JUAN ZORILLA DE SAN MARTÍN

JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN
(1855 – 1931)

Diplomático uruguayo y uno de los más grandes poetas de su país. La Real Academia Española le nombró en su día correspondiente de la misma. Doctorado en Leyes, regentó la cátedra de Literatura y Derecho internacional en la Universidad de Montevideo. En su primer libro de poemas, «Notas de un himno» (1876), se deja notar claramente la influencia de Gustavo Adolfo Bécquer. Tal fue ésta que por buen número de sus contemporáneos se le llegó a conocer como el Bécquer americano. Este libro, típico de su tiempo, refleja la tristeza y el patriotismo que imbuían al poeta, y le sirve para establecer el tono que va a tomar toda su obra posterior.

Durante su vida ocupó varios cargos diplomáticos, incluyendo el de ministro de asuntos exteriores en Francia, Portugal, España y el Vaticano. En 1878 publica, en el periódico católico El bien, su famosa «La leyenda patria» que le acarreará una indudable fama que le seguiría y culminaría hasta llegar a Tabaré (1886), su obra cumbre. Con este poemario alcanzaría una fama plena; por ello, y como muestra, acogiéndonos al mismo reproducimos aquí el principio de su INTRODUCCIÓN. El poema consta de seis Cantos y describe los trágicos amores entre una joven española y un joven mestizo charrúa.

 

TABARÉ

I

Levantaré la losa de una tumba;
E internándome en ella,
Encenderé en el fondo el pensamiento
Que alumbrará la soledad inmensa.
Dadme la lira, y vamos: la de hierro,
La más pesada y negra;
Esa, la de apoyarse en las rodillas,
Y sostenerse con la mano trémula,
Mientras azota el viento temeroso
Que silba en las tormentas,
Y, al golpe del granizo restallando,
Sus acordes difunde en las tinieblas;
La de cantar sentado entre las ruinas
Como el ave agorera;
La que arrojada al fondo del abismo,
Del fondo del abismo nos contesta.
Al desgranarse las potentes notas
De sus heridas cuerdas,
Despertarán los ecos que han dormido
Sueño de siglos en la oscura huesa;
Y formarán la estrofa que revele
Lo que la muerte piensa;
Resurrección de voces extinguidas,
Extraño acorde que en mi mente suena.

II

Vosotros, los que amáis los imposibles,
Los que vivís la vida de la idea;
Los que sabéis de ignotas muchedumbres.
Que los espacios infinitos pueblan,
Y de esos seres que entran en las almas
Y mensajes oscuros les revelan,
Desabrochan las flores en el campo,
Y encienden en el cielo las estrellas;
Los que escucháis quejidos y palabras
En el triste rumor de la hoja seca,
Y algo más que la idea del invierno
Próximo y frío a vuestra mente llega,
Al mirar que los vientos otoñales
Los árboles desnudan, y los dejan
Ateridos, inmóviles, deformes,
Como esqueletos de hermosuras muertas;
Seguidme hasta saber de esas historias
Que el mar y el cielo y el dolor nos cuentan;
Que narran el ombú de nuestras lomas,
El verde canelón de las riberas,
La palma centenaria, el camalote,
E.’ ñandubay, los talas y las ceibas:
La historia de la sangre de un desierto,
La triste historia de una raza muerta.
Y vosotros aun más, bardos amigos,
Trovadores galanos de mi tierra,
Vírgenes de mi patria y de mi raza
Que templáis el, laúd de los poetas;
Seguidme juntos a escuchar las notas
De una elegía que en la patria nuestra
El bosque entona cuando queda solo,
Y todo duerme entre sus ramas quietas;
Crecen laureles, hijos de la noche,
Que esperan liras para asirse a ellas,
Allá en la oscuridad en que aun palpita
El grito del desierto y de la selva.

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