VISIONES Y RECUERDOS DE MI KUMBH MELA, por Alfredo Villaverde Gil

Naga Sadhu

En estos días de marzo se desgranan los últimos latidos del Kumbh Mela -la fiesta de la vasija- que es sin duda el fenómeno de masas religioso más impactante del mundo. Hace ya tantos años que viví el Kumbh Mela que sus visiones y recuerdos se confunden en mi memoria. Recién llegado a la India de la mano de su entonces Ministro de Cultura, el entrañable escritor Man Mohan Singh al que me unió devoción y amistad, mientras trabajaba en la biografía del Pandit Nehru, tuve conocimiento de esta fiesta única en el mundo que inserta el contacto con la divinidad a través de la naturaleza, en este caso en Allahabad, donde confluyen las aguas turbias del Ganges, las verdeazules del Yamuna y las inexistentes del Saraswati, ya que este último es un río existente tan solo en la mitología Hindú pero tan presente como los otros dos en el corazón de los hindúes.

Entonces, el festival del Kumbh Mela ahora tan famoso, no gozaba todavía de la proyección internacional que le han otorgado los medios audiovisuales y tenía para el visitante esa fascinación mágica de lo desconocido, el ritual del imaginario colectivo más numeroso del mundo. Mis visiones arriban desde la llanura de Allahabad, una de las cuatro ciudades donde se derramó una gota del amrita, el jugo o esencia de la inmortalidad, en la pelea que mantuvieron los devas (dioses) y asuras (demonios) por su posesión, una vez que lo extrajeron del primer océano que era de leche, según cuentan los textos del hinduismo.  Allí llegué después de desoír los consejos de Man Mohan, que no estaba muy seguro que las condiciones sanitarias y el entorno fueran muy apropiados para mí y allí encontré las sensaciones más impactantes de mi vida. Imaginad una llanura de varias decenas de kilómetros donde se alza de la nada una ciudad que acoge durante 55 días a millones de peregrinos (cerca de cien millones en este kumbh mela que terminará el diez de marzo de 2013) que se reúnen para tomar el baño sagrado, el Sangam que les librará de sus pecados no sólo a ellos sino también a 88 generaciones familiares que les precedieron en su vida.

Polvo y barro, niebla y rocío en los amaneceres donde la multitud fluye como arroyuelos de gente que se mueven a lo largo de kilómetros para alcanzar la senda principal, el Sangam que les permitirá purificarse en el Ganges. Y a la cabeza, la procesión mágica de los shadus (santones) Naga Baba seguidores de Shiva, el dios destructor, sobre sus andas y tronos que portan sus discípulos, desnudos, ungidos con un rosario y una corona de flores amarillas, pintados sus rostros con la flor del azafrán y la cúrcuma. Allí escribí estos versos en las frías noches estrelladas: El Ganges llama a mi puerta./ Su inmensidad invade/ mis estancias, ciega mis ojos/. Talismán de hermosura, su eternidad se acuna en mis mejillas/. Allí encontré un inglés estrafalario y simpático que me habló de sus doce años ya en busca de la iluminación mística junto a Sahib Baba, el más grande de los sadhus, en su retiro de Chennai al Sur de la India. Él me explicó la leyenda de Dhanu Antari, que surgió de las aguas con la jarra sagrada y le fue robada por los demonios. Perseguidos estos durante doce días y noches que se corresponden con los doce años de tiempo actual que marcan la celebración de cada gran Kumbh Mela, cuatro gotas fueron derramadas en la disputa para recuperar el elixir sagrado, que cayeron en Praiag (Allahabad), Haridwar, Nasik y Ujjain, lugares pertenecientes a cuatro estados diferentes de la India que acogen esta fiesta mágica y sorprendente.

