Los arqueólogos modernos estamos acostumbrados a trabajar al unísono con las excavadoras y otra maquinaria pesada propia de las obras públicas. Esto hace nuestro trabajo sin duda menos idílico de lo que la mayoría piensa, y significa, además, que rara vez después de la excavación volveremos a ver los restos que con tanto esfuerzo hemos sacado a luz.
De acuerdo a las Leyes que protegen el Patrimonio Arqueológico de un país dela Unión Europeacomo es España, antes de cada obra civil de envergadura, como la construcción de un trazado de tren de alta velocidad, una autovía un polígono industrial, etc., y en general en todas aquellas en las que existan indicios sobre la existencia de restos arqueológicos, es obligada la realización de un estudio que valore los efectos de la obra prevista sobre los restos arqueológicos, tal y como se legisla en la Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985 de la que se hacen eco todas las leyes patrimoniales autonómicas.
Se trata por tanto de arbitrar medidas preventivas. Pero en la práctica rara vez se desviará el trazado de un AVE o una Autovía por la existencia de un resto arqueológico, a no ser claro está, que éste sea excepcional. Lo cual no quiere decir que los restos no se excaven y documenten. De este modo la labor de los arqueólogos modernos es la de excavar (en nuestra jerga “documentar”) yacimientos: dibujar, fotografiar, recoger los artefactos, extraer muestras para realizar analíticas, etc. En resumen registrar las evidencias del pasado que quedaron en ese lugar. ¿Y, después?, después se destruyen los restos que quedan in situ: se tapan bajo toneladas de tierra o se retiran con excavadoras junto a toneladas de tierra.
Por eso titulamos estas líneas con el epígrafe de “arqueología invisible”, ya que para la mayoría de las personas estos restos arqueológicos serán invisibles. No deja de ser paradójico que el público no pueda disfrutar de unos legados del pasado que son bienes de carácter público de acuerdo a la Ley, y que se excavan en muchas ocasiones con dinero público. Así que estas líneas pretenden acercar unos retazos de todo ese acervo patrimonial de nuestros antepasados que sólo unos pocos podemos disfrutar mientras lo excavamos.
Elegimos una zona en la que nuestros antepasados dejaron las huellas de su existencia en distintos momentos, desde la Edad del Cobre de hace 4.000 mil años, hasta los visigodos de 1.200 años atrás.
Hace 2.000 años una calzada romana unía las ciudades de Toledo y Segobriga, (en Cuenca), pasando cerca de los pueblos de Noblejas y Villarrubia de Santiago; vía que aparece todavía en el Repertorio de Caminosde Juande Villuga del siglo XVI y que describirá en el siglo XVIII el académico José de Cornide. En los bordes del llano de la Meseta de Ocaña, entre estos dos pueblos, creció un pequeño asentamiento romano junto ala calzada. Estelugar continuó habitado en época visigoda, al menos hasta el siglo VIII d.C., pero después se perdió su memoria.
Desde 2.006 se vienen realizando en la zona obras para la construcción de una Autovía y una línea de tren da alta velocidad. La existencia de restos ha obligado a la realización de excavaciones arqueológicas en varios lugares, las cuales han sacado a la luz los vestigios de aquel viejo camino y del poblado romano, así como los de algunas casas visigodas y unas pocas tumbas dispuestas en los alrededores del poblado.
Apenas a 500m de allí unos siglos antes se desarrolló otro poblado perteneciente ala Segunda Edaddel Hierro con su cementerio o necrópolis. En este caso se han recuperado varios enterramientos de incineración. En aquella época, los cadáveres eran incinerados en piras de leña. Después se guardaban los huesos en una vasija que se enterraba en el suelo y dentro de ella se depositaban objetos pertenecientes al difunto: armas, broches, pendientes, etc. Al lado de esta vasija se colocaban otras que contenían alimentos y perfumes para el tránsito del difunto al más allá.
A su lado, las gentes de la Edad del Cobre que vivieron allí 1.500 años antes, sólo nos han dejado restos de sus vasijas de barro y algunas puntas de flecha de sílex o pedernal, ocultos en hoyos que practicaban en el suelo para guardar el grano. Todos estos objetos: vasijas y fragmentos de vasijas, pesas de telar, cuchillos, clavos, ganchos y cucharas de hierro, imperdibles, alfileres y monedas de bronce, molinos de granito, y un largo etcétera, tras ver la luz un instante, son debidamente dibujados, fotografiados, embalados y restaurados si es necesario, para volver a las sombras de los almacenes de un museo comarcal, donde permanecerán de nuevo en el olvido hasta que la fortuna (los presupuestos económicos más bien) logren sacarlos a la luz de las vitrinas, donde todos podremos contemplarlos por fin.