comportándose de un modo áspero, agresivo mas práctico y resolutivo.
            Esto viene al paso de una situación vivida recientemente en tierra y que la he denominado como “El energúmeno que gritaba a la gente en el Titánic mientras éste se hundía” por extensión a lo que debe ser el muy difícil control de un pasaje aterrado en un barco que se va a pique en la oscuridad, en aguas frías y sin visos de recibir ayuda.
            Viene a mi mente la noche del 14 de Abril del 1912, tras el impacto con el iceberg a las 23,45 horas, en la que el célebre trasatlántico fue herido de muerte y los pasajeros recibieron la orden de evacuar el barco. Imagino las caras de angustia y las situaciones de pánico de todos ellos, preocupados exclusivamente por salvar sus vidas y las de sus allegados (…el tormento de unos padres respecto a sus hijos o de una pareja frente a su cónyuge…).
            Las películas nos han pasado unas escenas de calma, cortesía, buenos modales, con tiempo para recoger las cosas o para atender a personas histéricas, tratando de tranquilizarlas y animarlas. Pero supongo que la realidad sería otra y habría más de un responsable intermedio con cara desencajada, dando órdenes a diestro y siniestro, vociferando, apremiando, incluso empujando, sin tiempo para consolar a nadie, pero con una intención muy bien estructurada: llevar a los botes salvavidas a la mayor cantidad de gente y en el menor tiempo posible, dando opciones de vida al máximo número de pasajeros.
Alguna persona histérica se quejaría de que no fue atendida adecuadamente en el enorme tumulto, confeccionando un collar de quejas destinado al capitán. Una vez a salvo, ya en tierra, atendida por el equipo de psicólogos desplazados al lugar, diría algo así como: “…gracias al esfuerzo de estos profesionales podré superar el trauma que supuso el naufragio; porque cada vez que recuerdo que, con el agua a los pies, había un energúmeno gritando desaforadamente mientras nos hundíamos…¡me pongo a morir!”. Y así se escribe la historia. La persona en cuestión tiene claro quien la salvó de una muerte segura (probablemente su propia entereza ¿) y a quien voceará  el día del juicio final  cuando estemos todos en la cola esperando el veredicto eterno.
Finalmente quiero dejar constancia de que el autor, a lo más que ha podido llegar en la vida es a ser médico, que pertenece al grupo de los energúmenos que gritan tratando de organizar mientras el barco se hunde y de que, según para lo que se quiera, puede ser un buen o un indeseable compañero de viaje. Ténganlo en cuenta a la hora de elegir el destino.
15-3-2009. A propósito de la fractura conminuta en la  muñeca de Marisa y en recomposición de mi ¿acertada actuación?
image_pdfimage_print

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Código anti-spam *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.