Al igual que la peregrinación a La Meca para los musulmanes o la romería (visita a Roma) para los católicos, el Kumbh Mela es la culminación espiritual de los hinduistas que acuden en grupos familiares muy numerosos para purificarse en las aguas contaminadas del Ganges y recibir allí  no obstante la iluminación mística que persiguen. Allí inician su vida espiritual los nuevos shadus que dedicarán su vida a la contemplación y a la liberación de los problemas y fatigas que aprisionan a todos cuantos a ellos acuden en busca de la plenitud y la felicidad. Liberados de sus ataduras carnales, los podremos ver sentados o en pie a la sombra de un baniano durante años enteros o   enterrarse vivos durante días para darnos el testimonio real de la fuerza de su concentración espiritual más allá de los límites ordinarios de la existencia. Dhanu Antari, el primer sanador de  la leyenda sagrada hinduista, que fue autor de los Áiur (tiempo de la vida) Vedá (verdad, conocimiento), los ayurvedas que forman el corpus de la enseñanza espiritual del hinduismo y que hizo brotar en mí estos versos de uno de mis libros: Mira hacia tu interior./ Libre de cualquier carga,/ del espacio y del tiempo./ Desciende hacia el profundo/ caudal de lo insondable,/ busca la transparencia,/ el lugar de toda paz/ luz y armonía.

Allí, en las frías noches junto a la ribera del Ganges, a la espera de la llegada de un shahi san, esos días nimbados por la conjunción astral más propicia -Luna  en Capricornio y Júpiter en Tauro-

para acercarme a recibir el baño purificador en esta fecha en la que el agua se ha transformado en amrita sagrada, comencé a sentir esa vibración sideral que nos lleva a entender la comunión mística, la creencia en que es posible desasirse de todo lo superfluo en nuestra vida terrenal y alcanzar ese conocimiento del yo más profundo, la sensación placentera de la felicidad en la meditación cotidiana, en la emanación de cuanto positivo e iluminativo hay en nosotros y podemos proyectar hacia el exterior. Creo que allí, en la compañía de aquellos que nada poseen pero todo lo tienen, me di cuenta de la fragilidad y finitud de la existencia hasta cubrir de cenizas mi cuerpo como símbolo de ida y retorno en ese camino hacia la unión con la divinidad que todos debemos recorrer.

Allí, en la planicie de Allahabad, tuve mi gran baño de humildad y brazos abiertos hacia el mundo. Sentí la fraternidad del universo de la mano de los que todo lo dan y percibí esa sensación única de poder despojarme a mi vez de todo lo que me impedía  la transparencia,  ese estado sereno de felicidad y armonía que buscamos tantas veces de forma equivocada en los deseos más materiales y .groseros.

Ese sentido de finitud es el que guía los versos de este poema de Man Mohan Singh que traduje para mi libro “India. Poesía Contemporánea” . ¿A dónde fue la verdad de las palabras?/ El puente

hoy destruido/ da su forma al arroyo seco./ Un naciente tallo de verde hierba/ oscila sobre el lecho estéril de la arena./ Una escultura tallada/ no pertenece ya a un montículo de piedras/ ni puede  fusionarse/con la congregación silente del conjunto./ Una brasa de carbón vuela hacia el horizonte de la locomotora./ Luego yace a los pies de los raíles cuando el tren acelera./ Un muro en ruinas/ donde una vez hubo una aldea/ borrada por el río· de las páginas del tiempo./ Una pequeña pluma se quiebra/ del seno de una paloma en vuelo./ Cae aleteando como un temblor/ y se deposita sobre el suelo/ mas la paloma no altera su rumbo./ Una gota de agua cae./ Como la cola de un cometa/ se desprende de la hoja empapada de lluvia/ y muere./ ¿A dónde ha ido la verdad de las palabras? 

Y yo os pregunto: ¿Donde está la verdad de la vida? Si miramos hacia el exterior, tan sólo el amor podrá salvarnos de las dificultades cotidianas, del egoísmo y la vanidad, de la soledad y la tristeza. Con una sonrisa en los labios y humildad en nuestro corazón afrontemos cada día nuestro Kumbh Mela particular para transformar el agua en elixir de eternidad, para sembrar una semilla que pueda fructificar en un mundo mejor, más justo y solidario, regenerado hacia los valores del honor, el esfuerzo y el mérito. Pero no olvidemos nunca mirar al interior, allí donde se desgranan las palabras como perlas desnudas del existir: La exaltación del Ser/ su crecimiento/ fluye/ como un remanso de agua fresca,/ indefinida, pura/ trascendida a su origen/ su forma,/ su azarbe y limpio estero.

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